Sólo canciones, silencio y algunas lecturas. Víctor Hugo, Louis Aragon, Havel, Camus y Giussani. Cada noche se reúnen centenares de Veilleurs, nacidos sin ningún programa, a raíz de “las manifestaciones a favor de todos”. ASEX y ALIX, los dos jóvenes líderes del movimiento, cuentan por primera vez su recorrido desde la conversión de él a este despertar de humanidad que busca «un espacio para expresarse ante los demás»
Los antidisturbios se movilizan media hora después de la medianoche, cuando una veintena de personas ha atravesado ya Place de la République para situarse ante el ayuntamiento. Rodean al grueso de los manifestantes, todavía en el jardín del centro de la plaza. «No podéis seguir, es ilegal». Les piden que se disuelvan pacíficamente, pero ellos no ceden y los policías usan la fuerza, como otras veces en estas vigilias parisinas. «Vosotros id al metro, vosotros venid con nosotros». Cincuenta muchachos terminan la vigilia en la comisaría de Rue de l’Évangile, mientras otros esperan a que sus compañeros sean liberados. Unos días después estarán de nuevo en la calle, leyendo textos de Víctor Hugo o Louis Aragon, haciendo volar sus farolillos como pequeños dirigibles («símbolo de la esperanza , que supera todo obstáculo y llega a todas partes») y entonando L’Espérance, una canción scout que se ha convertido en su himno: «Reprends courage, / L’espérance est un trésor, / Même le plus noir nuage / A toujours sa frange d’or». «Recobrad el valor, / La esperanza es un tesoro, / hasta la nube más oscura / tiene sus flecos de oro».
Bienvenidos al mundo de los Veilleurs. Eran seiscientos la otra noche, que pasaron a la intemperie, con frío, entre velas encendidas y momentos de silencio, canciones y testimonios. Por el suelo, una hilera de cintas con frases que abarcan desde Gandhi a los padres de la patria. Filas ordenadas. Muchos jóvenes, pero también familias y hombres de cabellos blancos. Un par de chicos dirigen un gesto que se repite en las calles de París desde mediados de abril, cuando la “ley Taubira” sobre los así llamados matrimonios homosexuales entró en vigor después de meses de polémica entre los políticos y manifestaciones populares. Los franceses han salido a combatirla a la calle repetidamente: en noviembre, en enero, un millón de personas el 24 de marzo, cien mil el 15 de abril, y después el 26 de mayo. Una movilización que sorprendió al país por su imponencia y universalidad: en la calle había familias e intelectuales, católicos y laicos. Las llamaron Manif pour Tous, manifestaciones a favor de todos. La ley se aprobó y las Manif cesaron. Había que ver qué rumbo tomar. Y entonces aparecieron los Vellieurs. La primera noche eran veinte, después cien; después, poco a poco, su número fue creciendo cada vez más en París y extendiéndose a otras cincuenta ciudades, incluso fuera de Francia.
Un recorrido sinuoso. Se trata de un pueblo, en definitiva (por lo menos en lo que se refiere a sus dimensiones), guiado por un líder que nunca te esperarías: Axel, 25 años, la voz serena y aire más de buen chico que de agitador popular. Y con él, dirigiendo las vigilias, su novia Alix – apenas veinte años – y un pequeño grupo de compañeros de la misma edad. Axel explica a Huellas, por primera vez cómo y por qué han nacido estas vigilias. «No hay ningún programa, ninguna filiación política, ni se busca una “acción de masas”. La idea es simplemente crear un espacio donde se puede comunicar la propia expereincia personal. Creemos que vivimos en una sociedad libre y sin embargo nos hallamos en un contexto radicalmente contrario a la libertad: no hay espacio para la persona, para que uno mismo se exprese. Los Veilleurs han nacido para crear de nuevo estos espacios. Son un lugar de libertad».
Un lugar itinerante: los encuentros se producen en distintas plazas. Al principio cada noche, después cada semana, normalmente los miércoles, a veces los domingos. El lugar y la hora no se fijan hasta apenas una hora antes, boca a boca o a través de Facebook. Es una manera de despistar a la policía, que desde el principio no ha sabido bien cómo actuar en estos casos y a menudo ha seguido un camino difícil de encajar en una Francia que ensalza la liberté et fraternité: golpes de porra y arrestos. Aunque no haya realmente nada de ilegal en estas manifestaciones. Porque los Veilleurs no han hecho otra cosa que sentarse en el suelo, cantar juntos, leer poesías o pasajes de libros, darle la palabra al que quiera hablar de sí mismo, aplaudir en silencio moviendo las manos. Las concentraciones empiezan en torno a las nueve y media de la noche y terminan hacia la una. Siempre que los antidisturbios no disuelvan la manifestación. Cuando eso sucede, se encuentran con una resistencia pasiva al más puro estilo de Gandhi: nada de violencia, sólo canciones y brazos enlazados para dificultar el trabajo de los policías, que tratan de echarte de un lugar en el que tienes derecho a estar.
