Va al contenido

PALABRA ENTRE NOSOTROS

El primer milagro es el descubrimiento del «tú», es decir del «otro»

Apuntes de una conversación con adultos de Milán
27 de mayo de 1995


Giancarlo Cesana. Podemos decir sencillamente que encontrarse para la «Jornada de fin de curso» tiene como finalidad reflexionar: reflexionar sobre lo que hemos encontrado durante el curso y ver en qué hemos faltado.
La primera intervención será la de Pepino Zola que, por la responsabilidad que tiene en nuestra diócesis, hará esta reflexión en nombre de todos nosotros. Y como veremos, el desierto florece, el desierto de la aridez humana florece, florece gracias a la intervención del misterio de Dios que quién sabe porqué, ¡nos ha elegido a nosotros! Creo que esta imagen del florecimiento del desierto (que no es mía) es a la que más fácilmente podemos recurrir al pensar en lo que somos. El florecimiento del desierto corresponde a la búsqueda de la razón, a la tensión del deseo, razón que es encendida, movida y educada, es decir «sacada a la luz», por nuestra Escuela de comunidad. Don Giussani dijo en Rímini (quien estuvo en los ejercicios lo recordará, es más, he oído decir a muchos que lo recordaban): aunque se queme el movimiento, que se haga la Escuela de comunidad. Esto significa que todo sucede en la persona, todo está en la persona.
Este florecimiento, el del desierto, se documenta históricamente, es un acontecimiento dentro de la historia, en el tiempo: tiene un comienzo. La llamada «cultura», eso que comunmente se llama «cultura», es tal, sobre todo, si es capaz de mirar, de percibir, de someterse a los hechos históricos, a lo que sucede en la historia. El segundo testimonio de hoy es el de Julián Carrón, español, que esta aquí en representación de un milagroso y admirable equipo de investigadores; los resultados de su estudio han sido valorados con insistencia por nuestra experiencia que comenzó aquí en Milán. La documentación de la historicidad de los Evangelios, de la que hablará Julián Carrón, es fundamental porque es la documentación de la racionalidad del inicio. El ataque a esta documentación, tan difundido en el mundo de hoy, es el ataque a la racionalidad y por tanto a la actualidad, a la posibilidad presente de la fe. Este es el problema cultural más importante, como han tenido que observar incluso los principales periódicos alemanes de origen protestante, que están desconcertados por la falta de interés de los católicos sobre este tema.
Pero la finalidad de todo lo que hacemos es la misión: cotidiana, como la de cada uno de nosotros que es llamado, o en su aspecto imprevisible, como aquella de la que nos dará testimonio don Paolo Pezzi, en Siberia. La difusión del mensaje cristiano es pura misericordia y por tanto debida únicamente a la gratuidad: nadie es tan grande como el que da la vida por la obra de Otro.
Esta misericordia y esta gratuidad se hacen presentes físicamente en una obra. Es la cuarta intervención, la de Giorgio Vittadini: el intento de la Compañía de las Obras es documentar la concreción en la que se realiza nuestra tensión ideal y, por tanto, la posibilidad de desarrollo, de incidencia dentro de la sociedad para mejorarla, de forma que todos puedan ver que la fe es racional: racional porque cambia para mejor -en función de lo más verdadero, bueno y bello que deseamos- la realidad.

