Existe el riesgo de tergiversar una frase que conocemos bien porque don Giussani nos la ha repetido a menudo: el tiempo de las vacaciones es «el tiempo de la libertad», porque en el tiempo libre se pone de manifiesto lo que uno ama verdaderamente. Pero se tarda muy poco en sustituir una frase por otra: «Es el tiempo de la persona». Mucho más si la frase que expresa mejor el reto que nos espera en estos tiempos de crisis se convierte en el lema propuesto para las vacaciones comunitarias del movimiento. Cambias la contraseña, la repites un par de veces en reuniones o coloquios con los amigos y te crees que has dado un paso en el camino.
Pero, ¿es cierto? ¿Qué significa que «este es el tiempo de la persona»? ¿Qué podemos empezar a descubrir de nosotros mismos en estas semanas en las que disminuyen los compromisos y acabado el curso nos tomamos unas vacaciones?
Durante una convivencia con un grupo de responsables de CL, en un diálogo con Julián Carrón emergían algunos puntos que merece la pena tener presentes para que no nos quedemos en un eslogan mientras la vida discurre paralela. Lo primero es que la vida de la persona coincide con un camino. Cuando hablamos de «persona», observaba uno de los presentes, «no nos referimos a un concepto o a una realidad cerrada, concluida; cada persona es fruto de un camino de crecimiento» a veces doloroso, costoso. «Para recorrer este camino debemos asumir ciertos riesgos: poner en juego hasta el fondo nuestra humanidad». No hay lugar o circunstancia que nos lo garantice, ni que lo haga automático. Gracias a Dios no hay lema que pueda sustituir el drama que supone vivir.
Hay otro factor ligado a la palabra «camino». No se puede dar por descontado que lo hacemos, ni que sea obvio abordar la realidad desde este punto de vista. Ante los retos de este curso (la crisis, la situación política, los ataques mediáticos) «nos hemos visto a menudo desplazados, confusos», subrayaba Carrón. «Decir “yo” era lo que menos podía darse por descontado, a pesar de que tuviésemos de antemano la llave para entrar en estas circunstancias». Nada sucede por casualidad. «En la vida de aquellos a los que llama, Dios no permite que suceda cosa alguna si no es para su madurez», decía don Giussani. Pero, «¿quién de nosotros ha pensado que lo que estaba pasando era para su maduración?».
Madurar: este es el desafío, también para el tiempo de este verano. Todo lo que sucede, ¡todo!, «me pide que tome postura», proseguía Carrón. «Puedo detenerme pensando que es un obstáculo o puedo utilizarlo como un instrumento para madurar». Nada está decidido de antemano: «cada cual tiene que decidir si utilizarlo de una manera, quedando atrapado en la objeción, o tomarlo como una ocasión para crecer». Cada uno decide. Lo que decide es mi libertad. La persona.
¿Hay algo más grande por lo que merece la pena gozar o sufrir, trabajar o descansar, ir de excursión a la montaña o acudir al Meeting? El partido sigue abierto.
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