Va al contenido

PALABRA ENTRE NOSOTROS

Corresponsabilidad

Notas del Consejo Internacional de Comunión y Liberación - agosto 1991

HA LLEGADO UN MOMENTO de extremada importancia, casi un giro decisivo para la vida del movimiento.

Conresponsabilidad
Se dan factores en este momento que deben sacarse a la luz con lucidez y de modo irreversible. El primero es la corresponsabilidad. El movimiento no puede actuar y dar su aportación propia a la vida de la Iglesia más que con la corresponsabilidad de todos.
Si todos los demás desaparecieran, cada uno debería llevar adelante personalmente y con pasión la responsabilidad última de todo el movimiento. No hay corresponsabilidad si para cada uno no es así.

Afecto a la compañía
«No pongáis a prueba al Señor. Quien cree estar en pie cuide de no caer». Esta antífona nos recuerda la bondad de nuestra compañía: sin ella pondríamos continuamente a prueba al Señor y creeríamos que nos podemos mantener en pie solos. Es la compañía la que recuerda la pura Gracia que nos ha sido dada. El amor a la compañía es, por eso, el modo -complejo y simple al mismo tiempo- de «mantenernos en pie y cuidar de no caer», de «no poner a prueba al Señor» y, por lo tanto, de que actúe Su Gracia.
En la compañía nace un afecto intenso, más que fraterno. El afecto a la compañía es una gratitud, antes que a la compañía, a la verdad encontrada. Si tú ves la verdad y te das cuenta de que otro la está viendo contigo, el afecto a la verdad se vuelve afecto a él. Si no es un afecto que nace de la decisión para la existencia, entonces la relación es política, es defensa de la propia postura.
Frecuentemente el concepto de amistad es equívoco; del encuentro con el acontecimiento puede nacer una amistad; ésta tiene que continuar alimentándose del encuentro hecho y, así, seguir aprendiendo; de otro modo se degrada inmediatamente a fidelidad social, a club.
Ha llegado un momento en que el afecto entre nosotros tiene inmediatamente un peso específico mayor que incluso la lucidez dogmática, la intensidad de un pensamiento teológico o la energía de una buena guía. El afecto que es necesario que nos tengamos entre nosotros tiene un único punto de parangón: la oración, el afecto a Cristo. Y, en efecto, ha llegado el momento en que el movimiento camina exclusivamente por la fuerza del afecto que cada uno de nosotros tiene a Cristo, que cada uno de nosotros invoca para sí al Espíritu Santo.

Horizonte total
Hay un segundo factor. O se concibe la responsabilidad de cada uno -y, por ello, es querida y amada- en función del movimiento en su totalidad, o es una traición. La imagen que determina la acción debe ser el afecto al movimiento en general; de otro modo no es justo tampoco lo que se hace en el propio ámbito.
Si uno vive la responsabilidad en función de todo el movimiento, es libre y respeta un orden orgánico; incluso ese respeto es libre. Si se «amputan» las cosas que no nos agradan, no se puede avanzar. Para que se haga habitual asumir la propia responsabilidad dentro del horizonte total y siguiendo las directrices del movimiento, hace falta una conversión continua, es decir, hace falta una vigilancia, una adecuación, un tomar distancia respecto de aquello a lo que estaríamos apegados. Para esto hace falta tiempo; no es algo que suceda mecánicamente en un cierto punto; lo importante es que algo se mueva, que camine, con el tiempo.

Categorías fundamentales
Para que se dé la «irresponsabilidad y la atención al movimiento total en el particular, es necesario que se tenga una conciencia cada vez más clara de los criterios determinantes de nuestra experiencia y sea cada vez más intenso y fiel el afecto de nuestro corazón a estos criterios. Sin esto, el afecto entre nosotros se degradaría.
Hagamos un elenco de algunos de estos factores.

Concepción de la verdad
Ante todo, una determinada concepción de la verdad. Uno descubre la verdad en el instante en el que la encuentra. Pero, si no la reconoce, si no toma una decisión por ella, no la entiende, ni siquiera teóricamente. No puede haber reconocimiento de la verdad sin afecto a la verdad. Si afecto e inteligencia no actúan juntos, se rompe el yo y se tiene la «teología», por una parte, y el moralismo, por la otra.

Las circunstancias
Otra característica esencial de nuestra experiencia es que el encuentro con Cristo -con la verdad- acontece dentro de las circunstancias. El Misterio se encarna en las circuastancias y habla desde esta encarnación. Esto es lo que nos une; si no fuese así, cada uno, una vez que hubiese entendido, podría irse por su cuenta. Pero quien se va traiciona lo que ha encontrado y el Cristo que iría a predicar sería un Cristo inventado por él.

Conciencia
Una oración de la liturgia dice: «Concédenos, Señor, vivir la vida terrena en la búsqueda continua de los bienes eternos»; es la definición de nuestra experiencia. Se puede decir: ya comáis, ya bebáis, hagáis lo que hagáis, hacedlo por Cristo (cfr. ICor 10,31). El punto es la transformación por dentro de la conciencia del que realiza la acción.

Totalidad de la vida
El seguimiento debe implicar el descubrimiento de que la propuesta abarca la totalidad de la vida: de la oración a la política. El contenido de nuestra experiencia es un acontecimiento que abarca la vida. Uno sigue teniendo el mismo pelo, el mismo color de ojos, los mismos pecados, pero su vida entera está determinada de un modo distinto.

