La muestra sobre los “150 años de Subsidiariedad” ha llegado hasta la Plaza del Duomo en Milán. Unos chicos la han llevado. Una semana de sorpresas…
Milán. Viernes 18 de noviembre, último día de la muestra sobre los “150 años de subsidiariedad”, la que dispuso para el Meeting la Fundación para la Subsidiariedad y ahora se ha llevado a la plaza del Duomo. Cuando entro en el pabellón, un chaval se me acerca: «Si quiere, es posible hacer una visita guiada». «Estupendo. ¿La haces tú?» «Sí, con mi amigo Stefano. Me llamo Matteo». Esperamos nuestro turno porque hay otros grupos antes que nosotros. Después empieza la explicación. Panel tras panel, la historia de los últimos 150 años de nuestro País toman cuerpo en las palabras de Matteo y Stefano. Se detienen en algunos de los aspectos que más les han impresionado: la familia Ferrero, la obra de don Bosco, la reconstrucción en la posguerra, la Constitución, el Boom económico, hasta llegar a la frase de don Giussani que cierra el recorrido y que Matteo me lee de un tirón. Tienen 17 años, vienen de Busto Arsizio y de Gallarate y, durante toda la semana, junto a otros 60 chicos de Gioventù Studentesca y 30 universitarios han guiado la exposición frente a más de siete mil visitantes –entre colegios, grupos y personas solas– que han pasado a ver la muestra abierta desde las 9:30 hasta las 19:30. Un éxito sin duda, pero el verdadero espectáculo son las caras de los chicos que la explican, que se han citado aquí con sus amigos. Las fuerzas que cambian la historia… Mientras salgo, veo entrar a un grupo al que guía una chica guapísima con el rostro flanqueado por un velo. Arianna, voluntaria de Portofranco –el centro milanés de ayuda al estudio–, que esta semana ha sido “destacada” en la plaza del Duomo para seguir la organización, me explica: «Es Randa, egipcia y musulmana. Es magnífica. Algún señor demasiado precavido ha intentado ponerla en un aprieto, pero al final han tenido que rendirse: esta muestra es suya, forma parte de su historia. Como ella, han guiado la exposición otros 40 chicos de varias nacionalidades». La compañía de los amigos que han conocido en Portofranco ha hecho posible también esto.
A las cinco de la tarde, gran fiesta de clausura. El espacio frente al pabellón está lleno a rebosar. Todos se llaman a voces. Oigo un grito junto a mí: «¡Profe, ha venido! ¡Estupendo!». La profesora en cuestión ríe. Mientras los alumnos de In-presa de Carate Crianza que estudian para ayudante de cocina sirven aperitivos, empiezan a cantar. Es otro espectáculo. Cantan juntos profesores y alumnos. Los que pasan se detienen a escuchar las canciones de nuestra tradición. Después, la sorpresa. Un señor envuelto en un gran abrigo se acerca hasta el que dirige los cantos. Alguien exclama: «¡Es él!». El “él” en cuestión es Enzo Jannacci. Después de pocos minutos, su voz ataca Ho visto un re. Y todos le siguen. Me dicen que es la tercera vez que ha venido a ver la exposición. Es un regalo inesperado. Uno no querría irse de aquí.
Al final, hojeando el libro de visitas, entre tantos mensajes de los que han pasado por aquí, leo: «Lástima que haya terminado esta demostración de cultura profunda que nos hace revivir, a nosotros, de edad un poco avanzada, las emociones del pasado. Espero que este recorrido no se pierda, sino que se lleve de ciudad en ciudad para sentirnos todavía unidos». Pocas páginas después: «Muchísimas gracias: ha sido útil para mí tener esta mirada sobre la historia de Italia en estos años pasados. Es una gran idea. Gracias a Rani, la persona que me ha acompañado, explicándome la muestra en árabe».
(P. B.)
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