«Ven, hay un cura que habla del deseo». Un encuentro con Julián Carrón con todos los estudiantes de Italia. Y el impulso que ha dado a sus vidas: desde las horas de clase a la relación con sus padres. Así hablan Sara, Giulia, Matteo, Roberto… Una partida que se vuelve a abrir de golpe, por un hecho: «Yo soy don»
«Hola, soy Giulia. Después del encuentro con ese cura me ha vuelto el apetito.» Me quedo sin palabras, con el teléfono entre las manos. El cura al que se refiere es Julián Carrón, y el encuentro, la Jornada de Apertura de curso de los bachilleres en el Mediolanum Forum de Assago (Milán), el pasado 29 de octubre, en conexión con sesenta y seis ciudades de Italia. Pero, ¿el apetito? Giulia, en el último curso del bachillerato de humanidades en Ancona, sigue: «La profesora de italiano me dijo que fuera: “Ven, hay un cura que habla del deseo”. Me interesaba. Él dijo que la realidad nos es dada, es un don. Que mi vida, que yo, soy un don. Yo no podía dar nada por sabido, porque en estos últimos meses he tenido que hacer las cuentas con un problema de anorexia. No encontraba nada por lo que mereciera la pena levantarse por la mañana, vivir. Esas palabras me han movido. Los ejemplos eran concretos. Una vida a la altura de los deseos de uno mismo. Eso era el punto de partida. Después de escucharle, tenía ganas de comer».
«No se puede estar siempre sufriendo». Esta es una de las primeras llamadas, de los primeros encuentros con los chicos de GS, después de aquel 29 de octubre. Mi escritorio está atestado de folios con apuntes de conversaciones y correos electrónicos enviados de casi toda Italia. Una río que se desborda, el relato de la «vida como posibilidad de aventura». La aventura cristiana, que para estos chavales de 15, 16, 18 años –algunos han asistido por primera vez– hace la existencia más hermosa, apasionada. Un poco en contradicción con los varios análisis sociológicos que hablan de adolescentes aburridos, sin deseos. Estas hojas dicen lo contrario. Todos los relatos parten de un hecho incontrovertible: la realidad es dada, es un don, tiene en sí la huella de Dios. A partir de aquí se juega toda la partida con ímpetu. Y es de ese ímpetu hacia el ideal, que se ha visto y hallado, en el que merece la pena gastar toda la vida, del que me encuentro hablando otra vez.
El domingo después del principio de curso los chicos de GS de la Toscana fueron a una salida de estudio en Arezzo. Por la mañana, la explicación del Cristo de Cimabue en la iglesia de San Domenico. Sara se preparó durante toda la semana. «Tenía en el corazón las palabras de Julián: partamos del asombro por la realidad. Ha sido el estudio más bonito que he hecho en mi vida». Con ella, Elisa, su mejor amiga. Se conocen desde pequeñas, pero es la primera vez que Elisa participa en una excursión de GS. Después de los testimonios de unos chicos, Sara la ve con las lagrimas en los ojos. «Eli, ¿qué te pasa?». «¡Ha sido impresionante!». «Nunca la había visto tan entusiasmada. ¿Qué se puede decir ante una realidad así?».
El estudio, decíamos, incluso si durante cuatro años más bien lo hemos sufrido. Mattia, estudiante de bachillerato científico en Corsico (Milán), siempre ha tenido que recuperar alguna asignatura en septiembre: «Esta vez me dije que el reto para mí empezaba por los libros, desde ahora mismo. Y en la salida de estudio casi me asusté por todo lo que estudié. Y estaba contento». Luca, su amigo de toda la vida, se ríe. Él nunca ha tenido problemas con el estudio. Todo lo contrario. Explica: «He tratado vivir la vida como decía Carrón. Me puse en juego, en las elecciones de instituto y en la Consulta (órgano nacional de representación de los estudiantes). Propuse encuentros con los candidatos de otros grupos. Me he estudiado la exposición sobre “150 años de subsidiariedad” para luego explicarla como guía. Antes jamás lo habría hecho. Así era yo. Me gustaría preguntarle a Carrón cómo era él de pequeño. Cómo ha hecho para llegar a ser así».
