Le pido que nos acompañe
Queridos amigos: qué extraña experiencia la que tengo desde hace unos minutos en que leí estupefacto la noticia de la muerte de Andrea, mezcla de dolor y de alegría, como con la reciente muerte de mi padre. Una vida plena, una vida cumplida, una vida verdadera, entregada sin mirar atrás. Cuando murió mi padre Andrea me escribió uno de los mensajes más bellos que he recibido durante todo este tiempo, como siempre lleno de positividad desbordante, de sencillez, de identificación personal, incluso íntima, con Nuestro Señor Jesús y con don Giussani. Desde que le conocí hace más de 15 años en Lima nunca me ha faltado su atención, su sonrisa, su extraña cercanía, su juicio verdadero. Pido por él y sobre todo le pido a él que me acompañe y nos acompañe, ahora más que antes, en la apasionante aventura a la que nos ha llamado juntos el Señor. ¡Qué grande haber encontrado a Cristo! ¡Qué grande pertenecer al movimiento de don Giussani! ¡Qué grande poder afrontar la muerte, la de los seres queridos y la propia, con esta conciencia!
Javier, Madrid (España)
“Profesor” Aziani
Hace ya algunos años que vi la película de Roberto Benigni, La vida es bella, y me asombró el personaje de Guido porque este era capaz de mostrar la verdadera belleza de la vida a pesar de vivir en una época trágica. Nunca pensé que pudiese existir una persona así, hasta que conocí en la universidad a un profesor distinto a todos, un profesor que realmente vivía la vida en toda su plenitud y belleza. Conocí a Andrés Aziani en la Universidad Católica Sedes Sapientiae, y, después, mucho más, participando en la experiencia del CLU de Lima. Me impresionó ver la humildad y grandeza que expresaba su humanidad. Lo consideré un amigo, pero nunca le dije Andrés, siempre le decía “Profesor” a pesar de la confianza tan amplia que había entre nosotros. Tal vez nunca dejé de llamarle así debido a que su sola humanidad no me dejaba de enseñar, y yo aprendía de él. Hace poco más de una semana que Andrés Aziani terminó su camino en esta vida terrenal. Partió un miércoles por la noche, partió como siempre estuvo, «tan lleno de vida», con esa «fiebre de vida» que siempre profesaba. Su partida fue muy dolorosa para todos, desde el que apenas lo veía por los pasillos de la universidad, hasta el más cercano de sus amigos. «Algo se muere en el alma cuando un amigo se va», dice la canción. Y es cierto, pero después uno se da cuenta de que, a pesar de su ausencia, Andrés sigue estando ahora mucho más presente en nosotros. Mañana habrá Escuela de comunidad de los universitarios. Será un encuentro sin el profesor Andrés sentado al fondo y coreando con alegría las canciones que tanto amaba, pero ahora sentimos con mucha más fuerza el amor a la vida que siempre nos enseñó, el amor a Cristo. Gracias mi querido profesor por haberme enseñado tanto, gracias por ser un verdadero testigo de Cristo. Gracias por enseñarme que la vida es realmente bella.
Giampier, Lima (Perú)
Amigo, hermano y maestro
El 30 de julio de 2008, a las 10 pm me llaman y me dan la noticia más triste de mi vida, la partida de este mundo de Andrés Aziani. En ese momento se me vino a la mente el año 1989, cuando por vez primera lo vi en mi aula de la universidad Marcelino Champagnat, donde, como maestro, me dio todo de sí mismo, sin esconderse nada. Nos miraba y nos decía: «El mundo está a sus pies, tómenlo y vívanlo cada instante de su vida, asuman su rol y su responsabilidad sobre ella». En las diferentes actividades que se organizaban compartíamos momentos de alegría, tristezas, de amarguras por la falta de compromiso de algunos, pero al final de cada una de ellas nos abrazábamos y nos tomábamos unas “chelitas” (cerveza) por el éxito de la actividad. En cada momento de su vida entre nosotros nos enseño a amar a Cristo. Su entrega fue total y no lo olvidaré nunca, porque siempre estará en mi corazón, en mi forma de vivir, en mi compromiso con la realidad. No olvidaré su amor por los más necesitados. No quería ver la miseria, el abuso de los niños, siempre estaba pendiente de aquellas familias, a quien entregó su vida, y nos enseño a amar a todos. Andrés, gracias por tu amistad, tu amor al mundo que siempre nos enseñaste a amar entregándonos tus recortes periodísticos. Gracias por tu entrega total a Cristo y al movimiento, gracias amigo, hermano y maestro. Dios y la Virgen te cobijen en sus brazos, y desde allí nos ilumines y nos guíes siempre.
Juan Bautista, Lima (Perú)
Sabio y apasionado
Tengo 25 años y vivo en Lima. Envío estas pequeñas líneas, conmovido y lleno de certeza que la partida de mi querido profesor Andrés Aziani no es el término de la vida, sino el inicio para dar a conocer Cristo al mundo. Andrés Aziani estuvo fuera del “paradigma” sólito, fue uno de esos hombres diferentes a lo que normalmente somos. Todos vivimos rutinariamente, sin mirar la realidad, sin amarla apasionadamente, sin sentirla como el Maestro Aziani lo hacía. Esa entrega con la que enseñaba, esa voluntad para hacer las cosas, para educar, estaba dirigida por el misterio de Dios que se hizo carne en Cristo. Tenemos muchas cosas que aprender de este gran hombre sabio, lleno de conocimiento, pero más que nada de su sentir humano como persona y de la sencillez de su corazón. Gracias por permitirme formar parte de esta historia, mi muy querido amigo.
René, Lima (Perú)
El rostro de Andrés
La fe hoy, para nacer y para mantenerse, necesita de testigos y rostros concretos, porque para mirar y para amar con gratuidad hay que ser mirado y amado con gratuidad. Es una ley del espíritu. Mi amigo Andrés Aziani, que marchó a Lima a finales de los 80 para compartir el destino de aquel pueblo y anunciar a Cristo fue uno de ellos. Andrés, queridísimo amigo, inesperadamente desaparecido, se hacía «todo a todos», sacando tiempo, en sus largas jornadas que comenzaban a las seis de la mañana y no acababan hasta avanzada la noche, para un gesto o una palabra tanto a los que tenía al lado como a los que estaban lejos. Los domingos iba a los barrios pobres de Lima a compartir las necesidades de la gente, a jugar con los niños. En su funeral lo acompañó un inmenso gentío conmovido y agradecido. El 15 de agosto fue la fiesta de la Asunción –física, corporal– de la Virgen al cielo. Si puedo creer en este acontecimiento único, en el que la muerte es definitivamente vencida, es porque he visto el amor, la gratuidad, la belleza en tantos rostros como el de Andrés. A ellos, la gratitud de la vida.
Massimo Borghesi
Agradecimiento
Como feligrés de la Parroquia María Inmaculada, deseo manifestar mi profundo reconocimiento al Misterio, ya que por su gracia divina nos ha concedido contar con un verdadero testigo de su amor, el padre Javier de Haro. Por tres años y medio, como párroco, demostró en su trabajo la misión evangelizadora que Dios ha puesto en su corazón, supo acercar a las personas a la Iglesia, fomentó una bella unidad familiar en la comunidad. Los grupos parroquiales, unos ya existentes y otros nuevos, se han desarrollado y siguen trabajando y atrayendo a nuevos seguidores, percibiéndose un ambiente de cordialidad, de amistad y de trabajo. Gracias padre Javier, por su entusiasmo, por su entrega y por su amor a su Parroquia. Sabemos que, como responsable de Comunión y Liberación en México, su labor será todavía más encomiable, más extensa, más profunda, llevando la palabra de Dios como testigo a todos aquellos amigos y hermanos que desean y esperan encontrar la verdad de su existencia, la certeza de la vida, Cristo Jesús, como nos sucedió a muchos de nosotros. Dios lo bendiga siempre y le dé las gracias necesarias para su nueva misión. Deseo también dar la bienvenida al padre Franco, como párroco. Tenemos la certeza de que nuestra querida parroquia ha quedado en excelente dirección. Somos privilegiados por tanto amor que nos concede Nuestro Señor.
Yolanda, Ciudad de México
¡Ven Señor Jesús!
Conocí el Movimiento en una edad muy madura, a través de mis hijos. Este último curso, nada más empezarlo, me puse enfermo y ya no pude asistir a Escuela de comunidad, hasta el último día, con un gran esfuerzo. Pero valió la pena. Al principio cantamos una canción que me emocionó y luego me alegró: «Habías escrito ya mi nombre allá en el cielo». Lo demás fue un repaso de todo el curso. En cuanto a mi enfermedad, al principio fue un dolor desesperado. Tuvieron que operarme de una hernia discal y luego una segunda operación. En este tiempo aprendí a valorar mucho la compañía y descubrí que la soledad no es una buena compañera. La criatura humana no está hecha para estar sola. No estamos solos ni cuando estamos en oración, sino con Dios. También valoré mucho la amistad. Me sentí arropado por mi familia y mis amigos, por el párroco y la comunidad de la parroquia. Mi único deseo era no tener dolor, recuperar mi salud, o no tener que ser servido, sino servir. Me acordé de las palabras de la Santa Misa: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús!». Y esta es mi petición.
Bernat, Mallorca (España)
Despertando, poco a poco
En primer lugar he pasado un mes de julio bastante malo, el trabajo lo hacía mal, y dormía unas dos horas y media de siesta cada día, cuando yo jamás he dormido la siesta, sólo para no enfrentarme a mi vida. El primer hecho que me ha sucedido fue subiendo la montaña durante la primera excursión. Fueron tres horas en silencio, durísimas. Allí me daba cuenta que sola no hubiera subido ni en broma, y que tenía la urgencia de pedir al Señor que me ayudara a subir la montaña. Mientras, me daba cuenta que ese camino era igual que el camino de la vida, porque había momentos de mucha fatiga, momentos menos duros, personas que te acompañaban y otras que no. Entonces, me pregunté: ¿por qué aquí es tan natural pedir y en Barcelona, cuando necesitaba ayuda, no pedía? ¿Qué ocurría en Formigal? Poco a poco, gracias a los cantos y a la preparación de estos, al escuchar el testimonio de Estrella y Eduardo, al rezar los Laudes cada mañana todos juntos, y una serie de relaciones que me llamaban a responder personalmente (sobretodo en los cantos), gracias a la sorpresa de dos parejas que no estaban juntas en todo el día, pero bastaba una sola mirada entre ellos para notar una grandeza y un afecto inmensos, mi corazón –lo repito, muy poco a poco– iba despertándose. Yo veía que quería vivir de ello, que yo quiero, que yo espero, que yo deseo, que ¡deseo algo grande para mi vida! Pero, ¿qué deseo? La felicidad, lo quiero todo. Me vi allí con toda mi fragilidad, la misma que tenía en julio, pero distinta, porque notaba que todo lo que nos proponían era para mí, y venía de Otro. Otro que generaba esa unidad impresionante en los cantos por la noche, 120 personas en silencio absoluto subiendo una montaña, rezando. Esa “Belleza” que se me escapaba de las manos, que yo era incapaz de controlar, tenía un nombre y un lugar: Cristo y la Iglesia. Yo pido pertenecer a este lugar para que esa Belleza me siga desbordando y yo pueda decirle “Tú”. Hasta que pueda decir con certeza: es Cristo.
Laura, Barcelona (España)
Los hechos y la fe
Querido Julián: Te escribo desde un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, conmovida por el Retiro de la Fraternidad de este fin de semana. Mi conmoción se debe a que encontré en tus palabras una respuesta clara y contundente, cierta y definitiva para mi vida y en la belleza de los gestos que compartimos. Hubo un momento (del que recordaré siempre la hora) en el que el Señor desbordó particularmente mi corazón. Fue cuando hablaste de la curación de los diez leprosos: «Sólo uno supo en realidad lo que aconteció, su magnitud; los demás no entendieron y se perdieron lo mejor». Hace poco más de dos años, Dios rescató mi vida con una intervención poderosa. Estando próximo el nacimiento de nuestra tercera hija, el obstetra descubre una grave complicación. Fui derivada entonces, a un centro de alta complejidad en el que me internaron por precaución a las 38 semanas de gestación. En esos días experimenté fuertemente la dependencia de Aquel que nos hace y también la fortaleza que da la gracia de los Sacramentos y reconocí la presencia potente y amorosa de la Iglesia y la fuerza de la oración. La intervención quirúrgica fue muy complicada, duró varias horas. Nuestra hija Paula nació sin sufrir ningún tipo de complicaciones. Por la tarde, al despertar en la terapia intensiva, el anestesista tomándome de la mano me ayudó a hacer el primer acto de fe. Me dijo: «Señora, ¿es usted creyente? Déle gracias a Dios». El milagro era patente, no sólo para mí. Fue la circunstancia más fuerte de mi vida y marcó también a mi familia y a muchos amigos, no sólo por el hecho sucedido sino por lo que vino después. Fue una verdadera “revolución”, el deseo de ir al fondo de la nueva vida que el Señor me había dado. Ningún aspecto quedaba fuera: nuestra relación conyugal, con las hijas, el trabajo, la amistad. Pero todavía faltaba lo mejor. Lo mejor, me ayudaste a descubrirlo vos, querido Padre, este fin de semana haciéndome mirar la experiencia de los leprosos. No pude evitar que la conmoción por la sobreabundancia de su Presencia me llenara de silencio. El Señor preservó mi vida para que yo Le reconociera. Él no quiso que yo partiera sin experimentar la fe como esta «tensión extrema a decir su nombre» en todas las circunstancias de mi vida.
Patricia Fabiana, Wheelwright (Argentina)
Una experiencia casi cotidiana
Querido Julián: Hace unos 3 meses a, por motivo de una cesárea en la que nació mi sobrino Tomás, mi hermana Andrea le diagnosticaron un tumor maligno y muy agresivo. Es además madre además de Noelia, de 4 años de edad. Esta noticia nos produjo un gran dolor. Yo no podía pensar, que Dios que en tantas oportunidades me mostró lo mucho que me ama, quisiera algo malo para ella y para todos los que la amamos. Apenas me enteré, comencé a rezar. Me di cuenta de la necesidad que tenía de afrontar esta realidad con este arma tan poderosa que es la oración que nos hace tomar conciencia de lo pequeños y frágiles que somos y de lo mucho que necesitamos; y que también nos ayuda a reconocer que nosotros no hacemos la realidad (aunque muchas veces lo pretendamos), sino que es Otro el que la hace. La vida depende de Otro y las cosas que suceden forman parte de un designio divino que tuve la gracia de reconocer y experimentar. En medio de este sufrimiento creció mi fe y la esperanza de poder vivir esta situación como una oportunidad de bien para todos. La palabra “milagro” dejó de ser una abstracción para pasar a convertirse en una experiencia casi cotidiana. También estuve al borde de la desesperación, porque comúnmente tenemos la tentación de poner nuestra seguridad y certeza en la ciencia o en la habilidad de los médicos. Pedí que mi consistencia fuera Cristo, ya que Él todo lo puede con su infinito amor y poder. Él nos dice, como tú nos recuerdas con las palabras de Giussani: «Yo soy lo que buscas», «Yo soy la respuesta a todas las inquietudes, alegrías y dolores que tiene tu corazón». Hoy le doy gracias a Dios por haberme dado la gracia de reconocerlo en estas circunstancias, por la alegría de contar con amigos que me acompañan, y finalmente también por haberme regalado la gracia de haber puesto en mi camino a mi amado esposo, Mariano, que tanto me ayuda en todo esto, puesto que está conmigo en la aventura de esta maravillosa vida que tengo junto a él.
