No el «Papa bueno», sino el Papa de la bondad; de la tradición, no del tradicionalismo. Moneñor Gianni Carzaniga, que fue director de la Fundación italiana Juan XXIII, recorre la vida y el pontificado de Roncalli: un pastor “al lado” de sus hermanos
«Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. Queridos amigos y hermanos, estemos alerta ante los vanos simulacros que proliferan hoy en el mundo y lo aterrorizan. Todos los tiempos se parecen». Así concluyó su homilía el 26 de agosto del Año Santo de 1950 monseñor Angelo Roncalli, nuncio apostólico en París, hablando en la iglesia de San Alejandro, en Bergamo. Al futuro Juan XXIII, que este 27 de abril será canonizado junto a Juan Pablo II, le une un vínculo particular con esta parroquia. Aquí en 1898, joven seminarista, escuchó la homilía del Patriarca de Venecia José Sarto, futuro Pío X, y en 1906 pronunció su primera homilía importante como sacerdote, sobre san Francisco de Sales. En muchas otras ocasiones volverá a esta iglesia. «Juan XXIII es la expresión más lograda de un clero, el de la diócesis de Bergamo, cercano a la gente, entregado al cuidado pastoral. Él se sentirá siempre párroco», explica monseñor Gianni Carzaniga, rector del seminario de Bergamo y durante ocho años director de la Fundación Juan XXIII, donde se conservan y estudian los escritos del Pontífice. Mons. Carzaniga dejó esta tarea cuando le nombraron párroco de San Alejandro, al resultar «inconciliable con la dedicación que requiere el cuidado de las almas».
¿Qué significa que Juan XXIII se sintió siempre párroco, él que nunca lo fue?
El primer don que recibió del Señor fue el de encontrarse con Él. Angelo Roncalli entró en el seminario porque quería ser sacerdote para anunciar a Jesucristo en cualquier situación. No es algo que se aprende en los libros; lo había experimentado mirando a su párroco: cercano a la gente con un cuidado pastoral solícito y capilar. En este sentido él será siempre un párroco. Pienso en los años en que vivió en las periferias de Europa.
¿En qué sentido?
Primero en Bulgaria, junto a los más de 160.000 inmigrantes católicos huidos de Macedonia durante la guerra; luego en los diez años en Turquía, como delegado apostólico, es decir, representante del Papa para los católicos: un obispo misionero, al lado de la gente. Su rol diplomático en relación con esos gobiernos fue muy limitado, casi nulo. En Turquía se vio incluso obligado a no llevar hábito, pero esto no le impidió establecer relaciones, amistades, llamar a las puertas de servicio. Fue un hombre de diálogo atento. Un episodio quizá puede aclarar esta actitud inteligente y sagaz en sentido evangélico.
¿Cuál?
En 1961, Nikita Kruschev envió a Juan XXIII una felicitación por su ochenta cumpleaños. Al cabo de unos meses, su hija, junto al marido, fue a Roma a visitar al Pontífice. Muchos hablaron de deshielo entre la URSS y la Santa Sede. Papa Roncalli no se hizo ninguna ilusión y comentó: «El mundo se hizo en seis días. Este es el primero de Rusia». Sabía muy bien que en cualquier lugar se puede anunciar el Evangelio, pero hay que ser cautos. Cuando, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, fue enviado a París como nuncio apostólico, por lo tanto con un cargo importante, se dio cuenta de la obra de secularización que paulatinamente se había producido a partir de la Revolución francesa. Son todas experiencias que le acompañarán en Roma. El mundo estaba cambiando. Sentía el ansia, el deseo de hablar al hombre moderno. Por eso convocó el Concilio Vaticano II.
¿Se puede decir que la preocupación del Concilio fue pastoral?
Sí. Juan XXIII lo dijo claramente. El Concilio no nació de una preocupación doctrinal, sino del deseo de cuidar a las familias, a los más necesitados, en definitiva al hombre, en una sociedad que estaba cambiando. No se trataba de revisar los dogmas. No hacía falta, sino de repensar el modo de presentarlos. Bien, en esto se expresó su sensibilidad pastoral, su manera de ser párroco. La doctrina debe encarnarse en el presente, aun permaneciendo anclada a la tradición. Juan XXIII fue un hombre de la tradición, no del tradicionalismo.
¿Qué significa exactamente?
Tradere significa custodiar y transmitir el misterio cristiano. Papa Roncalli habló a todos aun sabiendo que hay muchas diferencias. Como el Papa Francisco, mostró un respeto extremo por cada ser humano, sin la más mínima intención de cambiar el dogma y la doctrina. Juan XXIII miró siempre a lo que une en lugar de a lo que divide. En este sentido su manera de tradere fue viva y vivaz.
¿Puede poner un ejemplo?
En su visita a los detenidos de Regina Coeli no tuvo reparo en contar que un primo suyo había estado en la cárcel. He aquí el pastor que “se pone al lado” de sus hermanos. Comunica con frescura lo que tiene en el corazón: la relación con el Señor que se inclina sobre todos los hombres y sale al encuentro de cada uno. Se hizo transparente de esta relación que permite perdonar y ser perdonados por el mal cometido. Para él, el Evangelio reanima las fibras de la existencia hasta el punto de comprender que la relación que el Hijo nos ofrece con el Padre es algo que nos da la vuelta, vence nuestros enfados y resistencias, porque en ella nos sentimos amados y podemos amar.
Son muchas las afinidades con el Papa Francisco...
Una fundamental: ambos parten de un encuentro con Cristo que pone en marcha una existencia impregnada por un amor más grande. Sólo como consecuencia aparecen las reglas. El Papa Francisco, al igual que Juan XXIII, está anunciando la experiencia del encuentro con Cristo. Pero hay otro aspecto que los une: la oración. Juan XXIII se prepara para el Concilio con una semana de Ejercicios espirituales. Piensa que su persona está dentro del misterio de Cristo. Escribe: «La oración es mi modo de respirar». Su oración es para el mundo. Cuando reza el Rosario, en el tercer misterio gozoso, donde se anuncia el nacimiento de Jesús, dice: «Esto es para todos los niños que nacen». La víspera de su elección, mientras se encuentra a solas con su secretario, monseñor Loris Capovilla, este le pregunta: «¿Qué hacemos?», él contesta: «Rezamos las Vísperas».
Don Giussani en una entrevista dijo que el rasgo característico de Juan XXIII fue «la longanimidad misericordiosa de Dios para la salvación del hombre».
En esto se refleja la bondad de Juan XXIII. Como subraya el card. Capovilla, él no es el “Papa bueno”, sino el Papa de la bondad. Es decir, su mirada, tal y como la recibe de Cristo, rebosa confianza y se dispone a la corrección, pero sin condenar. Es el anuncio de la verdad.
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