En las cárceles de máxima seguridad, algunos estudiantes del CLU ayudan en sus estudios a los reclusos inscritos en la universidad. Un gesto de caridad que ha abierto paso a una relación verdadera que va más allá de los libros. Y que beneficia, en primer lugar, a quiénes lo practican
Sábado. A Michele y Giacomo les cuesta encontrar aparcamiento. Es el día de visita al centro penitenciario Due Palazzi de Padua, cárcel de máxima seguridad donde viven cerca de 700 reclusos. Una vez han bajado del coche, miran alrededor. «Andrea y Mateo llegan tarde». «No, aquí están». «Michele, ¿has aprobado el examen de Derecho?». «Lo he conseguido. Ahora vamos a rezar, que se hace tarde». Rezan el Angelus. Desde hace algunos meses, como gesto de caritativa, acuden a la cárcel en grupos de seis, cada quince días, para ayudar en sus estudios a los reclusos que tienen que pasar los exámenes de la universidad. Hacen cola con los familiares para entrar. Las formalidades habituales: documentación, móviles en la conveniente taquilla, tarjetas de identificación. La primera cancela se abre y se cierra a sus espaldas. Michele y Giacomo cruzan el patio. Otra cancela, otro control de los celadores, más corredores en silencio donde resuenan sus pasos. Se paran en la máquina de café. Tiempo para una conversación donde caben también las dudas. «Michele, me he fijado que a menudo a los presos que vamos a ver les han resuelto ya las dudas sus tutores. Tenemos que ser fieles al objeto de la caritativa, que es responder a una necesidad. Si esta necesidad ya está resuelta, ¿para qué venimos?» «Giacomo, también yo me lo pregunto. Vamos a pedir comprenderlo mientras estamos con nuestros “estudiantes”. Pido que lo que hacemos sea un bien para mí, para ti, para nuestra vida».
Se separan. Michele tiene cita con Max. Nigeriano, transferido a petición propia de Treviso a Padua para poder continuar sus estudios universitarios, Max todavía no había podido ser incluido en la sección del Polo universitario. En las dos citas anteriores no se habían podido ver porque Max estaba en aislamiento sanitario. Se encuentran en la sección. Max está destrozado: a causa del aislamiento no ha podido ver a su familia y después le ha entrado el miedo de contraer una enfermedad incurable y no volver a verles más. Se echa a llorar. Michele se vuelve a preguntar: «¿Para qué sirvo yo? Señor, ¿qué puedo decirle a este hombre?». Intenta confortarlo: «Venga Max, trata de buscar lo bueno. Por ejemplo, el estudio puede ayudarte a salir de la dificultad...». Max le interrumpe: «Michele, he nacido mucho antes que tú, no me vengas con que se puede sacar algo bueno en este sitio. Si hubiese enfermado los habría contagiado a todos, incluidos los míos. ¿Dónde está lo bueno?». Michele no sabe qué responder, después suelta: «Si puedes, trata de ofrecer este sufrimiento al Señor. Como Jesús ofreció su cruz por nosotros. Él permite este dolor porque sabe que puedes llevarlo, ofrecerlo, aceptando tu situación».
Cuántas veces los chicos se han repetido estas palabras entre ellos, para afrontar la fatiga del estudio. Pero ahora cobran un peso que a Michele le hace temblar la voz. Max levanta la vista y sonríe: «Has venido hoy para darme esta maravillosa noticia. Gracias». He aquí la respuesta. Es el principio de un cambio. Se vuelven a ver después de dos semanas. Le toma la lección durante dos horas. Max está muy preparado. Al final le dice: «Tengo que darte las gracias por lo que me dijiste la última vez, por la fe, porque Jesús vive».
La caritativa en Due Palazzi es una iniciativa que nació hace año y medio. Pero dentro de la cárcel, desde hace varios años, algunos profesores y voluntarios ofrecen su tiempo para ayudar a los reclusos en el estudio. El 13 de septiembre de 2004, en una sección de Due Palazzi que hasta entonces no se había utilizado, se abrió el Polo Universitario donde los reclusos –ocho en la actualidad– gozan de un régimen más abierto: las puertas de las celdas no están cerradas y hay una sala con ordenadores donde los profesores y los voluntarios se encuentran con los reclusos. «A menudo nuestros colegas se quedan maravillados por los resultados que consiguen algunos reclusos. Muchas veces se presentan habiendo estudiado por su cuenta. Al profesor lo conocen sólo cuando viene a examinarlos», explica Giorgio Ronconi, profesor de Lengua y cultura Italiana, verdadera alma del Polo Universitario junto al OCV (Operatori Carcerari Volontari), que actualmente coordina toda la actividad del profesorado tanto dentro del Polo como en las demás secciones de la cárcel.
