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Huellas N.7, Julio/Agosto 2013

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

EL VERANO QUE ME CAMBIÓ
El pasado verano estuve estudiando para presentarme al examen de matemáticas en septiembre. Cuando aprobé el examen, estaba muy contenta, aunque en el fondo había algo en mí que no cuadraba. Quise taparlo y disfrutar del resultado de aquel examen. A la semana siguiente, fui a pasar unas vacaciones con mi familia a la isla de La Gomera, en un hotel, algo que para mí era el no va más. Yo debía estar contenta porque no fue para nada un verano aburrido: había aprobado el examen, había ido a un hotel por primera vez, me lo había pasado muy bien con mi familia. Sin embargo, cuando venía en el barco de regreso a Tenerife, empecé a llorar sin consuelo alguno. ¿Por qué lloraba? Había tenido un verano espectacular, pero me sentía vacía y necesitada y me cuestionaba preguntas como: ¿Quién soy yo? ¿Quién me quiere a mí? ¿Quiénes son estas personas? Esta vez no quise taparlo, quise llegar hasta el fondo y hacer un juicio de lo que me estaba pasando. Ahí fue cuando me di cuenta que nada me bastaba, porque yo estoy hecha para algo más grande. Descubrí que el significado de mi vida es la relación con Dios, encontré las respuestas a todas mis preguntas, en ese momento me sentí realmente contenta y algo cambió en mí. Cuando llegué, al día siguiente empezaban las clases, un nuevo curso, nuevos profesores, nuevos compañeros…Y yo estaba cambiada, incluso los profesores me preguntaron que qué me había pasado, porque había mejorado mis calificaciones de una manera brutal. Y es que yo estaba contenta y las cosas me salían mejor porque había encontrado el significado de mi vida, y es por eso quiero hacer la confirmación para reafirmar esto que me ha sucedido, porque yo ahora sé que mi vida es de Otro con mayúsculas y por eso nada me basta, porque mi corazón es muy grande y desea un amor infinito que ni mis padres, ni mi familia, ni mis amigos pueden satisfacer.
Sonia, Tenerife (España)

