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PALABRA ENTRE NOSOTROS

Un hombre nuevo*

Luigi Giussani

Apuntes de una conversación de Luigi Giussani con un grupo de Memores Domini
Milán, 31 de enero de 1999


He querido venir porque me preocupa el punto al que deberíamos haber en la meditación de los valores que cualifican nuestra vocación. Porque si uno no está convencido, si no se deja persuadir, si no se está dispuesto a entender lo que implica nuestra vocación, entonces los sacrificios que ella requiere se presentan como objeciones, mientras que simplemente describen el camino, las condiciones de un camino.
La necedad del hombre es grandísima. Cuanto más presuntuoso es, más alimenta su presunción y más afirma su libertad como “hacer aquello que le apetece”, más árido se vuelve, más breve se vuelve lo que el corazón siente, y acaba haciendo daño a todo lo que entra en relación con él - mujer, hijos, amigos - (sobre todo si es un político: el político es la suma manifestación de esta trágica consecuencia para la sociedad. Espero que también entre nosotros se hable alguna vez de la situación social en la que estamos, porque es una necesidad y un deber nuestro. Y también porque cuanto más pasa el tiempo, más se alimenta lentamente la persuasión de que el sentido religioso y el sentido cristiano de las cosas son justos. Como dijimos de nosotros mismos: el ideal exige tiempo1, está ligado a un tiempo; y quien no tiene paciencia se pierde algo; cree afirmarse a sí mismo con mayor intensidad, cuando en realidad está perdiendo algo).
Ahora quiero insistir en lo que ya habíamos dicho en otra ocasión, pero que hoy quiero completar (deberíamos hablar de la misión, pero hablaréis de ello la próxima vez), porque no podemos estar tranquilos en nuestra vida, no sólo sin la disponibilidad a aceptar, sino también sin la inteligencia luminosa del entender o del saber toda la riqueza de una posición a la que se nos ha invitado y en la que se nos alienta.
Cuando uno de nosotros vive prescindiendo de Cristo y sigue tan tranquilo, actúa con negligencia sin que esto le repugne antes de morir. Mientras que uno que no se queda tranquilo porque no está en relación con Cristo, puede vivir la misma negligencia, pero más árida, más amarga, más dura, y por eso tiene la posibilidad de ser más afortunado al final, de llegar al fin de su existencia recibiendo una misericordia mayor, obteniendo de Dios mayor misericordia.
«No existe ningún ideal por el que podamos sacrificarnos [os la repito, es la tercera vez que me apoyo en esta frase de Malraux, que es ferozmente realista], porque conocemos la mentira de todos nosotros [¡mentira! No es que “no es justo”, o que “es verdadera otra cosa”, sino que es ¡mentira!], nosotros que no sabemos qué es la verdad»2. Y esto llega a la actitud de ciertos “pensadores”, para los cuales las cosas no existen: parecen existir, pero no existen; las palabras no tienen sentido. Muchos de vosotros, debido a los profesores que tuvisteis en la Universidad, podríais ejemplificar mejor que yo lo que he afirmado, ya que ¡ciertamente yo no leo a estos autores!
Cito a Malraux para insistir en que ¡nosotros tenemos un ideal! A nosotros se nos ha impuesto un ideal, pero ¡impuesto por Quien nos hace! Y el Señor de la historia es quien mantiene este reclamo ideal. No ha entrado en tu vida a los cinco años, sino a los quince, o a los veinte: sabías, por tanto, lo que estabas haciendo. Sin embargo, cuántos me han contestado: «Es que yo no sabía cómo era este camino». Tú has sido llamado a este camino y, por tanto, dejarlo es enfangarte la cara o acusar a Dios de violentar tu vida y de ser injusto contigo. Pues, ¡sé claro!: ahora quieres evitar una angustia o un peso o, mejor, un sacrificio que se te pide (lo sabías desde el principio, que había que hacer un sacrificio). Se repiten siempre las cosas y aún así, la mayoría igualmente no las entiende. Porque se necesita ser sencillos y “sensitivos” para tener presente lo que se nos dice, lo que nos impacta: el ideal se deja ver de tal forma que vamos detrás de él. Por esto decidimos ir al seminario o al Grupo Adulto. Cinco años después aparece el chico o la chica a alterar el tranquilo vaivén del individuo, su actividad ciertamente no tan exorbitante, y entonces uno dice: «Claro, siento más esto. Me voy, me marcho». Esta mezquindad es - ¿cómo decir? - la causa de la confusión más grande en la vida de un hombre.
De todas formas, nosotros tenemos un ideal, un ideal que se llama Jesús. Este ideal es un hombre, un hombre hombre, nacido de una mujer: non horruisti Virginis uterum3, no desdeñaste habitar en las entrañas de una mujer. Esta es la piedra de contradicción en el mundo. Una vez escribí - ya no recuerdo dónde - un artículo en el que decía que para uno que mira el pasado, el problema decisivo, lo más impresionante es que hubo un hombre que dijo ser Dios; no se puede plantear otro problema igual, que implique factores tan determinantes como éste. Y de hecho, la actitud de la cultura propia de nuestra civilización niega a Dios hecho hombre. Así se ha llegado a negar a la persona, porque la persona se convierte en un trámite para un proyecto social y, por tanto, no existe poder que no sea turbado y arrollado por la violencia.
Si no se entiende, si no nos dejamos acompañar a entender - “entender” en el sentido de tomar en serio; sentir que es algo serio que hay que seguir y llevar a la práctica; seguir y llevar a la práctica en cuanto a pensamientos, afectividad, posición frente a la sociedad, imagen de la vida y de la muerte, del presente y del futuro, de lo efímero y de lo eterno - a Jesús, a la figura de este hombre, a la realidad de este hombre; si no se tiene bien presente a Jesús, si no se procura que adquiera un peso para nosotros (peso en el sentido de pondus, de gravedad, de grandeza) !estamos perdidos! El problema es tu relación con Cristo. Porque, ¡si nuestra relación con Cristo no se convierte en tu relación con Cristo, estamos perdidos! Sobre todo nosotros, pero inmediatamente después vosotros, vosotros mismos.
Lo que digo es verdad, porque «Dios es todo en todo» o, dicho en términos más laicos o más llanos también para cada uno de los creyentes (digámoslo con la filosofía): el Ser es misterio. El Ser es misterio, por lo cual, uno puede decir: «Existe» o «No existe». Pero si se reconoce al Misterio como la fuente de lo que existe, de una realidad que no se hace por sí misma, que al nivel de la conciencia humana tiene la sinceridad, la lealtad, la transparencia de decir: «Yo no me he hecho por mí mismo y no me hago por mí mismo. Y esta mesa no se hace por sí misma». Uno va por las escaleras y piensa en ello, está en el rellano del ascensor y piensa en ello, se levanta por la mañana y piensa en ello (si no piensa en estas cosas es porque es un pobre hombre, un hombre pequeño). Si se reconoce al Misterio como la fuente de lo que existe, entonces el trabajo para el hombre, es decir, el compromiso del hombre con Cristo, tiene como fundamento último la realidad del Misterio. Jesús revela al Padre, al Misterio, nos dice sobre todo cuál es el entramado del Misterio: quien sigue a Jesús entiende de qué está hecho el Misterio. Lo “entiende” no en el sentido de que lo comprende; no lo comprende, pero entiende más todo lo que existe, todo aquello con lo que el Misterio le toca, lo entiende más y lo siente más. Y adquiere, puede adquirir, tal riqueza de humanidad que comprende bien cómo los demás no son capaces de vivir así. El Misterio revela su entramado, revela de qué está hecho, y la trama del Misterio coincide con la posibilidad de explicar la trama de la historia; porque no existía nada, fuera del Misterio no existe nada; no existía y no existe nada. Somos unos descuidados al identificar y al definir lo que Dios es y lo que Dios hace, incluso usando las palabras que nos dice la Iglesia de los apóstoles y de Jesús mismo. ¡En fin!, es un camino largo como la eternidad, porque en cada momento emerge el Ser, “estalla” lo que existe.
Por tanto, aceptar ser iluminados acerca del entramado del Misterio nos hace dueños, nos convierte en señores de lo que hacemos, de la existencia, es decir, de la historia. Cada día, es más, en cada momento, colaboro con el Misterio que fluye en la historia, que hace y guía la historia.
La potencia - pequeña o grande, privada o pública -, el poder que se expresa en lo humano, en nuestra historia, es lo que Carlos V llamaba (entendió que se podía llamar así) nomen Domini: la potencia que es nomen Domini. Esto nos devuelve al significado histórico de las cosas, a la existencia histórica. “Histórica” en el sentido total y también diminuto del término: la familia, el barrio, la escuela, el laboratorio donde uno va a trabajar.
Tener presente a Cristo, volver a su memoria continuamente, nos lleva a entender todo esto: el misterio de nuestro ser, de nuestro existir en la historia, cuyo sentido es el Misterio, que fecunda nuestra vida y nos hace útiles para el mundo (con un sentimiento de gratitud hacia el Dios que se nos da, porque es precisamente cuando mi actividad cobra una forma objetiva, cuando veo lo que nace de mí, cuando entiendo el regalo que Dios me ha concedido en la vida).
Quería simplemente explicar por qué he insistido en esto: estamos en nuestra casa, en comunidad, en los Memores Domini, nos comprometemos con la vocación de entrega a Dios, sin pensar en ello, sin que esa conciencia y ese sentido de libertad - que fue necesario (y todos lo compartimos) para que dijerais «sí» - sea cotidiano, corresponda al sujeto de vuestra existencia. ¡Y vosotros no existís sólo cuando vais a comulgar! Existís de día en día, de hora en hora, instante tras instante, en las acciones concretas.
De todas formas, nosotros tenemos un ideal y, por tanto, si no lo reconocemos somos unos mentirosos, como dice apertis verbis nuestro Malraux (se incluía a sí mismo en la acusación que hacía - ¿no? -: «Ya no podemos sacrificarnos por nada, porque en todos hemos visto la mentira»). No es una cuestión de elegir - «Me gusta esto, me gusta lo otro» -, sino de ser verdaderos en lugar de mentirosos. La verdad surge de la tierra, dice un salmo.4
No podemos detenernos en el juicio de Malraux porque nosotros el ideal ya lo hemos visto. ¡Porque no lo hemos elegido sin verlo! Cierto, la otra vez os decía, que después de cinco años... Entré en el seminario a los diez años, en octubre de 1933, el 2 de octubre, y me sumergí en esa realidad (como un gran monasterio), donde se tenían precauciones que otros después dejaron de tener, tranquilo; tranquilo, porque lo que había querido hacer, sin consejo de nadie, para mí era espontáneo, y me fiaba, ¡esto es!, me fiaba de lo que me decían, de lo que me hacían hacer. A medida que el tiempo avanzaba (un año, dos años, tres, cuatro...), al cabo de unos años todo en mí había cambiado, pero no porque usara otro vocabulario o un listado de cosas que antes no utilizaba, o que usaba de forma contraria. No. Era una concepción de las palabras, era una imagen distinta de lo que se ha de hacer, y se hizo distinta porque estaba llena de razones. Por eso os dije: «Mirad que el ideal que el Señor os ha permitido reconocer en vuestra vida, muestra toda su fuerza, su grandeza y su belleza con el tiempo».
Pero es verdad lo que dijimos la última vez, que la mayor fatiga es trabajar sobre el pensamiento, que cada uno de nosotros mire a su modo de pensar.
Por eso, si un joven reconoce el ideal de su vida en la relación con Cristo, no puede permanecer indeciso durante mucho tiempo, no puede postergar demasiado su conversión. Si el ideal entra en su vida, le cambia la mente y el corazón; antes se enfadaba enseguida; ahora también se enfada a la mínima, pero con otra actitud (así es más perdonable).
Está claro: nosotros el ideal lo tenemos y es Cristo. No debería decir tan rápido “Cristo”, porque tendría que decir Jesús de Nazaret: nos encontramos con un hombre; quien está presente ante nosotros es un hombre, en quien el Misterio revela toda su omnipotencia en la relación con la criatura.
Insisto en reclamarnos a Cristo, a entender la vocación, a entender qué volcán estalla en nuestra vida (uno puede ser un volcán pacífico, que da lava y punto, otro puede ser un volcán impetuoso como algunos de los que se encuentran en Italia...). Tengo la impresión de que normalmente, si os encontrara fuera de vuestra casa, no en una reunión nuestra; si os viera, por casualidad, por la calle o en vuestro trabajo, pensaría que lo que estáis haciendo no tiene que ver con Cristo. Lo que estáis haciendo no tiene que ver con Cristo. Por eso hacéis lo que hacéis según la mentalidad que está en boga, mientras que todo lo que hacemos tiene que ver con nuestro origen: «Dios es todo en todo». Y al hombre Jesús de Nazaret - investido del misterio del Verbo y, por tanto, asumido en la naturaleza misma de Dios (aunque su apariencia era completamente igual a la de todos los hombres) -, a este hombre no lo veían hacer un solo gesto sin que su forma demostrase la conciencia que tenía, la conciencia del Padre. Los apóstoles lo dicen repetidas veces: iba allí a rezar. Y es conmovedor sentir a un pescador del tipo de Simón, Simón Pedro, descrito en la relación que tenía con otros tres o cuatro, que se convirtieron en los primeros amigos de Jesús. Le dijo una vez a Jesús: «Maestro, enséñanos a orar».5 Ellos, hebreos que iban a la sinagoga a menudo y que sabían los salmos de memoria, le dicen: «Enséñanos a orar». ¡Dios santo! ¡Ojalá cada uno de nosotros tuviera dentro esta petición!
“Todo” lo que nos sucede tiene que ver con el origen de todo, porque Dios nos ha dado todo a través de Cristo. Por esto debemos imitar a Jesús.6 La relación entre Dios y el hombre Jesús: este es el camino maestro para nosotros. Vamos hacia Dios, hacia el Misterio, hacia la Verdad, hacia el Eterno, a Aquél que es, a través de la imitación de Cristo, mirando a Cristo: «Señor, enséñanos a orar»; que es idéntico a la pregunta más detallada: «Maestro, ¿debemos pagar el tributo? Éste nos pide el tributo: ¿podemos pagarlo?»; o todo el resto (no sé, no tengo tiempo para recordaros el evangelio, los episodios del evangelio; los buscaréis vosotros).7
La otra vez dijimos: «Por su naturaleza el amor a Cristo apacigua el deseo que domina en nuestra vida, el de la felicidad [la totalidad de los factores que constituyen nuestro yo, sólo se puede reconocer y observar de modo adecuado en Cristo, que es quien origina lo que somos; y lo origina en cada instante. ¿Recordáis El sentido religioso? De modo especial el décimo capítulo, que para mí es la clave de nuestro modo de pensar8]. El amor a Cristo es un juicio de la inteligencia que arrastra consigo toda la sensibilidad humana. De otra forma, la sensibilidad humana sería algo mezquino [¡mezquino!]. Por su naturaleza el amor a Cristo se reconoce por su capacidad de satisfacer el deseo que domina mi vida, ordena el deseo de la felicidad. Y el juicio que me impulsa a tener este afecto por Él, que me incita a esta fidelidad de afecto hacia Él, es reconocer quién es este hombre. [Como les pasó a los apóstoles (que es, también, el modo como nosotros hemos tomado conciencia): “¿Quién es éste?”, se decían entre ellos en la barca, aquella tarde. “¿Quién eres tú?” - le preguntaban también los escribas y fariseos en los últimos tiempos -. “¿Hasta cuándo nos tendrás en vilo?”. “Tenéis mi nombre escrito, el nombre escrito de mi familia en el registro de Belén”]».9
Agradezco a un amigo mío, uno de vosotros, la carta que me ha enviado y que comienza con esta cita: «Por tanto, el que está en Cristo, es una criatura nueva; pasó lo viejo, todo es nuevo».10 Escribíos esta frase de modo que podáis mirarla a la cara lo más posible, porque esto es lo que ha sucedido y sucede. Este es el criterio patente, evidente - ¿cómo decir? - presuntuoso hasta el extremo: nosotros que reconocemos a Jesús y vamos tras Él como podemos... «El que está en Cristo, es una criatura nueva». Nueva; distinta como el hombre es distinto del perro porque es una criatura distinta (como dice Pascal cuando habla de la diferencia entre el gesto realizado por la razón humana y el gesto hecho cuando se da la caridad cristiana, la fe y la caridad cristiana).11
«El que está en Cristo, es una criatura nueva; pasó lo viejo». No dice pasó como posibilidad, porque el pecado original está presente hasta que se completa el trecho, sino «pasó lo viejo», es un juicio: «Todo es nuevo». Para entender que «todo es nuevo», se necesita decir «pasó lo viejo». Si cada uno de nosotros no se esmera, no intenta entender y amar, es decir, memorare, recordar a Cristo, a Jesús de Nazaret... Nuestros tres amigos del Grupo Adulto que tenemos en Nazaret viven cerca de la casa donde aparece la gran fórmula: Verbum hic caro factum est. Hic: aquí (y es una de las indicaciones más seguras).
«Por tanto, el que está en Cristo, es una criatura nueva; pasó lo viejo, todo es nuevo». Se comprende inmediatamente, entre otras cosas, que ya no se puede decir: «¿Qué utilidad tiene mi vida?» o «¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer?», es decir, el extravío de la vida, que produce la inconsciencia de la propia utilidad a la que hemos sido llamados o la capacidad edificadora en la que Dios nos ha introducido, se debe a que manipulamos las cosas como si fuéramos Dios, dice el salmo octavo, y la libertad es reconocer que «Dios es todo en todo» (pero esto, ¿qué consecuencias tiene? Lo veremos).
Después de la frase de san Pablo la carta prosigue: «Querido don Gius: te devuelvo la frase que me indicaste hace dos años. He necesitado dos años para empezar a entenderla, es decir, convertirla en un inicio de experiencia, experiencia de resurrección dentro de la carne (tiempo, espacio, trabajo, afecto, sociedad)12, pero ahora ha llegado a ser una certeza. He tenido que sufrir para encarnarla en cada uno de esos ámbitos, para no vivirla sólo como una frase a repetir sin, en el fondo, experimentarla; pero ahora comienza a abrirse un horizonte tan verdadero, fascinante y lleno de un misterioso cumplimiento (un ejemplo es la amistad con fulano), que resulta inconcebible pensar en dar marcha atrás en esta alegría. En el estupor de lo que sucede cada día...». ¡Este es uno que ha entrado en el Grupo Adulto!
Son palabras que indican y definen algo que nace en nosotros con nuestra colaboración, colaboración que es en última instancia aceptar, implicando nuestra inteligencia y nuestro afecto, generando actitudes (hasta en el tema del dinero) que para nosotros hubieran sido imposibles, generando concepciones y una movilización de nuestra capacidad dinámica imposible de percibir y repetir por otros. ¡Hace falta algo distinto en nuestra vida! Debes despertarte cada mañana con un objetivo, mirando el día y blandiendo esta finalidad: ¡Que el día sea gloria de Jesús! Cuando me decían esto en el seminario no entendía, no me daba cuenta de lo que quería decir, pero el ofrecimiento, de esto o de aquello, lo convertía en gloria de Cristo. A los setenta años lo he entendido bien; «bien», es decir, seriamente. Asumir una actitud humana de este género no sucede de un día para otro, sino que viene de la fidelidad.
4. Ahora quisiera daros tres muestras que documentan cómo el que está en Cristo es una criatura nueva, es decir, un pensamiento nuevo, un afecto nuevo, un modo de amar nuevo, un construir nuevo, un hacer nuevo todo, ¡todo!
Puesto que es un hacer nuevo todo, hay algunas cuestiones decisivas en la vida del individuo que lo documentan. Y uno lo experimenta, pero reconoce que ha cambiado cuando puede agregar: «Yo no sé cómo lo he hecho», cuando uno se maravilla de ser distinto.
Comento tres de estas cuestiones que, a mi parecer, abarcan verdaderamente nuestro horizonte.
En primer lugar, la justicia. La justicia es la gran cuestión, porque si somos tratados injustamente por sistema, nos cambian la mentalidad - no a mejor, sino a peor -, nos “encasillan” en prisiones no visibles. No quiero extenderme, pero la justicia, tal y como se vive, tal y como vemos que se vive, como se la sostiene, es un reflejo de una concepción socialista del derecho que ahora persigue la hipótesis de una conquista del poder en toda Europa.
Me han pasaado una cita de Nietzsche, de su Así habló Zaratustra: «No me gusta vuestra justicia fría, y en el ojo de vuestros jueces reluce siempre para mí el verdugo con su espada gélida. Decid: ¿dónde se encuentra la justicia que es amor y que tiene ojos para ver [uno no puede acusar si no ve, si no ha visto, si no demuestra]? Inventadme, entonces, el amor que lleva sobre sí [¡Es bellísimo! En resumen: el genio es siempre un profeta, el genio tiene siempre algo de cristiano, inexorablemente, siempre (no puede evitarlo)!] no sólo todas las penas, sino también todas las culpas [el perdón: la idea de Cristo, la realidad de Cristo.]».13
Nuestros jueces en este decenio han hecho tabla rasa de todas estas observaciones que la conciencia y el ánimo de Nietzsche (que era Nietzsche) sentía.
No justicia, sino amor. Pero ésta no es la verdad de la observación: cuando la justicia es amor no puede serlo sin caridad, en ningún caso, porque la ley del Estado no puede sustituir, cubrir toda la relación que la sociedad y el individuo que la refleja, el juez, pueden tener con el acusado. De otro modo el Papa se habría equivocado al pedir al gobernador de Missouri que no consumara la muerte de aquel hombre.14
«No me gusta vuestra justicia fría [todos son así]. Y en el ojo de vuestros jueces reluce siempre para mí el verdugo con su espada gélida [el verdugo no es necesariamente el que te corta la cabeza, sino el que te hiere con su espada gélida, sin consideración]. Decid: ¿dónde se encuentra la justicia que es amor y que tiene ojos para ver? [es amor, pero no en cuanto falto de razón, no] (...) amor que lleva sobre sí no sólo las penas sino también las culpas».
Como quiera que sea, esto es un primer aspecto que debe hacerse consciente en nosotros. Debéis hablarlo entre vosotros cuando os encontréis, o nos encontremos.
La segunda cuestión importante es la relación entre el hombre y la mujer.
Quiero leeros un pasaje de una carta que me han enviado desde lejos. «Te quiero preguntar acerca de mi relación con fulanito [también del Grupo Adulto], estoy descubriendo que para vivir se necesita vivir por Otro [vivir: ¿qué es vivir? Comer, dormir... amar: ¡creo que también amar es vivir! ¡Entonces también el amor entre el hombre y la mujer!]. Mi pregunta es: yo creo que tú tienes claro cómo nosotros dos somos amigos y cómo yo tengo necesidad de ser amiga de él, porque en esta relación he descubierto que tengo un corazón y que para vivir se necesita vivir por Otro. Mi petición, por lo tanto, es que me ayudes a ir cada vez más a fondo con él: su corazón me fascina y quisiera ser una sola cosa con él».
¿Esto va en contra de cómo planteo yo el problema del amor? ¿Es contradictorio? Las ventajas y los valores allí expresados son verdaderos; todo es verdadero, pero ambiguo. Y el hombre, después del pecado original, debe tener presente que es ambiguo lo que hace cuando se arriesga a no obedecer (la obediencia: ésta es otro punto que necesitamos abordar. La obediencia, es decir, la adhesión - con el sacrificio necesario - a una cierta compañía, sin la cual no sabríamos nada, en la cual se nos abre por delante el mundo entero, por la que tantos entre nosotros ya han sacrificado patria, padre y madre, y se han arriesgado para poder vivir lo que ahora viven).
He citado esta carta en el segundo punto: la cuestión de la relación hombre-mujer. La cuestión de la relación hombre-mujer no se puede definir con estos criterios, porque la relación hombre-mujer percibida instintivamente (instintivamente: con el pecado original escondido dentro) no puede no volverse mezquindad, cerrazón. Por eso nosotros hemos dicho siempre que el amor es en primer lugar - sobre todo, por encima de todo - sentido del destino del otro: ¿Cuál es el destino del otro? ¿Hacia dónde camina la vocación de esta chica?
Por el contrario, de quien tiene la tentación de irse, o de quien ya ha decidido irse antes de preguntarme, estoy acostumbrado a escuchar: «Pero yo, sí, teóricamente entiendo lo que tú dices, pero voy donde el corazón me lleva». El corazón... es un corazón sin juicio, y aquello que diferencia al animal del hombre es el juicio. El afecto del perro, la fidelidad del perro - que a todos conmueve: ¡la describen en forma conmovedora! -, el afecto del perro a su dueño tiene una pequeña diferencia con el afecto propio del dueño: en el hombre el afecto nace de un juicio, en el perro no. En el perro es una reacción fisiológica.
Lo que caracteriza una vida mezquina, impotente, o incapaz de corresponder a aquello que el corazón ha sentido, es que la relación entre el hombre y la mujer no evite esta identificación, no se preocupe de evitar la reducción al fenómeno animal. De todos modos, si esta «niña» ha esperado a sentir que tiene un corazón en esta amistad que ha nacido, pervierte el concepto de corazón, porque ¿no es quizás el corazón el lugar de las exigencias últimas? ¿El sentido religioso no consiste en comparar todo con las exigencias del propio corazón?
«No te he perdido. Te has quedado, en el fondo de mi ser. Eres tú pero eres otra: más bella». Id a releerla en Mis lecturas15, porque esta poesía de Ada Negri, escrita a los setenta años, es algo de otro mundo, que nosotros, cum nostris litteris de cristianos, no hemos sabido descubrir. Pero debemos hacer la fatiga para dar este paso, como se pueda (por ejemplo, en gimnasia, se puede no tener la capacidad adecuada para bascular y usar de determinada forma el tronco y la pelvis. ¡Si a uno no se lo han enseñado en toda la vida, enseñárselo a los setenta será más difícil!).
Yo cito siempre esta poesía, porque es la expresión más poderosa y sorprendente de la virginidad, de lo que nuestro modo de concebir la realidad de la Iglesia nos dice. «No te he perdido. Te has quedado, en el fondo de mi ser. Eres tú pero, otra eres: más bella. Amas, y no esperas ser amada: ante cada flor que se abre o fruto que madura, o párvulo que nace, al Dios de los campos y de las estirpes das gracias de corazón». No porque tomas el fruto y lo comes y te da jugo y gusto, sino porque miras y te conmueves tomando conciencia del gesto que lo hace, que hace todo, que te hace a ti. Si ves a un niño, te alegras no porque es tuyo sino porque existe.
Esta gracia, esta gratuidad absoluta es esencial en el amor entre el hombre y la mujer: quien no la tiene se vuelve violento, porque cuando se margina el camino cristiano para descubrir los valores de la vida, ésta queda dominada y subyugada al imperio del poder, y por tanto la vida es más violenta. ¡Es cierto que el problema es el sacrificio inherente a esto!
¡Gracias, Ada Negri! ¡Y gracias a Dios que me la hecho encontrar y leer así!
Estas cuestiones decisivas documentan perfectamente al hombre nuevo que Cristo porta Pero, este hombre nuevo, ¿cuándo comienza? Este hombre nuevo, - cuyo conocimiento es sin prejuicio, como un niño; y cuyo afecto no actúa calculando sobre lo que le viene dado - ¿cuándo comienza? Comienza con el Bautismo. Así como Dios entró en el mundo aquel día, Cristo ha entrado en nuestra vida incorporándola a su cuerpo misterioso (o - decíamos según una cierta imagen16 - como parte de su vestido, de su túnica: nosotros, niños pequeños, que no logramos ver su rostro, pero estamos en contacto, en relación con su túnica - éste vestido suyo que, de manera más correcta, San Pablo llama su cuerpo misterioso17). En nuestra vida, prescindiendo de lo que decimos sobre la vocación, hay un hecho que es inexorable: al final, ante el Ser seremos condenados o exaltados por la sinceridad y la fidelidad, la cotidianidad con la que nos miraremos como seres nuevos.
He puesto el ejemplo de la justicia y de la relación hombre-mujer. Y ahora considero un tercer valor, para que así sea más fácil para vosotros pensar en estas cosas. La tercera cuestión es el trabajo: el fenómeno, el hecho del trabajo.
Jesús ha definido al Misterio con una frase: Pater meus usquemodo operatur18, el misterio de mi Padre - que ha hecho que yo fuese atraído a la relación con Él y me ha hecho Hijo, Hijo real (mientras que para todos nosotros que le seguimos, es como otro momento, es otra especificación; decimos que somos hijos adoptivos) - obra siempre.
La otra vez dijimos que el trabajo es el momento en el que el amor a Cristo se hace más concreto, más potente, aunque más fatigoso.19 Ahora quiero añadir algo a lo que ya hemos dicho, quiero que subrayéis estos pasajes. Entiendo qué es el trabajo (igual que el amor y la justicia) mirando a Jesús: el contenido lo escucho de Jesús. Cuando dice: «Mi Padre trabaja siempre. Mi Padre es el eterno trabajador», quiere decir algo que es de otro mundo, ¡y de hecho es de otro mundo!: quiere decir que el trabajo es de la esencia del ser (del ser inteligente y consciente - ¡está claro! -, pero todo, toda la creación «sufre» o siente esta finalidad inherente en todos los movimientos que hace, en toda su dinámica).
El trabajo es la esencia del Ser, por eso el trabajo es - sin que nosotros lo podamos ver - la actividad del Misterio. El Padre genera al Hijo y el Espíritu Santo procede de ellos: es un misterio cuyo aspecto dinámico se llama trabajo. Lo que define al trabajo es el misterio de la Trinidad.
Decidme, ¿quién de los cien mil cristianos que van a trabajar, que han ido a trabajar esta mañana, puede pensar en estas cosas? Y sin la conciencia de estas cosas estaremos cargados de discursos, estaremos plegados a un cierto asociacionismo, pero estaremos vacíos de razones.
La vida de la Trinidad es trabajo, como es trabajo una madre que genera a un hijo (esto último es considerado trabajo más fácilmente por todos, pero lo primero...) La vida de la Trinidad es un trabajo, es el trabajo. Puesto que Dios es todo en todo, y el hombre que entendió esto y vivió esto integralmente es Jesús (por eso «Cristo es todo en todos»), también nosotros debemos llegar a ser así. Y esto implica una transformación de entendimiento y de afecto enorme. Esta transformación está en el origen de toda la incandescencia y la pasión con la que hemos dicho siempre que el instante, en todas las circunstancias que lo determinan y lo definen tiene valor propio en cuanto es relación con lo eterno, tiene un valor eterno (mérito); y está en el origen de la libertad que capta la imaginación sin límites que tuvo Dios al crear al hombre. Porque creó otro ser semejante a sí: el Ser ha entrado en la nada (por así decir) y podía haber hecho únicamente esto (es un modo de decir, ¡las palabras son todas inapropiadas!), pero quiso crear al hombre que reúne en sí mismo la conciencia de todo el cosmos. El hombre descubre así que su libertad es adherirse a Dios y por lo tanto la suprema naturaleza de la libertad es reconocer que Dios es todo en todo.
De todos modos, no solamente la naturaleza de la dinámica de la Trinidad es trabajo, sino que este concepto es idéntico al otro de San Juan, que Dios es amor.20 Porque el trabajo es amor en cuanto exige una relación a la cual dedicarse. Afirmar al otro de tal forma que sea ayudado a caminar hacia su destino, hacia su plenitud: esto es el amor. Y esto deja totalmente fuera, lejos, los equívocos y las ambigüedades de los intentos que carnalmente se harían (y ninguno puede negar esta acusación).
Dice un salmo: «La verdad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo»21. La verdad es la afirmación de aquello que es, de lo real. En la realidad Cristo está, y la realidad fluye totalmente de Dios («Dios todo en todo»). La justicia viene del cielo, pero la justicia de Dios - la justicia real, la justicia del Ser - es amor.
Si el amor es compartido, encuentra un contrapunto, encuentra respuesta, es aceptado, entonces surge el fenómeno de la amistad. En este sentido amor, amistad y trabajo son tres términos que nadan, que se pierden en la grandeza del Misterio.
Estas cosas Jesús las entendía y las vivía, tanto es así que los apóstoles con él casi no hablaban: escuchaban, miraban. Todo el Evangelio está lleno de estas miradas, miradas no sospechosas, sino asombradas. Amigos, ¡qué sería tener entre nosotros un hombre así! (¡Le matarían pronto, porque toda la gente iría a su casa!).
La naturaleza del Ser como amor subsiste como amistad, y Jesús - he dicho - lo vivía así. Nosotros debemos imitar a Jesús. ¿Entonces, qué debemos hacer? Antes que nada debemos comprender que el trabajo es expresión de una persona consciente en su relación con cualquier otro ser: en relación consigo mismo, con su alma, con su cuerpo, con su padre, madre e hijos. Cualquier cosa que se haga o es violencia o es amor, pero de la mañana a la noche, desde cuando uno se despierta hasta cuando se va a dormir, es trabajo: no hay nada que no sea trabajo.
El trabajo debe nacer, por lo tanto, como amistad con el Misterio. Y la amistad con el Misterio es la relación con Jesús. Si por la noche nos acostamos sin que hayamos pensado en Jesús, sin que se nos haya venido a la cabeza... Puede haber sido un día terrible, ¡pero que te acuerdes de Jesús al menos cuando te metas en la cama! No puede pasar un día sin memoria. El trabajo nace como amistad con Dios y se desarrolla, se define, en una actitud amorosa con la cual entramos en relación con cualquier cosa: cómo tratamos el campo de trigo, cómo tratamos la fábrica en la que trabajamos, la casa en la que vivimos. Siento no disponer de más tiempo, pero tiene que ver con todas las relaciones que tenemos, ¡todas! Y cuando se trata de personas, la relación de amistad consiste sobre todo en una cosa: la pasión por el destino del otro. Equivocarse en esto es fácil, en nombre del instinto carnal.
Si el trabajo no implica el destino, es decir, el Misterio, como su finalidad última, como explicación última de su dinámica fatigosa, es impostura, es mentira. Esto es tan cierto que todo el mundo tiende a demoler, a estar insatisfecho de cómo se plantea el trabajo, el horario..., y en cuanto pueden no van a trabajar. En resumen, no se trata nada con lealtad, nada; ya no se es uno mismo. Y con el tiempo, según avanza la edad, esta falta de lealtad se hace tan evidente, tan urgente, que uno llega a entender que por sí mismo no puede alcanzar este punto. Es justamente lo que decimos en Completas: «Señor, a tus manos encomiendo mi espíritu».
No existe ninguna situación - por pequeña o grande que sea - que desaconseje tu colaboración en el bienestar del hombre, en la creación de Dios, en ser instrumento del misterio del Padre en su relación con las personas y las cosas. Sería un concebirse todavía más que inútil. Porque o aceptamos lo que Cristo nos ha inspirado o seguimos cierta filosofía invasora para estar seguros de que muriendo entramos en la nada (por tanto, especialmente como sostienen los anglosajones, se podría plantear la eliminación de la persona como dique de contención de la enorme superpoblación del mundo, ¡es normal!).
Si prevalecen los criterios mundanos con respecto a la justicia, en la relación generativa del hombre y por tanto en la historia, y en la realidad del trabajo, las relaciones entre los hombres se cargan de presunción o de indiferencia; las relaciones entre los hombres no se dan sin la espada gélida del verdugo, como decía Nietzsche, porque el hombre se engaña cuando cree poder hablar de justicia.
¡Pero concebir a Jesucristo como trabajador desbancaría a todos los que están en la FIAT! ¡Pensad qué impresionante es alguien que viva con esta conciencia de manera ininterrumpida! ¡Así era aquél hombre! Jesús es quien vuelve humana la vida, más humana la vida. Hemos sido llamados a esta grandeza en cualquier circunstancia: no hay objeción que se pueda hacer. Os haréis viejos también vosotros, y entonces comprenderéis que, objeciones, haríais muchas, pero que después se disuelven ante los ojos, porque a Dios no se le puede objetar nada.
Por lo tanto, tened presente que el trabajo es toda - ¡toda! - la vida: toda relación, cualquier relación. Trabajo es también la relación con Jesús, la relación con Dios; es más, éste es el supremo trabajo. Pero es trabajo vuestra casa, la comunidad en la que estáis: no respetáis la vocación que tenéis si en el ambiente en el que estáis no tenéis este deseo y esta ayuda mutua a la memoria. ¡Es como otro mundo!
Os leo dos testimonios reconfortantes.
«Cómo me gustaría que mis colegas pudiesen encontrar y saber de Cristo. ¿Sabes que un colega con el que he trabajado muchísimo (prácticamente noche y día en estos últimos seis meses), me ha escrito una tarjeta de Navidad donde me decía que esos últimos meses han sido el período de colaboración más bello de toda su vida científica y que está realmente feliz de tener una amiga y consejera como yo? Después me ha dicho de palabra que le he ayudado mucho en la relación con su mujer, tanto que ella ha aceptado finalmente tener un niño». Se ve que el influjo de la relación de nuestra amiga con su compañero de trabajo ha sido útil.
Por último, os leo este otro testimonio, porque quiero que veáis como es posible realizar en la vida lo que hemos dicho.
«Cuando por la mañana después de los Laudes digo: “Hola, Jesús”, no es una forma de hablar, sino que es justamente percibir que dentro de estos rostros [los rostros de la casa en la que está], dentro de estas paredes está Jesús en persona, cuya fisonomía es el rostro de las cosas y de las personas que me rodean. En el instante, incluso cuando “no se ve” y “no se siente”, y, sobre todo, cuando me parece ser una extraña en aquel lugar, es justamente en esos momentos en los que es todavía más fuerte este sí a Jesús, y por lo tanto al carisma. Te digo sí, pertenezco al carisma como tú lo realizas en la Iglesia, no porque todo me vaya naturalmente bien, sino porque el carisma así como se presenta es signo sacramental de Cristo, de Jesús. El carisma me permite concebir la plenitud de mi humanidad, el sentido de todo lo que hago. Si digo sí a Cristo, digo sí a todo aquello que entreteje el rostro de mi existencia como el carisma me lo explica».

NOTAS
* Encuentro de novicios 2-5 año, 31.1.1999, Sacro Cuore
1 El ideal y el tiempo, encuentro de novicios 2-5 año, 20.12.1998. Sacro Cuore, pro manuscripto.
2 “Il n’est pas d’idéal auquel nous puissions nous sacrifier, car des tous nous connaissons les mensonges, nous qui ne savons point ce qu’est la vérité” (A. Malraux, La Tentation de l’Occident, Bernard Grasset, París 1926, p. 216)
3 Te Deum, en La preghiera del mattino e della sera, Librería Editrice Vaticana, Roma 1989,p. 1835
4 Cfr. Sal 84, 12.
5 Cfr. Lc 11, 1.
6 Cfr. Tú o de la amistad, Apuntes de las meditaciones de L.Giussani para los Ejercicios de la Fraternidad
7 Cfr. Lc 11, 1; Mt 22, 17; Mc 12,14; Lc 20, 22.
8 L. Giussani, El sentido religioso, Ed Encuentro,
9 Cfr. L. Giussani, Navidad: lo que hace de la vida un trabajo, en Huellas, noviembre 1998, inserto, pp VI-VII
10 2Cor 5, 17.
11 B. Pascal, Pensieri, Mondadori, Milano 1972, n. 795, p. 392.
12 Cfr. L.Giussani, Por la pertenencia a una morada el cambio en el que Cristo permanece visiblemente, en Huellas, noviembre 1997, inserto, p. III
13 Cfr. F.W. Nietzsche, Así habló Zaratustra
14 En su visita a St. Louis de enero de 1999, Juan Pablo II ha pedido y obtenido del gobernador de Missouri la liberación de Darrell Mease, de 52 años, reo culpable de triple homicidio.
15 L. Giussani, Mis lecturas
16 Cfr. Tú o de la amistad
17 Cfr. 1 Cor 10, 17; Ef 1,23.
18 J 5,17.
19 Cfr. L. Giussani,
20 J 1, 4-8
21 Sal 84, 12.

 
 

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