Algo extraordinario
«Fueron Andrea Basso y Nicola Boscoletto, que desde hace años a través de la cooperativa Giotto (Cf. Huellas, noviembre 2007, pp. 34-35) trabajan dentro de la cárcel y son amigos del profesor Ronconi, quienes pensaron en este gesto de caridad –cuenta Michele, de Ciencias de la educación–. La primera vez que crucé las rejas me vi completamente superado. Después en la relación con los reclusos, en las preguntas que te hacen sobre el mundo que está fuera, me di cuenta de que en la vida, en la realidad, siempre hay algo extraordinario que a veces damos por descontado. Mi exigencia de verdad, de felicidad y de bien, se ve ampliada. Les ayudo a ellos, pero es un bien para mí».
Concretamente, los universitarios les procuran información sobre los planes de estudio, proveen los textos, toman contacto con los profesores para los exámenes y ayudan a los reclusos a adquirir un método de estudio. «Para nosotros los reclusos, sobre todo para quien como yo está en los bloques, es muy difícil concentrarse –cuenta Salvatore, matriculado en Ciencias políticas–. Tenemos mil preocupaciones: la familia, el sufrimiento por lo que ha sucedido. Estamos allí solos delante de nuestro libro. Pero con ellos no se habla sólo de los estudios. He pasado un momento crítico y cuando se dieron cuenta, de forma discreta, hablamos de ello y me sostuvieron. La herida del propio error permanece siempre abierta, a veces te haces a ella, otras veces sabes que la llevarás dentro toda tu vida». Hasta puede pasar que las posiciones se inviertan. Precisamente Salvatore había convencido a Andrea para preparar el examen de Derecho laboral «porque, fíate, es muy interesante». Resultado: se pusieron a estudiar juntos. «La primera vez que fui a verle estaba estudiando Derecho público –interviene Andrea, de Derecho–. Entonces hubo una crisis de gobierno. Él estaba pegado al televisor, siguiendo los informativos que podían ayudarlo a comprender la materia de estudio. Tenía una pasión por comprender y una capacidad de medirse con la realidad concreta que para mí está a años luz».
Estudiar en los aseos
Cuenta Giacomo, matriculado en Ciencias políticas: «Mirándoles, lo primero que he descubierto es que hay una forma distinta de estudiar. Cuando te dicen que el único sitio donde pueden leer tranquilamente el libro de examen, porque su compañero de celda siempre tiene la televisión encendida, es sentados en la taza del baño, por lo menos te paras a pensar cuánto tiempo desperdicias. Nos encontramos con personas que han cometido un delito, la mayoría de las veces muy grave, pero la relación con ellos no puede depender de eso. Del mismo modo, cuando emergen más claramente mis defectos, entiendo mejor que esto no puede ser lo que me determine en todas las relaciones. Está claro que yo no resuelvo sus problemas de estudio porque, como ha pasado con Salvatore, a lo mejor surge algún imprevisto y saltas varias citas... y él ha tenido que hacer el examen solo. Es un tramo de camino que compartimos». «Sí, pero me hiciste llegar los apuntes igual», se ríe Salvatore.
Apuntes, libros, publicaciones. Michele, representante de los estudiantes en su facultad, para encontrar el material que necesitan sus amigos de Due Palazzi escribe en el Forum de la facultad: «Busco apuntes de las lecciones de Derecho público para examen». La caridad estimula la creatividad.
El olor de la libertad
La mayor parte de los “universitarios” del centro penitenciario no son jóvenes estudiantes. Sobre sus espaldas pesan graves condenas. Volver a los libros es un intento de cambiar la propia vida tras los muros de la cárcel. Como para Mario, que ha pasado la enseñanza secundaria y el bachillerato en distintos centros penitenciarios, y ahora está matriculado en el segundo año de la facultad de Letras. «En estos años me he convertido en un compañero de estudios de mis hijos. En nuestras cartas hablamos también de exámenes y evaluaciones. Ellos son mis joyas, mi punto de referencia. Cuando estos universitarios vienen a verme les hablo de ellos. La relación entre nosotros se ha vuelto amistosa. También está el estudio, pero se discuten muchas otras cosas. Se lo decía en una ocasión: “Cuando venís, traéis esa frescura, esa simpatía que hay allí fuera y que aquí nos falta. Traéis el olor de la libertad”».
La Iglesia enseña que visitar a los presos es una obra de misericordia corporal, por tanto que beneficia sobre todo a la persona que la hace.
Para Giacomo, Michele, Andrea y los demás ya es así.
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