DOS MANOS QUE SUSTENTAN SUS BRAZOS
Durante una mañana de prácticas en el hospital, a unos compañeros y a mí se nos solicitó que examináramos y entrevistáramos a un nuevo paciente que ingresaba a la unidad de medicina interna. Se trataba de un joven de 26 años a quien hace algunos meses le habían diagnosticado un cáncer muy avanzado. Estaría en nuestra unidad por dos días, para realizarse un tratamiento de quimioterapia y luego ser trasladado a otra unidad. Al conversar con él acerca de su enfermedad nos contó que recientemente una doctora le había informado la presencia de una posible metástasis en uno de sus pulmones, lo cual oscurecía aún más su diagnóstico. Tenía los ojos llorosos y le preguntamos qué sentía y qué pensaba sobre su situación. Con mucha angustia –golpeando la pared con sus puños– nos dijo que sentía rabia de la vida. Tenía una hija de 5 años y deseaba verla crecer, deseaba estudiar, trabajar, viajar, compartir junto a su familia y vivir todo lo que a los 26 años aún puedes vivir. A esa edad, en efecto, la mayoría de las personas aún tiene –o cree tener– una vida entera por delante, sin embargo para él la vida era una triste estafa. Era probable que muriese en el transcurso del año y muy poco de lo que deseaba vivir se cumpliría. Por al tarde me llamó mucho la atención el hecho de que, si bien todos habíamos quedado muy afectados con la situación, mis compañeros en el fondo compartían la impresión del joven: efectivamente la vida era una triste estafa. Había que acompañarlo, tratarlo bien y preocuparse por él, pero sólo para que la estafa no fuese aún más penosa. En ese momento me detuve a recordar el camino recorrido con mis amigos de la Parroquia y del Movimiento durante los últimos años: aunque todo parecía indicar que en circunstancias extremadamente difíciles la vida es una estafa, yo había descubierto que incluso dificultades más complicadas y el dolor pueden ser abrazados por Cristo y no definen la vida de una persona: mi propia experiencia indicaba que incluso se podían convertir en una ocasión de relación con Él. No en un fraude. Seguí el consejo de un amigo a quien le había comentado mi deseo de regalarle a este paciente algo que le hiciese descubrir –o por lo menos sospechar– que la vida no es un fraude. Antes de que lo cambiaran de unidad y perdiera contacto con él, le llevé de regalo un crucifijo. Al entregárselo le pedí que me dejara explicarle por qué le regalaba aquello. Así le mostré que en la figura que le estaba entregando se apreciaba a Cristo crucificado, pero que tras él se podían ver dos manos talladas que sujetaban sus brazos. Precisamente esas manos que lo sostenían hacían que su sufrimiento no fuese la última palabra en él, ni un sin sentido. El paciente se conmovió mucho y dijo que en el fondo, a pesar de la rabia, no había logrado erradicar de él el deseo de que –aún en esas condiciones– todo tuviese un sentido. No le bastaba con que las enfermeras y los médicos lo trataran bien y fuesen muy amables si, en el fondo, lo hacían pensando en que su vida estaba definida por las circunstancias desafortunadas y absurdas que le tocaba vivir. A pesar de no entender el porqué de las circunstancias que vivía, esperaba con ansias que alguien de pronto le afirmase que el cáncer no lo era todo, deseaba saber que por lo menos existía alguna posibilidad de que su vida no fuese una mala jugada del destino y que había algo más que quizás él no estaba viendo. La semana posterior a conocer al joven enfermo de cáncer se realizó la exposición sobre Jérôme Lejeune, el descubridor de la causa genética del Síndrome de Down. Fui invitada a participar como guía en la exposición de paneles y, por lo mismo, debí aprender sobre su vida y las relaciones que el sostenía con sus pacientes. Durante el trabajo para aquella exposición me llamó mucho la atención el hecho de que en los niños con síndrome de Down fuese tan evidente, incluso para ellos, su dependencia de alguien que los ayudase a crecer y los mirase más allá de su problema genético o que incluso los defendiera ante las propuestas de aborto. Recordando al paciente con cáncer y a mi misma en el trato diario con los enfermos, la realidad de los niños con síndrome de Down me interpeló: pensé que nosotros somos tan dependientes como ellos de Alguien que nos mire y nos dé solidez frente a los acontecimientos de la vida. Nos resulta más difícil que a los niños Down recordarlo, pero en situaciones como el cáncer o la proximidad de la muerte se hace inevitablemente evidente que, solos, las circunstancias nos aplastan y parece que la vida nos esté estafando. También me conmovió mucho lo que hacía posible que Jérôme Lejeune mirara a sus pacientes más allá de su enfermedad. En efecto, él afirmaba que –a pesar de todas las dificultades que conlleva el síndrome– la existencia de esos niños no es una estafa para sus padres ni para ellos mismos. Y podía afirmarlo porque había descubierto que su valor –y por lo tanto el de los niños– era el hecho de haber sido amados desde antes, con todas sus características. En la relación que él tenía con Cristo, se abría la posibilidad de mirar a sus pacientes de forma sincera, sin dejarse abatir por las complicaciones de las enfermedades que estos presentaran. Dos semanas después volví a ver al paciente con cáncer en el hospital, estaba allí para continuar con el mismo tratamiento. Las circunstancias eran muy similares y el dolor era el mismo. Pero esta vez tenía el crucifijo que le había regalado colgando en su cuello y sonreía.
Cristina, Puente Alto (Chile)

CIERTAS RESONANCIAS ELOCUENTES
En este mes de junio han sido ordenados diáconos dos amigos nuestros Santi y Rafa. Ha sido la oportunidad, primero, de ver la potencia del Señor en sus vidas, y también en la nuestras, gracias a una indicación de Javier Prades cuando Rafa iba a entrar en el seminario, con la que nos invitaba a acompañarle en este camino, por el bien de Rafa y por el nuestro. Efectivamente, podemos decir que estos años han servido para crecer en la conciencia y certeza de la presencia de Cristo en nuestra vida. Para ver, conmovidos, el diaconado como una forma concreta de dar la vida al Señor (a lo que estamos llamados todos en las circunstancias que cada uno tiene). También el hecho de la ordenación ha sido un momento de especial relación con el Señor, en los días anteriores y posteriores, teniéndole en la mirada en los momentos más cotidianos (comprando lo necesario para la fiesta o recogiendo al día siguiente), un momento que ha hecho crecer nuestra fe como dice don Giussani: «La fe es una forma de conocimiento que está más allá del límite de la razón porque capta una cosa que la razón no puede captar: “la Presencia de Jesús entre nosotros”, “Cristo está aquí ahora”. La razón no puede percibirlo como percibe que tú estás aquí, sin embargo, no puedo dejar de admitir que está porque hay un factor que determina esta compañía – que produce ciertos resultados en esta compañía, ciertas resonancias–, tan sorprendente que, si no afirmo que hay algo diferente, no estoy dando razón de la experiencia, porque la razón es afirmar la realidad experimentable según la totalidad de los factores que la componen, con todos sus factores. Puede haber un factor que la compone cuyo eco se siente, cuyo fruto se percibe, cuyas consecuencias se ven también, pero que no se logra ver directamente. Si digo “entonces no está”, me equivoco, porque elimino algo de la experiencia, y dejo, por tanto, de ser razonable». En la fiesta participaron muchos amigos italianos (que tanto nos han acompañado y hecho crecer), como otras amistades alejadas de la vida de la fe, que reconocían en última instancia, un bien en la vida de nuestros nuevos diáconos. Por último, destacar lo que ha supuesto para nuestros hijos, a quienes les ha despertado preguntas sobre la vocación (viendo una forma diferente de vida a la de la familia) y por tanto, siendo una oportunidad para hablar con ellos de lo que más importa en la vida, y para estar atentos a lo que la realidad suscita en ellos. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
El grupo de Fraternidad de Rafa y Santi, Madrid (España)

¿POR QUÉ ME HACES ESTO?
Este curso ha estado marcado, en lo que se refiere a mi trabajo, por los acontecimientos eclesiales que todos conocéis. Contar a través de la radio y de mis artículos la renuncia de Benedicto XVI, la elección de Francisco y sus primeros meses, ha sido mucho más que un gran desafío profesional. Ha sido un desafío a mi humanidad. En primer lugar debo reconocer que he sufrido (quizás más de la cuenta). La renuncia del Papa Benedicto fue un golpe en la boca del estómago. Hice dos horas de radio en directo con un nudo en la garganta, sin saber qué había detrás, sin información… tragándome las lágrimas y empezando a repartir mandobles a los que ya empezaban a sembrar cizaña. Os parecerá infantil o presuntuoso, pero lo primero que me venía a la mente era preguntarle: ¿por qué me haces esto? Y al Señor: ¿por qué lo permites, cuando más lo necesita tu Iglesia? Llevo casi treinta años discutiendo estas cosas con Él… Llegó la carta de Julián subrayando la libertad del Papa y su afirmación de que sólo Cristo basta para satisfacer el corazón. Y aquello estaba muy bien, pero no me parecía bastante. Creía que era preciso analizar otras cosas, entender el trasfondo, calibrar el futuro. Por otra parte sentía como una punzada el reclamo a vivir las circunstancias como parte esencial de mi vocación, tanto más porque esta circunstancia afectaba directamente a mi trabajo y más allá: a mi propio perfil público, dado que tanta gente preguntaba y observaba qué decía yo sobre todo lo que estaba sucediendo. Es cierto que las semanas finales de febrero fueron una luz y un consuelo impresionantes. Las jornadas finales del pontificado me llenaron de gratitud y de consuelo, hasta el punto de disolver mis reticencias. Fueron días de una exigencia enorme, pero viendo al Papa era muy sencillo decir “ahí está Jesús” y sentirme seguro. Recordé las palabras de Giussani retomadas por Julián: “el cristiano no está apegado a nada más que a Jesús”. ¡Cuánto me cuesta desapegarme de las cosas penúltimas, de las formas precarias con que el Misterio me ayuda, pero que son eso, signos precarios! Y el Papa al que tanto he amado lo había hecho de un plumazo. Reconozco que la llegada de Francisco supuso otra convulsión. Las primeras imágenes y las primeras palabras me provocaron desconcierto; las reconstrucciones interesadas y manipuladoras de los medios, irritación y amargura. De nuevo la gente me preguntaba, no pocos también desconcertados. En aquellas horas fue la pertenencia carnalmente vivida, la mentalidad educada por el carisma, la memoria de lo que Dios ha hecho y hace en nuestra historia lo que me permitió no perderme, incluso mantener el equilibrio psicológico. De nuevo me fijé en las palabras de Julián, que señalaba que Francisco no quiere tener otra riqueza que Cristo y no conoce otro modo de comunicarla que el simple testimonio de la propia vida. Era lo mismo que Benedicto XVI había proclamado con su gesto: que la Iglesia sólo es de Cristo. No penséis que cedí fácilmente a todo esto: pero dentro de esta compañía, escuchando a los que son más grandes, aceptando una franca confrontación con los gestos y las indicaciones, entrando con esta hipótesis que ofrecía Julián, fui abriendo brecha, ensanchando mi propia razón, descubriendo cada vez más quién es Francisco, qué significa para este momento de la Iglesia y del mundo… hasta captar con paz y alegría el paso de la Iglesia en nuestra historia. El dolor inicial, la tensión y la fatiga experimentados, no se han quedado en eso; realmente todo lo que ha sucedido ha sido para mí “un hecho de vida”, no una materia de análisis. Vivir la fe ha consistido en obedecer a esta circunstancia privilegiada, entrando en ella con la razón y el afecto modelados cada día por mi pertenencia. Así se ha hecho más amplia mi libertad, más incisiva mi razón, más pacífica mi adhesión.  
José Luis, Madrid (España)

CÓMO SE PUEDE VIVIR
Como dije hace un tiempo atrás, cuando ya se terminaban las clases y estábamos en época de finales y sentía que esta etapa de bachillerato estaba culminando. Estos cuatro años no se quedan atrás, sino que los llevo dentro de mi corazón porque en ellos fue que pude comenzar a comprender de qué se trata la vida. Estos cuatro años me han formado como ser humano, me han llevado a reconocer tantas cosas que se pueden resumir en que la vida tiene sentido. He reconocido que soy infinitamente amada, que la realidad y todo lo que hay en ella han sido hecho para mí, que detrás de cada cosa existe Algo más grande, que al fin y al cabo todo tiene sentido y que la espera en la que a veces nos encontramos por encontrar ese sentido, que a veces puede ser dolorosa, se tiene que vivir hasta el fondo, hasta la última consecuencia para poder entenderla. He visto cómo este Amor tan grande se hace presente en la realidad, toma forma y se hace carne para hacerme saber que valgo por quién soy, no por lo que tengo o hago; valgo así con todos mis defectos, mis errores, mis angustias y también con mis fortalezas, mis logros y mis alegrías porque ama todo lo que soy. He visto cómo ese Amor es tan inmenso que es capaz de hacer todo por mí. Y esto no se me ha revelado en un sueño, ni en segundo de epifanía, ha sido en un caminar de cuatro años. Tampoco lo leí, ni lo escuché de otra persona: lo fui entendiendo compartiendo con gente igual que yo. Jamás pensé que iría a estudiar a la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, siempre quise estudiar en la UPR (la universidad estatal), pero en la Católica me ofrecieron pagar mis estudios y la oferta fue tan tentadora que allí comencé mis estudios universitarios en 2009. Comencé en el Programa de Honor Institucional y en la primera semana de clases tuvimos nuestro primer encuentro con el Dr. Giuseppe Zaffaroni. En realidad no recuerdo bien cuál fue la cita que nos dio para provocarnos, pero sí recuerdo que le funcionó. Siempre iba a los encuentros con Giuseppe hasta que me invitó a un retiro de Cuaresma y accedí a ir, aunque no imaginé cómo iban a ser esos días. Lo que allí se discutió me conmovió mucho y recuerdo que les dije a las personas que me rodeaban que jamás había compartido con personas como aquellas ni escuchado testimonios tan sencillos y reales como los que escuché de Aura y Michy. Y así me fui integrando en la Escuela de Comunidad, y allí escuchaba cosas tan reales que siempre volvía a ese lugar para escuchar lo que tenía que decir aquella gente, Génesis, Wadi, Fabrizio, Marienid, Juan, Giuseppe… Y en mi segundo año de bachillerato, aún con todo el enredo que tenía en mi cabeza, seguía asistiendo a la Escuela de Comunidad y a veces me preguntaba por qué no era feliz, por qué a pesar de todo mi esfuerzo nada encajaba. Llegó el verano de 2011 y me encerré a estudiar para el MCAT (examen de admisión a la Escuela de Medicina, a la cual se accede después de cuatro años de universidad) y esa gente de la Escuela de Comunidad no se olvidaba de mí y me invitaban a ver alguna película, o a la playa o simplemente a la Escuela de Comunidad y yo estaba allí. Quiero decir que en realidad hubo veces que fui por cumplir pero mi corazón siempre quería escuchar lo que tenían que contar esas personas, cómo vivían, que veían en lo que hacían, qué les angustiaba y qué cosas les maravillaba y todo eso lo guardaba y siempre deseaba poder experimentarlo. Hasta que Génesis enfermó y fui a verla al hospital y allí me pidió que leyéramos juntas el capítulo quinto de El  Sentido Religioso de don Giussani  titulado: “El sentido religioso: su naturaleza”. El día anterior había recibido mis resultados para el MCAT, y lo había pasado con una muy buena puntuación y estaba muy alegre, pero ya ese día, el día que fui a ver a Génesis al hospital, no estaba feliz. Entonces leímos un fragmento de los Pensamientos del poeta Leopardi: «El no poder estar satisfecho de ninguna cosa terrena… ni de la tierra entera, el considerar la incalculable amplitud del espacio… y encontrar que todo es poco y pequeño para la capacidad del propio ánimo… y sentir que nuestro ánimo y deseo son aún mayores que el mismo universo… me parece el mayor signo de grandeza y de nobleza que se pueda ver en la naturaleza humana». Y esto que dijo Leopardi siglos atrás era lo mismo que yo estaba sintiendo en aquel momento, porque a pesar de que ya había pasado aquel examen que me aseguraba poder entrar a una escuela de medicina y poder convertirme en una doctora y dedicar mi vida a la medicina, como había querido tanto, no bastaba. Mi corazón seguía sintiendo ese vacío, o más bien esa inquietud de siempre y no podía decir con sinceridad que era feliz. Pero Génesis, en aquel cuarto de hospital y en aquel gesto de querer compartir esta lectura conmigo, había despertado en mí una alegría inmensa. Gracias a la humanidad de tantos amigos he reconocido a Otro, he reconocido el Amor tan infinito que Dios me tiene, porque así la vida tiene sentido, cuando reconoces que eres Amado.
Natalia (Puerto Rico)

¿CÓMO GUARDARNOS ESTE TESORO?
Estoy a punto de acabar mis prácticas en un Banco en Luxemburgo. Ayer estaba acompañando a su casa a mi amiga croata, Kristina. Estábamos cruzando un puente, cuando vi a un hombre que hablaba con una chica de unos treinta años, creo que de Luxemburgo, que estaba al otro lado de la barandilla. Me acerqué porque no sabía bien si eran amigos o no, si estaban bromeando. En cuanto llegué allí, me di cuenta de que no era una broma. Con mi pobre francés intenté preguntarle a la chica qué le pasaba. Estaba borracha y hablaba con dificultad, pero la entendí perfectamente. Me dijo: «Nadie me ama». Le contesté que, por favor, me diera la mano y pasara a este lado de la barandilla, que daríamos un paseo juntos. Ella se dejó caer. La agarré y otros transeúntes trataron de ayudarme, pero fue inútil. Se cayó al vacío. Un ruido sordo y nada más. Luego, la policía. ¡Nadie me ama! Me llevaré dentro ese rostro y esa frase hasta el final de mi vida, junto con la herida de no haber sabido amarla de manera que ella lo sintiera. No vale la pena vivir si no te sabes amado. La felicidad que mi corazón anhela está en la relación con un amor, que por experiencia llamo Jesucristo. Hemos recibido la gracia de este Amor sin medida, desproporcionado, que el mundo busca a tientas o alocadamente. ¿Cómo guardarnos sólo para nosotros este tesoro? Tenemos que gritar al mundo que Cristo ha resucitado, salvándonos a todos, también a ella, que ha sido mi compañera durante cinco minutos de mi vida. El suicidio de esta “amiga mía” ha avivado en mí la conciencia de que el amor de Dios me rodea por todas partes. ¡Somos amados, cada uno de una manera inconfundible! Pidamos por esta chica y por todos los que necesitan conocer a Cristo.
Alberto, Barcelona (España)

¿CUÁL ES EL VALOR DE UNA VIDA DESGASTADA?
Ayer se suicidó una paciente mía, mientras estaba ingresada en el hospital, se tiró por la ventana. Tenía 85 años y se sentía inútil, una carga para los demás, y creo que simplemente se ha querido quitar de en medio. Y sin embargo para mí no se ha quitado de en medio, de hecho desde entonces no puedo dejar de pensar en lo que ha pasado y de rezar por ella. Pero, ¿cómo es posible? ¿Cómo puede ser que una viejecita que caminaba con dificultad tome una decisión así? Pienso en la gran tristeza, falta de esperanza y soledad que debía embargar su alma, así como en toda nuestra incapacidad para darle lo que ella necesitaba… ni siquiera lo intuimos. Sí, le pusimos una pastilla antidepresiva, pero, ¿esto responde al drama de la vida? ¿Cuál es el valor de una vida desgastada, ya mayor, cansada, enferma, necesitada de ser cuidada, incluso dependiente para tener la comida de cada día? Ninguno, salvo que sea querida, que un corazón suspire por volverla a ver, y que ella espere esta mirada, salvo que haya uno que la espere, y ella le espere a él. Sin darnos cuenta, nuestro corazón suspira por un amor que no se acabe nunca, por el verdadero Amor. Le pido al Señor que me haga instrumento de su amor. Que a través de mis ojos pueda mirar Él a mis pacientes, que a través de mis manos pueda cuidarlos Él. Porque no hay nada que necesiten más que a Él. Y no hay nada que necesite más yo que ser instrumento suyo.
Inma, Madrid (España)

POR TI, JANET
UNA DULZURA IMPOSIBLE DE IGNORAR
Soy ingeniero de profesión. Mi esposa Janet está enferma, padece un cáncer en el cerebro y estamos ahora en la fase de cuidados paliativos. Debido a las cirugías a las que fue sometida el lado izquierdo de su cuerpo está paralizado, por lo tanto algo tan simple como ir al baño se torna bastante complicado. Por recomendación médica, Janet necesita acompañamiento durante las veinticuatro horas del día, así que con mis hijos Daniela María y Pablo Esteban organizamos turnos de seis horas para atenderla y aunque pusimos todo nuestro empeño, al cabo de unas semanas el cansancio en cada uno de nosotros era notorio. En estos días sin embargo, ha sucedido algo que normalmente diríamos no tiene mayor trascendencia, pero en lo que estoy viendo un milagro cotidiano, de esos que no son apabullantes. Se trata de una sencilla religiosa, una joven y bonita monja de las Siervas de María, la hermana Estefanía, natural de Costa Rica que irradia en todo lo que hace una dulzura imposible de ignorar. Esta hermana ha llegado a nuestra casa y se ha ofrecido a cuidar a Janet algunos días a la semana en el turno de 9:00 p.m. a 5:30 a.m. ella ha traído a Janet mucho más de lo que mis hijos y yo lográbamos darle, ella la ha acogido, la ha consentido y le ha dado una ternura enormes. Viendo este afecto tan grande y tan dulce no nos queda más que admirarlo y reconocer en esto un signo de Su presencia. Una gratuidad inesperada, y al mismo tiempo tan correspondiente con el deseo que está en lo profundo del corazón de cada uno de nosotros. Y hoy, que estoy decantando lo vivido en nuestro retiro de Fraternidad puedo decir que «la fe reconoce una Presencia». Por esto amigos, os pido que recemos a don Giussani por la sanación física y espiritual de Janet y para todos nosotros, la gracia de la fe.
Osvaldo, Bogotá (Colombia)

