Va al contenido

Huellas N.8, Septiembre 2004

CULTURA Grandes entrevistas / Leon Kass

La tarea de la educación: cuidar del yo

a cargo de Maurizio Maniscalco

Uno de los mayores expertos norteamericanos en bioética, el ecléctico Leon Kass, relata cómo siguió su vocación por la educación, su pensamiento sobre ciencia y religión y su amor por la vida y por el bien común de todos

Profesor Kass, su currículo de estudios responde a un perfil médico-científico. ¿Cómo nació en usted el interés por la ciencia?
Este interés se remonta a los años escolares. No soy el típico chaval judío al que sus padres empujaran a ser médico. Tuve unos profesores de biología maravillosos. Lo que me condujo en primer lugar hacia la medicina y por tanto hacia la bioquímica fue el interés por la biología y más tarde por la salud. Yo soñaba con enseñar Ciencias en la Universidad, y también con enseñar algo sobre las relaciones entre ciencia y artes liberales, sobre los fundamentos filosóficos de la ciencia o cosas así.

Después llegó a la enseñanza universitaria.
Sí, pero no en el campo científico. Fui invitado a volver a la Universidad de Chicago, en donde había sido alumno en la Facultad de Medicina. Pensaba que daría cursos sobre Bioética –aborto, eutanasia, trasplante de órganos–. En realidad, en el periodo anterior a mi vuelta allí, había pasado algunos años en el St. John College de Anápolis, en Maryland, que es una institución en la que se da mucha importancia a los grandes libros. Mi interés no estaba tanto en dar a conocer la literatura bioética más actualizada, como algunas grandes obras de filosofía y ciencias humanas, hasta llegar a los clásicos de la literatura científica, porque me parecía que si uno quería trabajar en este campo necesitaba de un fundamento más profundo que el que le podía ofrecer la lectura de los autores contemporáneos de bioética. He enseñando diez veces la Ética de Aristóteles, también el De Anima, El origen de las especies de Darwin, los Discursos de Rousseau (Sobre el origen de la desigualdad y Sobre las ciencias y sobre las artes), la Nueva Atlántida de Francis Bacon, el Discurso sobre el método de Descartes; he enseñado también ocho o diez veces el Génesis, una vez el Éxodo, y también Lucrecio, el Simposio de Platón, y cosas de este tipo. Éste ha sido el contenido de mis clases.

Ciencia y fe: un matrimonio poco armónico, al menos según la mentalidad común.
Existe una cierta tensión entre ciencia y religión, independientemente del componente sociológico, por la que los hombres de ciencia miran con recelo a los hombres de fe. Cada vez que alguno de éstos últimos critica ciertos desarrollos recientes de la tecnología se le acusa de plantear sus objeciones en un terreno puramente religioso, como si eso fuese motivo suficiente para rechazarlos. El contraste podría describirse de forma sencilla en estos términos: los hombres de ciencia tienen la absoluta certeza de que las leyes de la naturaleza son suficientes para hacernos comprender el mundo, y por tanto están seguros de que no existe el milagro, de que Dios no interviene para separar las aguas del Mar Rojo o para hacer resucitar a un muerto, etc... Y creo que es justo decir que la ciencia se apoya sobre el rechazo de la posibilidad del milagro. Por el contrario, lo menos que se puede decir es que la fe tradicional de Occidente está abierta a la posibilidad del milagro. Pero sobre cuestiones de otro tipo la religión no es incompatible con la ciencia entendida como esfuerzo de investigación: «En verdad, nosotros no conocemos la verdad con respecto a las cuestiones últimas, a la Causa Primera. No sabemos por qué existe algo y no la nada en su lugar. No sabemos nada con respecto a la inmortalidad del alma. Todo lo que podemos hacer es una especie de descripción de cómo funcionan las cosas y, hasta un cierto nivel, predecir cómo podrían cambiar si nosotros interviniésemos en ellas de alguna forma».
La ciencia, rectamente entendida, es un conocimiento puramente parcial, que a veces se enmascara como la verdad completa. Aquellos que han reflexionado sobre el hombre y sobre las cuestiones últimas saben que la ciencia, por su mismo estatuto, no tiene nada que decir en estos niveles.

Una de las cosas que más me impresionó cuando asistí hace un par de meses a una conferencia suya en Nueva York fue la forma que tiene usted de mirar la vida como un don, como algo que no nos damos a nosotros mismos. Si la vida es un don, ¿cuáles son las consecuencias en relación con algunos de los problemas más debatidos en el campo de la bioética?
... Las cuestiones prácticas. No es posible, para mí, una deducción directa entre la idea de la vida como don y la solución de todos estos problemas tan complejos. Se puede dar una respuesta, no la respuesta total. Creo que hay dos actitudes de fondo ante la existencia, e infinitas posibilidades entre estos dos extremos. Se puede estar profundamente agradecido por el privilegio de estar aquí, agradecido por la existencia del mundo, de la propia vida, de todos aquellos que han hecho posible el hecho de que nosotros estemos aquí, ahora, y aceptarse como uno es. Esta actitud no depende de una concepción religiosa particular. Para una persona racional es posible reflexionar sobre el hecho de que su “existir” no está ligado a mérito alguno, y obtener de aquí una actitud de agradecimiento e incluso de devoción natural con respecto al Ser mismo. La otra actitud consiste en decir: «Yo estoy aquí, tengo unas necesidades, unos deseos. El mundo no es capaz de satisfacerlos hasta el fondo, por tanto me compete a mí utilizar mis posibilidades y aprovecharme de las posibilidades de los que me rodean para satisfacer mis deseos. No he pedido estar aquí, mis deseos no se cumplen, por tanto el mundo me debe algo». Yo vivo la primera actitud, no porque haya tenido una educación religiosa, porque no la he tenido. Me parece únicamente que ésta es la actitud justa, la más verdadera. Hay gente que cree que la vida es un don, pero que funciona como agnóstica cuando se plantea que un ser humano pueda ser considerado como algo digno de ser defendido. La tradición judía está profundamente impregnada de la idea de un Creador y de un sentimiento de gratitud y de dependencia.

