Amenazas continuas, conversiones forzosas y una persecución que, aunque de manera más oculta respecto a la ola de violencia de agosto de 2008, no deja tregua. Un Obispo indio cuenta cómo viven los cristianos en un Estado donde tener fe supone asumir un riesgo
El cuerpo del padre Thomas Pandippallyil se encontraba en la cuneta, en el estado hindú de Andhra Pradesh. Tenía las manos y las piernas despedazadas. Los ojos arrancados. Fue asesinado cuando iba en moto a celebrar la misa.
Días después estallaba la terrible oleada de violencia contra los cristianos que atraería la atención del mundo entero sobre otro Estado de India: Orissa. Un año después de aquella persecución tácita que ha visto centenares de iglesias destruidas, decenas de muertos, miles de heridos y de fieles obligados a huir de sus propios hogares para refugiarse en la jungla o en los campos de refugiados, hablamos con monseñor Thomas Chakiath, vicario general de la archidiócesis india de Ernakulam-Angamaly, para conocer la situación actual y qué sucedió en esos meses. «Dos meses después del estallido de la violencia visité Orissa, sin poder acercarme al lugar de los ataques. ¡No me aconsejaban que me acercase a esas zonas!».
Mons. Chakiath tiene 72 años, vive en el Estado del Kerala, en la zona suroeste de la India, donde el porcentaje de cristianos alcanza el 20%, superando con creces el 2% que constituye la media nacional. «La gente de los campos de refugiados que visité estaba sumida en una desesperación total, a pesar de la comida y de los servicios que se les dispensaban. Habían perdido amigos y familiares, casas y tierras cultivadas, así como la esperanza de volver a su pueblo de origen».
India es sinónimo de culturas, religiones y grupos étnicos diferentes: «A diferencia del Occidente europeo secularizado, vivíamos en un ambiente profundamente religioso. Somos la cuna de cuatro grandes religiones, hinduismo, jainismo, budismo y sikhismo». Son 22 las lenguas reconocidas oficialmente por el Gobierno. La economía está creciendo, a pesar de un porcentaje altísimo de familias vive bajo los umbrales de la pobreza. Uno de los problemas que tiene este país es el fundamentalismo: «El fundamentalismo hindú, reforzado por el partido BJP (Bharatiya Janata Party) y por el Sangh Parivar, que da cobertura a varias organizaciones anticristianas, ha hecho del Estado del Gujarat una especie de laboratorio experimental». En este Estado, de hecho, se llevó a cabo una campaña de odio contra los musulmanes en 2004. Luego el pogromo anticristiano (matanza y robo de gente indefensa por una multitud enfurecida) en Orissa «donde –dice mons. Chakiath– la violencia no ha alcanzado los niveles precedentes sólo gracias a una extremada prudencia y al buen liderazgo de la jerarquía eclesiástica».
Las contradicciones. A distancia de un año, ¿ha cambiado la situación de los cristianos? Ciertamente, no se puede hablar de vuelta a la normalidad. La prensa y las agencias de información siguen dando noticia de homicidios recientes, de amenazas a fieles y de ataques a edificios cristianos, como el de las dos iglesias protestantes en Karnataka, a finales de agosto. La violencia de los graves atentados de los últimos meses de 2008 no se ha reproducido, no obstante permanece una violencia estructural, tal vez más solapada y difícil de erradicar. Una violencia perpetrada por la comunidad mayoritaria mediante la discriminación social y otras múltiples formas de boicot: «Los cristianos de los campos de refugiados tienen dificultades para volver a sus pueblos. Muchos hindúes no los quieren, no los aceptan en las tiendas, en los comercios o en el trabajo en los campos, y los que planearon los crímenes de hace un año circulan libremente por los pueblos, instigando el odio. Está claro que la violencia terminará sólo si la ley empieza a perseguir a los que la promueven».
Los refugiados cristianos en Orissa tienen derecho –lo ha establecido recientemente el Gobierno del Estado– a un subsidio de 20.000 rupias (cerca de 450 dólares) para reconstruir la propia casa en el caso de que esté “parcialmente destruida”: reciben 10.000 rupias de inmediato y el resto una vez que han comenzado las obras. Se dan situaciones diferentes pero «los refugiados que han vuelto a sus pueblos reciben intimidaciones por parte de sus vecinos: “O bien os convertís al hinduismo y reparáis a vuestros persecutores o bien no os permitimos iniciar la reconstrucción”. Según el Gobierno de Orissa, las personas que no podrán volver a sus moradas son aproximadamente 2.900», un dato que según mons. Chakiath puede alcanzar las 7.000 u 8.000 personas. «Además de todos los que han dejado Orissa y han tenido que escapar hacia otros estados como Kerala, Maharashtra u otras partes del País».
Son muchas las contradicciones de la India. Entre otras, la de contraponer el secularismo de la Constitución (con la cláusula de la libertad religiosa) a la connivencia, más o menos manifiesta, de la policía y de ciertos Gobiernos con las violencias fundamentalistas: «Las partes políticas –subraya el obispo– juegan con las divisiones religiosas, de casta y étnicas para tomar o mantenerse en el poder.
Revolución cultural. Siguiendo esta lógica «la globalización constituye una amenaza para identidades religiosas y culturales. En ciertas partes del Hinduismo, y de manera especial en las castas elevadas, hay miedo a que se les borre del mapa, debido a este fenómeno procedente del Occidente cristiano o de la invasión de los militantes islámicos con la “fuerza del petróleo”. Existe también un segundo factor: la emancipación social de la población de los pueblos, la de las castas marginadas y de las tribus preocupa a los “señores de la tierra”, que pertenecen a las castas elevadas. De hecho, el crecimiento social de las clases inferiores podría llevarlas a reivindicar derechos hasta ahora desconocidos, que podrían dar la vuelta al sistema».
Es la “revolución cultural” que desde hace 2000 años conlleva el cristianismo. «Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús». La plena «emancipación del hombre en la gloria de Dios –concluye mons. Chakiath– constituye la misión de la Iglesia. Sabemos con certeza que el camino de Jesús es también el del sufrimiento y la participación en Su cruz».
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