Petición
Sólo caben dos actitudes en la iniciativa que uno puede tomar: o medir el afecto según algo que uno imagina o la petición.
El problema de la petición es que no se le pueden poner condiciones: si se pone tan solo una mínima condición ya no es petición sino pretensión.

Memoria
En nuestra experiencia la palabra memoria es central. La memoria es conciencia de la Presencia. La memoria es la Presencia que crea una presencia nueva en el mundo. Memoria es la palabra con la que más clara y abiertamente la esclavitud del tiempo y del espacio es destruida.

Pasión por el hombre
El resultado de los factores de nuestra experiencia -tal como han sido sumariamente delineados- es la pasión por el hombre. El hombre es relación con el infinito, hecho de «hic et nunc» (aquí y ahora). La decisión por el Misterio y la imposibilidad de separar a Cristo de las circunstancias son la exaltación suprema del hombre. De aquí surge nuestra piedad por el mundo.
Una «bella historia» nos ha alcanzado y nosotros la construimos; somos pasivos y activos, receptores de un don y donantes. Construir juntos la bella historia que nos ha alcanzado quiere decir construir una realidad nueva y, al mismo tiempo, construir algo que ya está.

¿Cómo es posible vivir?
El gran problema del mundo de hoy ya no es una interrogación teórica sino una pregunta existencial. No «¿quién tiene razón?», sino «¿cómo es posible vivir?». El mundo de hoy es llevado de nuevo al nivel de la miseria evangélica; en tiempos de Jesús el problema era cómo poder vivir y no quién tenía razón; este último era el problema de los escribas y los fariseos.
Esta observación cambia también el orden de nuestras preocupaciones: debemos pasar de una postura intelectualmente criticista a la pasión por lo que caracteriza al hombre de hoy: la duda sobre la existencia, el miedo a existir, la fragilidad del vivir, la inconsistencia de sí mismos, el terror a la imposibilidad; el horror a la desproporción entre sí mismo y el ideal. Este es el fondo de la cuestión y de aquí hay que partir hacia una cultura nueva, hacia una nueva criticidad.

Cambio
El milagro en la vida es una semilla que sólo se ve mucho tiempo después, cuando se hace planta y se convierte en fruto. Este es nuestro concepto de cambio del mundo. Nuestro ideal es que cambie la humanidad. La humanidad cambia a partir de la semilla que lleva dentro, del motivo por el que uno hace política, se va de misión, va a trabajar.
El porqué, es decir, el tipo de conciencia con el que uno hace las cosas, no se ve: «El viento no sabe de dónde viene ni a dónde va, pero oyes su voz» (Jn 3,8), no «fuera», sino dentro de nuestra existencia.
El efecto se ve con el tiempo, pero es producido por algo que está ya antes, esto es, por una Presencia, una Presencia que se vuelve a proponer del modo que ella quiere. El peligro está en decir: «Ya lo he oído»; ¡quien dice esto está acabado!

Contra
Estar «contra» es uno de los factores constitutivos de la naturaleza de nuestra experiencia. Es la mentira del mundo la que nos hace decir «No, no es así» y resalta lo positivo de nuestro mensaje.
¿Qué es lo que nos sorprende y lo que más nos amarga? La disminución hasta su eliminación de la concreción del Dios hecho carne y, en consecuencia, la elevación de Cristo a ideal moral. La afirmación de que Dios se ha hecho carne y de que Cristo no es un ideal moral es, por el contrario, factor constitutivo de nuestra experiencia. Es necesario pensar qué implica esto teológicamente, eclesiológicamente, educativa y moralmente. De hecho, el resultado último de nuestro criterio no es la eliminación de la moral, sino la posibilidad de la moral, que, de otro modo, es una pretensión airada.

Cultura
El ataque más sutil a la fuerza de nuestro movimiento viene por parte de quien antepone a todo la palabra cultura. Es justo lo contrario: la cultura nace de la decisión por la existencia. La cultura primaria -como la llama Juan Pablo II- es que el yo pertenece al acontecimiento. Se pierde el tiempo cuando no se centra bien el objetivo, que es el acontecimiento.
Retomar el acontecimiento, recentrar el objetivo, quiere decir responder también al resto. Este es el punto: no una antipatía a la cultura sino un contrataque sobre el origen de la cultura.
La cultura secundaria es el encuentro de la cultura primaria con la realidad.

Escuela de comunidad
La primera forma de propuesta a los demás es la Escuela de comunidad, no la propia sagacidad cultural.
Para hacer Escuela de comunidad hay que:
- leer el texto, aclarando juntos el significado de las palabras. No una interpretación sino el seguimiento literal de las palabras;
- preguntarse cómo lo que se ha dicho y se ha tratado de entender literalmente juzga la vida, juzga lo que ha sucedido el día anterior, lo que está sucediendo en Moscú, o la actitud que hay que tener con el párroco...

Misión
¿Cómo puede ser válida para mí la Escuela de comunidad si no la veo llena de promesa y de esperanza también para el hombre al que me encuentro por la calle, para el compañero de escuela o de trabajo? Si es válida para mí, ¿por qué no va a serlo para él? La respuesta es simple: o no es verdaderamente válida para mí, o no me interesa nada el otro. Al proponérselo brota la unidad humana que hay entre mí y el otro, la sed humana que me es común con el otro y que por eso me une a él y la luz de respuesta que brilla para mí y para el otro.
El mensaje del movimiento le es dado a la persona. La persona que acepta el mensaje se vuelve contagiosa (no se sabe cómo ni cuando); este contagio se organiza (poco o mucho) en amistad, en comunidad. Después, ese organizarse se traduce en obra (de tipo cultural, caritativo, político).




 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página