El tema de la vocación preside el libro autobiográfico del escritor inglés. Conoció la experiencia de CL a través de un amigo de Nueva York. Este verano estuvo en Italia y pudimos conversar con él en una cena
Al ver su foto en la contraportada, Tony Hendra puede recordar al mítico Benny Hill, con el cual, entre otras cosas, comparte la nacionalidad inglesa y el sentido del humor.
Al margen de este detalle fisonómico, es el mismo Tony Hendra el que cuenta su trayectoria en su libro autobiográfico publicado en EEUU en 2004 y editado en ese mismo año en España con el título El hombre que salvó mi vida: una historia real sobre el poder de la amistad.
Cuando leí el libro descubrí que se trataba a todos los efectos de su propia autobiografía: para hablar de sí mismo Hendra tenía que hablar del hombre que le había amado, que le había puesto en camino en la vida, que le reconstruía una y otra vez cuando parecía que tanto, demasiado, se había perdido: aquel que, en definitiva, había sido un padre para él. «Era absolutamente desconcertante y seductor ser tratado como si fueses el único en su vida; por otro lado, cuando estabas con él era así. Amaba a la persona que tenía delante; te implicaba en su misma experiencia espiritual y a la vez era totalmente discreto».
El encuentro con el padre Joe
Hendra nace en una familia mixta, de padre agnóstico y madre católica; por un pacto de no beligerancia entre sus padres su educación católica se confía a los colegios católicos en los que es matriculado. Será esencialmente una educación rígida, centrada en el sentido del pecado y en el miedo a la condenación («Mi grado de devoción se situaba en un nivel esencialmente obligatorio»). Obligado por las circunstancias a asistir a una escuela media protestante, es salvado por un celoso neoconverso que trata de enseñarle los fundamentos del catecismo católico. Como muestra de “agradecimiento”, Hendra se convierte, a los catorce años, en amante de su mujer. Sorprendido casi en flagrante delito es conducido por el marido a la abadía benedictina de Quarr, en la isla de Wight, para que se confiese con el padre Joseph Warrilow, el padre Joe. Y con él se produce el encuentro que cambiará su vida, porque será desde entonces para él el padre que siempre le había faltado: «El veredicto fue clemente, definitivo, la última palabra de un..., bueno, de un padre». El joven Tony se queda tan fascinado con el padre Joe que quiere ser como él: su único deseo será ahora hacerse monje. «Mi nueva identidad era la de ser monje y no era una fijación». El tema de la vocación se convierte de esta forma en algo central en la vida del autor. Llega sin embargo la crisis no confesada a sí mismo por orgullo y mucho menos al padre Joe. Al finalizar el colegio el padre Joe, con mucho realismo, le pide que aplace su ingreso en el monasterio hasta que termine la universidad, y le propone que asista a la universidad de Cambridge, en donde había conseguido una beca de estudios. En dicha universidad Tony asiste una noche al espectáculo satírico Beyond the Fringe y nace en él el deseo de ser autor de sátira («Había entrado en aquel teatro como monje y salía de él como un apasionado de la sátira. ¿Salvar al mundo con la oración? Por favor, lo salvaría con las risas»).
Experiencias audaces
Hendra se traslada a EEUU y se convierte en un famoso y apreciado autor de sátira: durante seis años trabaja como actor en un cabaret de gira por América. En 1971 entra a formar parte de la redacción de la revista National Lampoon (de la que se convertirá en redactor jefe). A continuación firmará los álbumes Radio Dinner y Lemmings (que contienen las primeras parodias en el mundo de iconos del folk y del rock como Dylan y Lennon) y la película Animal House. Se hace amigo de monstruos sagrados de la sátira americana como Michael O’Donoghue, John Cleese, Graham Chpman, Chevy Chase, John Belushi, etc.... Realiza programas televisivos como Spitting Image. Escribe una parodia de la Biblia que lleva por título Not the Bible («...que incluía textos hasta entonces desconocidos para los exegetas de las Escrituras como por ejemplo “Cristo – Los primeros años”»). En esos años vive experiencias cuanto menos audaces: vida desordenada, amantes, un matrimonio fracasado, una hija... «Entonces yo, que había recibido las llaves del reino, que había tenido en mi mano la perla preciosa, la había arrojado al barro y pisoteado, y ahora deambulaba por el centro de la ciudad en busca de droga». Llega a confesar al padre Joe que ha perdido la fe y sus encuentros se vuelven cada vez más escasos («...uno al año más o menos. Por primera vez desde que le había conocido hacía dieciséis años, sentía que no necesitaba al padre Joe para hacerme a la mar; había otros marineros, más expertos, de los que aprender. Había entrado en la fase del afecto obligatorio por el padre Joe»). Sería errado decir que Hendra no deja nunca al padre Joe: en realidad es el padre Joe el que no le abandona, el que sigue escribiéndole incansable y el que le recibe con afecto cada vez que Tony va a verle.
Para no estropear el placer de la lectura no voy a relatar los detalles del asunto. Al llegar al final del libro, y después de leer conmovido las últimas páginas, una serie de preguntas se agolpan en la cabeza: «¿Cómo está ahora Tony Hendra? ¿A qué se dedica? ¿Es feliz?». Son preguntas dictadas probablemente por el afecto que tras la lectura se experimenta por este hombre: se trata de la autobiografía de una persona viva, y la última página del libro no es la última palabra sobre su recorrido humano.
En torno a una mesa
Por eso no puedo dejar de recibir con entusiasmo la invitación inesperada a cenar en su compañía con algunos amigos de la comunidad de Carate. Él llega acompañado por su hija Lucy. Le gusta comer bien y es un gran apasionado por los vinos (pasión en la que fue iniciado obviamente por el padre Joe), y por eso ante una mesa bien provista se encuentra a sus anchas y responde gustoso a nuestras preguntas: nos enteramos así de que un amigo de la comunidad de CL de Nueva York, después de haberle oído por la radio, decide ir a conocerle; de ese primer encuentro nacen otros, y comienza a conocer a la gente de nuestras comunidades americanas. Dice que está contento porque no está solo, porque puede seguir viviendo la positividad de la experiencia cristiana que el padre Joe le había dado a conocer. El año pasado visitó el Meeting y pudo ver la amplitud de la perspectiva cultural del catolicismo.
Investigación histórica
Nos cuenta que varias comunidades de CL le han invitado para hablar: mucha gente le ha conocido y él ha podido ver y conocer a gente que vive la vocación cristiana sacando adelante a una familia, de una forma que hasta hace poco tiempo le parecía inconcebible y que sin embargo el padre Joe ya le había indicado: «...rechazas tu verdadera vocación. ¿Cuál sería? Tú eres un marido y un padre. Desde siempre Dios ha querido que fueses esto: un marido y un padre. Es una vocación tan sagrada como la nuestra».
Ahora se dedica a escribir a tiempo completo. Ha comenzado una investigación histórica porque ha decidido escribir un libro sobre los distintos “padre Joe” de la historia del monacato benedictino.
«Si os parece el intento melancólico de mantener viva una experiencia pasada, sabed que no es así –nos dice–. Mi empresa brota de la gratitud tanto por lo que he vivido como por la experiencia que estoy viviendo ahora».
Pero, ¿cómo es posible, si el padre Joe ha muerto? –le pregunto.
El cristianismo se comunica a través de un encuentro concreto, preciso, porque, como escribí en mi libro, «la realidad de Dios es inconcebible sin que adquiera un cuerpo humano como trámite, algo a lo que aferrarnos para poder tocar lo inconcebible».
Las personas que son para ti padres en la fe no te encierran en una devoción, no te sofocan en el afecto ilimitado que sientes por ellos, sino que te abren a una vida nueva.
Me viene a la cabeza un momento que cuenta el libro: «“Padre Joe, este es un nuevo inicio...” “Lo sé, hijo. Y crecerá, madurará y florecerá. Pero no aquí”».
BOX
Tony Hendra
El hombre que salvó mi alma: una historia real sobre el poder de la amistad
Maeva 2004
pp. 296 – E 19.50
Tony es un niño conflictivo en la Gran Bretaña de posguerra, un “bala perdida” al que expulsan del colegio católico por mal comportamiento y que debe ingresar en un colegio protestante. A Ben, un ferviente católico que vive en una caravana con su mujer Lily, le preocupa que Tony “pierda el alma” por recibir una educación protestante, y se ofrece para darle clases de catequesis; pero la debilidad de carácter de Tony le impide resistirse a las insinuaciones de Lily, y Ben, al sorprenderlos en una situación de lo más embarazosa, decide que Tony debe dar un giro a su vida, por lo que se lo lleva a la isla de Wight, donde le presenta al padre Joe, un monje benedictino que lo acoge con bondad y comprensión. Las conversaciones con el padre Joe a lo largo de su vida se convierten en un oasis de sentido y de paz de espíritu.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón