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Huellas N.7, Julio/Agosto 2013

ACTUALIDAD / Plaza Taksim

La otra Turquía

Marta Ottaviani

Un giro autoritario ha marcado los últimos años de gobierno de Erdogan. Muchas señales de alarma, hasta que la impaciencia de la gente ha estallado en las calles, sacando a la luz una amplia «oposición» fuera del Parlamento. Y, junto con esto, la debilidad del poder. En un país que ya no volverá a ser como antes

No ha habido una Primavera turca e incluso la comparación con el movimiento Occupy Wall Street sería en parte engañosa. La verdad es que por primera vez el Primer Ministro turco Recep Tayyip Erdogan se ha enfrentado a una oposición, que todavía no tiene una forma política, pero que le ha hecho comprender de manera clara que su liderazgo en el país ha dejado de ser indiscutible.
Durante tres semanas, decenas de miles de personas se han echado a las calles de manera espontánea, sin temer una represión policial que ha sido brutal y que ha llamado la atención de los observadores internacionales por el grado de crueldad que ha alcanzado.
La protesta en el único país de la Media Luna con vocación europea, aunque no se sabe por cuánto tiempo aún, ha asombrado al mundo, sobre todo por un motivo. Desde hace tiempo Ankara aspiraba a situarse como punto de referencia para el Mediterráneo oriental y meridional, en el que los dos buques insignia eran la estabilidad política proporcionada por elecciones regulares y el crecimiento económico. Una imagen que se ha derrumbado como un castillo de naipes en el transcurso de tres semanas, con el primer ministro Erdogan obligado a usar la fuerza y una democracia que ha mostrado toda su fragilidad.
Sería un gran error pensar que al Primer Ministro le hayan pillado por sorpresa las manifestaciones. El germen del descontento maduraba desde hace tiempo; su error ha sido no escucharlo. En los últimos meses, había habido varias protestas contra Erdogan en distintas universidades del país. En todos los casos la reacción de la policía había sido muy violenta y algunos estudiantes acabaron detenidos y se enfrentan incluso a tres años de cárcel.
Pero hubo también una acción más rastrera, registrada solo a grandes rasgos por la prensa extranjera y perfectamente reconocible a partir de junio de 2011, cuando Erdogan ganó por tercera vez consecutiva las elecciones, superando el 50% del consenso. Desde ese momento empezó el giro autoritario del Primer Ministro, que ha llevado al estallido de la protesta el pasado 31 de mayo.
Son varias las etapas que han alimentado la intolerancia de la gente. La primera señal de alarma saltó seguramente con la reforma de la educación, que vio la luz inmediatamente después de la victoria electoral y que permite enviar a los propios hijos a las escuelas coránicas desde la edad de 10 años. La medida no fue bien acogida, sobre todo en algunas grandes ciudades turcas, donde numerosas familias han visto a sus propios hijos inscritos de oficio en las escuelas vocacionales. Después llegaron las repetidas llamadas de Erdogan para que las mujeres tuvieran al menos tres hijos, invitación que ha sido considerada una intromisión directa en la vida privada de la población. Por último, justamente unos días antes del inicio de la protesta, el Parlamento aprobó la nueva normativa sobre la venta de alcohol, según la cual ya no será posible beber cerveza y similares desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana, ni a menos de 100 metros de escuelas y mezquitas. Una vuelta de tuerca justificada con el empeño en salvar a las jóvenes generaciones de la plaga del alcoholismo en un país en el que el 85% de la población declara no haber bebido nunca alcohol.

La gota. Las obras en la plaza Taksim, el corazón de la Estambul que vive a la manera occidental, para construir un centro comercial y una mezquita, han sido la gota que ha colmado un vaso lleno desde hacía tiempo, llevando a la plaza a millares de personas de distinta extracción política e historias diferentes, todas ellas dispuestas a decir no al Primer Ministro. Con consecuencias que a largo plazo podrían resultar muy graves.
«Erdogan ha perdido», explica a Huellas Cengiz Aktar, profesor de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Bahcesehir de Estambul: «Ha intentado una prueba de fuerza contra la población, pero en realidad su Gobierno ha mostrado toda su debilidad. Ha querido mantener una postura intransigente a toda cosa. No se ha dado cuenta de que existe una parte de la nación que ya no está dispuesta a soportar su conducta. Entre la gente reunida en la plaza, hay también muchas personas que votaron a Erdogan y que ahora están decepcionadas con su conducta, o ya no tienen ninguna intención de renovarle su confianza».
También en la prensa más pro-gubernamental han aparecido críticas, aunque más matizadas. «La verdad es que Erdogan se ha disparado él solo un tiro en el pie», ha escrito el diario Zaman: «Ha logrado crearse una oposición fuera del Parlamento cuando en la asamblea estaba claro que nadie podía oponerse a él. Ha subestimado la situación y no ha tenido en cuenta las tensiones que podrían derivarse de su gestión de la protesta».
Para el Primer Ministro se trata seguramente del momento más difícil desde que llegó al poder en 2002. Erdogan en los próximos meses que llevarán a las elecciones administrativas y presidenciales, previstas ambas para 2014, deberá tener en cuenta las tensiones internas y externas a su partido. En casa, en el AKP, el Partido islámico-moderado de la Justicia y el Desarrollo, fundado por Erdogan, se palpa la tensión y en las últimas semanas, por primera vez, hay quienes se han atrevido a cuestionar su liderazgo.
Además está la plaza. Por las calles de Estambul y de las principales ciudades de la Turquía moderna se han manifestado por millares. Se ha tratado del primer gran movimiento espontáneo y de masas de las últimas décadas, seguramente algo inaudito para Erdogan y destinado a dejar huella. Si hasta ese momento el Primer Ministro estaba habituado a ver como único opositor a una minoría parlamentaria poco eficaz, cuando no connivente con su partido, ahora sabe que una parte del país está dispuesta a volver a las plazas una y otra vez, para recordarle que algunos no están dispuestos a callar por más tiempo.

Plataforma común. A pesar del desalojo y la represión violenta, la protesta en Turquía no se ha detenido. Y ahora, más allá de organizarse en nuevas formas, podría asumir incluso una connotación política. Lo que para el Primer Ministro sería el mayor peligro. Algunos grupos ecologistas, mezclados con los movimientos políticos vinculados a ideologías socialistas están pensando seriamente formar un partido basado en el modelo de los Verdes alemanes del Bündnis 90/Die Grünen. En estas semanas se suceden los encuentros entre las diferentes personas que deberían componer dicha formación política. Las reuniones tienen lugar en secreto, para evitar las sospechas por parte de la policía, que sigue vigilando las calles de Estambul. El debate está siendo también impulsado por algunos de los referentes culturales de la ciudad, como la Universidad Bilgi y Bahcesehir.
«Debemos ver si logramos establecer una plataforma común», explica un responsable de uno de los movimientos ecologistas que prefiere permanecer en el anonimato: «En este momento contamos con una red de intelectuales dispuestos a apoyarnos, pero el verdadero desafía es comprender cómo podemos organizarnos sobre el terreno. Se necesita tiempo».
«No confundamos las plazas de Estambul o Ankara con las más periféricas, más controladas por los partidos políticos tradicionales y en las que se experimenta menos el clima de renovación», avisa Cigdem Toker en el periódico Aksam. Lo cierto es que Erdogan ya no logra atraer el consenso del que en otro tiempo se vanagloriaba. La consecuencia puede ser una radicalización de su partido, pero también la creación de nuevas identidades políticas. En todo caso, Turquía ya no volverá a ser como antes.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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