Natalia, Santa Fe (Argentina)
Aprendiendo de los chicos
Cuando mi hijo, Nicolás, volvió de las vacaciones de GS el pasado verano, su clamor fue: «¿Por qué no podemos tener en Salta esto tan bueno que he encontrado?». Confieso que no nos sentíamos capaces de dirigir y organizar un grupo de adolescentes, con toda la responsabilidad que ello exige y con las necesidades que, sabemos, tienen hoy en día, lo que se refleja en exigencias mayores de respuestas. Sin embargo, sentimos con Carolina que no podíamos no darles a nuestros hijos y a todos los hijos de nuestros amigos, la oportunidad que se nos da día a día gratuitamente y que teníamos que llevarla a aquellos que la solicitan. Y fue así que, con el Padre Pancho, que siempre nos apoya, alienta y orienta, decidimos comenzar la aventura de GS en Salta. Nuestra expectativa era enorme, ¿quienes vendrían? ¿Cómo impactaría esto en los chicos? Nuestros temores se vieron desvanecidos muy pronto, después de un primer encuentro con 10 chicos, al siguiente acudieron 20 y casi todos volvieron entusiasmados. El Padre Pancho ha trabajado intensamente en la preparación de la Escuela de comunidad y gracias a su carisma con los chicos ha sabido despertar en ellos una pasión –la misma que él lleva dentro– que contagia. Jimena, Marcela y Carolina son la “retaguardia” que hace todo el apoyo logístico y Nicolás el encargado de los cantos, con el apoyo de Marcela y Pancho. Cuando las cosas son de Dios es Él quien actúa entre nosotros. Esta certeza nos ha dado la confianza para comenzar y ahora estamos llenos de gozo por poder ofrecer esta experiencia a los chicos que buscan respuestas para su vida. Es emocionante sentir las repercusiones de los chicos después de los encuentros y la invitación espontánea que dirigen a sus amigos por el interés que se ha despertado en ellos. Al ver estos adolescentes confiados en este camino, se nos hace presente cómo don Giussani empezó sus clases con los jóvenes y entendemos que Cristo los elige para hacerse presente despertando su pasión por la verdad que buscan sin prejuicios. Que ellos nos sirvan de ejemplo para alimentar, cada día más, nuestra fe.
Rodolfo, Salta (Argentina)
Siguiendo
Muga es un pueblo en Zamora de unos cien habitantes, con un instituto de secundaria y un internado de 365 alumnos, todo esto impulsado en los años 50 por un sacerdote, don José. Quiero contar lo que ha supuesto mi breve paso por allí. En Madrid tenía un trabajo cómodo, me había comprado una casa y me había independizado. Había conocido la experiencia cristiana hacía 20 años, pero no veía que se cumpliera la promesa que contenía, el ciento por uno aquí y después la vida eterna. Aquello se había instalado en el pasado y vivía como si nada hubiera cambiado, como si nunca hubiera ocurrido. Daba igual que participara en la vida de CL. En realidad, pensaba que la vida de CL generaba, por así decir, la presencia de Cristo y que mi reconocimiento era una emoción o una sugestión colectiva en determinados momentos. Tuve que marcharme a Muga, que me resultaba como un desierto, acompañada tan sólo por un sacerdote y un profesor, compañero mío, para recobrar mi responsabilidad personal frente a lo que había vivido. Don Giussani habla de nuestro frágil “sí”. En Muga yo me sentía desproporcionada ante niñas en una edad difícil, la adolescencia, con las que convivía en el internado. Igualmente las cuidaba durante el estudio y las acompañaba en el tiempo libre. Ellas me recibieron con hostilidad y en seguida quise largarme de Muga. Pero también muy pronto fui objeto de gratitud y reconocimiento por parte de don José. Regresaba a Madrid con el peso de mi impotencia. Pero José Miguel García me hacía ver que si don José estaba tan contento conmigo era porque mi frágil “sí” bastaba. Era la primera vez en mi vida que hacía cuentas no con mi propia capacidad, sino con un “sí” verdaderamente frágil. José Miguel me decía que actuara con libertad ya que estaba frente a Alguien que se fija en mí y para quien ese “sí” es suficiente. Estar frente a la presencia del Señor, vencedora de la extrañeza, me permitió seguir a don José en mi inexperiencia y trabajar con él. Las niñas a mi cargo, de 13 años, estaban en una situación de abandono; casi todas pertenecían a familias desestructuradas. Le manifesté a don José mi preocupación porque las chicas durante el estudio se aburrían soberanamente y perdían el tiempo. Se ofreció a venir un rato al estudio que yo vigilaba leyendo poemas; los elegíamos entre los dos, él los recitaba y yo los comentaba. Me contó que en las catequesis no podía establecer un diálogo con las chicas porque oye muy mal, y yo le relevé en esa tarea. También me dio permiso para emplear parte del tiempo de estudio en leer a las chicas las Crónicas de Narnia. Fue José Miguel quien me sugirió esa idea, pero yo temía que con lo resabiadas que son se burlaran de mí. Para mi sorpresa no sólo estaban encantadas y era el momento de mayor silencio en el estudio, sino que además se apuntaron en bloque al Bibliobús pidiendo el libro. Siguiendo a don José con confianza y trabajando junto a él comprendía cómo seguir a un maestro nos inserta en una corriente de vida. Después de tres meses de trabajo en Muga, una enfermedad imprevista de mi madre me ha traído de nuevo a Madrid. Ahora participo de la intensa vida del Movimiento aquí y disfruto mucho con ello. Más que antes, puedo decir, porque estoy más abierta. Encontrar un ramo de flores y no preguntarse quién te lo envía va contra la inteligencia.
