LOS RASGOS DE ALÍ
Apenas notó la primera sacudida. En Poggio Rusco, de 6.000 habitantes, en la provincia de Mantua, sólo hubo un par de derrumbes y muchas grietas. Diez días después, en pocos instantes el almacén de Roberto queda inutilizable y habrá que derribar las oficinas. Los técnicos no dejan entrar a nadie, ni siquiera a él, que es el jefe. Ni siquiera para ver el estado en que ha quedado el material, las muestras. Las placas de mármol para las cocinas y las telas de los sofás. Los libros de contabilidad y las facturas.
Roberto agacha la cabeza: en sus 59 años de vida, ha superado muchas pruebas, ha tenido que volver a empezar varias veces. Pero esta vez el golpe es muy duro. Demasiado.
Acuden también los demás. Sus chicos (como él les llama, sus ocho empleados, entre los 22 y los 50 años) nunca le han abandonado. Más aún ahora, con la crisis y con la tierra que sigue temblando. Sabe bien que, si decidiera volver a empezar por enésima vez, todos estarían a su lado. También Alí, el último en llegar. Un chaval, a pesar de que la vida ya le ha puesto a prueba duramente: sus padres asesinados por los talibanes ante sus ojos de niño, en Afganistán; la huida de Irán; los años de trabajo, los malos tratos, la cárcel. Luego el viaje de la esperanza que, tras pasar por Turquía y Grecia, le llevó a Campogalliano, Módena, hasta llegar a Roberto.
El fruto de años de sacrificios está ahí, ante los ojos de todos: los muros aún siguen en pie, intactos, pero intocables, como un castillo de naipes. Cuántos pensamientos, cuántos recuerdos. «¿Y ahora por dónde empiezo?», sigue preguntándose Roberto.
De pronto, una mano sobre su espalda. Su mirada abandona el almacén y se encuentra con dos ojos que le miran fijamente. Los de Alí. Él, que casi no se atrevía a dirigirle la palabra. Pero hoy… Una sonrisa. Dos frases: «No te preocupes. La vida continúa». Un resquicio de luz.
Unos días después, Roberto confía a sus amigos: «No sé qué rostro tendrá Cristo. Pero sé con certeza que esa mañana tenía los rasgos afganos de Alí. Decidí volver a empezar».
Hoy, en el terreno que rodea la fábrica, hay una gran carpa que hace las veces de almacén y un conteiner a modo de oficinas.
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