Un médico italiano que lleva veinticinco años trabajando como investigador en Connecticut. El crecimiento en su profesión y, sobre todo, en su vocación
Desde la época del liceo y luego en la universidad, “acompañado” por Angelo Scola primero y luego por don Giussani, aprendí a tomarme en serio, es decir, a amar la vida y mi trabajo (lo que en aquel entonces llamábamos vocación...). Cuando hace 25 años me ofrecieron la posibilidad de ir a trabajar a EEUU, la decisión maduró sobre todo partiendo de una gran pasión por mi profesión de médico investigador. Para no reducir el alcance que esta decisión podía tener para mí, quise comentarla con los que se habían preocupado por mí y me habían ayudado a crecer en la conciencia de la profunda unidad que existe entre el aspecto humano y el profesional. Por eso fui con mi mujer, Cristina (nos habíamos casado hacía poco y teníamos una hija pequeña y otro en camino), a hablar con don Gius, luego con mi hermano Guido y con mis amigos médicos: Pier Alberto, Giancarlo y Constantino. A pesar de todas nuestras preocupaciones, ninguno de ellos sugirió que no fuéramos, auque otros nos decían que allí no había nadie de CL, que nos encontraríamos solos y sin ayuda en un mundo difícil y complicado. Quizá el reclamo a ser adultos, es decir, a crecer en la profesionalidad, no es más que una versión modernizada de la parábola de los talentos, en la que debes poner en funcionamiento lo que se te ha dado porque en definitiva no te pertenece solo a ti.
Interés genuino
En 1980 partimos hacia EEUU no sin cierta inquietud, y con algo de inconsciencia, pero con el deseo de verificar el valor de lo que habíamos encontrado, en una situación objetivamente más difícil y menos cómoda que la de Italia (donde estábamos rodeados de parientes y de amigos), pero que por ser diferente resultaba fascinante. Me acuerdo bien de que en una de sus visitas a Nueva York, don Gius me dijo que el verdadero desafío a nuestra experiencia vendría de la sociedad de consumo y no del marxismo, herido de muerte (¡esto lo decía cuando en Italia el terrorismo de izquierda estaba en plena efervescencia, años antes de que cayera el muro de Berlín!).
También recuerdo su curiosidad, su interés genuino, con el esplendor de un adolescente, por ciertos aspectos de la sociedad americana menos marcada por el prejuicio, su atención por conocer en persona y escuchar sinceramente a cualquiera que tuviera algo original que decir sobre esta sociedad. Todavía nos conmueve a mi mujer y a mi recordar cómo al final de una jornada cansadísima y antes de subir a otro avión, don Gius tenía todavía energías y ganas para jugar con nuestros hijos en la terminal del aeropuerto de Nueva York.
En el ámbito profesional
Sin duda esta actitud me ayudó mucho, incluso en el ámbito profesional, pues me sentí impelido a llegar hasta el fondo de las cosas, sin pensar en tener las soluciones de antemano, con la conciencia de que sólo se crece, y por lo tanto se aprende, en un encuentro, al escuchar y profundizar en experiencias concretas, reales, no teóricas. Esta es la educación que hemos recibido y, creedme, continuamos recibiendo, en el movimiento: una educación que nos abre los ojos y nos permite tener encuentros verdaderos.
En mi profesión, me ha enseñado a saber reconocer esta positividad en el ámbito médico-científico: comprender y juzgar el valor de ciertos descubrimientos, vengan de donde vengan, más allá de la escasa categoría humana de algunos científicos; estudiar bien un nuevo fármaco para aprender a utilizarlo de la mejor manera posible; preocuparse de que se trate a los pacientes que participan en la investigación con la atención, el respeto y la dignidad que merecen; enseñar a los colegas más jóvenes a medida que se conozcan los descubrimientos (es decir, poner en común la competencia) y no utilizarlos como instrumento de poder.
La unidad positiva
Construir una unidad positiva puede significar también poner de acuerdo a los burócratas del ministerio, los investigadores de la universidad, las asociaciones de pacientes y de apoyo a pacientes y los representantes de la industria farmacéutica, para que cada uno de ellos pueda comprender mejor y valorar cómo su experiencia y sus capacidades, sin prejuicios y sin moralismos, pueden contribuir al bien común del desarrollo terapéutico. Todo ello sin presuponer que ya se tienen todas las respuestas, o que uno es capaz de resolver todos los problemas solo, cosa que para ciertos divos de la ciencia puede suponer un gran sacrificio.
Si alguien como don Giussani ha podido decir que al principio no tenía intención de fundar nada, también yo puedo decir que no me fui con la idea de descubrir o de conseguir nada sino solamente con el deseo de ser plenamente fiel a mi propia humanidad.
BOX
Ese regalo inesperado
Una chica de los Memores Domini que vive y trabaja en Novosibirsk cuenta un episodio de su amistad con don Giussani, señal de un corazón grande. Ese día recibió un sobre con dinero para comprar las cosas hermosas que deseaba...
Cuando empecé a trabajar en Novosibirsk conocí a muchos niños de la calle, niños con historias de abandono, historias sin color, niños cuya casa era la escuela. Cada vez que les veía, algunos me planteaban la misma pregunta: ¿me das un cochecito?, ¿me das un regalo? Yo no siempre llevaba encima algo para regalarles y, sin embargo, comprendía que si les llevaba un “regalito” les haría felices. Contándole esto a don Giussani, le decía que me disgustaba no poder emplear mi sueldo (en la experiencia de los Memores Domini, siguiendo el consejo evangélico de la pobreza, tenemos todo en común) en comprar juguetitos, porque yo tenía la experiencia de que cuando podía comprarme una camisa o un par de zapatos que había visto en un escaparate y que me gustaban mucho, me ponía muy contenta. Así entendía yo su necesidad, y estaba convencida de que de verdad estarían más contentos con el cochecito. Algunos meses después, ya de vuelta en Novosibirsk, un amigo me trajo un paquete de parte de don Gius: un sobre y un libro. Abrí el sobre y vi que había dinero «...para que puedas comprar las cosas hermosas que deseas» y el libro ¿Se puede vivir así? con una dedicatoria: «...con el deseo de un camino hermoso en el amor a Cristo y a los hombres, don Gius».
Este regalo, pensado y hecho para mí, para responder a mi deseo de belleza y de felicidad, completa y solamente mío, abrió un nuevo horizonte en mi trabajo: ¡con él entró el ideal, la dimensión, el color de la belleza! Algún tiempo después me ocupé de la construcción de una casa para madres solteras, y quise que fuera bonita, no porque contáramos con una subvención procedente de EEUU, sino porque estaba segura de que algo bonito de ver, bonito de vivir y de contar puede “encender” el deseo con la esperanza de que cuando estas mujeres salieran del centro, pudieran pensar en construir un “lugar” completamente suyo, más abierto, más limpio y con esa atención a los detalles, a los colores, que co-responde a sus exigencias como personas.
En la actualidad son dos las casas de acogida en Novosibirsk: “Golubka” y “Santa Sofía”. Dos casas en barrios populares y periféricos de la ciudad que tratan de responder al deseo de la mujer de poder tener su hijo y cuidar de él, creando un espacio lo más luminoso posible, correspondiente a su necesidad de belleza y felicidad, a sus expectativas.
Rosalba, Novosibirsk
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