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MAGISTERIO

Con el cristianismo, la esperanza se hace certeza

Antonio Gaspari
22/08/2011 - Zenit

El mensaje del Papa al Meeting de Rimini

“La esperanza que no defrauda es la fe en Jesucristo”. El Papa Benedicto XVI comentó así el tema del XXXII Meeting de Rímini –Y la existencia se hace una inmensa certeza-, en el saludo enviado al obispo de Rímini, monseñor Francesco Lambiasi.
El Meeting por la amistad entre los pueblos se inauguró este domingo con una celebración eucarística en la que participaron más de 11.000 personas.
Los números, también este año, son impresionantes: hay 115 encuentros, 26 espectáculos, 10 muestras, 11 manifestaciones deportivas y 332 relatores que intervendrán en el encuentro, así como 160.000 metros cuadrados de espacios cubiertos en la Feria y 3.270 voluntarios.
Los participantes son jóvenes procedentes de Italia, Egipto, Rusia, Gran Bretaña, Brasil, Camerún, Canadá, Chile, Costa Rica, Francia, Kosovo, Lituania, México, Nigeria, España, Estados Unidos, Suiza y Ucrania.
800 personas, la mayoría universitarios, trabajaron gratuitamente durante el pre-Meeting (del 11 al 20 de agosto) para dejar lista la Feria.
El mensaje del Papa, transmitido por el secretario de Estado de Su Santidad, el cardenal Tarcisio Bertone, explica el dato antropológico según el cual el origen del hombre es querido por alguien a quien él naturalmente tiende.
Luigi Giussani, fundador del movimiento Comunión y Liberación, que promueve anualmente el Meeting de Rímini, indicó que ese alguien ama al hombre como los padres aman a los hijos y lo que hace fuertes a los niños es la certeza del amor de los padres.
“Ya en la historia del pueblo de Israel –escribió el Pontífice- sobre todo en la experiencia del éxodo descrita en el Antiguo Testamento, emerge cómo la fuerza de la esperanza deriva de la presencia de Dios que guía a su pueblo”.
“El hombre no puede vivir sin la certeza de su propio destino”, destacó Benedicto XVI, y es “con el advenimiento de Cristo” como “la promesa que alimentaba la esperanza del pueblo de Israel llega a su cumplimiento”.
“En Cristo Jesús –señaló el Papa- el destino del hombre ha sido extraído definitivamente de la nebulosidad que lo rodeaba” y “a través del Hijo en el poder del Espíritu Santo, el Padre nos ha desvelado definitivamente el futuro positivo que nos espera”.
Según el Pontífice, “Cristo resucitado, presente en su Iglesia, en los sacramentos con su Espíritu, es el fundamento último y definitivo de la existencia, la certeza de nuestra esperanza”.
“Sólo la certeza de la fe permite al hombre vivir intensamente el presente y al mismo tiempo trascenderlo, descubriendo en él los reflejos de lo eterno con el que el tiempo se ordena”.
“Los dramas del siglo pasado –precisó Benedicto XVI- han demostrado ampliamente que cuando disminuye la esperanza cristiana, es decir, cuando disminuye la certeza de la fe y el deseo de las “cosas últimas”, el hombre de pierde y se hace víctima del poder”.
“Una fe sin esperanza ha provocado el surgimiento de una esperanza sin la fe”, resumió.
El mensaje del Papa concluye con una cita de André-Jean Festugière, según el cual “la inmortalidad cristiana se caracteriza precisamente por ser la expresión de una amistad”.
¿Qué es el paraíso más que “el cumplimiento definitivo de la amistad con Cristo y entre nosotros”, planteó este filósofo francés.
Para el padre Festugière, “la existencia por tanto no es un proceder ciego, sino que es un ir al encuentro de quien nos ama; sabemos por tanto dónde estamos andado, hacia quién nos dirigimos y esto orienta toda la existencia”.

