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Huellas N.5, Mayo 2005

CARTAS

Bilbao, Ciudad de México, Barcelona...

a cargo de María Rosa de Cárdenas

Todo remite a su Presencia
Julián Carrón nos dijo que la ausencia que sentimos es la ausencia de Cristo. Esta semana lo he entendido, estudiando en la Escuela de comunidad el capítulo 4 del libro Por qué la Iglesia. Tuve mi primer encuentro con Jesús en un Cursillo de Cristiandad: allí cambió mi vida, porque antes yo no creía en Dios pero luego viví una relación individual y muy en las nubes, una relación muy “espiritual” con Jesús. Al conocer CL, y a través de las enseñanzas de don Giussani, ese Cristo adquirió un rostro concreto y humano, el rostro de don Giussani y de la compañía de amigos a través de los cuales me alcanza la Iglesia. Con la muerte de don Gius me ha sucedido como a los discípulos de Emaús: mientras él estaba con nosotros, yo no entendí que remitía a la presencia de Jesús, no entendí el método de la Encarnación; con su muerte sentí una ausencia muy grande, pero sin comprender. Carrón nos explicó que don Gius nos arrastra a Cristo, y esa es mi experiencia de la que hoy soy consciente, pero que no llegué a entender hasta leer el capítulo 4: fue como si repentinamente se me hubieran abierto los ojos acerca del método de la Encarnación. Por primera vez entiendo y creo lo que nos dijo Jesús: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo».
Carta firmada, México

Esa gran ilusión
Hoy más que nunca siento vuestra cercanía, y doy gracias a Dios por haber conocido un día en un salón de actos de Madrid a don Giussani. Era la primera vez que asistía a un acto del movimiento, y antes de empezar ya quería que se terminase. Fue cuando escuché por primera vez la palabra “Cristo” de su boca, con esa fuerza, cerraba los puños de una forma que desde la butaca parecía que se destrozara las manos, aquella “pobre persona”, se transformó hablando de Cristo, y se cambiaron los papeles; él era un jovencito con un entusiasmo y una fuerza impresionante y yo era un pobre hombre. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que aquello era verdad, que mi amigo tenia razón, que ese hombre y lo que decía merecía la pena y que yo quería sentir esa ilusión hablando de Cristo. Hoy, después de más de quince años, y aun reconociendo que no le he sido muy fiel, siento que he perdido un padre pero he ganado un santo que nos acompañará a todos a seguir a la persona que a él le hizo transformarse aquella tarde: Jesucristo.
Pablo, Bilbao (España)

Volver a empezar
Todo empezó hace un año, cuando mi marido tuvo graves problemas de trabajo. Esto provocó una multitud de preguntas sobre toda la realidad. Una noche, mientras charlábamos, le pregunté: «¿Quiénes son tus amigos?». Él me contestó: Fulano, Mengano, Zutano... Yo le insistí: «Pero, ¿quiénes son aquellos con los que compartes la vida entera?». No hubo aparente respuesta. De ahí surgió una reflexión sobre nuestro grupo de Fraternidad, porque nos dimos cuenta de que estábamos muy lejos de compartir la vida con sus problemas diarios. Una serie de hechos (la muerte de la madre de mi marido, la boda de un hijo nuestro, la licenciatura de otro tras la cual partió para una estancia en el extranjero) nos volvieron a plantear la pregunta sobre cuál es nuestra casa, dónde se edifica nuestro “yo” y encuentra consuelo y fuerza. El trabajo en nuestro grupo es sustancialmente igual al que hacemos en la Escuela de comunidad, con el agravante de que a menudo no se hace ninguna convocatoria, ya sea porque el responsable anda muy liado, ya sea porque el cura que nos acompaña no puede acudir a la reunión, lo cual conlleva que no nos veamos durante varias semanas. Junto con esto siempre tengo la impresión de que nuestra amistad no es lo que nos constituye y nos ayuda en lo concreto, en el modo de vivir nuestro trabajo, las relaciones o la familia; es más, todo esto se vive aparte y parece un obstáculo para nuestra amistad. Un interrogante se impone: ¿de qué sirve el grupo de Fraternidad? Es cierto que por nuestra parte hay una sutil pero inevitable desilusión, y nos falta el deseo de volver a empezar con estas personas. Mientras tanto, aguijoneados por la necesidad, hemos estrechado una amistad con otros, con los que quedamos regularmente a cenar para charlar de todo y comentar lo que vivimos. No se cómo podría llamar a esta relación, pero nos ayuda.
Carta firmada

El esplendor de la felicidad
Don Gius: los que te conocimos y tuvimos la gracia de adherirnos a la obra buena que a través de ti Cristo ha comenzado estamos llenos de gratitud y leticia (una palabra que tú rescataste). Nos enseñaste a descubrir la hondura de nuestra condición humana, su nostalgia de Infinito. Nos enseñaste a amar a Cristo con toda la pasión de tu humanidad, la profundidad de tu mirada, tu amor a la poesía y a la música, tu exquisita atención a valorar cada gesto humano, tu amor a la verdad, tu incansable dedicación a educar nuestro corazón. Nos enseñaste a amar a la Iglesia y a la Virgen con una inteligencia amorosa hacia el Misterio presente. Nos enseñaste un camino para vivir la comunión cristiana y la libertad. Un hombre que pertenece a Cristo no puede ser esclavizado por nada ni por nadie, no tiene ataduras ideológicas, ni se vuelve cortesano del poder del mundo. ¡Probadlo todo y quedaos con lo que vale! Con estas palabras de san Pablo solías desafiar nuestra libertad. ¿Cómo podríamos vivir sin esta gracia? Genialmente Camus en sus Cuadernos escribía: «¿Cómo vivir sin la gracia? Cuando se ha visto una sola vez el esplendor de la felicidad sobre el rostro de una persona a la que se ama, se comprende que para un hombre no puede haber otra vocación que la de suscitar esa luz en los rostros que le rodean». En estas palabras parece dibujada tu vocación y tu paternidad para con nosotros.
Jorge, Ciudad de México

El misterio de la dependencia
Tras la muerte del Papa, Julián Carrón, en una entrevista en Il Giornale, decía: «Giussani y Juan Pablo II son testigos de una nueva civilización». Inmediatamente nos preguntamos si era posible encontrar la semilla de ésta en Barcelona. Y nos pareció que quizá estaba en la experiencia y la vida que se había generado alrededor de Toni Deulofeu, párroco de Sant Agustí, en el barcelonés barrio del Raval. Allí, cada día, este hombre se enfrenta a la pobreza, a la inmigración y a la soledad en que viven muchos ancianos de la ciudad. Así que le invitamos a cenar para que nos diera la clave del desafío que Carrón nos había lanzado.
Uno tiende a pensar que ésta está en la obra del hombre, en lo que él es capaz de hacer. Sin embargo, para nuestra sorpresa, Toni comenzó a hablarnos de lo que a él le había generado. Nos “presentó” a sus amigos: hablaba de ellos en la mesa del restaurante como si estuvieran con nosotros. No hizo grandes discursos sobre la pobreza o la mala situación de los desamparados; nos habló de personas. Así, haciéndonos partícipes de su experiencia, nos señalaba un dato: el hombre grande es aquél que depende, que es hijo de una historia, de un lugar y de unos rostros cotidianos. Un hombre puede generar cosas muy grandes incluso obras muy buenas, pero esto no significa que haya entendido el misterio de la dependencia. Nos indicó que la felicidad no surge de la grandeza de nuestras acciones, ni de nuestra capacidad de “ser buenos”. Toni se presenta a quienes le piden ayuda ofreciéndoles lo más importante que tiene a través de sus límites. Por eso es capaz de abrazar al otro, porque comparte con él origen y límites. Toni ve en el otro la posibilidad de una relación verdadera con el misterio. Lo que cuenta para él es lo que éste es, no su capacidad para ayudarle. Sin embargo, no ha llegado él solo a la novedad de esta postura: ha necesitado de una amistad concreta para poder iniciar este camino. Un día, cuando él se desvivía por los pobres, un amigo le preguntó: “¿Por qué quieres ser bueno?”. Esta es la cuestión que nos pone a todos delante del misterio en todo aquello que hacemos en nuestra vida. Sin una respuesta a esta pregunta la caridad es un consuelo de tontos y la “nueva civilización” no sería una “verdadera civilización”. La cuestión no es si hay que ser bueno o no, la cuestión es: “¿Quién nos dará la felicidad?”.
Ana y Arturo, Barcelona (España)

El esplendor del inicio
Querida B.: El domingo pedí por ti, bueno, y por mí, pero para que nos parezcamos a la Virgen. En estos ejercicios he estado como cuando entré en el movimiento, con el asombro del inicio, «una curiosidad suscitada por el presentimiento de lo verdadero» y con una esperanza en lo que está por llegar que me ha llenado, creo, que de la “imposible serenidad” de la que hablaba Carrón. Y además se me ha hecho clarísimo que los que entonces fuisteis para mí el encuentro con Cristo, seguís siendo mis amigos del alma, mis preferidos y los que el Señor me ha puesto para acompañarme en la vida hasta el final. Así que, ¡gracias al Señor porque te ha puesto en mi camino!
María, Madrid (España)

La bondad de cualquier circunstancia
Nada más enterarnos de la muerte de Juan Pablo II y viendo las imágenes de la Plaza de San Pedro totalmente abarrotada de personas pidiendo por él, decidimos ir a Roma para unirnos a ellas. Tuvimos la gracia de poder colaborar con los amigos de CL italianos en el servicio de orden. Se me hizo evidente la forma tan excepcional con la que el Señor ama mi vida, en primer lugar, haciéndome formar parte de esta bella historia en la que se me dan rostros vivos como el Papa y don Giussani, que salen a mi encuentro para que mi vida cobre un nuevo significado. Leyendo la biografía de Juan Pablo II he comprendido mejor que «la realidad es positiva». Viendo cómo él no se ha rendido en su enfermedad y cómo la ha convertido en una ocasión privilegiada para hacernos llegar la vida misma de Cristo –hecha carne hoy en su persona–, tengo más certeza de que cualquier circunstancia puede ser buena.
Jesús Ángel, Parla (España)

El regalo de don Gius
Querido don Luigi Giussani: Soy un niño de nueve años y escribo a Huellas para contar que me ha sucedido algo muy bonito. Tres días después de tu funeral me llegó un riñón (hace seis meses que voy a diálisis), y estoy seguro de que me lo has regalado tú, porque te lo había pedido en tu funeral. Por eso te quiero dar gracias, porque ahora puedo hacer muchas más cosas que antes. Me dijeron en catequesis que tenía que escribir una frase: ¿qué ofreces en esta Cuaresma? Le ofrezco a Jesús el coraje de superar todas mis dificultades presentes y las que tenga en el futuro. Lo he escrito porque me gustaría parecerme a ti.
Marco, Merate (Italia)

Oración a Juan Pablo II
Querido Papa: Viendo tus obras me di cuenta desde el primer momento de que eras un gran Papa. Decías frases breves, pero llenas de significado. Confiaste en los jóvenes, ¡por esto has sido un gran Papa! Escucha mi oración: ¡enséñame a amar a la Virgen y a Jesús como los has amado tú! Estoy seguro de que don Giussani y tú haréis grandes milagros desde el Paraíso.
Francesco, 9 años, Milán (Italia)

De excursión con don Gius
Era una de las primeras vacaciones en Val di Fassa, hace ya muchos veranos. Mi hermano y yo estábamos allí por casualidad y todo era una novedad: la serena amistad entre aquellos quince chicos y chicas, los juegos, los cantos, las excursiones... Y aquel cura que por la mañana se quitaba la sotana, se ponía los pantalones de pana y con un gran pañuelo blanco
anudado en las esquinas, bien ajustado a la cabeza, nos guiaba al descubrimiento de los montes y senderos con la misma vibrante pasión con la que celebraba la misa “breve y fervorosa” por la tarde. El refugio Ciampedie, el Puez, el Contrin… nos guiaba dándonos razón de cada paso: por qué subir en silencio siguiendo al que iba delante, cómo mirar con los ojos abiertos de par en par y el corazón lleno de asombro una pequeña piedra del camino y, por la noche, el cielo cuajado de estrellas. Y la belleza, la belleza de los montes y las canciones… Aquella mañana habíamos subido la pedrera del Piz Boè (aún no existía el funicular); después, por un sendero lleno de nieve, alcanzamos el refugio y la cima; comimos, jugamos y cantamos; mientras descendíamos al Paso Sella, don Gius nos enseñó a saltar y a deslizarnos por la pedrera; después nos sorprendió la lluvia y luego todo volvió a la calma. Pero se hizo de noche y habíamos perdido el último autobús. Había pocos coches; don Luigi se afanaba en buscar sitio en ellos y poco a poco iba colocando a sus chicos, atento a que en cada coche fueran siempre un chico y una chica. Tres de nosotros estábamos un poco apartados y mirábamos el trajín que tenía. En un momento determinado, en parte por evitar que se preocupara, pero también por hacernos los valientes (¡no estábamos tan cansados como los demás!), le dijimos: «Nosotros bajamos a pie». Y nos pusimos en marcha sin esperar respuesta. Primero un atajo, después un sendero, y por último, sólo el camino asfaltado que había que seguir. Al rato pasó un coche. Se detuvo a unos cien metros y bajó de él don Gius, que nos saludó calurosamente. El conductor cerró la puerta y esperó al borde de la calzada. «¡Pobres de nosotros! Ahora nos va a regañar» y preparando la defensa, lo alcanzamos. Pero él nos acogió con una sonrisa: «Ánimo, chicos, estamos a mitad de camino». Y se puso a andar con nosotros. «Pero, si ibas en el coche, ¿por qué te has bajado». «Si vosotros vais a pie, yo también». Y siguió hablando de otras cosas. «Misericordia quiero...». ¡Cuántas veces habré recordado aquel gesto en el que por primera vez conocí la compañía de Jesús!
Sandra Colombo

La larga espera
El día 5 por la noche salíamos hacia Roma. Estábamos esperando en la calle cuatro autobuses que al principio nos parecían demasiados; pero la plaza donde nos encontrábamos se convirtió poco después en demasiado pequeña para acogernos a todos: éramos 130 chicos. Aunque sabíamos de la fatiga que nos esperaba, era mayor el deseo de visitar al Santo Padre y presentarnos ante él para confiarle nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Llegamos por la mañana al Castillo de Sant’Angelo. Allí nos pusimos en la cola y comenzó para nosotros la larga espera de 19 horas. Y he aquí que se manifiesta el gran milagro de Juan Pablo II: miles y miles de personas en fila, sofocadas bajo el sol, que se mueven a paso de hormiga. Pero lo más conmovedor fue ver a nuestros compañeros de clase rezar el Rosario con nosotros y sostenernos con determinación en los momentos más fatigosos de la peregrinación para llegar a San Pedro. Sin una razón habría sido un bonito gesto, valiente, pero inútil, y hecho por puro sentimentalismo, que habría pasado antes o después, como nos dice siempre don Mauro. A la una y veinte entramos en San Pedro. El cansancio desaparece. Ante nosotros, el motivo de tanto camino: dar gracias a este hombre que junto a don Giussani ha sido un padre para nosotros. Gracias a estos dos padres podemos hoy llamarnos cristianos, porque nos han ayudado a reconocer a Jesucristo presente en la unidad con nuestros amigos, y esto nos hace desear (y pedir) que sea así de concreto para todos los que tenemos cerca, en primer lugar para nuestros compañeros de clase.
Lucia y Vera, Crema (Italia)

¡Qué bello es el mundo!
Ha sido el Papa más unido a Dios que he conocido. Amaba mucho más a Cristo de lo que yo podía imaginar. Ha sido la luz para nosotros, es decir, ha iluminado nuestro camino y nos ha ayudado cuando estábamos en dificultades. Siempre ha estado y estará en mi corazón, porque me ha demostrado que las personas y las cosas son para recordarlas siempre. Cuando en el telediario los periodistas informaron de que estaba enfermo, empecé a rezar, porque no quería que muriese, no quería que nos abandonara y nos dejase solos en las tinieblas. Él ha sido nuestro Pastor, que nos ha guiado en una Iglesia envuelta de luz; y ahora se ha marchado hacia las puertas del Paraíso. En la catequesis he visto una foto del Papa abrazando a la Virgen. Es fantástico cómo nuestro Papa amaba a la Virgen y, por ello, a todas las personas. Querría encontrar al Papa, verlo por última vez, pero no podré hacerlo en mucho tiempo, porque soy un niño de diez años y espero vivir aún mucho. Pensándolo bien, hay un modo de sentirlo más cercano: la oración. Con la oración puedo admirar a nuestro Santo Padre. Nunca olvidaré una frase de don Giussani que me vino a la mente al ver el rostro del Papa mientras miraba las montañas nevadas: «¡Qué bello es el mundo y qué grande es Dios!». Cuando yo muera también quiero tener la fuerza de gritar en voz alta esta frase. Gracias al Santo Padre ¡Dios ha convertido a casi todo el mundo! Cuando se pone en el ataúd a una persona fallecida, como hicieron con mi abuelo, lo ponen descalzo; pero al Papa no. Él llevaba puestos los zapatos, porque según creo yo, debe caminar aún mucho en el Paraíso. Me duele que se haya muerto, pues tenía que convertir a muchas personas más. Iré a su funeral, seguro, porque debo encontrar el modo de darle gracias, y de desearle mucho amor y felicidad. Creo que ahora la Virgen nos dice a todos: «Vuestra tarea es sostener la Iglesia, y más ahora que han muerto las tres columnas que la sujetaban: Sor Lucía, don Giussani y el Papa». Nuestro Papa era también un buen gourmet. Le gustaba la comida italiana, la turca y la de su país natal. No conocía su nombre: Karol Wojtyla. Hace tres días que lo he descubierto y creo que es un bonito nombre. Sólo estoy seguro de una cosa: echo de menos a este Papa y siempre lo llevaré conmigo.
Luca, Riccione (Italia)

Diez minutos de oración
Trabajo en una gran fábrica de muebles. Con ocasión de los funerales del Papa, la dirección administrativa apenas estaba dispuesta a conceder un minuto de silencio. Yo había pedido un permiso de las 10:00 hasta el mediodía para poder seguir el funeral que se celebraba en San Pedro, en una gran pantalla que algunos amigos del movimiento habían montado en una sala de convenciones en un hotel. La mañana del viernes, sobre las 8:30, se me acercó un muchacho, un compañero, y me pidió que le ayudase a realizar un breve gesto de oración en la fábrica con los trabajadores que quisieran participar. Yo acepté, y a las 10:00, hora en que empezaba “el minuto de recogimiento”, llevé dos velas, una foto del Papa, una de la Madre Teresa de Calcuta y otra de don Giussani, y las puse sobre el banco de trabajo. Después me pidió guiar aquel pequeño momento de oración. Yo, con cierto embarazo, ante treinta compañeros, rezé un Padrenuestro y un Descanse en paz, conmovido por aquel gesto sencillo y, sin embargo, cargado de pasión y fe que duró unos 10 minutos. Después aquel chico me dijo que había conocido a don Giussani en Bérgamo, hacía ya muchos años, en una misa en una parroquia, y que aquel encuentro le había cambiado la vida. Me sorprendió ese acontecimiento que me hizo comprender mejor las palabras de don Giussani: «La respuesta a la pregunta “¿qué es el cristianismo?” es un pedazo de tiempo y espacio... Un acontecimiento mediante el cual un hombre dijo que era Dios y seguiría en la Historia dentro de la realidad visible de las personas que permanezcan unidas entre sí».
Marco, Pesaro (Italia)

Lo mismo da 5 que 40.000
24 de febrero. Deft, Holanda. Estábamos viendo el funeral por don Gius en un salón del JVB71, una residencia de estudiantes enorme donde en cada apartamento viven 16 personas. Todo se revolucionó en el apartamento en torno a dos locas italianas que en una tarde de sol holandés (¡!) se encierran en casa para seguir una misa a 2.000 kilómetros de distancia. Roland y Lotte: «Pero, ¿qué hacen en San Pedro? ¿Ha muerto el Papa?». Para ellos era muy extraño que tanta gente se hubiera reunido bajo la lluvia y que nosotras estuviéramos tan atentas a lo que sucedía. Bart: «¿Qué pasa?». Nosotras: «Es el funeral de un sacerdote». Bart: «¿Y tantas personas por un cura? Eso nunca pasaría en Holanda». Nosotras: «Ya sucederá, no te preocupes... Era una persona a la que nosotros queríamos mucho, porque era el fundador del movimiento católico del que formamos parte». Bart: «Ah, ¿y qué es un movimiento?, ¿y por qué vosotras formáis parte de él?». «Nos hemos encontrado con personas que vivían de una manera tan bella que las hemos querido seguir. Después hemos descubierto que ellos eran así por la presencia de Cristo en sus vidas». Durante ese tiempo, también Bas, Roeland y Cheryl estaban allí parados escuchando los cantos con la boca abierta... «¿Y qué hace allí Berlusconi? Tenía que ser una persona importante ese cura». Las cámaras de televisión encuadraron a Enma y Carlo: «¡Mirad, nuestros amigos!» y finalmente apareció don Pino: «Él es uno de nuestros mejores amigos». Su reacción: «¿Un cura?». «Sí, vamos a ver, no es que salgamos con él todas las tardes a tomar una cervecita, pero verdaderamente es nuestro amigo». Lo que para nosotras tenía que ser un momento privado, aquella tarde se convirtió en un encuentro. Al día siguiente: «¿Sabes que había allí 40.000 personas ayer?». No hay diferencia entre estar en Milán con 40.000 personas o en Holanda con 5 (con Laurens y Mart que no te permiten distraerte ni un momento). La intensidad y la belleza de una vida cristiana son posibles siempre e impactan a cualquiera.
María y Elisa, Delft (Holanda)

La obediencia de la fe
Querido don Julián Carrón: Somos diez personas y ya hace cuarenta años que alguno de nosotros entró en el movimiento; otros poco después y otros más tarde. Sea como sea, a todos nos ha atraído el modo con el que el movimiento nos ha dado a conocer lo único bueno para nuestra vida: Jesús. Además, alguno de nosotros trató a don Gius en los inicios y ha tenido el privilegio de poderle seguir directamente. Como podrá usted deducir, la media de edad de nuestra fraternidad no es lo que podríamos decir, usando un eufemismo, “muy fresca”: los cuerpos se van deteriorando, y aunque la cabeza todavía funciona, el corazón se mantiene generoso, el amor por la Iglesia, firme, y la obediencia al movimiento –con alguna que otra rebeldía humana– fuera de discusión. Entonces, ¿por qué escribimos esta carta? Porque sabemos que el momento de la transición en todas las instituciones –sean laicas o religiosas– es delicado y, por tanto, la tarea de quien las guía es humanamente muy difícil. Y si la tarea es compleja, hace falta que todos permanezcamos unidos, y para permanecer unidos es necesario ser obedientes. ¿Por qué? Porque la obediencia es la virtud – entre otras– que nos ha permitido crecer en la fe estos años, y crecer en la fe es bueno. Es algo bueno que engrandece nuestras almas sin apenas darnos cuenta y que verificamos siempre que nos encontramos con la gente. La obediencia –la que nos ha enseñado don Giussani son su comportamiento diario– hace crecer nuestra fe, porque simplifica las relaciones y te da más espacio para escuchar la voz del amigo Jesús. Y crecer personalmente en la fe, en amistad con todas las personas, es el movimiento. Ser fieles al movimiento –y lo testimoniamos gustosos nosotros que llevamos en él un tiempo– es bueno, para nuestras almas, para nuestros hijos, para los que nos hemos encontrado y los que encontraremos. Así pues, ¡buen trabajo, querido don Julián! Nosotros estaremos cerca de usted con la oración, con la obediencia que se debe a quien guía y con la simpatía que poco a poco nos está haciendo amigos.
Dario, Fiorella, Raffaella, Giovanni, Giancarlo, Luisella, Anna, Paola, Daniela, Milán (Italia)

Saludo en el tablón de anuncios
Querido Julián: El día de la muerte de don Gius, pusimos en el tablón de anuncios de los estudiantes tu comunicado. Pocas horas después encontramos junto al comunicado un folio con el siguiente texto: «Nuestras más sentidas condolencias por la desaparición de don Giussani, figura importante en la promoción de los valores, que tanto ha dado a la juventud italiana sea de la fe que sea», Jóvenes Musulmanes de Italia. Conmovidos y estupefactos pensamos responder a tal gesto de amistad a la dirección de correo electrónico que aparecía al final del texto, pero, mientras buscábamos las palabras justas, unos días más tarde, vimos en la biblioteca a una chica a la que reconocimos como musulmana por su forma de vestir. Nos acercamos a ella para romper el hielo: «Perdona, ¿eres musulmana?». A su expresión un poco asombrada y divertida, añadimos: «Hemos encontrado una nota en el tablón de anuncios...». No nos dejó terminar la frase y nos reiteró su pesar por la desaparición de un «gran hombre». Nos invitó a la defensa de su tesis que se iba a celebrar ese día y prometió presentarnos a sus amigos musulmanes y a sus niños. Pidiéndonos, además, la disponibilidad para profundizar aquel primer y fugaz encuentro inicial con ellos. ¡Y así fue!
CLU de Biología de la Universidad Estatal de Milán

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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