«Te has inclinado sobre nuestras heridas y nos has curado dándonos una medicina más fuerte que nuestras llagas, una misericordia más grande que nuestra culpa. Y así, en virtud de tu invencible amor, incluso el pecado ha servido para elevarnos a la vida divina».
Prefacio de la Liturgia ambrosiana
Jesús se dirige a nosotros, nos sale al encuentro preguntándonos una sola cosa: no «¿qué has hecho?», sino «¿me amas?». Hace falta un poder infinito para tener esta misericordia, un poder infinito del cual –en este mundo terreno, en el tiempo y en el espacio en los que vivimos, durante los pocos o los muchos años que se nos concedan– podemos recibir y obtener la alegría. Porque un hombre, cuando es consciente de toda su pequeñez, se alegra frente al anuncio de esta misericordia: Jesús es misericordia. Él ha sido enviado por el Padre para hacernos saber que la esencia de Dios tiene una característica suprema hacia el hombre que es la misericordia.
Luigi Giussani
Pie de foto: Pietro Lorenzetti, Descendimiento (detalle), siglo XIV. Basílica inferior de San Francisco, Asís
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