Giuseppe Zola. Ya que se me ha pedido tratar el tema de la situación de nuestras comunidades diocesanas, no puedo dejar de comunicaros, antes que nada, mi estupor por la sobreabundancia de la gracia que se nos ha dado, gracia incomparablemente mayor que cualquier posible imaginación y que nuestra misma capacidad de petición.
Cuántas cosas buenas y positivas nos han sucedido a nosotros, y por tanto, para mí, ¡a pesar de mí! No es inútil recordar todo lo que Tracce ha publicado puntual y fielmente: el testimonio de los dos primeros mártires de Brasil -consideramos tales a dos chicos, Edimar y Alex- asesinados hace poco por su adhesión a la comunidad de Brasilia; el milagro de nuestra unidad siempre viva a pesar de todo, el milagro físico obtenido por San Ricardo Pampuri, tan cercano a nosotros en el tiempo y en la fe, las cartas de algunos amigos, conocidos o desconocidos, que nos han conmovido literalmente a todos (pienso entre otras en la carta de Andrea, en la de Anna, enfermera de la Policlínica, y en la de la doctora que estuvo en Nazaret); y también el testimonio de nuestra presencia en el mundo, más exactamente, en cuarenta y cinco paises del mundo; los ejemplos de caridad de los que podemos tan a menudo dar gracias a Dios: por ejemplo, la gran generosidad con la que muchísimas familias se han ofrecido para acoger a los niños rumanos que estarán entre nosotros el próximo mes de Julio, la construcción llena de tensión ideal de la Compañía de las Obras, cada vez más capaz de ser instrumento de ayuda fraternal y ocasión para el anuncio de que toda obra humana sería vana si Jesucristo no le diera sentido y consistencia; la Cdo nos ha ayudado también con numerosos juicios sobre la situación socio-política, juicios que constituyen un sostén que no nos abandona en ninguna circunstancia, además, he acogido, como creo que hemos hecho todos, como una inmensa gracia, en la medida en que me han indicado un camino seguro, los tres grandes testimonios que el Espíritu ha sugerido a nuestra conciencia: Dios el tiempo y el templo, Reconocer a Cristo, y Dios y el hombre, que como ha escrito Don Giussani, «representan una especie de breve síntesis ideal de todo lo que he querido comunicaros en estos años». Lo mismo vale para los libros que se han ofrecido para la lectura meditada y que han cambiado la vida de muchas personas: pienso, en particular, en ¿Se puede vivir así?.
Podría continuar mucho tiempo enumerando los hechos extraordinarios que han sucedido. Me paro aquí, también porque, bien considerado, la primera y más potente gracia que resume todas las demás, es el continuo e incansable resonar entre nosotros, para cada uno de nosotros y por tanto para mí, del anuncio cristiano. Es impresionante el repetirse amoroso del impacto con la presencia fascinante, conmovedora y, por eso, con autoridad, de una guía que llena de significado y compañía cotidiana mi camino. La escuela de comunidad es el instrumento ordinario de este anuncio guiado. En ella, he verificado continuamente - es decir, «hecho verdadera»- mi vida. Si soy fiel, me doy cuenta que crezco cada día un poco más. No puedo, por esto, eximirme de la tarea de hacer la Escuela de comunidad, ocasión de vida para todos los hombres, mis hermanos, que el Señor me hace encontrar.
La gracia que nos ha sido dada este año es tal, incluso cuando nos han propuesto un juicio que nos ha parecido duro e incómodo, como un auténtico puñetazo en el estómago, como cuando se nos ha recordado de manera dramática que testimoniar a Cristo no puede sino suscitar el odio del mundo. Para salvaguardar mi tranquilidad personal querría que no fuese así, pero no puedo dejar de reconocer la verdad y las razones de lo que nos decimos. La razón de esta verdad define la vida como una lucha, tal y como el Señor nos recordó cuando dijo que había venido a traer la espada. Sólo puedo decir que esta razón me hace ser, a mis 56 años, tanto y más atrevido que cuando la escuché por primera vez y me sentí fascinado a los 19 años.
Hemos leído en Dios: el tiempo y el templo: «monasterio, convento o casa son los lugares creados para que los que los habitan griten -¡ griten!- delante de todos, en cada instante - toda su vida es para esto-, que Cristo es lo único por lo que vale la pena vivir, que Cristo es lo único por lo que vale la pena que el mundo exista». Como bautizado tengo una única vocación: la de la misión. Esto ha estado siempre claro, es más, clarísimo, en la pedagogía del movimiento. Recuerdo que a finales de los años
'50 el movimiento, desde el punto de vista del número, era todavía pequeño: estábamos en los comienzos de Giuventú studentesca. Y sin embargo, ya entonces, se organizó un congreso titulado «Vivir la dimensión del mundo», en el que recuerdo que participó, el entusiasta Giorgio La Pira. Pocos años después partieron nuestros primeros misioneros para Brasil. Hoy - como ya he dicho- la presencia del movimiento en el mundo es impresionante y conmovedora: es un signo convincente ver como muchos han sido alcanzados y conmovidos por Cristo. Igual que los dos primeros discípulos a los que se refiere San Juan: «uno de los dos que habían oído las palabras de Juan y lo habían seguido era Andrés, hermano de Simón Pedro. Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: «hemos encontrado al Mesías», que significa «el Cristo». Y lo llevó hasta Jesús». ¡Que fascinación y que libertad! La misión no es sobre todo «hacer cosas», sino una sobreabundancia del corazón que se comunica a través del compromiso con lo que me interesa, en toda circunstancia, en cualquier lugar y con quien quiera que me encuentre, empezando por mi mujer, por mis hijos, por mi amigo que al leer ¿Se puede vivir así? se ha confesado después de treinta años, por cada pequeña comunidad que se reconoce en nuestra gran compañía, hasta el compromiso con mi trabajo, con la justicia, que parece haber perdido sus referencias y sus límites propios, junto al sentido y a la dignidad de la persona.
Espero que me perdonéis la osadía de apuntar una gracia particular que me ha sido dada cuando, el mes de octubre pasado, se me pidió asumir una responsabilidad directa en el movimiento. La primera vez que participé en la Directiva del movimiento se nos reclamó a todos al hecho de que lo más importante es ser discípulos del método y no repetir fórmulas; con otras palabras, se nos invitó a seguir, que es además la ley fundamental del movimiento. Esto me llamó mucho la atención, y por debajo, me dije:«Pero ¿cómo? Estoy en el movimiento desde hace 37 años y no he concebido nunca -por lo menos de forma consciente- actos de traición o de abandono, soy por temperamento fiel: ¿por qué este llamamiento?». Esta reflexión me ha hecho comprender que seguir no consiste en aprender reglas o técnicas, de modo que después el problema fuese sólo el de aplicarlas. La gravedad de la responsabilidad que me ha sido confiada y mi falta de adecuación -ya que, como se nos recuerda con frecuencia, nadie es capaz de hacer lo que está llamado a hacer- me hacen comprender que el seguimiento verdadero es otra cosa completamente diferente. Es igual que lo que Jesús le dijo a Pedro: «cuando eras joven ibas a donde querías, ahora cíñete y vé adonde yo te indico». Pero esto podría esconder un aspecto, por así decir, ejecutivo, de organización. La cuestión es aún más profunda, y se nos ha indicado recientemente en los Ejercicios de la Fraternidad en Rímini: es la cuestión del «Tú, ¿me amas?». Todos sabemos que la respuesta fue: «Sí, no se cómo, pero tú sabes que te amo». Tampoco yo sé cómo, pero sólo puedo decir lo mismo -y parece inaudito tener la osadía de decirlo- respecto al carácter existencial de la propuesta que Cristo hace de sí mismo en el movimiento. Este decir «sí», este «sí», conlleva una actitud que no acabará nunca, hasta el final de mi vida. Este «sí» no puede jamás dar nada por descontado: hoy te puede llevar a un sitio, mañana a otro, durante doce años te hace dedicarte a la política y después te puede llamar a otra tarea, y mañana ¡quién sabe adonde! después de este «sí» el seguimiento no tiene fin, porque de aprender -pequeños como somos- no acabamos nunca.
Don Giussani hace pocos años, en el Meeting de Rímini, al final de un encuentro suyo, nos dijo: «Os deseo que no estéis nunca tranquilos, ¡nunca tranquilos!». Creo que el seguimiento es esto: «nunca tranquilos», porque nuestra mirada está continuamente reclamada por Otro. Don Ciccio de Catania en el último Consejo Nacional dijo: «creía que el problema era aprender un criterio, sin embargo el problema es aprender a mirar». ¡Qué verdadero! Sólo yendo al fondo de la mirada a quién sigo aprendo verdaderamente el criterio. Desviar la mirada es el verdadero pecado, un pecado que hay que confesar, creo que esta es la respuesta al llamamiento sobre el método que se me ha hecho en estos últimos meses.
Pero por todo lo que objetivamente me ha sucedido, comprendo que ahora se me pide más: transformar el genérico seguimiento en obediencia, que es además la condición para que se dé el verdadero milagro entre nosotros, que es la unidad. La unidad es nuestro supremo bien. Si hay unidad, no tenemos miedo de quien hace, no tenemos ni siquiera miedo de equivocarnos, porque todo lo que somos lo podemos ofrecer, en cada instante de nuestra vida, a Aquel que es el fondo y el origen de la misma unidad. En los Ejercicios de Rímini comprendimos bien que no hay unidad sin perdón.

Julián Carrón. En el origen de nuestra investigación estaba el entusiasmo ideal por el estudio de la historicidad de los Evangelios...

Cesana. Perdona, Julián, perdonad si insisto, pero el que está hablando es Julián Carrón, que está aquí en representación de un verdadero y propio grupo de científicos - porque eso son- de Madrid. Este grupo de científicos ha creado una escuela que es única en el mundo, una escuela de exégesis e interpretación lingüística, la única capaz de oponerse a la hegemonía no contestada en ninguna otra parte del protestante alemán Bultman (como luego veremos en su intervención). Su encuentro y el de su grupo con el movimiento nos ha encontrado unidos en cuerpo y alma.

