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Amoris laetitia

08/04/2016
El Papa en el Sínodo.
El Papa en el Sínodo.

"Amoris laetitia" (AL - "La alegría del amor"), la Exhortación apostólica sinodal "sobre el amor en la familia", no en vano fechada el 19 de marzo, solemnidad de san José, recoge los resultados de los dos sínodos sobre la familia convocados por el papa Francisco en 2014 y 2015, cuyas Relaciones conclusivas son ampliamente citadas, junto a documentos y al magisterio de sus dos predecesores, y las numerosas catequesis del propio Francisco. Sin embargo, como ya ha sucedido con otros documentos magisteriales, el Papa se vale también de contribuciones de las diversas Conferencias episcopales del mundo (Kenia, Australia, Argentina...) y citas de personalidades significativas, como Martin Luther King o Erich Fromm. Así como una cita de la película El festín de Babette, a la que el Papa remite para explicar el concepto de gratuidad.

Premisa
La Exhortación apostólica llama la atención por su amplitud y articulación. Está dividida en nueve capítulos y más de 300 párrafos. Pero se abre con siete párrafos introductorios que iluminan plenamente la conciencia de la complejidad del tema y la profundización que requiere. Se afirma que las intervenciones de los padres sinodales han compuesto un «precioso poliedro» (AL 4) que hay que preservar. En este sentido, el Papa escribe que «no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales». Por tanto, para ciertas cuestiones «en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales, porque "las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general [...] necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado"» (AL 3). Este principio de inculturación resulta verdaderamente importante incluso en el modo de impostar y comprender los problemas que, más allá de cuestiones dogmáticas bien definidas por el Magisterio de la Iglesia, no puede ser "general".
Pero sobre todo el Papa afirma inmediatamente y con claridad que hay que salir de la estéril contraposición entre ansia de cambio y aplicación pura y dura de normas abstractas. «Los debates que se dan en los medios de comunicación o en publicaciones, y aun entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas» (AL 2).

Capítulo primero. "A la luz de la Palabra"
Con estas premisas, el Papa articula su reflexión a partir de las Sagradas Escrituras con el primer capítulo, que se desarrolla como una meditación sobre el Salmo 128, tan característico de la liturgia nupcial hebrea como de la cristiana. La Biblia «está poblada de familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares» (AL 8) y partiendo de este dato se puede meditar cómo la familia no es un ideal abstracto sino una «tarea artesanal» (AL 16) que se expresa con ternura (AL 28) pero que se confronta también con el pecado desde el principio, cuando la relación de amor se transforma en dominio (cfr AL 19). Entonces la palabra de Dios «no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino» (AL 22).

Capítulo segundo. "Realidad y desafíos de las familias"
Partiendo del terreno bíblico, en el segundo capítulo el Papa considera la situación actual de las familias, manteniendo «los pies en la tierra» (AL 6), remitiendo ampliamente a las Relaciones conclusivas de los dos sínodos y afrontando numerosos desafíos, desde el fenómeno migratorio hasta la negación ideológica de la diferencia sexual ("ideología del gender"); de la cultura de lo provisional a la mentalidad anti-natalista y al impacto de las biotecnologías en el campo de la procreación; de la falta de casa y trabajo a la pornografía y el abuso de menores; de la atención a las personas con discapacidad al respeto a los ancianos; de la deconstrucción jurídica de la familia a la violencia contra las mujeres. El Papa insiste en la concreción, que es una clave fundamental de la exhortación. Concreción y realismo ofrecen una diferencia sustancial entre «teorías» para interpretar la realidad e «ideologías».
Citando la Familiaris consortio, Francisco afirma que «es sano prestar atención a la realidad concreta, porque "las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia", a través de los cuales "la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia"» (AL 31). Sin escuchar la realidad, por tanto, es imposible comprender ni las exigencias del presente ni las llamadas del Espíritu. El Papa señala que el individualismo exasperado hace difícil hoy donarse a otra persona de manera generosa (cfr AL 33). Ofrece una interesante fotografía de la situación: «Se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales» (AL 34).
La humildad del realismo ayuda a no presentar «un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales» (AL 36). El idealismo aleja de considerar el matrimonio tal cual es, es decir, un «camino dinámico de desarrollo y realización». Por eso, ni siquiera hay que creer que las familias se sostengan insistiendo solo «en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia» (AL 37). Invitando a una cierta "autocrítica" de una presentación inadecuada de la realidad matrimonial y familiar, el Papa insiste en que es necesario dar espacio a la formación de la conciencia de los fieles: «Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas» (AL 37). Jesús proponía un ideal exigente pero «nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera» (AL 38).