Cati, Madrid (España)
Aprender y comprender
En enero, me llamó una amiga desde España para contarme que estaba esperando a su segundo bebé que nacería en julio. Pensaban bautizarla el 15 de agosto y me pedía que fuera la madrina. Me puse más que contenta por la confianza que estaban depositando en mí y sobre todo teniendo en cuenta la distancia que me separa de España. Myriam vino al mundo, sana y hermosa, el 17 de julio. En ese tiempo me quedé sin trabajo, pero pude viajar para el Bautizo, donde conocí al padre Paco que bautizó a mi ahijada y a un grupo de CL de la parroquia. Pude experimentar que somos “Uno” en Cristo, porque estos amigos me acompañaron y me hicieron sentir en casa. Aprendí muchísimo estando con esa comunidad muy linda de Galapagar, sobre todo entendí que lo que vale realmente es reconocer a Cristo en el rostro de los amigos. Esta experiencia me llena de esperanzas ya que me sentí tan acompañada en un país lejano y sobre todo sé que es la manera en que Cristo se manifiesta en mi vida para recordarme que me hace en cada instante.
Mavyth, (Paraguay)
¿De qué sirve la vida, si no para darla?
Querido Julián: Estas vacaciones en Formigal han estado marcadas por una palabra que estuvo presente sobre todo en los testimonios de Angelo Candiani y del Padre Francisco: el Milagro. Ángelo decía que su obra –ASLAM– no es fruto de la bondad de los que la realizan, sino de un milagro. El padre Francisco decía que estaba presente en Formigal sólo por un milagro. Esto nos hace tomar conciencia de que lo mismo sucede en nuestras vidas. En la experiencia de acogida de Luis, que muchos ya conocen, el milagro se ha hecho muy evidente. A esta altura de nuestras vidas, con un buen trabajo, dos niñas adolescentes preciosas y una vida muy tranquila, el Señor nos ha sorprendido, llamándonos a una nueva aventura, la experiencia de la acogida de Luis, un niño ciego y con una encefalopatía severa que le provoca una parálisis en parte de su cuerpo además de un retraso madurativo importante. Gran parte de nuestro noviazgo y matrimonio sucedió en la relación con discapacitados y enfermos de un Cottolengo en Argentina, fundado el 28 de abril de 1935 por el hoy beato don Orione. Allí hicimos caritativa durante varios años e incluso decidimos la fecha de nuestra boda para que nuestros amigos discapacitados pudieran asistir. Nos ofrecimos para acoger a Luis y lo hicimos consciente de que la pertenencia a Cristo coincide con la pertenencia a una comunidad. La semana pasada, estando en la sala de espera de uno de los tantos médicos de Luis, llegó una religiosa con el mismo hábito del hogar de donde proviene Luis, Casa de Belén, que resultó ser de la misma congregación. Le comenté que no nos sentíamos mejores que otros, que sólo estábamos respondiendo a una llamada y que si bien el hecho de tener una familia era bueno para Luis, lo era sobre todo para nosotros pues con él se hace evidente la presencia del Misterio en nuestra casa. Como mucha gente, ella pensó que no tendríamos hijos. Cuando le dije que teníamos dos niñas que están fascinadas con esta experiencia, la religiosa comentó que nuestro caso le recordaba al de otro niño con síndrome de Down que habían tenido en su hogar y que finalmente había sido acogida por una familia con 5 niños que vive en Cáceres. Se trataba de Juan, el niño de Estrella y Eduardo que nosotros acabábamos de conocer en un encuentro de la asociación Amici di Giovanni. Cuando la hermana se enteró que lo conocíamos, no hacía más que preguntar por Juan. Este simple hecho nos hizo tomar conciencia de que lo que ella percibía en ambos casos era Cristo presente en ese gesto de caridad. No podemos negar el vértigo que sentimos ante nuestra desproporción, pero estamos felices de que hayamos sido nosotros los elegidos. Gracias a Luis estamos aprendiendo que así queremos abrazar a todas nuestras relaciones con la misma gratuidad con la que abrazamos a este niño.