Julián Carrón. Decía que el origen de nuestra investigación fue el entusiasmo ideal por el estudio de la historicidad de los evangelios que un profesor, D. Mariano Herranz, logró encender en un grupo de amigos, cuando éramos estudiantes de teología en el Seminario de Madrid. Sus clases eran un acontecimiento. Todo estaba cuidado. No perdía un minuto. Nos comunicaba los contenidos con un rigor y una solidez que consiguieron despertar en nosotros una pasión por el estudio serio, riguroso de la Escritura. En ellas se encontraba realizado lo que el Vaticano II en la constitución Dei Verbum proponía como método de una exégesis verdaderamente católica, ser fiel a la razón y a la tradición. Por eso utilizaba todos los métodos modernos de investigación de la Escritura con el fin de poner en evidencia la verdad de la tradición recibida en la Iglesia. Era consciente de que, en el marco del debate exegético moderno, sólo se podía defender la fe cristiana recibida en la tradición con un trabajo riguroso, lejos de un pietismo superficial y de una crítica racionalista. Aún recuerdo la emoción que sentíamos cuando nos documentaba la historicidad de los milagros, del juicio ante el Sanhedrin, o de la resurrección, dando respuesta precisa a los ataques que habían sufrido por parte de determinados estudiosos en la historia de la investigación. Por eso, para nosotros el estudio de la Escritura, lejos de introducir la sospecha sobre sus contenidos, nos confirmaba en la fe y nos proporcionaba todo tipo de argumentos para dar razón de ella.
Durante el curso nos mandaba hacer trabajos, que en ese momento consistían en traducir artículos de primeras figuras de la investigación exegética. Así, decía, aprendeis viendo cómo trabajan los maestros. No nos hacía perder el tiempo con cosas de segundo rango, sino que desde el principio quería que pudiéramos entrar en contacto con trabajos de calidad, tanto en su nivel más divulgativo como en su nivel más técnico. De esta forma iba surgiendo en nosotros un gusto por el trabajo serio. Él nos corregía la traducción a todos, para que fuéramos aprendiendo. Esta pasión consiguió prender en un grupo de amigos, que veíamos cómo cada vez nos interesaban más estos estudios. Al final de curso, p.ej., les pedíamos a los compañeros los trabajos hechos y pasábamos el verano copiándolos a máquina (entonces no existían fotocopiadoras).
A medida que pasaba el tiempo iba apareciendo ante nosotros la figura de un maestro, excepcional por su gratuidad (nos compraba o regalaba libros, nos dejaba los suyos), por su disponibilidad (siempre que íbamos a verle nos recibía con gusto), por su paternidad y estímulo en el trabajo perseverante, en un amor cada vez más grande a la Escritura. Cuando acabamos nuestros estudios en el Seminario, empezamos a seguir los cursos de Licenciatura en la Facultad de Teología. Él supervisaba nuestro trabajo y nos lo corregía hasta en la expresión y el estilo. Quería que, además de serio y riguroso en el contenido, estuviera bien expresado en la forma, en buen español. Para ello nos recomendaba la lectura de buena literatura castellana para aprender a escribir bien, con gracia y claridad.
Él reunía unas magníficas condiciones para este trabajo. Cuando era joven, el obispo le había hecho estudiar lenguas. Había adquirido una magnifica preparación en lenguas (hebreo, arameo, siriaco, árabe, griego, etc.), indispensables para el estudio de la Escritura. A ello unía su pasión por la literatura. Conocía de maravilla los grandes autores de la literatura castellana. Le encantaban los relatos cortos, los cuentos, que decían cosas verdaderas de un modo sencillo y asequible a todos. Esto le daba una intuición literaria para leer la Escritura, para detectar las dificultades de un texto o intuir una solución. Con el tiempo caí también en la cuenta de que era un maestro del realismo: observación completa, apasionada, insistente de la realidad, en este caso del texto de la Escritura.
Leía una y otra vez el texto y así detectaba lo que a los demás pasaba inadvertido, lo que no funcionaba, las anomalías, y buscaba la forma de resolverlas con rigor científico y de acuerdo con la tradición de la Iglesia.
El grupo de amigos, en quienes prendió esta pasión, disfrutábamos con este trabajo. El contenido de nuestra amistad, el centro de nuestro interés, de nuestras conversaciones era el deseo de vivir para Cristo, de comunicarlo a todos y de estudiar cada vez mejor estas cosas. Sin esta ayuda y cercanía mutua, hubiera sido imposible mantener el fuego sagrado de la ilusión por el estudio. Después comenzamos a ir a estudiar al École Biblique de Jerusalén. Este lugar ofrecía dos ventajas únicas: nos permitía familiarizarnos con el escenario de los hechos que estudiábamos y disponía de una mágnífica biblioteca para realizar este tipo de estudios. Muchos de nosotros era la primera vez que salíamos al extranjero. Inmediatamente notábamos la diferencia con nuestros compañeros. La mayoría habían hecho ya estudios en otros centros de prestigio (Roma, Paris, etc.). Pero, nosotros al día siguiente de llegar estábamos en la biblioteca con un tema perfectamente identificado ante nosotros. Otros compañeros se pasaban el primer trimestre, o todo el curso, perdidos tratando de identificar el tema de su memoria, que había que presentar al final. Nosotros nos sentíamos privilegiados de tener a alguien a quien seguir. Nuestros compañeros se maravillaban también de la capacidad y libertad de juicio que teníamos ante los grandes estudiosos. No quedábamos rendidos ante su fama internacional. Se nos había enseñado a valorar las opiniones por el peso de sus razones, no por el peso de la autoridad de quien las defendía. Y a medida que íbamos conociendo personalidades relevantes, iba apareciendo ante nosotros la grandeza de nuestro maestro, que no palidecía ante maestros tan insignes; al contrario, hacía aparecer más su excepcionalidad. Hasta estas grandes figuras quedaban sorprendidas de que unos jóvenes inexpertos pudieran discutir con ellos con razones y argumentos que no podían no valorar. El nos seguía guiando desde Madrid. Cada uno tenemos 30 o 40 cartas del año que pasamos en Jerusalén, a través de las cuales nos sostenían con consejos de todo tipo, salía al paso de nuestras dificultades o nos suministraba aquellos elementos que necesitábamos para esclarecer los textos que estudiábamos. Las cartas eran verdaderas joyas literarias. Nos encomendaba a los santos, sobre todo a S. Jerónimo y S. Agustín, estudiosos de la Escritura, para que pudiéramos mantenernos en medio de las dificultades que encontrábamos.
El objeto de nuestra investigación era siempre el substrato semítico de la tradición cristiana del NT, en particular de los evangelios. Desde el principio, nuestro maestro tuvo la intuición, todavía imprecisa en los comienzos, del fuerte arcaísmo de la tradición evangélica. Si tras el griego de los evangelios se podía mostrar un original arameo, este hecho pondría de manifiesto su antigüedad. En esto coincidía con otro gran estudioso, J. Carmignac, a quien fuimos a encontrar a Paris, al enterarse de nuestra investigación. Pero, ¿cuál es la importancia de esta investigación?
Importancia de la investigación
Para entender la importancia de nuestro trabajo es necesario situarla en el marco de la historia de la investigación sobre la historicidad de los evangelios.
Desde sus inicios la Iglesia ha creído que los evangelios han tenido su origen en la persona histórica de Jesús de Nazaret, en sus dichos y hechos, en su muerte y su resurrección. Los evangelios son, pues, para ella testimonios de un hecho ocurrido en la historia (DV 19). A partir de un momento determinado, para algunos estudiosos ya no es creíble esta interpretación del origen de los evangelios, introduciéndose así la sospecha sobre su valor histórico. Pero los evangelios estaban ahí. Su existencia nadie la podía poner en tela de juicio.
Y en ellos se afirma que un hombre, Jesús de Nazaret, es considerado Hijo de Dios por un grupo de judíos de Palestina en el siglo 1 de nuestra era. Como ya no se está en grado de reconocer la explicación de su origen dada hasta entonces por la Iglesia, es necesario ofrecer una explicación alternativa de su origen. Esta interpretación se puede sintetizar en una palabra: mitificación. Los evangelios son el resultado de un proceso de mitificación de la persona de Jesús de Nazaret, según el cual el que no era más que un profeta acaba convirtiéndose en Hijo de Dios. Para que este proceso haya sido posible es necesario postular un lapso de tiempo lo suficientemente amplio para que tal proceso haya tenido lugar. Por otra parte, como resultaba inconcebible que esta mitificación fuera realizada por judíos, dado su monoteísmo rígido, había que postular simultáneamente la influencia del helenismo, concebido como sincretismo, y esto sólo podía tener lugar fuera de Palestina. Así se podía ya afirmar tranquilamente, como hace el estudioso protestante alemán Strauss, que «la verdadera crítica al dogma es su historia».
Por el contrario, si se demuestra que los evangelios actuales griegos no fueron redactados originariamente en griego, sino que son traducción de originales escritos en arameo, es preciso reconocer que estos originales se escribieron en fecha muy temprana de la historia de la Iglesia primitiva, ciertamente en vida de los apóstoles, los testigos directos de los hechos y palabras de Jesús y muy probablemente dentro de los diez primeros años después de la muerte de Jesús. Para poder afirmar que los evangelios actuales fueron redactados en arameo no es necesario que podamos mostrarlo en todas sus páginas. Basta que haya un cierto número de casos especialmente llamativos, cuya única explicación sea el arameo, para poderlo sostener con toda seguridad. Como no hace falta encontrar fósiles marinos a cada paso para mostrar que un territorio determinado ha estado todo él cubierto por las aguas en un tiempo muy remoto.
Estos estudios de reconstrucción del original arameo de los evangelios se han hecho y se siguen haciendo en total independencia de las investigaciones papirológicas realizadas por el prof. O’Callagan y el prof. K. Thiede. Sin embargo, el resultado a que se llega es idéntico, a saber: la Iglesia naciente contó con unos libros escritos que podemos llamar evangelios en una fecha muy temprana, compuestos o directamente por los apóstoles o por colaboradores de los apóstoles desde los primeros momentos de la misión. Fijando hasta cierto punto una fecha, podemos afirmar que esto ocurrió dentro de los diez primeros años, no a los diez años, sino dentro de los diez primeros años después de la muerte de Jesús. Confirmación ulterior de esta conclusión son los pasajes de las cartas de San Pablo que serían incomprensibles si en las comunidades no se leían ya dentro de la celebración litúrgica de los domingos unos escritos que contenían los hechos y dichos de Jesús.
Razones de la hostilidad
Pero entonces ¿por qué existe tanta hostilidad contra cualquier investigación que ponga ante nuestros ojos un dato que viene a confirmar la historia de los orígenes cristianos tal como los presenta la fe cristiana? Porque es un ataque contra el dogma nunca demostrado de la exégesis moderna, según el cual habría transcurrido un amplio lapso de tiempo entre los hechos que narra el evangelio y su puesta por escrito.
1) Es obvio que para los defensores de que el cristianismo no es un acontecimiento histórico, sino el resultado de un proceso de mitificación, esta investigación constituye un escollo decisivo: pondría en cuestión su reconstrucción de la historia de los orígenes cristianos, ya que nuestra investigación muestra que no ha habido tiempo para que tuviera lugar tal mitificación. Aquí reside la razón principal de la hostilidad contra cualquier intento que suponga una amenaza para tal reconstrucción. Esta hostilidad no hace sino sacar a la luz la ausencia de un verdadero deseo de conocer la verdad histórica. Pone de manifiesto lo acertado de la observación de A. Schweitzer de que al reconstruir la historia muchos estudiosos no lo hacían por verdadero interés por la historia, sino que utilizaban la historia como un instrumento para luchar contra el dogma. Esto se hace patente en el modo en que se descalifica cualquier otra explicación: no se discuten los argumentos. En la defensa de la tesis doctoral de uno de mis amigos un miembro del tribunal se oponía a la explicación de algunos pasajes complicadísimos de la Carta a los hebreos a partir del substrato semítico, «porque el autor de la carta a los hebreos no sabía hebreo». ¿Cómo lo sabía él? En la medida en que esta mentalidad antihistórica penetra en la Iglesia, tal hostilidad se reproduce dentro de ella.
2) Pero, en mi opinión, cierta hostilidad dentro de la Iglesia es más de impronta bultmaniana: la historia carece de interés para la fe. Cualquier intento de presentar un dato histórico como confirmación de la historia cristiana es condenado como apologética de la fe. Se cree que no se hace verdadera historia, verdadera investigación; que es una historia y una investigación al servicio de la fe; un intento de probar la fe con la historia. Por eso se la descalifica. Pero esto implica que la única historia no merecedora de tal descalificación es la contraria a la fe. Con este desinterés por la historia estos estudiosos acaban defendiendo lo que pretendían evitar: que la única historia verdadera, la única historia a la que no se puede calificar de apologética es la que se hace en alternativa a la de la Iglesia.
En el fondo las dos posiciones están más cerca de lo que parece: tanto una como otra comparten el presupuesto que historia y misterio son incompatibles, es decir el prejuicio de que el Misterio no ha entrado en la historia. De ahí la irracionalidad de los dos posiciones: los primeros rechazan la fe cristiana en nombre de la historia, una historia construida sobre el presupuesto de la imposibilidad de que haya sucedido lo que afirma esa fe, la Encarnación, y los segundos se adhieren a la fe, independientemente de la historia y sin que se pueda afirmar nada de su historicidad, haciendo así irracional la fe.
Es la naturaleza misma de la razón la que impone reconocer determinados datos lingüísticos o históricos. Si estos datos son auténticos, ningún prejuicio puede eliminarlos. Como el prejuicio de los fariseos no podía suprimir determinados hechos de la vida de Jesús, tanto es así que se veían forzados a dar otras explicaciones (hechicería, posesión diabólica, etc.). Lo mismo sucede hoy. No se puede negar la autenticidad de los hechos simplemente en nombre de un prejuicio. Sus adversarios tendrán que presentar sus argumentos ante el tribunal de la razón. Descalificar los datos que testimonian la historia cristiana sin haberlos tomado siquiera en consideración, es una muestra de la incapacidad de la razón moderna de medirse con la realidad de los hechos.
Nosotros creemos por el encuentro que hemos hecho en el presente con el Acontecimiento de Cristo en la Iglesia. Es este Acontecimiento el que abre nuestra razón para comprender las implicaciones últimas (de otro modo inaccesibles) de los datos y de los hechos. Por ello nos alegramos cuando encontramos datos en la historia que confirman lo que ya hoy vivimos. Este tipo de estudios no pretenden, pues, demostrar la fe, sino remover las objeciones que la historia moderna ha acumulado contra ella. Como dice Sto Tomás en la Summa contra Gentiles (1,9), cuando se trata de verdades que superan la razón, no se debe intentar convencer al adversario con razones (porque la insuficiencia de las razones, los confirmaría en su error, al pensar que nuestro consentimiento a las verdades se apoya en razones tan débiles), sino resolver sus objeciones contra la verdad de la fe con argumentos probables y de autoridad. Gran parte de la investigación moderna ha acumulado todo un edificio de objeciones contra el cristianismo como acontecimiento histórico, hecho de medias verdades. La tarea de una verdadera investigación es verificar el valor de tales objeciones y mostrar su inconsistencia.
Ejemplo de un nueva cultura
Esta investigación es un caso de cultura nueva, de ecumenismo. Es una aplicación del principio de S. Pablo: «Probadlo todo y quedaos con lo bueno». Una razón que no se cierra a priori a la posibilidad de que el Misterio entre en la historia, es decir una razón que sea fiel a su naturaleza, es la única capaz de valorar todo lo que hay de bueno en la investigación moderna sobre los evangelios. Por eso, nosotros usamos todos los instrumentos que pone a nuestra disposición la investigación moderna (historia, filología, arqueología, papirología, etc) que pueden servir para un conocimiento más completo de los evangelios y de la tradición cristiana primitiva. Reconociendo todo lo bueno, sin excluir nada, puede construir una imagen más completa, y por ello más verdadera del Acontecimiento cristiano. Habiéndoos encontrado a vosotros providencialmente, es decir casualmente, hemos encontrado una mentalidad culturalmente idéntica y esto nos ha puesto enseguida juntos como un único movimiento.

Cesana. Doy yo también las gracias a Julián Carrón y a don Paolo Pezzi por lo que hacen y porque han aceptado el sacrificio (sobre todo don Pezzi ya que, como sabéis, Siberia no está a la vuelta de la esquina) de venir a contarnos su experiencia.

Paolo Pezzi. Parto del hecho que más me ha llamado la atención en estos últimos meses. Una tarde de mayo fui a dar un paseo, con algunos chicos y nuestro amigo Fecondo, a una ensenada del río Igna, un sitio muy bonito, todavía nevado. Volviendo hacía la casa de Olja (una de las chicas que nos ha encontrado hace poco), estaba conmovido por la belleza de lo que se nos había dado, a dos pasos del grisáceo Novosibirsk, y les conté que nuestra compañía nos hace más capaces de gustar la belleza de la realidad y les decía que un hombre solo penetra en este reflejo con más dificultad, lo hace sólo en un momento estético, emotivo. Cuando llegamos a casa de Olja, mientras tomábamos el té, de repente Fecondo cogió un Evangelio que estaba sobre un aparador, y con un ruso un poco penoso, leyó el encuentro de Juan y Andrés con Jesús. En un determinado momento Olja dijo: «Mira, a ellos les sucedió lo mismo que a mí». Yo mantuve viva durante los días siguientes la memoria de esta expresión pues me había impresionado. Días después, leyendo un artículo de Julián, comprendí qué era lo que me había llamado la atención: esa chica había partido de su presente y, casi instintivamente había asociado, reconocido ese mismo fenómeno, ese mismo hecho sucedido dos mil años antes. Desde ese momento el valor del presente, el hic et nunc de la mirada amorosa de Cristo hacia mí, predomina un poco más en mis aún distraídas jornadas. He percibido casi físicamente lo que he oído muchas veces repetir a don Giussani: «Padre nuestro que estas en los cielos, es decir, en lo profundo de mi ser, ahora». Me ha escrito una chica: «La mirada de Cristo. Tú repites a menudo: «tened la mirada vuelta a Cristo». Me parece -dice esta chica- que la mirada de Cristo es la de mis amigos».
Sasha -otro de nuestros amigos- ha empezado a trabajar en una empresa de publicidad y esto -me decía él- le ha obligado a plantearse las razones de lo que ha encontrado. De esta forma, para ayudarse, ha puesto la imagen del manifiesto de Pascua sobre su mesa y tiene siempre a mano El sentido religioso, sobre el que hacemos la Escuela de Comunidad. Sus compañeros de trabajo han empezado a darse cuenta de su cambio y alguno se decidió y empezó a discutir -como dice él- de cosas religiosas y demasiado espirituales. En un momento de la discusión Sasha intervino bruscamente en la discusión y les dijo: «Vosotros habláis de un Dios, de un principio último, del hecho de que a la fuerza debe existir algo después de la muerte, y hasta aquí está incluso bien. Pero ¿yo?, ¿mi vida? Yo hablo de algo que tiene que ver conmigo, aquí y ahora». La discusión terminó inmediatamente después de esa pregunta abierta. Al día siguiente una compañera suya le dijo: «Nunca había pensado que Dios, es decir, el que está allí, tuviese que ver conmigo ahora». Y Sasha me dijo: «¿Sabes que por una cosa así incluso me fui al teatro con ella?».
También Olja ha colgado el Manifiesto de Pascua en su Universidad, animada por Elena (una de las chicas de los Memores Domini que viven en Novosibirsk). Al poco me dice un poco desconsolada: «¿sabes que han arrancado el Manifiesto? Pero yo lo cuelgo de nuevo, porque ¡yo existo en la Universidad, nosotros existimos!».
Hace poco tiempo fui con Rosalba (otra de las chicas de los Memores Domini que están con nosotros en Novosibirsk) a Talmienka, que es una pequeña ciudad de veinte mil habitantes a 50 Km hacia el sur de Novosibirsk, para sustituir al cura que se había marchado por un tiempo. El sábado por la tarde fuimos a un pueblo cercano a esa ciudad porque tenía que celebrar Misa. Me quedé muy apenado por la falta de apertura de la comunidad católica de origen alemán. Siberia esta llena de comunidades católicas de origen alemán, lituano o polaco, nacidas de la deportación de estas poblaciones realizada por Stalín ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial. A la vuelta con Rosalba hablábamos de esta misma impresión dolorosa que habíamos tenido, observando que el pasado, la tradición, si no tienen una conexión con el presente que los renueve continuamente, mueren y endurecen el corazón. Hablábamos de que la gracia más grande que hemos recibido es tener un lugar, una casa donde permanecer. Por la tarde, mientras preparaba la homilía de la Misa del día siguiente, allí en la ciudad, en Talmienka, pensaba: les diré que su tradición y toda su dramática historia de la deportación y de la fe mantenida en las catacumbas, son grandes precisamente porque Cristo está ahora y vuelve a suceder ahora. Después de la Misa del día siguiente, del Domingo, algunos jóvenes y una viejecita se quedaron. Cantamos cuatro canciones, contamos nuestra experiencia y, visto el interés que tenían, les dije: «Hablad con vuestro párroco y, si está de acuerdo, dentro de un mes vuelvo, nos volvemos a ver, y en Julio, si queréis, venís de vacaciones con nosotros». Después los jóvenes se fueron a casa. Sin embargo un chiquita, Lena, de dieciséis años, se quedó allí, no decía nada y nos miraba. Le dije: «¿Tú no te vas a casa?». «¿Y vosotros dónde vais?», me dijo ella. Me dio un escalofrío. «Tengo que ir a un pueblo cercano para celebrar la Misa también para ellos». Ella estuvo charlando un poco con la monja y después se vino con nosotros esa tarde y se trajo también a su abuela. Antes de volver a Novosibirsk le dije: «Mira, Lena, tú hoy has presentido algo verdadero para tu vida, ¡trata de recordarlo! Reza a la Virgen. Si quieres escríbeme y después habla con tus amigos, en Junio nos volvemos a ver». Al regresar con Rosalba, le hemos confiado a la Virgen a todos.
Y de esta forma yo veo para mí (porque si no fueses para mí, ¿de qué vale?) y en torno a mí, suceder de nuevo aquel Acontecimiento.
Hace poco les decía a los chicos que lo más importante es permanecer: «si permanecéis, si seguís en el lugar donde habéis presentido un acento de verdad para vuestra vida, vuelve a suceder, es más fácil, se comprende más, y después se está más contento», como testimonia esta carta de Natasha, «porque Jesús es esa presencia que corresponde plenamente con el deseo original de mi corazón». He aquí la carta:
«Querido Don Giussani, he pensado mucho antes de escribirle. Paolo me aconsejó hacerlo muchas veces . Pero no me decidía nunca. Hace ya casi año y medio que participo en la Escuela de comunidad y he comprendido muchas cosas en este tiempo. Si supiese cuántas y cuáles han sido mis discusiones y disputas con Paolo sobre la utilidad de la Escuela de comunidad. Consideraba sin sentido encontrarse para leer un libro que no tocaba mi corazón y que estaba escrito de una manera tan complicada. En este año y medio no he entendido casi ni una palabra, nada me tocaba. Era aburrido. Hace poco tuve una conversación intensa (de nuevo sobre la Escuela de comunidad) con mis amigos. Fui a casa y, un poco por curiosidad, un poco por espíritu de iniciativa, me senté y comencé a leer casi todo el libro. Tras las áridas y muertas palabras, de improviso, escuché un discurso vivo. Comencé a imaginarme a usted con sus estudiantes, las clases. Me imaginé que yo era una estudiante que estaba allí escuchando una clase suya. Pensé en el sentido de esas palabras. He empezado a comparar mi vida con esas palabras. Ahora El sentido religioso no me deja nunca. Le estoy agradecido de todo corazón. Usted es un maestro. He vivido siempre como en una fábula, en un gran sueño. Ahora empiezo a vivir la realidad y es más fácil. Es más fácil construir una relación con la gente o notar la belleza del mundo. Ahora soy verdaderamente yo misma y mi vida, mi corazón, ya no son un espacio angosto, sino ampliado al mundo entero, a todo el universo. Empiezo a entender lo que significa que Dios está conmigo; qué es la libertad, el amor. Le doy las gracias. Que Dios le dé todo bien. Con respeto y reconocimiento.
Natascia

Hace poco me he dado cuenta de que el instrumento diabólico del odio del mundo es la duda. Una vez, a propósito de esto, les dije a los amigos:« quien genera dudas en vosotros, aunque sea de manera inconsciente, aunque crea que os hace un bien, participa del odio del mundo, porque la duda no es nunca razonable». Y así leía y comentaba el capítulo quinto de Juan. Sasha me dijo:« no es difícil obedecer, no es difícil seguir, ¡pues basta permanecer! Lo que pasa es que nosotros nos dejamos comer por la polilla del escepticismo:»si, la compañía es verdadera, es justo seguir, pero después...» Y así por una -¡una!- intuición nuestra, aunque sea buena, nos arriesgamos a destruir todo».
Me parece que de esta lucha dramática -existe una lucha en mi corazón, en el corazón de cada uno de nosotros- da testimonio esta oración a la Virgen de Tania, de una estudiante nuestra universitaria. Dice la oración: «En ti pongo mi esperanza, oh santa en medio de todos los santos. Oh, Virgen, te invoco, rezo, lloro y gimo. Muestra tu mirada, oh Purísima, a aquellos que son despojados de sí, a los ciegos, a aquellos que son esclavos, y dales la fuerza para romper todas las cadenas de muerte. Dales la fuerza de tu Hijo, que sufrió para que tuviesen vida, para llevar la cruz hasta el fondo, para entrar en el reino de tu Hijo. Sálvanos a todos que escapamos del pecado, refuerza la fe en mi corazón, purifica la mente de dudas, da paz al alma. Como una madre sugiéreme a mí, tu hija, el camino al templo e indícame el camino en la vida que el Señor me ha dado».

