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MAGISTERIO

Las perlas de Benedicto

10/12/2012 - Mensaje a los participantes en la sesión del Atrio de los Gentiles en Portugal [Guimarães y Braga, 16-17 de noviembre de 2012] (13 de noviembre de 2012)

Queridos amigos,

Con profunda gratitud y afecto saludo a todos los participantes en el "Atrio de los gentiles", que tendrá lugar en Portugal los próximos 16 y 17 de noviembre de 2012 y que reunirá a creyentes y no creyentes en torno a la aspiración común de afirmar el valor de la vida frente a la creciente cultura de la muerte.

En realidad, la conciencia de la sacralidad de la vida que se nos ha confiado, no como algo de lo que se pueda disponer libremente, sino como un don que debe ser fielmente custodiado, pertenece al patrimonio moral de la humanidad. "Incluso en medio de las dificultades e incertidumbres, todo hombre sinceramente abierto a la verdad y al bien, a la luz de la razón y no sin la secreta influencia de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15 ) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su fin"(Encíclica Evangelium vitae, n. 2). No somos un producto casual de la evolución, sino que cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios: somos amados por Él.

Sin embargo, si la razón puede captar el valor de la vida, ¿por qué apelar a Dios? Respondo con una experiencia humana. La muerte de un ser querido es, para quien lo ama, el suceso más absurdo que se pueda uno imaginar: ella, la persona amada, es incondicionalmente digna de vivir, es bueno y bello que exista (el ser, lo bueno, lo bello, como diría un metafísico, es trascendentalmente lo mismo). Del mismo modo, la muerte de esa persona es, a los ojos de quien no ama, como un hecho natural y lógico (no absurdo). ¿Quién tiene, entonces, razón? El que ama ("la muerte de esa persona es absurda") o aquel que no ama ("la muerte de esa persona es la lógica")?

La primera postura es defendible sólo si cada persona es amada por un Poder infinito, y éste es el motivo por el que ha sido necesario apelar a Dios. De hecho, quien ama no quiere que la persona amada muera, y si pudiera, lo impediría siempre. Si pudiera ... El amor finito es impotente, el Amor infinito es omnipotente. Pues bien, esta es la certeza que la Iglesia anuncia: "Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). ¡Sí! Dios ama a cada persona que, por lo tanto, es incondicionalmente digna de vivir. "La sangre de Cristo, mientras revela la grandeza del amor del Padre, manifiesta qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué inestimable es el valor de su vida." (Encíclica Evangelium vitae, n. 25).

En la época moderna, el hombre ha querido sustraerse a la mirada creadora y redentora del Padre (cf. Jn 4, 14), confiando en sí mismo y no en el poder divino. Es un poco lo que sucede en los edificios de cemento armado que carecen de ventanas, donde el hombre es quien provee de aire y de luz; igualmente, incluso en un mundo así autoconstruido, se buscan los “recursos” de Dios, que son transformamos en nuestros productos. Entonces ¿qué decir? Es necesario abrir de nuevo las ventanas, ver de nuevo la vastedad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo ello de modo justo. De hecho, el valor de la vida se hace evidente sólo si Dios existe. Por eso, sería hermoso si los no creyentes quisieran vivir “como si Dios existiera”. Aunque no tengan la fuerza para creer, tendrían que vivir en base a esta hipótesis; en caso contrario el mundo no funciona. Hay tantos problemas que deben ser resueltos, pero que nunca lo serán del todo si no se pone a Dios en el centro, si Dios no se hace de nuevo visible en el mundo y determinante en nuestra vida. Aquel que se abre a Dios, no se aleja del mundo y de los hombres, sino que encuentra hermanos: en Dios se derrumban nuestros muros de separación, somos todos hermanos, formamos parte los unos de los otros.

Amigos míos, me gustaría concluir con las siguientes palabras del Concilio Vaticano II dirigidas a los hombres de pensamiento y de ciencia: "Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás" (Mensaje, 8 de diciembre 1965). Estos son el espíritu y la razón de ser del "Atrio de los gentiles". A vosotros implicados de distintas formas en esta significativa iniciativa, expreso mi apoyo y mi más sincero ánimo. Mi afecto y mi bendición os acompañe hoy y en el futuro.

Vaticano, 13 de noviembre 2012

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