Publicado en España el libro Pío XII y la Segunda Guerra Mundial, escrito a partir de los documentos de los archivos vaticanos sobre la última guerra. Entrevista exclusiva al padre Blet, el jesuita que ha llevado a cabo la obra, y que desmiente la leyenda negra del antisemitismo del papa Pacelli. Insinuando una hipótesis
A quien en los últimos tiempos le ha preguntado sobre los presuntos “silencios” acerca del exterminio de los judíos de su predecesor el papa Pacelli, Juan Pablo II ha respondido: «Leed al padre Blet». Es el aval más alto y autorizado a la obra de este anciano jesuita francés responsable de la publicación de los doce volúmenes de Actes et Documents du Saint-Siège relatifs à la Seconde Guerre Mondiale, es decir, de todos los documentos de los archivos del Vaticano relativos al período de la última guerra mundial. Una iniciativa promovida por Pablo VI, elegido Papa precisamente en el momento en el que comenzó a surgir la leyenda negra sobre Pacelli. Se trata de una exhaustiva investigación histórica para restablecer la verdad sobre un Pontífice que próximamente será elevado al honor de los altares, pero cuya figura se cuestiona continuamente con ataques que reciben amplia cobertura en los medios de comunicación de todo el mundo. El Padre Pierre Blet acaba de publicar en España un libro que resume y acerca al gran público el fruto de sus investigaciones.
En su mesa de trabajo como cada día, el padre Blet sacude la cabeza cuando le hablamos de “silencios”. Él ha podido probar que Pío XII hizo todo lo que pudo para salvar a los judíos. ¿Cuál es la figura de Pío XII que emerge de sus estudios?
Pacelli era un hombre que conocía bien su propio deber y lo cumplía con enorme entrega. No perdía un minuto, era un trabajador infatigable. Se comprometió de manera concreta desde el principio al fin para salvar la vida de los inocentes y buscó ayudar a los judíos perseguidos incluso antes del comienzo de la guerra y del Holocausto.
¿Qué hizo la Santa Sede por los judíos antes del conflicto?
Los nazis intentaron expulsar a los judíos de Alemania y de los países que habían ocupado. El cardenal Pacelli, entonces secretario de Estado de Pío XI, se empleó a fondo en encontrarles un refugio en otros países. Tuvo enormes dificultades: obtener el visado para EEUU llevaba dos años, igualmente arduo era entrar en Inglaterra. Finalmente, Brasil concedió tres mil visados, una gota en el mar de las peticiones...
En su libro El Papa de Hitler, [publicado en España por Planeta, 2000, ndt] Cornwell publica un informe enviado al Vaticano por la nunciatura de Berlín en 1919 siendo Pacelli nuncio en Alemania. En él se habla de una sublevación de bolcheviques, definidos como «judíos pálidos, sucios, repugnantes y vulgares».
Este documento que Cornwell presenta como inédito y como “prueba” del antisemitismo de Pacelli ya se conocía y se había publicado en un libro de 1992. El texto no fue preparado por el nuncio, sino por uno de los secretarios de la nunciatura: fue este último, y no Pacelli, quien usó estas expresiones.
¿Fue Pío XII un Papa antisemita?
¡Pero cómo, antisemita! En 1943 los nazis exigieron a los judíos de Roma cincuenta kilos de oro a cambio de no deportarles al gueto. La comunidad israelita sólo pudo reunir 35. Los líderes judíos, entonces, se volvieron a Pío XII, que les entregó el oro que faltaba. ¿Usted cree que si Pacelli hubiese sido antisemita, los judíos se habrían dirigido a él?
Otra acusación que se le hace a Pacelli es el Concordato con la Alemania nazi, que habría ayudado a Hitler a consolidar su poder.
