El pueblo iraquí huye, tras los ataques de los grupos yihadistas que reavivan una guerra sectaria. Desde hace cuatro años monseñor AMEL SHAMON NONA, arzobispo caldeo de Mosul, asume junto a su comunidad el riesgo de perder la vida. Y comparte con ellos la esperanza. «Les he visto cambiar, día tras día»
El momento más terrible fue al comienzo. La noche del 6 de junio. Se habla de cuatro mil familias que huyen. Han abandonado todo lo que tenían encaminándose hacia las aldeas cercanas. A las 11 de la noche el ejército y la policía han abandonado la ciudad, dejando vía libre a los grupos armados del ISIL, El Estado islámico de Iraq y del Levante. Monseñor Amel Shamon Nona, arzobispo caldeo de Mosul, se encontraba en Tal Kayf, a tres kilómetros al norte, y los vio llegar. A pie, mujeres y niños, familias enteras caminando en la oscuridad durante cinco o seis horas. Cristianos y musulmanes, aterrorizados. A sus espaldas, las luces de los bombardeos. Huían de algo que no sabían lo que era, buscando refugio sin saber si lo encontrarían.
El avance de los grupos yihadistas se arrimó hasta las puertas de Bagdad. Hoy Mosul, al igual que Tikrit y Kirkuk, está bajo el control del fundamentalismo que impone la sharia, la ley islámica. Iglesias saqueadas, amenazas de aplicar la jiza, la tasa para los infieles.
Monseñor Nona llegó a Mosul en 2010. Su predecesor, monseñor Paulos Faraj Rahho, fue raptado y asesinado dos años antes. Nacido hace 47 años en Alqosh, 45 kilómetros al norte de Mosul, en la llanura de Nínive, Nona fue ordenado sacerdote en 1991, estudió en Roma entre 2000 y 2005, luego volvió a su ciudad de origen como párroco. Cuenta el drama de su pueblo. Habla de la incertidumbre del futuro. Pero de los cuatro años pasados en Mosul, dificilísimos para su comunidad, la palabra con la que se queda es la más increíble: esperanza.
Monseñor Nona, ¿ha tenido miedo?
No por mi persona, sino por mi gente. Dios no quiera que le pase algo malo a uno de ellos. Por eso aquella noche me pegué al teléfono para pedir a las familias que se habían quedado en Mosul que se fueran. Muchos no sabían nada, no tenían idea. Las familias cristianas salen de casa solo si es necesario y muchos no se percataban de la gravedad de la situación.
¿Se esperaba que la situación precipitara de esta manera?
No. La ciudad es muy peligrosa, lo sabemos. Todos los días se producen atentados con autobombas. Pero nunca hubiera pensado que la segunda ciudad del país cayera tan fácilmente. En Mosul había muchísimos soldados y armas. No está claro por qué, de repente, el ejército ha abandonado la plaza.
La gente ha tenido miedo. ¿Hay también rabia?
Ahora prevalece la preocupación por lo que ha pasado, pero sobretodo por lo que podría pasar. La situación no puede seguir tal y como está ahora. La gente ha abandonado sus casas y su trabajo. ¿Durante cuánto tiempo tendrán que permanecer refugiados? Además, está el temor de que las cosas empeoren ulteriormente. No sabemos lo que nos espera.
Usted llegó a Mosul en 2010. ¿No tuvo la tentación de rechazar el nombramiento después de lo que le pasó a monseñor Rahho?
No, mi primer pensamiento fueron los fieles de esta diócesis. Se habían quedado dos años sin pastor. Mi preocupación entonces fue si era posible o no ejercer el servicio de obispo.
¿Cuál fue su primera impresión?
Llegué el 16 de enero de 2010. Desde el 17, durante dos semanas, fueron matados uno o dos cristianos al día. Muchos fieles de la ciudad huyeron. Luego, con el tiempo, algunos volvieron.
¿Cómo han sido estos cuatro años?