La prensa casi no se hace eco de ellos. Han sido ignorados o casi por los medios de comunicación una vez se han dado cuenta de que, más que ir contra los llamados “nuevos derechos”, los Veilleurs son apartidistas y no se dejan encasillar. Las primeras veces, han hecho acto de presencia algunos políticos, «buenas noches, soy el honorable fulano de tal…». «Si nuestros encuentros se convertían en un desfile de famosos, estábamos acabados», dice Axel. Entonces se endurecieron las reglas: tres minutos de palabra por persona y nada más. Uno se presenta diciendo su nombre y basta, «porque hay una estrecha relación entre el nombre de una persona y su vocación». Durante la cuarta vigilia, después de una muchacha («me llamo Marie, tengo quince años…), se puso en pie un diputado: «Soy Hervé…». «Nos quedamos pasmados. Había entendido de qué se trataba. Y así empieza a manifestarse cuál es el valor de la persona y de dónde viene su legitimidad. Esto derriba todas las barreras, cualquier “a priori”».
Algo que ni siquiera Axel podía imaginarse cuando empezó el recorrido sinuoso que lo trajo hasta aquí, signo de una inquietud que no se ve en la superficie pero que te marca: licenciado en Ciencias Políticas, después estudia Relaciones Internacionales en Ginebra, regresa de nuevo a París para cursar un Máster en Historia de la técnica mientras aprende a encuadernar libros. «Buscaba algo más concreto, que se pudiera hacer con las manos. Te pasas el día pensando, pero el deseo es mucho más vasto. Si no usas las manos, no puedes transformar las cosas. Y nuestra vocación es transformar la realidad». Se para, reflexiona un momento, y añade otra idea, que sorprende tanto como la primera: «En nuestra sociedad hay una separación entre los que piensan el sistema y los que transforman realmente la naturaleza, entre pensamiento y acción. Yo quiero volver a encontrar la unidad».
Even y el rastrillo. De madre pintora, padre empresario, familia católica aunque no especialmente devota, Axel se refiere a sí como «católico por tradición que en un determinado momento se convirtió». Nos habla de su encuentro con el padre Alexis Leproux y con EVEN, una vía entre movimiento y catequesis. «Nos encontrábamos una vez por semana para trabajar sobre algunos textos de oración u otros temas. Leíamos, hacíamos preguntas y debatíamos, en grupos de quince. Después, nos reuníamos todos en la Iglesia para un momento de meditación». Sigue en EVEN dos años más, uno estudiando el Evangelio y otro de compromiso misionero. EVEN ha conquistado al menos dos mil jóvenes sólo en París, 880 de los cuales están en la parroquia de Axel, la centralísima Saint-Germain-des-Prés: «Fue para mí un recorrido trabajoso, pero fundamental. No era consciente de las implicaciones de la fe. Y me di cuenta, casi al mismo tiempo, de lo que vivía, de cómo me había quedado en la superficie».
Esa conciencia se fue construyendo un paso tras otro hasta florecer hace tres años. «Estaba arreglando el jardín en casa de mis abuelos», cuenta Axel: «de golpe tuve la percepción de cuánto tiempo había desperdiciado, de los errores que había cometido y que no podía borrar. Pero al mismo tiempo, mientras pasaba el rastrillo, me di cuenta de que estaba haciendo algo útil. Que era útil al mundo a través de este gesto. Tuve la impresión de que Cristo había estado siempre a mi lado, que no me había dejado nunca sólo, aunque hubiese vivido la relación con él de manera superficial. Yo no lo buscaba a él, si no que Él venía a buscarme a mí. Entendí que yo era una criatura, no el creador. Que yo estaba obrando por Otro. Que la armonía es posible y el desequilibrio es la consecuencia de rechazar ser instrumentos, del intento de hacerme creador. En diez minutos entendí un montón de cosas más, que he vuelto a descubrir participando en EVEN».
Un jardín y la conversión. En cierto modo como san Agustín. Inquietud incluida, ya que «después de participar en EVEN, puedes sentir cierta frustración». ¿Por qué? «Aprendes cosas tan razonables y capaces de tocar el corazón de la realidad, que sales de allí diciendo: qué lástima que los demás no lo conozcan. Que no hayan escuchado estas cosas y no pueda compartirlas con ellos. Y no te contentas pensando que puedes invitar a alguien allí para que las escuchen. Sería como librarse de la tarea que tenemos: compartir esta belleza con todos, con el mundo».
Con este background, Axel acabó por implicarse en las Manif pour Tous que, sin embargo, acabaron por desilusionarle. «Fui responsable del centro de movilización de la gente. Creé un grupo de reflexión, pero no salió adelante. Además era necesario transmitir un pensamiento, precisar los objetivos y el horizonte de la acción». Se sorprendió «haciendo él solo cosas algo peculiares», como aprovechar el Salón del Libro para entregar a François Hollande, el presidente socialista, dos libros con cubiertas diseñadas siguiendo el modelo de los manuales para dummies, principiantes que quieren aprender de cero a usar el ordenador o cosas por el estilo: «Eran La democracia para estúpidos y El matrimonio para estúpidos: cómo se hacen los bebés, por qué hace falta un padre y una madre, y así… Le dije: mire, mire qué fácil, ¿verdad?».
Pero no era suficiente. No podía ser suficiente. Sobre todo cuando las manifestaciones acabaron por chocar contra el muro de la ideología. La protesta acabó por corromperse. Hasta hubo, a mediados de abril, algún enfrentamiento en las calles. «Me encontraba a disgusto», dice Axel. «Mi deseo de actuar aumentaba: hay una exigencia justa en esta gente, me decía. Pero era una exigencia que no terminaba de orientarse, de encontrar una salida, una expresión buena, sin caer en protestas que terminaban en sí mismas o caían en la ilegalidad. Un día me marché en medio de una manifestación: tenía que ir a ayudar en misa, pero la verdad es que me encontraba mal, no estaba contento».
El día siguiente fueron arrestados 67 manifestantes, incluida Alix, a la que Axel no conocía todavía. Una noche después una veintena de amigos y él se reúnen en un apartamento. Orden del día: buscar la manera de continuar la lucha. «Había muchas ideas, pero no nos convencían. A las cinco y media de la madrugada nos habíamos quedado sólo cinco y alguien dijo: ¿por qué no nos sentamos simplemente en la hierba a resistir? Así, en silencio. Puede que el silencio sea más poderoso que los gritos. Los gritos no se escuchan, pero puede que el silencio sí.
Esa intuición se precisa más tarde, cuando se les une otro grupo de amigos. Entre ellos está Alix, hija del ex responsable de Manif pour Tous. Estudia Historia, viene de una tradición católica, le gustan autores como Péguy, Claudel, Bernanos. «¿Por qué no los leemos durante las vigilias?». En seguida se acepta la propuesta. Pero ¿por qué la hizo? «Son los textos que me han trasmitido la cultura, la tradición, el amor por mi país», responde ella: «Sobre todo hablan de la libertad. Me parecía que en ellos estaba la posibilidad de hacer algo útil». «La verdad es que ya nadie los lee, o casi nadie», añade Axel: «Esos libros son un patrimonio enorme, potentísimo, pero los jóvenes como nosotros no los conocen».
Hugo y Havel. El resultado es que del 16 de abril en adelante, los Veilleurs se vuelven a reunir en las calles leyendo a Platón y Saint-Exupéry, el Pórtico de la segunda virtud de Péguy y Je vos salue ma France de Louis Aragon, poeta comunista. Y después a Camus, Havel, Gramsci, Gandhi… Hasta llegar a Giussani, porque mientras tanto el campo de intereses se ha ampliado y Axel y Alix se han puesto en contacto con CL: hace un mes se leyó ante la Sorbona un pasaje de Educar es un riesgo. Entre tanto nacían blogs (lestextesdesveilleurs.blogspot.fr), periódicos on-line, sitios web que recogían grabaciones de las vigilias. Se afinaba el tiro, espaciando el tiempo entre una vigilia y otra y empezando a elegir pasajes y canciones sobre temas precisos. La vigilia de la otra noche, que terminó con la llegada de la policía, tenía como tema la historia. Se leyeron Los miserables de Víctor Hugo y un collage de citas entre las que se hallaba una familiar a los que leen esta publicación: «Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre». La vigilia anterior se centró en el lenguaje. «Puede revelar una realidad más íntima y profunda, o bien usarse para instrumentalizar la realidad y hacerla políticamente útil», dice Axel. Ahora, por ejemplo, circulan propuestas sobre la enseñanza que son tan ideológicas que dan escalofríos. «El ministro de Educación, Vincent Peillon, usa un lenguaje casi religioso: quiere crear una especie de religión laica en la que formar a los ciudadanos. Dice explícitamente que la Revolución Francesa no se ha completado todavía, pues la Iglesia sigue educando…». La vigilia se celebró ante el Ministerio de Educación.
No es una cuestión de partidos, de católicos y laicos. Los Veilleurs están abiertos a todos, de hecho. «Los católicos se dan cuenta en seguida de lo que queremos decir, se dan cuenta de que la idea que sostenemos es muy sólida», dice Axel: «Pero el verdadero desafío para nosotros es dialogar con los demás, que no tienen puntos de referencia. En el fondo, los Veilleurs son esta comunicación de sí al otro». Habrá que ver qué dirección tomará ahora esta comunicación. Alix dice que «aquí he encontrado un modo de actuar positivo, útil. He visto el sentido que tenía toda la movilización anterior. Y soy más feliz ahora que cuando empezamos». Es una buena señal. ¿Pero ahora? ¿Qué camino seguirán los Veilleurs? ¿Cómo no desperdiciar este despertar? ¿Adónde dirigir estos “yo” que se han levantado y movido?
Por ahora, hay otras vigilias programadas. Y una marcha a pie durante este verano, probablemente de La Rochelle a Nantes, para mostrar a todos que la movilización iniciada a partir de la ley Taubira es el inicio de un camino de conocimiento y crecimiento, no sólo de protesta. La incógnita permanece, sin embargo. «Espero que las vigilias hagan oír este grito», dice Axel: «Pero sobre todo espero otra cosa». ¿El qué? «Que a partir de estos encuentros surjan relaciones no formales, surja algo verdadero».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón