Llegan a São Paulo desde todo el continente para pasar tres días, a primera vista siguiendo la misma pauta del año pasado: el mismo lugar, los mismos horarios. Hasta las mismas caras. El padre Aldo, Marco, Cleuza… y tantos otros. Sin embargo, de estos días, emerge una intensidad de relaciones. Personas que se educan mutuamente en la capacidad de «sorprenderse» por todo. El impacto con una amistad que renueva «el hambre y la sed de Cristo»
A las pocas horas de llegar allí, antes de que empiece el trabajo común, aparece la pregunta. Miras los ladrillos y el verde de Mariápolis, el centro de los focolares a las afueras de São Paulo. Vuelves a ver el salón, las terrazas, la mini librería enfrente del bar… todo idéntico al año pasado. Como los carteles que ha preparado la secretaría para la entrada, los horarios, la cena, la música. Y como muchas de las caras, que ya conoces bien. Marcos y Cleuza, Bracco y el padre Aldo, Aníbal, Javier, Alejandro… Los encuentras, los abrazas. Y no puedes evitar preguntarte: ¿qué sucederá de nuevo esta vez? Una pregunta que se hace más aguda un cuarto de hora después, cuando Julián Carrón introduce el ARAL, la Asamblea de los responsables del movimiento en América Latina, como si te estuviera hablando a ti: «El presente es lo único que tenemos entre manos. Lo que importa. Lo esencial es si en el presente –ahora– podemos experimentar la gracia de Su presencia». Te das cuenta inmediatamente de que lo mejor es seguir ese hilo, porque lo que escuchas es para ti. Para que busques los rasgos inconfundibles de Cristo, para verlo actuar aquí y ahora, en estos días.
En el fondo eso es lo que dice el lema: «Viver é a memoria de Mim». Y Carrón lo explica: «Significa tener la mirada fija en Jesús. La conversión es precisamente girarse hacia alguien. Como Zaqueo, que se dio la vuelta hacia Jesús para fijarse en su presencia. Pidamos que esta presencia sea tan real que penetre en cada fibra de nuestro ser. Que volvamos a casa habiéndolo conocido un poco más. Porque si estamos aquí es por cómo siguieron Juan y Andrés. Si ellos no hubieran seguido el impacto de Su presencia…». El resto es todo un reto: «Sólo podremos conocer a Jesús si en estos días sucede lo mismo que les sucedió a ellos dos». Si el Señor nos concede de nuevo «lo que ha hecho suceder entre nosotros después de este verano: hechos y testimonios».
Por ahí empezamos, por los testigos. En la mesa, esa noche, hay cuatro. Bracco, Cleuza, Marcos y el padre Aldo. Ni siquiera tienes tiempo para plantearte por dónde llegará la novedad y Bracco ya empieza con dos frases fulminantes: «Este año, la amistad con ellos me ha educado cada día en la capacidad de sorprenderme. Es una gracia poder estar siempre disponible para una sorpresa». Lo que eso significa lo cuenta el padre Aldo justo después: «¿Qué privilegio tengo yo? ¿Qué es lo que tenemos todos? El corazón. El privilegio que tengo, y que está al alcance de todos, es el de no sustraer nada al grito que llevamos dentro». Habla de la clínica que ha levantado en su parroquia, en Asunción. Tú también la has visto, has visto a sus pacientes, pero al escucharle ahora los vuelves a tener delante. «Estar todo el día con gente que sufre no es algo que se pueda dar por descontado. Pero hay algo más grande que el dolor: Cristo. Así cualquier sufrimiento puede convertirse en un tesoro, porque te remite a ese Tú que le da sentido, a la presencia del Señor que lo domina todo. También la amistad con ellos. ¿De dónde surge la amistad? Del grito que llevamos dentro. No podría vivir sin personas que vuelven a despertar en mí el hambre y sed de Cristo».