Giorgio Vitadini. la Compañía de las Obras cuenta hoy con cerca de siete mil socios, entre empresas con y sin animo de lucro (escuelas, obras de caridad, centros de solidaridad). La experiencia que se desea adhiriéndose a la Compañía de las Obras es la de poder vivir el ideal cristiano o una posición verdaderamente religiosa en el trabajo o en la construcción de obras, multiplicando la pasión por la realidad propia de todo hombre, haciéndola indomable, siempre vuelta hacia lo positivo, y poniendo freno al riesgo continuo de poseer la realidad instrumentalizándola. Este ideal vivido ha contagiado también a muchas personas no creyentes, impactadas por un acento de novedad, no sólo en la actividad caritativa sino en las empresas también.
Pero ¿como se intenta tener vivo este deseo? Sobre todo comparando el propio actuar con la vida de aquel a quien se sigue (como el presidente de una gran cooperativa de cerámica que ha propuesto a todo el Consejo de Administración hacer Escuela de Comunidad). Después viviendo una compañía que sea una ayuda para realizar este camino, como la amistad nacida en muchas sedes locales entre personas del movimiento y no. ¡La amistad! El prof. Lobkovitz - entonces Rector de la Universidad de Munich en Baviera. hoy Rector Magnífico de la Universidad de Eichstatt- le dijo a un amigo nuestro: «Es necesario encontrar el movimiento para comprender que cristianamente, la amistad es una virtud». Y, en definitiva, teniendo una productividad que demuestre esta posición, viviendo la pertenencia a nuestra experiencia y plasmando de esta forma en el actuar los principios de la doctrina social de la Iglesia.
El primer campo de intervención es precisamente el trabajo y el mundo empresarial. Muchos jóvenes y no tan jóvenes han creado nuevas empresas para responder a la necesidad de trabajo tan extendida, incluso en sectores y lugares difíciles -como la gran empresa de alimentación que ha aceptado el reto de crear con jóvenes meridionales una empresa en el Sur (en Calabria), donde dar trabajo es igual que tener caridad. En algunos estudios de profesionales se ha instituido una relación entre estos y sus trabajadores parecida a la relación entre un maestro y un discípulo en un taller medieval. Otros han generado posibilidades a través de periodos de prácticas en empresas y de inserción de jóvenes. Numerosas empresas se han especializado en el trabajo con el exterior, no sólo con fines de utilidad, sino para comunicar lo que se ha encontrado en otros Países. En otras empresas se ha experimentado que incluso los proveedores y los clientes se pueden hacer amigos e implicarse en nuestra experiencia.
Para favorecer este crecimiento se ha desarrollado una red de servicios (financieros, legales, comerciales, de formación), no de la Compañía de las Obras en cuanto tal, sino de unos socios con otros. Son muchos los que se han comprometido en este trabajo de forma gratuita
Aún más, las personas que desarrollan realidades productivas no se limitan a ocuparse de empresas, sino que ayudan, con su profesionalidad y su entusiasmo, también a las obras no lucrativas. Así, por ejemplo, existe la realidad de los Centros de Solidaridad que encuentra centenares de puestos de trabajo con la ayuda de directores de personal, empresarios y gente común; está la Asociación Leonardo de ingenieros de todas las edades, en que las personas más expertas y capacitadas ayudan a los más jóvenes a encontrar trabajo, superando cualquier división generacional, en una amistad que va mucho más allá de la ayuda inmediata que se dan; está el Banco de solidaridad, que junto al Banco de alimentación, proporciona en un año 5.000 toneladas de víveres a 250 obras asistenciales -con un total de 20.000 personas asistidas, entre los más pobres que se están multiplicando en nuestra sociedad- y esto gracias sobre todo a la aportación del amabilísimo Danilo Fossati, dueño de la Star; está la gran obra de Lorenzo Crosta que permite trabajar a más de 400 enfermos mentales, discapacitados, presidiarios y seropositivos con la ayuda de toda la dirección de una gran multinacional, compuesta por personas del movimiento y no del movimiento; está el Avsi, que sostiene proyectos de reconstrucción de ambientes humanos degradados, de formación profesional, de sanidad, en todo el mundo, con la ayuda de centenares de técnicos y de profesionales de todo tipo; están los 127 colegios libres que, con más de 30.000 alumnos, no podrían sostenerse con el inicuo sistema fiscal italiano sin la ayuda de mucha gente que dedica tiempo y energía a este trabajo; están los «Círculos», que en ambientes degradados permiten que exista un lugar humano de acogida y participación de miles de personas de todas las edades y condiciones sociales. En todas estas cosas contraídas con tanta dificultad, sea por el estatalismo reinante como por la hostilidad hacia la experiencia cristiana, lo que prevalece no es la generosidad que se agota en sí misma, sino, cuando menos, un deseo de gratuidad, es decir de aprender una posición humana capaz de reconocer en todo la presencia del Misterio y de tener como fin en todo lo que se hace, la construcción de una morada más humana para el hombre.

Cesana. Ahora celebramos la Misa que, excepcionalmente, coincide con el aniversario de los 50 años de la primera Misa de Don Giussani. Damos gracias a Dios que nos ha hecho queriendo sus hijos a través del modo en que Don Giussani vive la fe.

***
Al principio de la Santa Misa se leyó la carta enviada por Su Eminencia el cardenal Cario María Martini, Arzobispo de Milán, a Don Giussani con ocasión del cincuenta aniversario de su ordenación sacerdotal.
«Queridísimo Don Giussani, con gran alegría participo en la solemne celebración de tu cincuenta aniversario de sacerdocio, que será el 27 de mayo, vigilia de la Ascensión de Jesús al cielo.
Mientras me uno a ti en el canto del Te Deum, dando gracias al Señor, que después de llamarte al ministerio sacerdotal, te ha acompañado todos estos años con abundantes dones y gracias espirituales, deseo manifestarte mi vivísimo reconocimiento por el entusiasmo que ha caracterizado tu respuesta al amor de Dios y por la perseverancia en tu dedicación al misterio de Jesús crucificado y resucitado.
Te has fiado hasta el fondo de la Palabra que el Señor te ha dirigido y has podido así anunciar la buena noticia del Evangelio, movido por el ansia de dar a conocer a todos el designio de salvación de Dios para la humanidad, el designio de su eterna misericordia.
Tal confianza, que no es obvia, ha permitido que tu carisma se difundiese y obrase también fuera de Milán y de Italia, alcanzando a numerosas iglesias extendidas por el mundo y a muchas regiones de otros continentes. Pido al Espíritu Santo que reavive cada día el don que hay en ti por la imposición de las manos de mi venerable predecesor el siervo de Dios, card. Ildefonso Schuster, y te deseo con todo el corazón que continúes tendiendo hacia esa santidad apostólica que es la plena conformación con el rostro de Jesús, hijo del Padre. Por esto te confío a la Virgen María que ha tenido y tiene en tu vida un puesto privilegiado y estoy cercano a ti con la oración y con una afectuosa y grata bendición.
Tuyo en el Señor, Cario María, card. Martini
».