Las horas de clase se convierten también en una ocasión. Así le ha sucedido a Matteo, estudiante de último año de bachillerato en Perugia, que rápidamente («casi no tengo saldo») dice: «Tengo muchas dificultades en el instituto, por el ambiente con el que me encuentro. Antes de la Jornada de Apertura de curso me parecía que todo iba al revés. Me he dado cuenta de que no se puede estar siempre sufriendo. No puedo levantarme todas las mañanas y quejarme. Soy yo el que tiene que cambiar, no los demás; por ejemplo, mis compañeros de clase. Es un reto».
Lo que tenemos como más querido. A veces, es un reto estar en clase, ante los compañeros y profesores. Anna estudia primero de bachillerato en la Romaña. Uno de sus profesores no pierde ocasión para atacar al cristianismo durante sus clases. Llega a ser ofensivo hasta tocar casi la blasfemia. A Anna le sienta fatal, «porque quiere quitarme lo más querido que tengo». Muchos hasta quieren cambiarse de colegio. Ella encuentra el coraje suficiente para hablar con el profesor. Están con ella en clase dos chicos con los que vive la experiencia de GS. Junto a ellos, se puede permanecer. Tiene la esperanza de que algo cambie. Un día, uno de estos dos amigos, saca un tres en un examen con ese profesor. «Profesor soy un asco», le dice. Y el profesor responde: «Tú no eres un asco, es el examen el que lo es. Mira, hay personas que solo sacan sobresalientes y son un asco, y en cambio, los hay que siempre sacan insuficientes y son personas maravillosas». Anna se queda sorprendida, no se lo esperaba de él. La realidad nos provoca y a ninguno de ellos les basta con poco. La apuesta es alta, sobre todo cuando todas las circunstancias parecen estar en contra. María está en tercero de formación profesional, estudia para ayudante de cocina en Carate Brianza. En su familia la situación es difícil. Ella siempre se ha guardado su rabia, su dolor: «Cuando Carrón explicó que las cosas malas no nos derriban, pensé que me estaba hablando a mí. Una mirada positiva no significa que ya no haya mal, sino que ahora estoy dentro de las circunstancias con todo mi yo. Estoy yo».
Aquella mañana en la cocina. Nada se puede dar por descontado, ni siquiera el hecho mismo de levantarse por la mañana, dijo Carrón. Ni siquiera la relación con tu madre y tu padre. A Roberto, bachiller de Crema, esta exigencia se le había quedado dentro. Una mañana está solo en casa con su padre. Está tenso, quisiera a alguien con el que hablar de que está enamorado. Llama a su madre que está en el trabajo. Ella le dice: «Tu padre está en casa, habla con él». Su primera reacción es de rechazo total. Le quiere muchísimo, pero jamás le ha hablado de lo que tiene en el corazón. Lo ve sentado en la cocina leyendo el periódico. En un instante, piensa: «Quizá mamá tenga razón.» Se lanza. Se lo explica todo. Hablan durante dos horas. Su padre habla de su relación con su madre, de aquello en lo que cree, como Roberto nunca le había escuchado hablar. Al final el chaval, abrazándole, dice: «¿Por qué he tardado diecisiete años en descubrir un padre así?». «Aunque esté cansado por el trabajo, aunque a menudo me queje, yo estoy». Claro. No se puede dar por descontado.
Una carta a los compañeros. Cuanto más leo los testimonios que me han llegado, más me doy cuenta de que, en cada línea, vibra esta tensión ideal por abrazar cada aspecto de la vida. En el año 1991, contestando a una pregunta en una asamblea con los chicos de GS, don Giussani dijo: «El corazón está hecho para el ideal. El ideal lo dicta la naturaleza y emerge con el paso del tiempo si se siguen las indicaciones que la naturaleza lleva consigo. [...] Tú te harás un hombre; en la medida en la que se te de tiempo, tendrás que hacer algo, tendrás que aprovechar las ocasiones para crear, construir: esta es la espera vivida» (Los jóvenes y el ideal. El desafío de la realidad, Encuentro, Madrid 1996, p. 59).
Giulia no perdió su ocasión. Quince días después de la Jornada de Apertura de curso pidió a su profesora de religión leer una carta a sus compañeros. Estaba escrito todo lo que le había impactado de Carrón. Y por qué para ella, para su vida, era tan importante. No podía guardárselo.
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