Elizabeth y Pablo, Alcalá de Henares (España)
Para siempre
Mi amistad con los del movimiento de Madrid empezó gracias a mi Erasmus el año pasado. Fue un período estupendo, pero al terminar los seis meses de la beca, tenía miedo de que las amistades que había encontrado en España pudieran desaparecer con la lejanía y con el tiempo. Nacho, un amigo mío, me dijo entonces que si lo que había vivido en Madrid era algo verdadero y no simplemente una temporada de vacaciones con gente maja, no se acabaría nunca. Este curso he vuelto para trabajar un mes, y me he dado cuenta de que tenía razón: las relaciones que han nacido el año pasado no se han limitado a los seis meses del Erasmus, sino que se han convertido en una parte fundamental en mi vida. En mí ha surgido la misma pregunta que tuvo Weiler en el Meeting al encontrarse con los chicos de GS: «¿Quién ha hecho todo esto?», ¿quién ha querido que encontrara a esta gente y experimentara gracias a ellos tanta felicidad?
Chiara, Forlí (Italia)
El bien que vence el mal
Hacía ya siete años que no veía a mi padre, con el que tengo una relación muy difícil y dolorosa. Un día me llamó mi madre diciéndome que se había encontrado con él en el tranvía y le informó de mi matrimonio y del nacimiento de mi hijo. ¡Una ducha de agua fría! Después de algunos meses decidí llamarle y proponerle vernos para que pudiera conocer a mi marido y a su nieto. Quedamos el 30 de agosto en el aeropuerto de Linate, en Milán, a la vuelta del Meeting de Rímini. Fue un milagro. Nunca antes había visto tanta ternura en los ojos de mi padre como en aquel momento, mientras miraba a su nieto. Mostraba cierta torpeza a la hora de tratar al niño, de hecho nunca había estado con niños; él estuvo completamente ausente en mi vida. Sin embargo, cuando tomó en sus brazos a mi hijo Javier fue como si me abrazara a mí, se borraron en un segundo todos los años en los que tanto sufrí la ausencia de mi padre. Lo vi agradecido, conmovido por el milagro de la vida y de la existencia de su nieto. Al mismo tiempo, dolido por el tiempo perdido y, por primera vez, por la conciencia del pecado. Es un milagro que un hombre como él se dé cuenta del pecado, porque eso significa que reconoce alguien a quien pedir perdón. Cuando estaba en GS me decían siempre que Cristo perdonaría a cualquier hombre que, en punto de muerte, pidiera perdón por todos sus pecados, por malos que fueran. Pero yo me rebelaba porque pensaba en mi padre y en el daño que me había hecho, y me decía que eso no era posible. Pues aquel día en el aeropuerto, por gracias de Dios, yo hice lo mismo, le perdoné todo, porque así hicieron conmigo, y porque Cristo lo hace cada día conmigo. Es verdad, sólo Cristo transforma todas las cosas malas en algo para el bien. He experimentado qué significa ser libre delante de la realidad, es decir, ser la protagonista de mi vida, como dice don Gius: «Somos protagonistas o nada».
Carta firmada, Madrid (España)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón