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PALABRA ENTRE NOSOTROS

El signo de los signos

Apuntes de una conversación de Luigi Giussani con un grupo de Novicios de los Memores Domini
Milán, 1 de Febrero de 1998


¿Os acordáis de lo que dijimos la última vez que nos vimos (1)? ¿lo recordáis?

Que Cristo coincide con lo humano.
Si no comprendemos, o en la medida en que no comprendamos, que Cristo es la respuesta a las exigencias del hombre, a las exigencias de la vida; si no se tiene presente y no nos educamos, es decir, si no desarrollamos una conciencia madura del hecho de que Cristo es la respuesta a nuestra humanidad -a mi humanidad, no en general, sino a mis exigencias fundamentales (por eso os he hecho cantar La ballata dell’amore vero [2])-, no daría fruto nuestra vocación.
Ayer por la tarde y esta mañana pensaba: «¿Qué les voy a decir? ». Me venían a la cabeza tantas cosas. Esta mañana, un poco antes de llegar aquí, la persona que me acompañaba en coche me dijo algo referente a la palabra «signo»: entonces comprendí lo que el Señor quería que os dijese. Quiero comunicaros lo que entiendo, lo que Dios me hace intuir.
«Infunde Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que, habiendo conocido por el anuncio del ángel la encarnación de tu Hijo, Jesucristo...»(3). «La encarnación de tu Hijo Jesucristo»: la verdad que Dios ha querido comunicar al mundo es que Él se ha hecho hombre, es su forma de demostrar su amor al hombre. El Misterio, el Señor del cielo y de la tierra, el Misterio -es una palabra que empezaréis a entender cuando Dios quiera- se ha hecho hombre. ¡El Misterio, para darse a conocer a mí, se ha hecho hombre! ¿Cómo lo hemos sabido? ¿Cómo lo llegamos a saber hoy? ¿Cómo lo supo el hombre? ¿Cómo puede saberlo el hombre ahora? A través de un fenómeno, de un acontecimiento que alcanzó a María aquella tarde del 25 de marzo, de tal manera que ella -inteligente y con su profunda sencillez, acostumbrada a la religiosidad de un pueblo que con la ayuda del Señor, inspirado por Dios, generó la historia bíblica- sintió, percibió la presencia de una realidad grande, de una realidad divina, a través de quien le hablaba en ese momento.
«Hágase en mí según tu palabra». Aceptó inmediatamente y esta aceptación es la fuente de misteriosas consecuencias que, si sois fieles a vuestro camino, el Señor os dará a entender cada vez más.
Si pudiésemos también nosotros decir lo que dijo la Virgen -repetir lo que dice el Ángelus: el sí de la Virgen - con esa convicción que tuvo ella, global, total y profunda, como un niño que reconoce a su madre sin tergiversación alguna cuando oye su voz o ve su rostro -entre muchas mujeres un niño pequeño ve la cara de su madre y le tiende los brazos-; si pudiésemos vivir verdaderamente el inicio, ese momento inicial, como lo vivió la Virgen, el anuncio del ángel -una presencia excepcional, que se impone como evidente ante quien tiene un ánimo sencillo e inteligente, un ánimo que sólo Dios puede crear en una criatura-, ¡sería realmente bello!
¡También a nosotros se nos ha presentado el ángel! A través de este ángel hemos recibido el anuncio misterioso de que Dios se ha hecho hombre.
Este ángel, este fenómeno, este acontecimiento... y el grito que habrá sentido la Virgen en su corazón frente a algo tan del otro mundo - en el que, por otro lado, se expresaba toda la humanidad del pueblo hebreo (que los profetas animaban con su poderosa autoridad; autoridad que no derivaba del hecho de que cumpliesen con un cargo sino de que hablaban en nombre de Dios) expresan toda la humanidad de la que habla la Biblia y la forma en que la humanidad del hombre tiende a su Señor. ¡Ojalá pudiésemos también nosotros decir: «Hágase en mí según tu palabra»!
Frente a las palabras del ángel, al oír lo que iba suceder, lo que sucedería, la Virgen dijo: «Fíat». No hubo nada en medio, no hubo ninguna demostración especial. Ante los ojos de la Virgen, Dios entró en el mundo demostrando con claridad, con evidencia, lo que iba a hacer.
No puede ser distinto el modo como nos alcanza también a nosotros; no hay diversidad alguna entre el cómo la Virgen se dio cuenta -tanto que en un minuto dijo sí- y el modo en el que nos sucede a nosotros.
El Evangelio llama ángel a la misteriosa personalidad que habló a la Virgen dándole una noticia extremadamente misteriosa, pero de forma que el corazón de la Virgen, que tenía 15, 16 ó 17 años, fue invadido de inmediato. Y esto fue posible, concebible, gracias a su personalidad hebrea, que en la historia ha sido el vehículo de la alianza de Dios con el hombre, es decir, del método que Dios usó para darse, para poder ayudar a los hombres. Con la Virgen sucedió igual, se trató de la misma modalidad última con la que Dios trató al pueblo hebreo: idéntica. A lo largo de la historia se ha expresado por medio de los jefes del pueblo y de los profetas, porque eran los que decían al pueblo lo que tenían que hacer: los salmos... (La Biblia entera habla de lo que el Señor daba a comprender a su pueblo a través de los jefes y de los profetas). Pero con la Virgen “bajó” de una forma más directa, es decir, se presentó delante de ella. En el Evangelio no se describe lo que dijo María; estaba claro que era un misterio lo que sucedía, la fuente de lo que estaba sucediendo, pero era algo tan persuasivo que, dada la educación que había recibido, era verosímil (no resultaba inverosímil, no era imposible). Ella dijo solamente sí: «Fiat».
Tanto es así que. en mi opinión, el problema más grave para el alma de la Virgen fue el después, el instante después, cuando «el ángel la dejó». «Y el ángel la dejó», ¡punto! El Espíritu ya la había invadido, incluso físicamente, ya había concebido el misterio de Cristo... son pesamientos sobre los que el corazón quisiera detenerse siempre, para comprenderlos cada vez más.
«El ángel la dejó», ¡punto! Esta última frase de la anunciación ha sido para mí, durante muchos años, el punto más delicado y apasionante, aunque terrible, del Evangelio: porque «el ángel la dejó». Allí quedaba esa chica con su problema. Debía defenderse, tenía un prometido y debía convencerle («¡quién sabe si lo entendería!»; ella que siempre había dicho que no quería casarse con nadie a no ser en términos simplemente legales); y después sus padres, la gente («A los dos o tres meses, todos se darán cuenta de lo que me pasa»). Cada vez que me vienen a la cabeza estas cosas me impresionan. Ninguno de nosotros en su vida ha arriesgado tanto en su dedicación y ha vivido tan grande sacrificio en su entrega, como la Virgen. ¡Sola, sola! Pero, ¿cómo pudo estar tranquila, en paz, serena, segura con la certeza del inicio, al día siguiente de decírselo a José? .
«Y el ángel la dejó». Fijaos que todo lo que he apuntado ahora, a pinceladas, poniendo de relieve lo que le sucedió a la Virgen, nos sucede también a nosotros. Nos ha sucedido y nos sucede a nosotros. No como una repetición mecánica, no como una repetición más bien formal, como solemos pensar siempre, como tratamos de reducir la comprensión de estas cosas. La semilla, dice San Pablo... (4) ¡mirad que la semilla germina y de la semilla no queda nada, más que en el recuerdo de quien tiene bien presente todos los factores de la historia! Nos sucede a nosotros. Todos los que son llamados por el Bautismo están destinados a ser, en el mundo, parte de esa realidad que el Evangelio llama «ángel», que a la Virgen se le apareció en forma de ángel, una realidad que se realiza en la historia. Es así.
¿Quién nos ha anunciado que Dios se ha hecho hombre? Nuestro padre y nuestra madre, nuestros padres. ¿Y junto a ellos? La parroquia, las reuniones del grupo cristiano del colegio, las amistades de la parro-quia, el ambiente de un pueblo que es cristiano. En cualquier caso, todas estas circunstancias pueden ser diferentes, pero el anuncio pasa a través de ellas: el ángel para vosotros es vuestra compañía, fue un compañero, ha sido alguien de la compañía vocacional, un sacerdote, el obispo y el Papa. El ángel se llama Iglesia.
Os deseo que a los 75 años podáis dar gracias a Dios de todo corazón al caer en la cuenta de cómo ha crecido en vosotros la conciencia de lo que se os llama a vivir y a comprender. Debido a nuestra fe el mundo no pierde la orientación, no pierde el sentido del camino al destino. ¡Sólo gracias a esta fe! Esa fe que se llama «Iglesia» en la historia, Iglesia que tiene como punto central, orgánico y central, el papado: la Iglesia católica, «una, santa, católica y apostólica»). ¿Lo habéis leído en el tercer volumen sobre la Iglesia?(6) ¿Me entendéis o no?
La Virgen volvió a casa y había allí un personaje. «¿Quién será?». El inicio de ese murmullo, el inicio de ese eco o de esa palabra clara que se le decía: «Ave María, llena de gracia, el Señor está contigo», «¿pero, qué pasa aquí, qué dices?»; era un signo; entendió que quien es-taba allí presente no era Dios, sino un signo de Dios... de hecho, el salmo octavo - que es el salmo más bonito desde el punto de vista antropológico, como definición del hombre -, dice: «¿Qué es el hombre, Señor, para que te acuerdes de él? ¿Qué el hijo de Adán para que cuides de él? [¿Qué es? Nada. Nada: paja que arrebata el viento] Y sin embargo, lo hiciste poco inferior a ti»(7). Existe otra traducción: «poco inferior a los ángeles»: los ángeles, en la Biblia, son sinónimo de «la manifestación de Dios».
Dios no se manifiesta necesariamente con lo que nosotros llamamos evidencia física. Lo mismo sucede en el amor entre el hombre y la mujer: ¡no sé si sólo por una evidencia física un hombre puede cantar delante de su mujer o de su amada la canción de antes(8)! No es una evidencia, puede no ser sólo una evidencia. En La anunciación a María de Paul Claudel(9), el comportamiento de Jacques Hury hacia la mujer que quería, Violaine, no era así. Cuando ella le enseñó las marcas de la lepra, él se convenció: «¡Es evidente!». ¡A través de una evidencia llegó a una conclusión falsa!(10) ¿Me explico? ¿Os acordáis de esa página?

1. Se llama «signo» normalmente, desde el punto de vista del fenómeno natural, a la forma con la que una realidad se presenta ante la conciencia del hombre, se hace clara para el hombre. El signo es la forma con la que la verdadera realidad, el ser de las cosas, se comunica a la conciencia del hombre. Pero esto vale para todo el mundo, para todos los tiempos, para todos los pueblos, porque es precisamente el método: el método que Dios ha usado al crear el mundo, al crear al hombre en el mundo, es que la realidad se presenta ante el hombre como signo y así el hombre puede entender que El es: qué es y quién es. A través del mundo como signo: el mundo muestra a Dios, igual que un signo muestra aquello de lo que está hecho. Decir que las estrellas del cielo son bellísimas y son un signo de Dios, y decir que el signo más grande de Dios es el cielo, o que el signo más grande de Dios es el mar embravecido, o que el signo más grande de Dios es, no sé, el amor de una madre... todo esto es un signo, muestra a Dios como un signo. El deseo que uno tiene, la exigencia que uno tiene de verdad y felicidad, son un signo, se convierten en un signo para que el hombre comprenda que hay otra realidad, que existe Dios. Nada en el mundo le satisface enteramente: quiere decir que el que lo ha creado es más grande que el mundo. Todo El sentido religioso (11) trata sobre esto. ¿Habéis leído El sentido religioso?

2. Pero hay que observar un dato en el mundo que Dios ha creado: Dios se ha hecho hombre - y lo ha hecho por la estima y el amor que tiene hacia su criatura más sublime (la culminación de todas las criaturas, donde la naturaleza, lo creado, se hace consciente de sí mismo: ese nivel de la naturaleza en que ésta toma conciencia de sí, se llama «yo». Y esto fundamenta el que no se trate sólo de una evidencia física de los ojos que, por otro lado, puede ser más dudosa que el sentido de la realidad como signo (12): el hombre cree estar seguro de su mujer porque la ve, y en esto pueden caer todos; sin embargo, el hombre llega a tener verdadera certeza en su mujer cuando la mira por lo que es, cuando tiene conciencia de lo que es. Dios ha querido comunicar su propia naturaleza al hombre -empezar a darse a conocer al hombre por lo que Él es y hacer que el hombre le ame por lo que Él verdaderamente es- antes de llevarle a la meta, al destino, cuando el Misterio se convierte en el destino de forma inevitable: a la muerte, en definitiva; Dios ha querido empezar a comunicarse al hombre con una evidencia más profunda y más poderosa: se ha hecho hombre Él mismo. El Misterio se ha hecho hombre: lo que ha sucedido es, por tanto, un acontecimiento; sucedió a través de un acontecimiento cuyo sentido era sólo éste, no podía ser otro. En efecto, ese mismo hombre, ante la sorpresa de todos los que le seguían, de sus discípulos, dijo: «Yo soy uno con el Padre»(13), «Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre [quien me ve a mí, ve al Misterio]». Si Felipe hubiese tocado su rostro con la mano y hubiese dicho: «No eres el Misterio, tienes un rostro», «No, no estoy últimamente definido por este rostro. Mi rostro es el punto último de la comunicación del Misterio, de otra realidad mucho más grande».
En Jesús, Dios se ha presentado ante los hombres como un signo, porque el Misterio no se podía identificar con el rostro y el cuerpo de ese hombre, no se podía identificar y demostrar con lo que decía aquel hombre, sino que, a través de su figura física y de lo que decía, llamaba la atención a la gente sencilla y que tenía disponibilidad, a la gente realmente humilde. La gente tenía disponibilidad. De esta forma, se hizo evidente para los campesinos, los pescadores y el resto de los hombres con los que se entretenía a hablar, que Él era «Otro». Y a su pregunta Él respondió: «Yo soy el Misterio que os hace. Vosotros estáis hechos por mí y de mí. El mundo entero está hecho de mí»(14).
Podemos entender que reconocieran que era «algo diferente»: se puede entender que los hombres al mirar el mundo o algunos hombres al conocer a Cristo sean remitidos inexorablemente a Dios: el Misterio se ha revelado, se da a conocer mediante unos signos y Cristo es un signo entre los demás ante el mundo.
3. Sólo que se trata de un signo extraño. Extraño porque no es una realidad que simplemente remite a Dios, al Misterio, como todas las demás cosas (como se describe en El sentido religioso), sino que pretende algo más: pretende ser precisamente aquello de lo que es signo toda la realidad. Por Él la realidad entera es signo, porque Él es el Misterio que ha venido a nosotros.
«Infunde, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que habiendo conocido por el anuncio del ángel la encarnación de tu Hijo Jesucristo, a través de su pasión y su cruz, seamos conducidos a la gloria de la resurrección». Por eso, el mundo habla del destino del hombre; la realidad creada, el cosmos, se corresponde con el ímpetu del hombre, llenan su «profundidad original» mediante una realidad que el hombre percibe, de la misma manera que uno lee con claridad un signo. Este fenómeno no se puede comprender ni explicar, no puede existir, sino en función de este significado. Significado: el destino se comunica y se comprende, la relación con el destino se vive, a través del signo. Pero, ¿cómo?
El segundo paso es todavía comprensible o, mejor, parece comprensible: parece que podemos comprender cómo la Virgen dijo sí, y parece inteligible que lo que de Ella nació fuera la iniciativa del Misterio que empezaba a comunicarse al hombre... ¡a los hombres que quiso el Misterio! Por eso se llaman «elegidos»; igual que el pueblo hebreo, que conocía de Dios lo que ninguna otra religión conocía, que trataba la vida según la voluntad de Otro -que es Dios- como ningún otro pueblo hacía (como moral y como significado de la vida).
«Nosotros que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación»: nosotros entendemos esto, somos conducidos a la gloria de la resurrección, a través de la vida que nació de la encarnación, a través de Jesús en el que Dios se ha encarnado. Es decir, ya en este mundo sabemos hacia donde va todo: al destino, que es la gloria de Cristo, que en un determinado momento se manifestará completamente y éste será el límite donde empiece lo eterno, lo verdadero... ¡Cuántos pensamientos se me agolpan en la mente! Tal vez no lo entendéis pero cada frase que digo tiene muchísimas implicaciones.
¿Por qué el problema de Cristo es diferente del problema del mundo? Todo en el mundo es signo; el mundo es signo; tal y como está hecho y constituido, el mundo es signo, signo del destino que sólo el hombre comprende; es el único ser de la creación que tiene la exigencia de entender. Pero Jesús es un signo especial, un signo excepcional: es el signo de todos los signos, el signo que hace que puedan ser concebidos y utilizados todos los signos del mundo. San Pablo estaba persuadido de esto. Cuando San Pablo habla de Cristo no lo dice así pero afirma continuamente que su realidad es un signo. De esta forma, el hombre Jesús, el hijo de María, se presentaba como un hombre (era un hombre y por tanto tenía la apariencia de todos los hombres), pero la verdad de ese hombre era la de ser signo de algo que ninguna otra cosa puede contener plenamente: era signo de Dios, el Misterio se encarnaba en Él (lo que la Biblia llama Yahveh estaba «significado», encarnado en ese hombre).
«Los que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación de tu hijo Jesucristo...». ¿Y cómo? «Está bien, estamos de acuerdo en que Jesús es un signo de Dios pero igual que el mundo entero es signo de Dios». No: de forma diferente a todo el mundo, con una profundidad diferente y abismal. Pero la palabra signo vale para Él y para los demás signos. Entonces podemos decir que el método de Dios -la verdad del Ser, la verdad del Misterio, nuestro destino- para comunicarse al hombre que camina hoy en día es un signo cuyo contenido lo lleva dentro: es el signo de algo que ya está en Él y esto no sucedía, no sucede con los demás signos. Ese hombre era Dios presente entre los hombres. Y esto completa la segunda acepción del significado que tiene la palabra signo. Más que esto no se puede concebir, tanto que en la aceptación de esta verdad, de esta aplicación, de esta realización del concepto de signo se juega toda la lealtad y la sinceridad del hombre, se ve el amor que un hombre tiene por la verdad (¡se juega todo!).
Por esto los discípulos tuvieron fe en El, no vieron a Dios en El simplemente, vieron a Dios en El como objeto de fe. De forma que, aún viviendo en la carne, vivieron toda su vida en la fe, como dice San Pablo: «Aún viviendo en la carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios»(15). De esta forma surgió el problema cristiano en el mundo y demostró que era el único punto que podía corresponder a todas las exigencias del hombre (¡el único! Llegará el día en que se dará a conocer a todos, decidirá darse a conocer a todos y será el último día, el que abrirá la eternidad).
4. Queda el siguiente problema -y con esto acabo-: se entiende la fe en Jesús que tenían los apóstoles, pero nosotros, ¿cómo podemos saber si Jesús es o no es Dios, si Dios se ha hecho hombre y si es verdad que está entre nosotros a través de esta figura de hombre, históricamente documentada, incomparable, y duradera en el mundo (ya que la Iglesia es Cristo que llega hasta hoy)? ¿Cómo podemos tener fe en la Iglesia? Deberíais conocer ya la respuesta: a través de la compañía vocacional; cuando la Iglesia se convierte en compañía vocacional. Esto convierte la compañía entre hombre y mujer en un sacramento, en un misterio. Esta relación, en última instancia, no tendría sentido -no tendría ningún sentido, sería triste para el individuo consciente- si no fuera una vocación, si no se concibe como llamada, si no se comprende que estamos hechos para esto (marido y mujer son el uno para el otro signo de Dios, son concebidos por Dios así, se explica así su relación). Se trate de la compañía vocacional entre el hombre y la mujer o de otra compañía vocacional a la que Dios nos llama, a la que nos ha llamado: en cualquier caso la compañía vocacional es el ámbito donde el ángel, cuyo anuncio nos hace conocer la encarnación de Cristo, vive.
Y esta compañía vocacional tiene como primera forma de expresarse “la casa” -no cronológicamente, no sólo cronológicamente, sino también como realidad que nos afecta igual que el ángel llamó a la Virgen, movió el corazón de la Virgen-. Por tanto esta palabra, de por sí banal, encierra el significado total de nuestra vida: o aprendemos mediante esa compañía o no aprendemos. Por eso la Biblia habla de la casa como el lugar -según todas las analogías del término- donde Dios comunica su humanidad, es decir, se comunica como Hombre- Dios.
De todas formas, si os tomáis en serio lo que he dicho, si os ayudáis a comprenderlo, no habré hablado en vano.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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