Capítulo tercero. "La mirada puesta en Jesús: vocación de la familia"
El tercer capítulo está dedicado a algunos elementos esenciales del magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. La presencia de este capítulo es importante porque ilustra de manera sintética en 30 párrafos la vocación a la familia según el Evangelio tal como ha percibido la Iglesia a lo largo del tiempo, sobre todo en el tema de la indisolubilidad, el carácter sacramental del matrimonio, la transmisión de la vida y la educación de los hijos. Son ampliamente citadas la Gaudium et spes del Vaticano II, la Humanae vitae de Pablo VI, la Familiaris consortio de Juan Pablo II.
La mirada es amplia e incluye también las «situaciones imperfectas». Leamos: «"El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas", aunque tampoco falten las sombras» (AL 77). La reflexión incluye también a las «familias heridas» frente a las cuales el Papa afirma -citando la Relatio finalis del Sínodo de 2015- «siempre es necesario recordar un principio general: "Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones" (Familiaris consortio, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición» (AL 79).

Capítulo cuarto. "El amor en el matrimonio"
El cuarto capítulo trata del amor en el matrimonio, y lo ilustra a partir del "himno de la caridad" de san Pablo en 1 Cor 13, 4-7. El capítulo es una verdadera exégesis atenta, puntual, inspirada y poética del texto paulino. Podríamos decir que se trata de una colección de fragmentos de un discurso amoroso atento a describir el amor humano en términos absolutamente concretos. Llama la atención la capacidad de introspección psicológica que marca esta exégesis. La profundización psicológica entra en el mundo de las emociones de los cónyuges -positivas y negativas- y en la dimensión erótica del amor. Se trata de una contribución extremadamente rica y valiosa para la vida cristiana de los cónyuges, que hasta ahora no tenía parangón en documentos papales precedentes.
A su modo, este capítulo constituye un tratado dentro de una discusión más amplia, plenamente consciente de la rutina del amor, que es enemiga de todo idealismo. «no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica "un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios"» (AL 122). Pero por otra parte el Papa insiste con fuerza y decisión en el hecho de que «en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo» (AL 123), precisamente dentro de esa «combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres» (Al 126) que es el matrimonio.
El capítulo concluye con una reflexión muy importante sobre la «transformación del amor» porque «la prolongación de la vida hace que se produzca algo que no era común en otros tiempos: la relación íntima y la pertenencia mutua deben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas, y esto se convierte en una necesidad de volver a elegirse una y otra vez» (AL 163). El aspecto físico muta y la atracción amorosa no decae pero cambia: el deseo sexual con el tiempo se puede transformar en deseo de intimidad y "complicidad". «No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y vivir siempre una rica intimidad» (AL 163).

Capítulo quinto. "Amor que se vuelve fecundo"
El quinto capítulo se centra totalmente en la fecundidad y capacidad generadora del amor. Se habla de manera espiritual y psicológicamente profunda del acoger una nueva vida, de la espera propia del embarazo, del amor de madre y de padre. Pero también de la fecundad ampliada, de la adopción, de la acogida, de la contribución de las familias a promover una "cultura del encuentro", de la vida en la familia en sentido amplio, con la presencia de tíos, primos, familiares de los familiares, amigos. La Amoris laetitia no toma en consideración la familia «monoparental», porque es bien consciente de la familia como red de relaciones amplias. La propia mística del sacramento del matrimonio tiene un profundo carácter social (cfr AL 186). Dentro de esta dimensión social, el Papa subraya especialmente tanto el papel específico de la relación entre jóvenes y ancianos como la relación entre hermanos y hermanas, como formación de crecimiento en la relación con los demás.

Capítulo sexto. "Algunas perspectivas pastorales"
En el sexto capítulo el Papa aborda algunas vías pastorales que orientan a construir familias sólidas y fecundas según el plan de Dios. En esta parte, la Exhortación recurre ampliamente a las Relaciones conclusivas de los dos sínodos y a las catequesis del Papa Francisco y de Juan Pablo II. Se insiste en que las familias son sujeto y no solamente objeto de evangelización. El Papa revela que «a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas actuales de las familias» (AL 202). Si por una parte hay que mejorar la formación psico-afectiva de los seminaristas e implicar más a la familia en la formación al ministerio (cfr AL 203), por otra «también puede ser útil la experiencia de la larga tradición oriental de los sacerdotes casados» (AL 202).
Por tanto, el Papa afronta el tema de guiar a los novios en el camino de preparación al matrimonio, acompañar a los esposos en los primeros años de la vida matrimonial (incluido el tema de la paternidad responsable), pero también en ciertas situaciones complejas y en especial en las crisis, sabiendo que «cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón» (AL 232). Se analizan algunas causas de crisis, entre ellas una maduración afectiva retardada (cfr AL 239).
Además, se habla también del acompañamiento a personas abandonadas, separadas o divorciadas y se subraya la importancia de la reforma reciente de los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad matrimonial. Se pone de relieve el sufrimiento de los hijos en las situaciones de conflicto y se concluye con que «el divorcio es un mal, y es muy preocupante el crecimiento del número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra tarea pastoral más importante con respecto a las familias, es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas, de manera que podamos prevenir el avance de este drama de nuestra época» (AL 246). Luego se tocan las situaciones de matrimonios mixtos y con disparidad de culto, y la situación de las familias que tienen en su seno personas con tendencia homosexual, insistiendo en el respeto hacia ellos y el rechazo de toda discriminación injusta y toda forma de agresión o violencia. Pastoralmente preciosa es la parte final del capítulo: "Cuando la muerte clava su aguijón", sobre la pérdida de las personas queridas y la viudez.