No ha sido posible hacer muchas de las cosas de las que se hacen en una diócesis normal. Los desplazamientos son muy dificultosos. Hace falta moverse con suma cautela: cambiar a menudo de coche y no repetir los mismos recorridos. Gracias a Dios todas las iglesias de la ciudad han permanecido abiertas, excepto tres parroquias que habían cerrado por falta de fieles o porque estaban emplazadas en zonas demasiado peligrosas.
¿Están restringidas las celebraciones religiosas?
Durante algunos años, por razones de seguridad, se prohibió celebrar las misas de media noche en Navidad y Pascua.
¿Qué supone para usted y sus fieles vivir la fe en una situación tan difícil?
Muchos cristianos no podían permitirse salir el país, sobretodo por razones económicas y de trabajo. Yo siempre he intentado transmitirles esperanza, hacerles comprender que es posible vivir también aquí. Les repito siempre que no obstante el riesgo de que nos maten dentro de una hora o unos minutos, es posible vivir cada instante con una esperanza plena y una alegría verdadera.
¿Cómo entendió que era posible?
Empezando a vivir yo así el primero. Y a comunicarlo en mis homilías y en los encuentros. Con el tiempo noté que la gente cambiaba, los fieles necesitaban tener esta certeza. Necesitaban aprender a vivir en una situación en la que se arriesga la vida, en la que se está amenazados, perseguidos dentro de una sociedad que no acoge a quienes no son cristianos. Mosul es una ciudad que no acepta la manera distinta que tienen de vivir los cristianos. Pero, dentro de todo esto, he visto que yo podía conservar la paz, tener incluso alegría.
¿Cómo se ha dado cuenta de que los cristianos han cambiado actitud?
Por su manera de vivir. Ellos mismos empezaron a decirme que necesitaban arraigarse aún más en nuestra fe. Ellos me dijeron que habían vuelto a vivir dentro de todas estas dificultades. Me lo decían con palabras y yo, por sus ojos, entendía que era verdad. Lo entendía por cómo me lo decían. He visto este cambio día tras día. Cuando llegué, era otra cosa. Eran otras personas. Pero al cabo de seis meses, un año, su cambio era patente.
¿Qué es lo que lo permitido?
Un conocimiento más profundo de la fe. Esto es lo que nos da una visión más clara de la vida. Independientemente del hecho de que el momento sea fácil o difícil. En estos años mi esfuerzo ha sido el de profundizar en el contenido de nuestra fe, de comunicarlo de manera sencilla para que pudiera llegar a todos, también a los que no saben nada de teología. En parte creo haberlo logrado. Lo digo porque, cuando visito la diócesis, es la gente la que me pide volver sobre los contenidos de la fe. Es la fe lo que nos da fuerza.
¿De entre ellos, cuál es el más querido para usted?
La esperanza. Que es el lema de mi episcopado. No se trata de esperar algo en el más allá, sino de saber que los que espero en el más allá se está realizando ya hoy, en este momento. Esto nos permite vivir cada momento por lo que es: irrepetible. Y si sabemos que es irrepetible, podemos vivirlo en plenitud. Plenitud de fe y alegría, pero también de rabia, cuando hay rabia. Todo es distinto en la perspectiva de la esperanza. Es la misma esperanza lo que me da la fuerza de comunicarla a los demás. No es algo que se pueda tener para uno mismo: es necesario compartirla.
¿Qué pide al Señor en estos días?
Pido al Señor que nos conceda a todos los habitantes de Iraq la serenidad del corazón. Mientras falte esta serenidad, no podemos llegar a la paz.
LOS NÚMEROS
32 millones los habitantes de Iraq.
11 años desde la invasión de EEUU.
1,1 millones los prófugos desde el comienzo de este año.
500mil los habitantes que huyen de Mosul (desde el 5 de junio).
191mil víctimas desde 2003.
Fuente: CIA, Unicef, iraqbodycount.org.
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