El Concordato fue firmado en 1933, cuando Hitler estaba perfectamente asentado en el poder. El gobierno alemán ofreció a la Santa Sede condiciones muy favorables, pero no las respetó. El mismo cardenal Pacelli dijo: «Esperemos que estas nuevas reglas no sean violadas todas al mismo tiempo». Aquel acuerdo debía tan sólo garantizar la libertad de culto para los católicos, que no tenían una vida fácil: miles de sacerdotes y de monjas fueron arrestados y el jefe de Acción Católica fue asesinado. Si el Vaticano no hubiese firmado el Concordato cuando se iniciaron las persecuciones contra los católicos, éstos habrían podido acusar a la Santa Sede de haberse equivocado al no suscribirlo.
De la pila de documentos que usted ha podido analizar, ¿surgen episodios que pueden hacer pensar en alguna condescendencia de Pío XII hacia el nazismo?
No, ninguno. Pacelli era un gran amigo del pueblo alemán porque admiraba su cultura, pero no ayudó en ningún modo al nazismo. Hay un episodio iluminador al respecto. Bajo indicación del Papa, la diplomacia de la Santa Sede se las ingenió para hacer que los ambientes católicos americanos aceptasen la alianza del presidente Franklin Delano Roosevelt con la Rusia soviética de Stalin en contra de los nazis. Pío XII hizo saber a su delegado apostólico en Washington que tal pacto estratégico para contener a Hitler se podía llevar a cabo, a pesar de que la Santa Sede había condenado formalmente el comunismo. Y en 1940, cuando el Papa conoció los planes de la oposición alemana para derribar a Hitler, decidió hacérselos llegar en secreto a los ingleses, esperando que sirviesen a buen fin. No me parecen acciones propias de un amigo de los nazis.
¿Cómo se explican los “silencios” del Papa sobre el exterminio de los judíos?
Los llamados “silencios” no fueron tales. Es más, la voz del Papa fue la única en elevarse en defensa de cuantos eran perseguidos. En el mensaje de Navidad de 1942, cuando todos los jefes de Estado callaban, Pío XII denunció la persecución contra «cientos de miles de individuos que, sin culpa, a veces sólo por razón de su nacionalidad o raza, son condenados a la muerte o al exterminio progresivo». El New York Times tuvo que admitir: «En esta Navidad más que nunca, el Papa es una voz solitaria que grita en el silencio de un continente». El 2 de junio de 1943, Pío XII pronunció otro discurso, que sus acusadores se guardan bien de citar, en el que habló de cuantos se volvían hacia él «porque a causa de su nacionalidad o de su estirpe son condenados a persecuciones exterminadoras».
Algunos dicen que el Papa habría podido ser más osado en sus mensajes públicos.
Precisamente aquí está el quid de la cuestión. Pío XII sabía que sus denuncias públicas habrían tenido un efecto devastador: los nazis no se habrían detenido; al contrario, habrían hecho aún más cruel la persecución contra los judíos y contra los católicos. En el mismo discurso de junio de 1943, el Papa explicó: «Toda palabra nuestra por nosotros presentada ante las autoridades públicas, toda alusión pública nuestra, deben ser por nosotros seriamente ponderadas y medidas en interés de los mismos sufrientes para no hacer, incluso sin quererlo, más grave e insoportable su situación».
Según usted, ¿sabía el Vaticano exactamente lo que estaba ocurriendo en los campos de exterminio?
El conocimiento exacto de lo que estaba sucediendo se supo sólo tras la entrada de los aliados en los campos alemanes. Por esta razón ni Winston Churchill ni el presidente americano Roosevelt denunciaron el exterminio de los judíos a pesar de que tenían menos razones para callar, al no ser responsables de fieles dispersos por el mundo víctimas de las crueles persecuciones nazis. El Papa decidió de todas formas hablar, lo hizo y fue el único en hacerlo. Pero más que con las palabras, decidió defender a los judíos a través de los hechos. Todos los reconocimientos que recibió al final de la guerra por parte de personalidades del mundo hebreo lo testimonian.
De los archivos vaticanos que usted ha podido examinar, ¿emerge el número de judíos salvados por las acciones de la Santa Sede?