Capítulo séptimo. "Fortalecer la educación de los hijos"
El séptimo capítulo está totalmente dedicado a la educación de los hijos: su formación ética, el valor del castigo como estímulo, el realismo paciente, la educación sexual, la transmisión de la fe, y más en general la vida familiar como contexto educativo. Muy interesante la sabiduría práctica que trasluce de cada párrafo y sobre todo la atención a la gradualidad y a los pequeños pasos «que puedan ser comprendidos, aceptados y valorados» (AL 271).
Hay un párrafo especialmente significativo y pedagógicamente fundamental donde Francisco afirma claramente que «la obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo. (...) Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, solo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía» (AL 261).
Notable sección la dedicada a la educación sexual, titulada muy expresivamente: "Sí a la educación sexual". Sostiene su necesidad y se pregunta «si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío (...) en una época en que la sexualidad tiende a banalizarse y a empobrecerse». Esta se realiza «en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua» (AL 280). Pone en guardia ante la expresión "sexo seguro", porque transmite «una actitud negativa hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse. Así se promueve la agresividad narcisista en lugar de la acogida» (AL 283).

Capítulo octavo. "Acompañar, discernir e integrar la fragilidad"
El capítulo octavo constituye una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden totalmente a lo que el Señor propone. El papa escribe aquí tres verbos muy importantes: "acompañar, discernir e integrar", que son fundamentales para afrontar situaciones de fragilidad, complejas o irregulares. Por tanto, el Papa presenta la necesaria gradualidad en la pastoral, la importancia del discernimiento, las normas y circunstancias atenuantes en el discernimiento pastoral, y por último lo que él define como la «lógica de la misericordia pastoral».
El capítulo octavo es muy delicado. Para leerlo hay que recordar que «a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña» (AL 291). Aquí, el pontífice asume los frutos de la reflexión del sínodo sobre temas controvertidos. Se reitera qué es el matrimonio cristiano y añade que «otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo». La Iglesia, por tanto, «no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio» (AL 292).
Por lo que respecta al "discernimiento" sobre las situaciones "irregulares", el Papa observa: «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición» (AL 296). Y continúa: «Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia "inmerecida, incondicional y gratuita"» (AL 297). Añade: «Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral» (AL 298).
En esta línea, acogiendo las observaciones de muchos padres sinodales, el Papa afirma que «los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo». «Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales (...). Ellos no solo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia (...). Esta integración es también necesaria para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos» (AL 299).
Más en general, el Papa hace una afirmación extremadamente importante para comprender la orientación y sentido de la Exhortación: «Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas (...), puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que "el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos", las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas» (AL 300). El Papa desarrolla profundamente exigencias y características del camino de acompañamiento y discernimiento en diálogo profundo entre fieles y pastores. A este fin invita a la reflexión de la Iglesia sobre «condicionamientos y circunstancias atenuantes» por lo que se refiere a la imputabilidad y responsabilidad de las acciones y, apoyándose en Santo Tomás de Aquino, se detiene en la relación entre "las normas y el discernimiento", afirmando: «Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma» (AL 304).
En la última sección del capítulo, "La lógica de la misericordia pastoral", el papa Francisco, para evitar equívocos, repite con fuerza: «Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas» (AL 307). Pero el sentido completo del capítulo y del espíritu que Francisco quiere imprimir a la pastoral de la Iglesia se resume bien en las palabras finales: «Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal. E invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia» (AL 312). Sobre la "lógica de la misericordia pastoral", el Papa afirma contundentemente: «A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio» (AL 311).

Capítulo noveno. "Espiritualidad matrimonial y familiar"
El capítulo noveno está dedicado a la espiritualidad matrimonial y familiar, «hecha de miles de gestos reales y concretos» (AL 315). Dice claramente que «quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística» (AL 316). Todo, «los momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan como una participación en la vida plena de su Resurrección» (AL 317). Habla aquí de la oración a la luz de la Pascua, de la espiritualidad del amor exclusivo y libre con el desafío y el anhelo de envejecer y consumirse juntos, reflejando la fidelidad de Dios (cfr AL 319). Por último, la espiritualidad «del cuidado, del consuelo y del estímulo». «Toda la vida de la familia es un "pastoreo" misericordioso. Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro» (AL 322), escribe el Papa. Y añade: «experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él» (AL 323).
En el párrafo final, el Papa afirma: «Ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar. (...) Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante. Caminemos familias, sigamos caminando. (...) No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido» (AL 325).

La Exhortación apostólica concluye con una oración a la sagrada familia (AL 325).

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Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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