Caritativa
QUERER ENTENDER ME MANTUVO FIEL
Vamos a un hogar de abuelitos, cada quince días. Las primeras veces fue muy complejo para mí y muy bello. No lograba entender lo que decía una chica cuando nos reuníamos poco antes de la caritativa. Ella afirmaba que no sabemos amar y nos recalcaba que no olvidáramos el verdadero sentido de la caritativa, que es precisamente el aprender a amar. Al principio nunca entendí eso, pasé meses sin comprenderlo. Precisamente el querer entender fue lo que me mantuvo fiel a esta propuesta. Me preguntaba también qué era lo que movía a estas personas a seguir yendo. Porque nosotros vamos a ver a los abuelitos, pero no es nada excepcional. Yo voy y comparto un rato con ellos. Sólo se trata de escucharles, estar con ellos, sentada a su lado. Podríamos estar los dos sentados y callados sin saber qué decir, en silencio. Me interesa hacer mía la experiencia que compartió una joven, cuando describió aquello que la caritativa le estaba enseñando: «Aprendí a escuchar la presencia del otro». La misma presencia del otro, el don que es.
Con un abuelo, don Luis, hablé solo una vez, pero nunca se me ha olvidado. Yo llegué y él estaba despierto, pero sentado muy cómodo, como si estuviera durmiendo. Yo me acerqué y lo saludé. Él pareció como despertarse, se sentó bien en la silla y me empezó a hablar con alegría. Se reía y hacía sus expresiones muy exageradamente... sólo me quedaba reírme con él y le escuchaba. Cuando ya nos teníamos que ir, me agradeció por ese momento que pasé con él. Me maravilló tanto cuando me lo dijo, me emocionó mucho la forma en que lo hizo... Ese caballero tenía algo en la mirada. Todavía me acuerdo de esos ojos. En ese momento me llamó mucho la atención esa mirada, pero no la identifiqué. Sin embargo, ahora reconozco que mi mirada se reflejó de alguna manera en sus ojos. Me había identificado con este abuelo, me había visto reflejada en toda su miseria, en su necesidad de hombre. No había estado preocupada de si tenía delante alguien que había sido un buen padre de familia, ni si tenía delante alguien que había sido un borracho, un drogadicto, un homicida. No importaba esto, porque por encima de cualquier juicio, prevalecía su valor, lo realmente importante. El verdadero valor no reside en las acciones, ni en la historia de la persona. Si fuera así estaríamos todos condenados. En cambio, la vida y sus acontecimientos no me pueden definir: yo sé, yo tengo la certeza de que hay una verdad de mí misma, una verdad –es decir Alguien– que mira más allá de toda mi miseria y me abraza. Aquel día vi –con sorpresa– que esta conciencia de mí misma había desbordado en la mirada que le ofrecí a don Luis. Y la vi reflejada –fue como si me hubiera rebotado– en su alegría. Descubrí más que necesito mirar hasta el fondo de todo hombre, mirarle por entero, tal como yo he sido mirada.
Dania, Puente Alto (Chile)

El Padre Bendito lleva en Cuba 21 años entregando su vida como misionero y recibe la revista que le envía un querido amigo de Madrid. En una carta reciente escribía estas palabras. Creo que nunca le comenté lo que la revista Huellas me está haciendo descubrir. Entre los testimonios, los reportajes más diversos en los que desfila la política, la economía, el arte, la cultura... toda la realidad humana pero siempre desde Cristo y orientado a Cristo, la acción tan extraordinaria que realizan los miembros de CL en las diversas partes del mundo, la implicación de personajes de diferentes razas, religión, ideologías... Todo esto me hace sentir que la Iglesia está viva. Esta Iglesia tan machacada por los medios de comunicación, tan perseguida incluso en nuestra "católica" España. Y me confirma que el mal hace mucho ruido, pero hay un sustrato de vida verdadera, de personas comprometidas con la verdad, con Cristo, que son la esperanza de nuestro mundo. Una vez más, tengo que agradecerle ese sacrificio de cargar con tanto peso para hacérmelo llegar. Sólo sé decir, «que el Señor se lo pague». Y sé que lo hará.
Bendito, OP (Cuba)


Eres abismo hondo
penetrado de arco iris.

Cándido
profundo en hendiduras
resplandecientes de risas, canto y lágrimas.

Pasión y súplica.

En el confín
eres sima dulce y salvaje,
¡eres un gran amor!

Abrazas mi ser...

¡Es tu honda incógnita
la que ama!

Eres misterio denso,
belleza quieta y susurrante
Tú hablas de
Otro eterno

Signo irreductible
de aquel que empezó esta crónica
cuidando comas y azares
hasta llegar a hoy

Presencia imprevista
inquietante
eco amoroso
que horada la distancia
que me aleja del infinito.

Extraña contemporaneidad,
entenderla es dejarse amar
es dejar al sol ocultarse en mí.

Como el mar
al sol del crepúsculo

es rendirse a lo inconmensurable.

Es el sí de María...
(Valeria León)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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