Saludo de Benedicto XVI para la inauguración de la XXXII edición del Meeting para la Amistad entre los Pueblos
Excelencia Reverendísima,
de nuevo este año tengo la alegría de transmitir el cordial saludo del Santo Padre a Su Excelencia, a los organizadores y a todos los participantes en el Meeting por la Amistad entre los Pueblos, que se desarrolla estos días en Rimini. El lema elegido para la edición de 2011 –“Y la existencia se llena de una inmensa certeza” – suscita interrogantes profundos: ¿qué es la existencia? ¿Qué es la certeza? Y sobre todo: ¿cuál es el fundamento de la certeza sin la cual el hombre no puede vivir?
Sería interesante adentrarnos en la riquísima reflexión que la filosofía, desde sus inicios, ha desarrollado en torno a la experiencia del existir, del ser, llegando a conclusiones importantes, pero al mismo tiempo contradictorias y parciales. Podemos también conducirnos directamente a lo esencial, partiendo de la etimología latina del término existencia: ex sistere. Heidegger, al interpretarla como un “no permanecer”, puso en evidencia el carácter dinámico de la vida del hombre.
Pero ex sistere evoca en nosotros al menos dos significados aún más descriptivos de la experiencia humana del existir y que en cierto sentido están en el origen del mismo dinamismo analizado por Heidegger. La partícula ex nos hace pensar en una procedencia y, al mismo tiempo, en una separación. La existencia sería por tanto un “estar, proveniendo de”, y al mismo tiempo un “ir más allá”, casi un “trascender” que define de un modo permanente el mismo “estar”. Tocamos aquí el nivel más original de la vida humana: su ser criatura, su ser estructuralmente dependiente de un origen, su ser querida por Uno hacia el cual, casi inconscientemente, tiende. El difunto mons. Luigi Giussani, que con su fecundo carisma está en el origen de esta manifestación de Rimini, insistió muchas veces en esta dimensión fundamental del hombre. Y lo hacía justamente, porque es precisamente de la conciencia de sí que deriva la certeza con que el hombre afronta la existencia. El reconocimiento del propio origen y la “proximidad” de este mismo origen en cada momento de la existencia son la condición que permite al hombre una auténtica maduración de su personalidad, una mirada positiva hacia el futuro y una fecunda incidencia histórica. Éste es un dato antropológico que se puede verificar ya en la experiencia cotidiana: un niño está tanto más seguro cuanto más experimenta la cercanía de sus padres. Pero, siguiendo el ejemplo del niño, entendemos que, por sí solo, el reconocimiento del propio origen y, por tanto, de la propia dependencia estructural no basta. Es más, podría parecer –como la historia se ha encargado de demostrar ampliamente– un peso del que liberarse. Lo que hace “fuerte” al niño es la certeza del amor de sus padres. Es necesario, por tanto, adentrarse en el amor de quien nos ha querido para poder experimentar la positividad de la existencia. Si falta una de estas dos cosas, la conciencia del origen y la certeza del destino bueno al que el hombre está llamado, se hace imposible explicar el dinamismo profundo de la existencia y comprender al hombre. Ya en la historia del pueblo de Israel, sobre todo en la experiencia del éxodo descrita en el Antiguo Testamento, podemos ver cómo la fuerza de la esperanza deriva de la presencia paterna de Dios que guía a su pueblo, de la memoria viva de sus acciones y de la promesa luminosa para el futuro.
El hombre no puede vivir sin una certeza sobre su propio destino. “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente” (Benedicto XVI, Spe salvi, 2). ¿Pero sobre qué certeza puede el hombre fundamentar razonablemente su propia existencia? ¿Cuál es, en definitiva, la esperanza que no defrauda? Con la llegada de Cristo, la promesa que alimentaba la esperanza del pueblo de Israel alcanza su cumplimiento, asume un rostro personal. En Cristo Jesús el destino del hombre es arrancado definitivamente de la niebla que lo circundaba. Mediante el Hijo, con la potencia del Espíritu Santo, el Padre nos ha desvelado definitivamente el futuro positivo que nos espera. “El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras” (ibid., 7). Cristo resucitado, presente en su Iglesia, en los Sacramentos y con el Espíritu Santo, es el fundamento último y definitivo de la existencia, la certeza de nuestra esperanza. Él es el eschaton (lo último) presente ahora, aquel que hace de la existencia misma un acontecimiento positivo, una historia de salvación en la cual toda circunstancia revela su verdadero significado en relación a lo eterno. Si falta esta conciencia, es fácil caer en los peligros de la actualidad, en el sensacionalismo de las emociones, donde todo se reduce a fenómeno, o de la desesperación, donde ninguna circunstancia parece tener sentido. Entonces la existencia se convierte en una búsqueda afanosa de acontecimientos, de novedades pasajeras que, al final, defraudan. Sólo la certeza que nace de la fe permite al hombre vivir con intensidad el presente y, al mismo tiempo, trascenderlo, percibiendo en él el reflejo de lo eterno, donde el tiempo se ordena. Sólo la presencia reconocida de Cristo, fuente de la vida y destino del hombre, es capaz de despertar en nosotros la nostalgia del Paraíso y proyectarnos así con confianza hacia el futuro, sin miedos y sin falsas ilusiones.
Los dramas del siglo pasado han demostrado ampliamente que cuando decae la esperanza cristiana, cuando decae por tanto la certeza de la fe y el deseo de las “cosas últimas”, el hombre se pierde y se convierte en víctima del poder, empieza a pedirle la vida a quien no la puede dar. Una fe sin esperanza es lo que ha provocado el surgimiento de una esperanza sin fe, mundana.
Hoy más que nunca nosotros los cristianos estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza, a testimoniar ese “más allá” sin el cual todo permanece incomprensible. Pero para eso hace falta “volver a nacer”, como dice Jesús a Nicodemo, dejarse volver a generar por los Sacramentos y la oración, descubrir de nuevo en ellos el cauce de toda certeza auténtica. La Iglesia, al hacer presente en el tiempo el misterio de la eternidad de Dios, es el sujeto adecuado de esta certeza. En la comunidad eclesial la pro-existencia del Hijo de Dios nos alcanza; en ella podemos experimentar ya la vida eterna, a la que está destinada toda la existencia. “La inmortalidad cristiana –afirmaba el padre Festugière a principios del siglo pasado– tiene como característica propia de sí misma la expansión de una amistad”. ¿Qué es de hecho el Paraíso si no el cumplimiento definitivo de la amistad con Cristo y entre nosotros? En esta perspectiva, prosigue el religioso francés, “poco importa por tanto dónde nos encontremos. El cielo está verdaderamente allí donde está Cristo. Así, el corazón que ama no desea otra alegría que no sea la de vivir siempre con el amado”. La existencia, por tanto, no es un proseguir ciego, sino un ir al encuentro de aquel que nos ama. De modo que sabemos hacia dónde caminamos, hacia quién nos dirigimos, y esto orienta toda nuestra existencia.
Excelencia, deseo que estas breves reflexiones puedan ser de ayuda para los que participan en el Meeting. Su Santidad Benedicto XVI les asegura a todos, con afecto, Su recuerdo en la oración y, esperando que la reflexión de estos días refuerce la certeza de que sólo Cristo ilumina plenamente nuestra existencia humana, le envía de corazón a Usted, a los responsables y a los organizadores, así como a todos los presentes, una particular Bendición Apostólica.
Tarcisio Card. Bertone, Secretario de Estado de Su Santidad

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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