En la Vigilia Pascual Benedicto XVI subrayó la centralidad del sacramento que define la naturaleza del hombre alcanzado por el misterio de Cristo.
Habló del Bautismo como de una “mutación”, desafiando cualquier reducción nominalista y tergiversación sentimental. El Bautismo marca a la persona para siempre introduciendo un cambio radical en la experiencia del yo. Lo atestiguan algunas historias que Huellas relata en estas páginas
A raíz de algunas afirmaciones de Benedicto XVI en la Vigilia pascual, que Julián Carrón retomó en los últimos Ejercicios de la Fraternidad, proponemos el relato de algunas historias que ponen de manifiesto la plena correspondencia de estas afirmaciones con la experiencia elemental de cada uno de nosotros.
Historia de Inés y su padre
Sierra Leona. Freetown. Habla el padre Bertón, misionero javeriano: «Padre, he bautizado a mi padre», vino un día a decirme Inés. Y me contó cómo había sido. El padre de Inés era polígamo, como todos los hombres de su edad por aquí. Tenía una familia muy numerosa, y quiso que todos sus hijos, niños y niñas, fueran al colegio. A menudo veía a Inés y a su hermano, uno por un lado de la calle y la otra por otro, volver a su casa. El sol pegaba y no había plantas que les acompañaran con su sombra benéfica. Pero los dos se reían, ni siquiera pensaban en la sombra. El domingo llegaban siempre puntuales a misa y, más tarde, por su cuenta, aparecía el padre al fondo de la iglesia. Él, que no podía bautizarse por ser polígamo, pero que tampoco podía dejar plantadas a aquellas mujeres que le habían querido y le habían dado los hijos que veía delante de sí en la iglesia, pedía su redención a través del Bautismo de sus seres queridos. Un día enfermó muy gravemente. Llamó a Inés y le dijo:
«Inés, vete al pueblo a ver si está el médico».
«Papá, no está. Se fue a Magburaka».
«¿Está el Padre?».
«Acabo de volver de la escuela y el Padre no estaba. Se fue a visitar a los cristianos y volverá muy tarde».
«Entonces, muero». Y se dejó caer, habiendo perdido toda esperanza de que hubiese alguien que pudiera ayudarle.
«Papá, siempre viniste a iglesia con nosotros. Cada domingo venías a la misa. ¿Quieres recibir el Bautismo?». La enfermedad estaba acabando con la vida de este hombre, que sólo pudo decir que sí con un gesto de la cabeza. Quería ser bautizado. Inés tomó agua y se la vertió sobre la cabeza, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así –me dijo– lo había aprendido en el catecismo y así lo hizo. Sus ojos se fijaron en mí como para preguntarme si había hecho bien. ¿Qué podía decirle? No pude hacer más que darle un beso en la cabeza. Entendió. Hizo lo que le había enseñado a hacer, pero nunca creí que lo llevaría a la práctica con su propio padre».
88 niños de fiesta
Ecuador. Quito. «Querría bautizar a mi hijo, pero no tengo dinero», oyó decir un día un trabajador de AVSI en Quito. Quien hablaba era la madre de uno de los más de 300 niños del proyecto que se ocupa de crear “guarderías familiares” y escuelas parroquiales en las aldeas más aisladas, pobres y violentas en el extremo Norte de Quito. Hablando con otras madres, todas de tradición católica, se enteraron de que eran muchos los niños de 6-7 años que todavía no estaban bautizados. Y siempre por el mismo motivo: el dinero. «¡Aquí, en Ecuador –decía la madre–, el Bautismo se celebra con una gran fiesta, con cena, música y vestidos nuevos! Además, nadie quiere ser padrino o madrina, para no tener que contar con los gastos de la fiesta y otras necesidades a lo largo de la vida del niño». ¡No puede ser un motivo válido para no bautizar a los hijos! –piensan los de AVSI–. Comienza así un trabajo de catequesis para prepararles al sacramento. Y también trabajo para preparar los trajes y organizar la fiesta para reducir lo más posible los gastos. En abril son bautizados 88 niños, de 0 a 7 años, y reciben una bendición especial del Papa.
Una criatura salvada
Milán. Paola trabaja como matrona desde hace casi veinte años. A menudo se ha visto ante el drama de niños salidos del vientre de su madre con tan sólo 20 ó 22 semanas de embarazo, recién nacidos de partos abortivos espontáneos o provocados, en todo caso siempre destinados a no sobrevivir.
«Sabía –cuenta– que aquel niño se estaba muriendo y, en los pocos instantes de vida que le fueron concedidos, ¿qué podía hacer más que donarle lo más hermoso para mí: ser hijo del Dios bueno mediante el Bautismo? Parece imposible creerlo cuando te enfrentas a la fragilidad humana y a la muerte. Para mí, el gesto del Bautismo siempre ha querido decir que lo que salva la fragilidad humana es la Misericordia de Dios. Por ello, sé que una pequeña fila de ángeles en el cielo ya me conoce y me abraza». También Manuela ha tenido la misma experiencia. «Una vez tuve que asistir a un aborto terapéutico. La madre, en el momento más dramático, pareció pedirme ser perdonada. Le pregunté si quería que bautizara a su hijo». ¿Cómo cambia el Bautismo a estos niños? «Yo creo que les da un carácter, una dignidad, que parece serles negada por la incapacidad de la madre de llevar a cabo el embarazo. Gracias al Bautismo, misteriosamente, aquella vida se cumple, y es salvada».
La vida nueva
Son tres historias muy diferentes, pero aunadas por el hecho de que el sacramento del Bautismo cambia al hombre y lo salva, tanto si le queda un instante de vida, como si tiene toda la vida por delante. Y la promesa contenida en este regalo de Dios –como dijo el Papa en la pasada Vigilia Pascual– es la que Jesús hizo a sus discípulos durante la Última Cena, cuando, hablando de su resurrección, dijo: «Viviréis, porque yo sigo viviendo». «La vida –continúa el Papa– nos llega del hecho de ser amados por Aquél que es la Vida».
Con cuánta ternura, Benedicto XVI, con ocasión de la Fiesta del Bautismo del Señor, el pasado 8 de enero, administrando el sacramento a los niños, afirma que con «el Bautismo cada niño es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca... Esta compañía de amigos, esta familia de Dios, en la que ahora el niño es insertado, lo acompañará siempre, incluso en los días de sufrimiento, en las noches oscuras de la vida; le brindará consuelo, fortaleza y luz (...) porque es comunión con Aquel que ha vencido la muerte».
Si no fuera para llorar, habría que reírse
P.R.
Benedicto XVI, en la Vigilia Pascual, ha subrayado firmemente que «el Bautismo es algo muy distinto de un acto de socialización eclesial, de un ritual un tanto pasado de moda y complicado para acoger a las personas en la Iglesia. También es más que una simple limpieza, una especie de purificación y embellecimiento del alma».Y es doloroso ver situaciones en que su valor eterno es reducido o hasta ridiculizado. Hoy se habla de “borrarse del Bautismo”, o sea, de la posibilidad de “anular” (cosa teológicamente imposible) el Bautismo por los motivos más diferentes: «por coherencia: si ya no somos católicos no hay ninguna razón para ser considerados todavía tales por quién ya no consideramos digno de nuestra estima; para mandar una clara señal a todos los niveles de la jerarquía eclesiástica; por una cuestión de democracia: demasiado a menudo, el clero católico, convencido de dirigirse a toda la población de la misma parroquia, “invade” la vida ajena (pensemos en la bendición de las casas con ocasión de la Navidad, o más banalmente en el ruido producido por las campanas); se crea un tipo de “imposición teocrática” y se difunde la convicción de que hace falta bautizar, confirmar, confesarse y casarse por la iglesia para no ser discriminados dentro de la misma comunidad. Derribar este muro es una batalla esencial para vivir en una sociedad realmente libre y seglar, para reivindicar la misma identidad en los pasos importantes de la misma vida. Dejar de ser católicos comporta la exclusión de los sacramentos, la exclusión del encargo de padrino o madrina por el Bautismo y la Confirmación, la necesidad de una licencia por la admisión a la boda (mixta), la privación de las exequias eclesiásticas sin un cambio explícito por parte del interesado. Significa, por lo tanto, no tener que someterse a las solicitudes de la propia futura pareja para satisfacer a la parentela con un rito celebrado en la iglesia, no verse sometidos a un extremaunción indeseada (a lo mejor mientras estás inmovilizado), y tener la seguridad de que los mismos herederos no efectuarán una ceremonia fúnebre en contraste con las propias orientaciones» (de un texto de la asociación UAAR, Unión de los Ateos y los Agnósticos Racionalistas).
Es también singular el fenómeno de Alemania, dónde se puede solicitar salir oficialmente de la Iglesia ¡por no pagar los impuestos! En efecto, el Estado les exige a los fieles de religión protestante, católica y judía, un impuesto (entre el 8 y el 9% del impuesto sobre la renta) para mantener los lugares de culto, pero si se declara oficialmente de no formar parte de ninguna comunidad religiosa, no se paga el impuesto.
¡Pero también hace sonreír saber que en una ciudad de Georgia (se dice el pecado pero no la parroquia) para administrar el Bautismo al hijo, padres, padrinos y madrinas, tienen que rellenar un impreso donde se certifica que son buenos cristianos, que acuden regularmente a misa y que sustentan, económica y organizativamente, la parroquia. ¿Cómo probarlo? ¡Con los sobres de las ofrendas dominicales!
La mistagogia de la celebración
Algunos pasajes del Catecismo de la Iglesia Católica a propósito de los gestos del ritual bautismal, parágrafos 1235-1245)
La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.
El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular “el sacramento de la fe” por ser la entrada sacramental en la vida de fe.
Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será “confiado” por el Bautismo (cf. Rm 6,17).
El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella “nazcan del agua y del Espíritu” (Jn 3,5).
Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el Misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: «N., Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: «El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.
La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, “ungido” por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf. OBP nº 62).
En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es el sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, “confirma” y da plenitud a la unción bautismal.
La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha “revestido de Cristo” (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son “la luz del mundo” (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es admitido “al festín de las bodas del Cordero” y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las palabras del Señor: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis» (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para la oración del Padre Nuestro.
La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.
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