Toda el agua del mar. Cleuza, como siempre, empieza por el último hecho que le ha impactado. «Necesito pertenecer, no me basta con participar». Habla de lo que les propone a los Sin Tierra, a todos, asamblea tras asamblea: la Escuela de comunidad. «Para que puedan ver qué es Comunión y Liberación, aquello a lo que pertenecemos». En la primera Escuela de comunidad eran setenta. «Les preguntamos por qué habían aceptado la invitación, y una chica respondió: porque tengo un deseo en el corazón. Si se pudiera beber toda el agua del mar, no me quitaría la sed. Mirándola, entendí que ella pertenecía más que yo».
Marcos habla del encuentro entre “sus” coordinadores de los Sin Tierra y el personal que trabaja con el padre Aldo, en Asunción. «Nos fuimos juntos de vacaciones. Fue impresionante. Cuarenta personas y ningún problema. Una familiaridad como si fuéramos amigos de hace años. Y éramos gente que se veía por primera vez. El problema es que si no ponemos rostro a lo que hemos encontrado, lo damos por supuesto». Amizade. Será una de las palabras que más se oyen y se ven estos días. «Las relaciones que han surgido con ellos, con mi fraternidad y con otras personas que he encontrado viajando por vuestros países tienen un punto en común: todas son personas que miran en la misma dirección. Nos preguntan: ¿qué habéis hecho para construir estas relaciones? No hemos hecho nada. Sólo hemos seguido esta amistad que consiste en seguir a otro, a Carrón. Y seguirlo no es repetir sus palabras, sino hacer el mismo trabajo que él hace. Y preguntarse: ¿cuál es el paso siguiente que nos indica?».
¿Cuál será este paso ahora? La pregunta ya es tuya cuando empieza la asamblea. Julián de la Morena lee las preguntas enviadas por correo electrónico durante las últimas semanas. Zaqueo y la conversión: «¿Cómo mantener viva nuestra humanidad que es “amiga” de Cristo?». La amistad, que se extiende y contagia a otros: «Entendemos mejor por qué la amistad para don Giussani es una virtud, ¿pero qué hacer para que crezca con el paso del tiempo?». Otra: «¿Qué quiere decir que la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad? Muchas veces lo que hacemos no parte de la mirada de Juan y Andrés…». Hasta llegar a la pregunta más provocadora: «Hemos hablado de un mundo sin Cristo, después de Cristo. Pues bien, nosotros nos encontramos en la misma situación. Construimos obras partiendo de las consecuencias en vez de partir del origen. En definitiva, nos movemos “sin el carisma, después del carisma”, aprovechando los valores que el carisma propone…».
A partir de ahí, empieza un rápido intercambio de preguntas y respuestas. Amedeo, de México, cuenta una conversación sobre el carisma y el sacrificio, que tuvo hace poco con un amigo. «Repito los discursos del movimiento, pero no vivo una pertenencia». «¿Cómo vivir una amistad que nos ayude a seguir el carisma?». «¿Qué es una amistad verdadera? Algo que entra en tu vida y la abre de nuevo. Porque si no hay nada que la abra, te ahogas en la tumba de lo que ya conoces». Y a propósito del carisma, Carrón da la puntilla: «¿Qué significa seguirme a mí? A mí no me preocupa otra cosa que seguir lo que sucede. Porque yo soy como tú. Sigo las cosas, porque Cristo se hace contemporáneo a través de los hechos. Si no se hiciera presente y abriera de nuevo mi vida… Esta experiencia me lleva a preguntarme: ¿qué es el carisma? ¿Aquello a lo que lo reduzco porque entiendo ciertas cosas o lo que Giussani afirmó repetidamente, al hablar del cristianismo como de un acontecimiento? Los discursos nos los sabemos. Que yo esté dispuesto a dejarme tocar por el cristianismo, como un acontecimiento que sucede ahora, eso es el carisma».
El “debería ser” y la realidad. Stefania, que vive en Ecuador, comenta: «Siempre he pensado en la memoria como algo que yo hacía en ciertos momentos del día: la misa, el silencio... Pero el centro era yo. Sin embargo, es otra cosa. El silencio nace de un Tú. Nace ante los hechos y los testigos». Ante una realidad que debes mirar hasta el fondo, hasta reconocer a Quien habla mediante esos testigos. Stefania añade que «si me faltan estos testigos, si no permanecen, yo me pierdo». «Lo que permanece es aquello a lo que los testigos remiten: Cristo», matiza Carrón. «Si no llego hasta aquí, hasta reconocer que los testigos son el rostro de Cristo, los pierdo a ellos y le pierdo a Él. Me pierdo lo mejor. Detenerse antes sería reducir la verdad a apariencia». Mientras que «esa Presencia te mueve hasta el punto de hacerte protagonista. Por ejemplo, dando un juicio sobre la situación política de Ecuador, como habéis hecho. Esto es lo que hace Cristo: te moviliza, mueve tu humanidad, hasta llegar a dar un juicio sobre todo lo que sucede”. ¿Cuál es la alternativa? «El movimiento reducido a piedad. Como si lo que escribe Giussani estuviera al margen de la realidad. Como si dijera cosas bellísimas sobre Juan y Andrés, pero sólo para distraernos. En cambio, al hablar de Juan y Andrés nos muestra el método con el que se despierta nuestra humanidad».
Más intervenciones. El dualismo entre la tarea de cada uno y la responsabilidad, entre el “debería ser” y la realidad («Me gustaría que, debería ser… Si el cristianismo fuera esto, nos iríamos todos. Porque el tiempo pasa y el debería ser no se cumple. Y esta división no la puedes superar. A menos que el debería ser se haga carne»). Jaime, de México, cuenta la visita de un Gobernador local a la inauguración de una obra. Durante días, confabularon para que la bendición del Obispo no coincidiera con el momento de su visita. Debía saludar e irse. «Pero se quedó. Impresionado por lo que había visto». «¿Entendéis? Impresionado, aferrado», observa Carrón. «Ésta es nuestra contribución. Como nos indicó el Papa al hablar de Gaudí y de la Sagrada Familia: la belleza sostiene el diálogo entre Cristo y el corazón del hombre. Nosotros podemos crear obras así». Y la clave de todo es el juicio. Un sujeto que empieza a arriesgarse porque no le falta nada para juzgar, hasta llegar a decir a su padre: «Mira, que te equivocas», como cuenta Otoney, de Brasil.
Por la tarde vemos un video. En la pantalla, el testimonio de Wael Farouq y Emilia Guarnieri en los Ejercicios del CLU, los universitarios del movimiento. Él, profesor egipcio; ella, motor del Meeting de Rimini. Hablan de sí mismos y del Meeting de El Cairo, celebrado a finales de octubre pasado. Wael y Emilia son amigos nuestros y en El Cairo también estuvimos nosotros. De hecho, lo hemos contado, en la revista y en la web. Aquellos dos días vimos muchas cosas, muchas más de las que caben en una hora de video. También publicamos sus testimonios (cfr. Huellas, noviembre de 2010). Pero lo que sucedió allí lo entiendes mejor aquí, frente a Wael y aquellos que lo miran. Con ojos limpios, imantados por un rostro que muestra el estupor de un niño. Rasgos inconfundibles que aparecen ahora.
Igual que ahora se dan los diálogos y las relaciones. Liano, romagnolo de pura cepa, vive en Bogotá. Una historia de idas y venidas entre Italia y Colombia (trabaja con piedras preciosas, con todos los riesgos que este oficio conlleva en un país ya de por sí peligroso), y con idas y venidas también en el movimiento. Ha florecido al encontrar ahora, en rostros nuevos, «los mismos rostros de don Giussani y de Enzo Piccinini», que tanto lo atrajeron años atrás. «Puedo programarlo todo en la vida, pero lo que no puedo programar es la felicidad. El Misterio de Dios es otra cosa».
Vuelves a ver a viejos amigos, que te sorprenden: «es ahora cuando empezamos a entender lo que vivimos hace veinte años en la universidad», dice Paolo, que vive en Lima. Conoces a otros, como Doris y Chiara, que dan clase en un liceo italiano en Bogotá y es como si las conocieses de toda la vida. La conversación con ellas va directa al corazón de lo que importa. Cruzas dos palabras con Francisco, que hablando de política te dice que «la ternura de Dios por nosotros cambia también las relaciones con los demás».