No, este dato no aparece. El Papa hizo abrir casas religiosas y conventos de clausura para acoger a los judíos y librarles de las deportaciones. Pero no llevó una contabilidad de las vidas salvadas. Sin embargo, existe un cálculo, hecho por un historiador israelita, el diplomático judío Emilio Pinchas Lapide, que en 1967 escribía: «Pío XII, la Santa Sede, los nuncios y toda la Iglesia Católica salvaron de la muerte segura entre setecientos mil y ochocientos cincuenta mil judíos».
Padre Blet, ¿por qué a pesar de que los documentos hablan claro acerca del papel jugado por Pío XII continúan los ataques contra él?
Yo creo que es una campaña bien orquestada. El libro de Cornwell va a ser traducido a todas las lenguas...
¿Cree que los ataques provienen de ambientes judíos?
No lo sé. Temo que algunos ambientes hebreos se estén dejando manipular. No es casual que dos medios cercanos al mundo judío, el New York Times y Newsweek, hayan tratado con frialdad el libro de Cornwell. Conviene recordar que la campaña contra Pacelli se inicia a lo grande en 1963, con la representación de una obra de teatro que no quiero nombrar, como tampoco quiero nombrar a su autor, ya que no es digno de ser nombrado...
¿Se refiere a El Vicario de Rolf Hochhuth?
Sí, exacto, pero ese nombre yo no quiero ni siquiera pronunciarlo. Ahora bien, aquella obra teatral venía de Alemania oriental, venía del Este.
Padre, pero hoy el Este, entendido como el conjunto de los países del bloque comunista, ya no existe.
Es verdad, ya no existe. Pero me temo que todavía hay muchos que no han perdonado a Pío XII la derrota en Italia del frente comunista. La derrota de 1948.
BOX
Pierre Blet
Pio XII y la segunda guerra mundial
Ediciones Cristiandad, 2004
pp. 420 - E 20,00
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El libro del Padre Blet ofrece, con una redacción verdaderamente apasionante por su ritmo, el relato completo de la febril actividad diplomática desplegada por el Vaticano para evitar el estallido de la guerra y, una vez declarada, para paliar sus efectos y conseguir el restablecimiento de la paz. En cierto sentido, se trata de una historia de la Segunda Guerra Mundial en toda su extensión tal como se vivió desde el Vaticano.
Es evidente que el autor admira a Pío XII, protagonista de esta actividad de la Santa Sede primero como nuncio en Alemania, después como ministro de exteriores del Vaticano y finalmente como Papa. Pero es también claro que su admiración procede del conocimiento de la persona en la verdad de sus palabras –el libro presenta una relación exhaustiva de las intervenciones de Pío XII a lo largo de toda la guerra– y de los hechos. El trabajo está sólidamente fundado en la documentación histórica existente, que el autor conoce perfectamente por haber dedicado gran parte de su trabajo a publicarla.
De ahí surge la figura de Pacelli en toda su justa altura humana. En el libro descubrimos al Papa conmovido por la tragedia que viven Europa y el mundo entero; le conocemos presa de una febril actividad, desplegando toda la experiencia de la diplomacia vaticana y comprometiendo sus relaciones personales a favor de la paz y de la salvación de quienes sufren (es particularmente bonito el relato de la extraordinaria relación personal del Papa con el presidente Roosevelt, en el que se apunta la grandeza humana de sus protagonistas); comprendemos su preocupación por medir prudentemente cada palabra para no hacer más pesada la carga de los perseguidos y, al tiempo, su empeño constante para dejar clara su posición frente al horror de la guerra. Pío XII se nos aparece como un hombre libre. Libre hasta el punto de ser capaz de pedir por todo el mundo, hasta el extremo de valorar la brizna de humanidad que descubre aun en algunos políticos de la Italia fascista o la Alemania nazi, reconociendo que también ellos están llamados al bien. Blet, en busca de la verdad de uno de los momentos más trágicos de la historia reciente, encuentra a un hombre grande. Tal es la invitación que estas páginas dirigen a cada lector.
Julio Alonso
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