Usted es presidente del Consejo de Bioética. Ha aceptado un trabajo muy comprometido, que le llama a responsabilidades políticas y sociales. ¿Por qué ha aceptado? ¿Qué se propone?
En este país la bioética ha sido casi siempre un campo reservado a los profesores, y se ha convertido casi exclusivamente en una profesión para académicos. Sin embargo no creo que éstas sean cuestiones sólo académicas: se trata de cuestiones políticas y sociales. No tengo claro que una democracia, y en particular una democracia que otorga al individuo un valor tan grande como la americana, pueda encontrar una forma de encauzar el camino que la tecnología y la biotecnología nos están haciendo recorrer. Pero creo que hay que intentarlo. Y el camino es establecer la relación entre el más alto nivel de conciencia al que podemos llegar con respecto al significado humano de estas nuevas tecnologías, y el desarrollo de instituciones a través de las cuales esta conciencia pueda hacerse operante en el mundo. No es un camino sencillo, y no estoy seguro de que lleguemos a encontrarlo. Pero cuando nos hallamos frente a cuestiones como la investigación sobre células estaminales, la clonación de niños o la clonación de embriones con vistas a la investigación, sobre la que ya se está procediendo, está en juego un bien común, y no sólo el bien particular de cada embrión, de los padres que desean tener hijos o de los investigadores. ¿Qué podemos hacer en positivo? ¿Cómo deberíamos estructurar nuestras instituciones para estar seguros de poder garantizar para todos los beneficios de las biotecnologías sin sucumbir a la degeneración a la que pueden conducirnos? Cuando el presidente Bush me ofreció la posibilidad de dirigir este Consejo con el objetivo de elevar el nivel de la discusión y de buscar soluciones posibles, en el ámbito legislativo y de reglamentos, yo, que había dedicado nada menos que treinta y cinco años a la reflexión sobre estos temas, no puede en conciencia rechazar la propuesta. No sé con certeza si hemos sido o si seremos eficaces. Pero tratar de llegar a un conocimiento real de estos problemas no es una cuestión que tenga que ver sólo con el trabajo de los profesores con sus alumnos: tiene que ver con los representantes del pueblo y con el pueblo mismo. Y el presidente nos ha dado la oportunidad y el objetivo de poner nuestra reflexión al servicio del bien de todos. Esto es lo que hemos tratado de hacer.

En una entrevista que concedió con ocasión de la publicación de su libro The beginning of Wisdom, se le preguntó sobre qué creía que necesitaban los hombres para llegar a la plena realización de sí mismos. Usted respondió: «Necesitan experimentar, por lo menos una vez o, por gracia de Dios, durante mucho tiempo, un amor y una amistad profunda; además de un trabajo que tenga un significado, que haga emerger todo lo bueno que uno tiene que ofrecer; finalmente, necesitan de algo que una estas dos cosas». Todo ello no tiene mucho que ver con la ciencia en cuanto tal.
En absoluto. La ciencia es una actividad del hombre, no una actividad autónoma. Su origen es una exigencia en el corazón del hombre, en el mejor de los casos una exigencia de conocimiento, unida en algunos casos a un deseo filantrópico de poner a disposición de los demás este conocimiento para el progreso del hombre. Para aquellos que se dedican a la ciencia en todos los niveles, incluso los más especializados, la ciencia es una vocación, una llamada, la participación en algo que podría definirse como un camino de trabajo en el que se pertenece a algo más grade que uno mismo. Me parece que en la época actual las materias espirituales sufren un retroceso, mientras que las relacionadas con la técnica triunfan. Por lo que a mí respecta, mi vocación ha sido la de ser profesor, la de tratar de provocar una reflexión en primer lugar con respecto a esta pregunta: ¿cómo podemos vivir una vida digna, como individuos y como comunidad?

¿Es éste el contenido de la educación?
El objetivo de la educación es interesarse por las cuestiones del alma de cada uno, y del alma de los que están a nuestro alrededor. No hay muchos profesores hoy en día que piensen que su trabajo consiste en esto, y este es uno de los mayores factores de bloqueo de la educación liberal en este país, que se dirige cada vez más hacia una institución puramente técnica, liquidando rápidamente aquello que sacia realmente el hambre del alma.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página