El autobús del padre Paolino. Son todos retazos de una amistad que te sorprende por su potencia y por su madurez. Es la propuesta que hace un año lanzó Julián de la Morena a raíz de lo que ya estaba sucediendo entre algunos (él mismo, los Zerbini, los brasileños, el padre Aldo): «Ensanchar esta amistad. Todos estáis invitados». Ahora se entiende lo que quería decir. Lo captas en seguida. Basta media hora en el comedor. Los rostros, las ganas de contar hechos, historias. Entre el bullicio del «¿cómo estás?», asoma de vez en cuando una pregunta curiosa: «Bueno, ¿qué está haciendo el Misterio por allí?».
Lo que está haciendo en sus propias vidas lo cuentan por la noche cuatro testimonios. Milena, de Salvador de Bahía, habla de las vacaciones en las que descubrió «con sorpresa que Cristo está». Inés, brasileña también, cuenta su experiencia a raíz de las inundaciones que dejaron más de quinientas víctimas en la zona de Petrópolis y que afectaron a familias del colegio donde da clase. Sergio habla de su trabajo con el padre Aldo en el nuevo hospital que, Dios mediante, abrirá sus puertas en Asunción dentro de unos meses. Y el padre Paolino, de sus viajes en autobús, de acá para allá, con grupos de bachilleres sedientos de recorrer los kilómetros que hagan falta para cuidar las relaciones que han surgido al otro lado de la frontera. Después de los testimonios, vuelve a darse una imagen que ilustra lo que ha sucedido en el movimiento en América Latina durante el último año. Una docena de personas en torno a una mesa, ron y una guitarra. Otros que se unen poco a poco, atraídos por los cantos, las risas, la amistad.
Los escribas y la Virgen. El domingo por la mañana, la síntesis. «El objetivo es que algo se mueva en nosotros; no que se organicen mejor las cosas», empieza Carrón. «Dejarnos cautivar por una Presencia que es capaz de movernos en lo más íntimo. Una presencia que no es un sentimiento o una inspiración: es carnal. Al acabar estos días cada uno puede decir qué se ha movido en él. Si se ha despertado su deseo de vivir». Y si ha vuelto a ser como un niño, «porque en el fondo es lo único que importa, como dice el Evangelio: “Si no volvéis a ser como niños…”. Educar en el sentido religioso es educar en esta sensibilidad como la de un niño. Siendo como niños, podemos aceptar siempre lo que nos viene dado como una novedad. De otro modo, perdemos hasta lo que creemos saber». Aquí Carrón nos remite a dos figuras que ya había mencionado antes: los escribas y la Virgen María, el “ya me lo sé” y la apertura al Misterio. Dos resultados opuestos de la misma historia, de la misma pedagogía usada por Dios con su pueblo y con nosotros ahora. Porque el Misterio acontece de nuevo para renovarte. Para permitir que gustes los frutos de la fe, sus consecuencias: «Una inteligencia nueva de la realidad. Algo que te saca de la confusión. Que resucita lo humano. Por lo demás, si el cristianismo no despierta nuestra humanidad –inteligencia, razón, afecto–, ¿para qué venimos aquí? Es mejor quedarse el fin de semana en la playa». Conclusión: «La conversión nos conviene».
Y también conviene aplazar a después los días de playa. Después de los frizzi, que cierran la asamblea a lo grande (es signo de madurez reírse así sin perder el hilo del trabajo). Y sobre todo después de la presentación de El sentido religioso en el monasterio de San Benito, en el centro de la ciudad (y en conexión vía satélite con cuarenta comunidades de Brasil y del resto de América Latina). Desde allí salen un par de autobuses con destino al océano, con un grupo más reducido de entre los 350 que han pasado estos dos días de convivencia en Mariápolis. ¿Qué tal les fue en la playa? El padre Aldo te lo cuenta por teléfono un par de días después: «Un espectáculo. Pudimos comprobar de pronto el desafío planteado en la síntesis del ARAL. No queda nadie que hable de la comunidad como un problema o como una cuestión organizativa. Lo que está en juego es una amistad. Y basta». Es verdad, eso basta. Y siempre es nuevo.
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