Homilía de la Misa:Luigi Giussani
Hemos dicho ya otras veces que la fiesta de la Ascensión es la fiesta de lo humano, porque por primera vez, con Jesús, a través de Jesús, empezando por Jesús, la humanidad física, carnal, entra en el dominio profundo en el que el Padre crea segundo a segundo todas las cosas, conociéndolas por tanto más de cuanto un ser humano pueda conocer a su hijo pequeño. Ascensión al cielo quiere decir Cristo que desciende a la raíz de todas las cosas; a la raíz de cada rostro, a la raíz de cada estrella, a la raíz de cada flor, a la raíz de todas las cosas.
Precisamente por esto podemos llamar a la Ascensión la fiesta del milagro. En la Escuela de comunidad -espero que lo hayáis comprendido- el concepto de milagro se explica como un acontecimiento que por su naturaleza, es decir, por su fuerza, remite inmediatamente a algo más allá, al misterio del Padre, al misterio de Dios. Hay muchos grados en este reclamo que la página de la Escuela de comunidad analiza. Pero lo que yo quería subrayar es que el milagro, entender el milagro, estar admirados y felices de que el milagro suceda, no es cosa, sobre todo, de niños: no son los niños los que creen en el milagro, porque su positividad frente a las cosas, su curiosidad y su confianza en el hecho de que las cosas y el tiempo humano son un bien, son espontaneas, naturales, la naturaleza misma que Dios nos da implica estas cosas. ¡No son los niños! Sino que cuando uno tiene más años, cuanto más tiene uno experiencia de la vida, cuanto más conoce las cosas, cuanto más las profundiza, cuanto más uno conoce positivamente y cuanto más abraza con atención toda la realidad, sea gloriosa o dolorosa: es el hombre anciano el que comprende, es la vejez la que hace entender que todo es milagro. La palabra «milagro» explica toda la vida y todos los caminos de nuestra vida, sobre todo el gran camino de la realidad como tal, del universo como realidad, de la realidad como el universo de las cosas. Que de la nada surja mi persona, tu persona, todo lo que nos rodea, porque nada se hace por sí solo; que de la nada surjan las estrellas, y por tanto el firmamento, y las olas del mar: ¡más milagro que esto! El estupor del niño es el símbolo de una reflexión y de un reconocimiento que el hombre debe hacer. Todo es milagro, ¡un acontecimiento que nos remite a la fuerza a Dios! Nada se hace por sí solo, por tanto todo lo que existe -individualmente y en conjunto- remite a Dios.
Así milagro es mi existencia, el ser para mí, el ser, que yo exista. Milagro han sido por tanto, para mí, de manera inmediata, mi padre y mi madre, de los cuales se ha servido el Señor de todas las cosas para hacerme venir a la existencia. Milagro ha sido todo el largo camino, bellísimo, de educación en el seminario: doce años de seminario, donde aprendí en seguida a estimar el silencio y la palabra, lo que se intuye apenas sugerido y lo que se manifiesta clamorosamente demostrado ante mis ojos. Milagro es la vida educativa en la que he crecido. Milagro ha sido y es para mí todo ese pueblo que me ha obligado a estar más atento, a ser más coherente, más capaz de rezar, más vivaz ante lo que se movía entorno a mí; todo ese pueblo para el cual y con el cual mi vida era querida y vivida, y para el cual todas las riquezas de las que hablaba Su Eminencia debían aprovecharse, no podían abandonarse a sí mismas, habría sido una cobardía inconcebible; ese pueblo, por tanto, ha hecho de mi vida, «vida». Este pueblo que sois vosotros ha hecho de mi vida «vida»: el seminario la ha hecho consciente y vosotros la habéis hecho más viva. Esto, en la percepción de mi experiencia, es milagro, se llama milagro.
Sí, ¡verdaderamente todo es milagro! Pero, cuánto más se debe usar esta palabra si la mirada recae sobra la palabra «Jesús», como la mirada de Andrés y de Juan recayó sobre él, según el relato de Juan el Bautista; cuando la mirada recae sobre Jesús y sobre todos aquellos a los que se entregó, sobre los cuales ejerció un poder definitivo, retiñiéndoles, absorbiéndolos uno a uno como parte de su misma personalidad: «Todos vosotros que habéis sido bautizados os habéis ensimismado con Cristo. No existe ya ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, sino que todos sois uno, una sola persona, en Cristo Jesús». Todo el ideal de cada día de nuestra vida, de nuestra vida en comunidad, en la Iglesia de Dios, en la ecclesia, en la Iglesia de Dios, en el pueblo de Dios, tendía a comprender más esto y a realizarlo. Esta es la verdadera moral de la vida:
«Quien tiene esta esperanza (quien tiene esta piedra, quien reconoce esta piedra angular, que es Jesús, sobre la que se puede construir, sobre la que sólo el Padre nos hace construir, construir, no ilusionarnos sino construir) se purifica como El es puro».
Entonces la pureza es esta dedicación total de sí en función de aquello con lo que somos un solo cuerpo, como rezamos después de la Elevación en la Misa, en la oración al Espíritu: pedimos al Espíritu, a la potencia de Dios y de Cristo, la gracia de ser un solo cuerpo. Y así: «¿No sabéis que sois miembros los unos de los otros?». Esta abolición radical de la extrañeza es tal vez el aspecto que más me ha llamado la atención en la vida; psicológicamente, lo que más me ha impactado es esta destrucción de la extrañeza frente a quien sea, frente a cualquiera.
La vida es un milagro, esto es lo que nos enseña el comienzo de la historia del milagro en nuestra vida, de la conciencia de este carácter milagroso de la vida. El inicio de la historia de esta conciencia es la Ascensión, en la que el primer hombre, nuestro Jefe, hermano, redentor y amigo, y la forma de nuestra unidad descendió a la raíz del ser y ve ahora cómo el Padre crea: cómo crea una estrella detrás de otra, cómo da vida a cada brizna de hierba y cómo da vida a cada corazón y establece para todo un gran camino; un gran camino, pues el aspecto supremo del milagro -no lo hemos dicho todavía- es la misericordia gracias a la cual el pequeño no debe temer ninguna tempestad ni tampoco el pecador su debilidad: gracias a la misericordia, gracias a la misericordia, que es la palabra con la que Dios se define en última instancia. Dios se define como misericordia: no existe ninguna palabra más elevada que ésta, ni ningún milagro mayor que darse cuenta del hecho de que el Dueño del ser, la Fuente del ser, la Naturaleza del ser es misericordia. Esa misericordia que ha asumido en la historia una forma y un nombre: Jesucristo.
El milagro de los milagros es Jesucristo, al que nos abandonamos en el seguimiento fiel -como niños que son fieles a su madre aunque la hagan desesperarse mil veces al día, al que se es fiel, retomando cada mañana el camino, al que se es fiel con nuestra pequeñez y con toda nuestra debilidad. Damos gracias al Señor que nos ha dado como compañero de camino a su Hijo, hecho
hombre, nacido de una mujer igual que cada uno de nosotros, pero también nuestro destino y el destino de todas las cosas, para que venga ese «reino celeste que cumple toda fiesta que el corazón desea»; para que se cumpla esa forma de la realidad para la que Dios ha creado todo y en la que todo lo que hemos soñado y deseado se satisfaga, para que seamos felices. Pidamos a Jesús la gracia de que ninguno de nosotros sea excluido de la felicidad para la que su corazón está hecho y por la cual es signo todo lo que nos rodea.




 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página