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Huellas N.2, Febrero 2005

IGLESIA Tierra Santa / Entrevista al Nuncio

La encrucijada de la paz. La esperanza cierta de la Iglesia

a cargo de Andrea Finessi

Urge más que nunca que se produzca la paz en Tierra Santa, porque de ello depende también que haya paz en otros lugares del mundo. El nuncio apostólico, monseñor Pietro Sambi habla de la difícil relación entre los pueblos, del muro que algunos consideran una defensa y otros una provocación, de la responsabilidad de los políticos y de la ayuda que suponen los peregrinos

Corren vientos de cambio en Jerusalén. Es necesario avanzar hacia la paz que a pesar de la elección de Abu Mazen se retrasa. En Notre Dame, sede de la nunciatura, estos vientos cobran certeza y la fuerza de quien ha encontrado en esta tierra una identidad clara: «Llegué aquí siendo un joven sacerdote. Jesucristo era para mí una especie de fantasma entre las nubes. A fuerza de caminar por donde Él había pisado, de ver las piedras y los lugares que hospedaron su Persona, escucharon sus enseñanzas y vieron sus milagros, su sufrimiento, Muerte y Resurrección, me he encontrado, no con un tipo de cristianismo cualquiera, sino con una persona, llamada Jesucristo, verdadero Dios y hombre verdadero». Nos habla el nuncio apostólico monseñor Pietro Sambi, que recibe a un grupo de peregrinos italianos y les dice que con el simple hecho de «dejarse ver por estas tierras» realizan «la forma más concreta de sostener la Iglesia Madre de Jerusalén».

Los cristianos en Tierra Santa están realizando obras, trabajan, emprenden iniciativas. ¿Qué perspectiva les aguarda?
Estamos ante dos pueblos psicológicamente extenuados por la falta de perspectivas de paz, por las continuas víctimas de ambas partes, por los graves apuros económicos. La situación resulta más grave en Palestina, que tiene una economía mucho más débil. Pero la pobreza ha llegado también a Israel. Nunca me había sucedido antes, pero hoy en día hay familias israelíes que vienen a pedir –no sin pasar vergüenza– cualquier tipo de ayuda material. Actualmente se escuchan en una y otra parte palabras de buena voluntad para retomar un diálogo con el fin de perseguir la paz. También se han adoptado posiciones muy claras en el ámbito internacional. Abu Mazen ha sido elegido como nuevo presidente de la Autoridad Palestina. Ariel Sharon ha constituido un gobierno de mayoría. El conflicto que dura desde hace 56 años, deja tras de sí una estela de resentimientos y desconfianza recíproca que dificulta el camino hacia la paz. Además, sabemos bien que no es suficiente el diálogo entre las dos partes. La presencia de la comunidad internacional es imprescindible, no para imponer la paz, porque una paz impuesta no se mantiene, sino para conseguir la paz. Si aquí se alcanza la paz, si se consigue que las tres culturas –hebrea, musulmana y cristiana– se acepten, se respeten e incluso colaboren, habrá paz en muchos otros lugares del mundo donde conviven estas tres culturas. Se ha dicho, justamente, que en Jerusalén está la llave de la paz en el mundo.
Tierra Santa –Israel y Palestina– como número de habitantes y extensión es más o menos como una región italiana grande. Sin embargo, el mundo habla casi a diario de esta realidad transmitiendo un mensaje de odio, destrucción y muerte. Pero Dios eligió esta tierra para revelarse, encarnarse y dar una nueva dignidad al ser humano, le confió un mensaje para la humanidad, el del amor, la plenitud de la vida y la fraternidad entre todos los hombres. Devolver Tierra Santa a la misión que Dios le ha confiado significa fortalecer las razones para la paz en el mundo entero. El primer paso es sin duda el cese de la violencia recíproca y el respeto de la vida humana.
Los cristianos aquí son tan solo el 2% de la población. Su peso en esta situación social depende por una parte de la solidaridad que les demuestren los demás cristianos, y por otra, de su unidad, y el amor y la fraternidad que puedan manifestar en su comportamiento hacia todos sus vecinos.
Las peregrinaciones son la mejor manera que tienen los cristianos de mostrar su solidaridad con los cristianos que viven en Tierra Santa y además suponen una forma de alentar la paz.

Andando por la ciudad y los lugares de la cristiandad parece que entre las diversas iglesias cristianas haya una relación más bien de simple tolerancia...
Llevo 30 años aquí y constato que hemos dado algunos pasos hacia delante. Por Navidad y Pascua los jefes de las distintas Iglesias envían un mensaje común a todos los cristianos de Tierra Santa; se han elaborado documentos comunes sobre problemas que nos afectan a todos como son la emigración de los cristianos, el problema de Jerusalén, la construcción de una mezquita a las puertas de la basílica de la Anunciación en Nazaret, las consecuencias nefastas de la construcción del “muro de defensa”, etc. Casi mensualmente los jefes de las Iglesias se reúnen para tratar temas de común interés. La Semana de oración por la unidad de los cristianos reúne a todas las Iglesias de la Ciudad Santa, excepto una que todavía no se ha sumado a la iniciativa.
El hecho de que en Jerusalén –donde el Señor instituyó a la Iglesia y la quiso “una” para que llevara a cabo Su misión: «Que sean uno para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21)– existan 13 Iglesias y unas 40 denominaciones cristianas se puede considerar un escándalo.
Nos han dividido el orgullo y la sed de poder. Lo que traerá la unidad será la fidelidad al Espíritu de Cristo en el servicio al Padre y a los hermanos, la humildad y la santidad de la vida.

Se ha referido a la responsabilidad de los políticos locales y de la política internacional. Pero la política se ha debilitado estos últimos años a causa de un factor religioso.
El conflicto que hay aquí es esencialmente por la posesión de la tierra, con frecuencia sobre la base de motivaciones religiosas. Los asentamientos judíos en los territorios palestinos se sitúan a menudo en lugares donde la Biblia menciona la presencia de comunidades hebreas en la antigüedad. Los extremistas musulmanes se sirven de la ocupación israelí de los territorios palestinos para justificar su injustificable terrorismo, a menudo sostenido en el nombre de Dios.
Israel arrastra consigo desde 1948 un problema: la relación entre tierra e identidad. Hay quien dice: toda esta tierra es nuestra y debemos conquistarla; y hay quien dice: es mejor tener menos tierra, pero que haya una mayor identidad como pueblo israelí.
Israel tiene derecho a existir y a la seguridad dentro de los confines internacionalmente reconocidos, lo cual no sucede actualmente, ya que estos son simples líneas de armisticio. Pero también los palestinos tienen derecho a una patria y a vivir seguros dentro de unos confines internacionalmente reconocidos. La paz pasa por el reconocimiento de dos Estados soberanos, que puedan vivir uno al lado del otro con un espíritu de colaboración, y por el reconocimiento de las tres religiones que consideran a Jerusalén como Ciudad Santa: la judía, la cristiana y la musulmana.

Los israelíes están construyendo un muro para defenderse, lo cual parece ir contra una voluntad de paz.
Israel tiene derecho a defenderse. Cuando alguien tiene miedo de los ladrones construye un muro para defender su casa. Israel tiene derecho a protegerse, pero el problema es otro. Israel no ha construido un muro en su casa, sino en la del vecino. En Beit Jala el muro ha arrebatado a las familias 8 millones de metros cuadrados de tierra. ¿De qué van a vivir? Ya 200 familias han abandonado Tierra Santa. En Belén, el muro sustrae 7 millones de metros cuadrados de tierra a la población. Ya 1000 personas han emigrado. En Beit Sahur el mismo muro roba un millón setecientos mil metros cuadrados de tierra. Ya 150 familias han tomado la vía del exilio.
El muro además quiebra los vínculos familiares, sociales y culturales, los vínculos religiosos. El Santo Padre, de cuyo amor por el pueblo judío y por el palestino nadie puede dudar, dijo muy sabiamente que Tierra Santa necesita puentes, no muros.

Si el problema estriba en la relación entre tierra e identidad, ¿cómo pueden convivir culturas diferentes?
Existen personas convencidas de que para ser tolerante o favorecer un diálogo se necesita no tener identidad u ocultarla. Porque en el momento en que tienes una identidad surgen roces con los otros. Esta es la auténtica debilidad de la Europa actual. Sólo si parto de una verdadera identidad puedo reconocer la identidad del otro y respetarla: esta es la base del diálogo. Un diálogo que parte de una falta de identidad es vacío e inútil y no puede tener verdaderamente en cuenta al otro. El diálogo verdadero se produce sólo entre identidades precisas que deciden conocerse realmente, respetarse en lo que cada cual tiene de distinto y de compartir lo que tienen en común. Sólo entonces el dialogo resulta recíprocamente constructivo.

De cualquier modo todos esperan un cambio después de la elección de Abu Mazen, pero las cosas parecen estar ya en la rampa de salida.
El mismo Abu Mazen en su primer discurso como presidente de la Autoridad Palestina ha dicho: «El camino que tenemos por delante no será fácil. No realizaremos nuestras aspiraciones mediante sueños ni milagros, sino con un trabajo constante e incansable». Un largo camino empieza siempre por algunos pasos en la dirección justa: el cese de los actos terroristas llevados a cabo por los extremistas palestinos y el cese de las incursiones y de la ocupación militar israelí.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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