Al Venerado Hermano
Mons. MARIANO DE NICOLÒ
Obispo de Rímini
1. Me complace dirigir a Usted, a los promotores y a cuantos intervienen en el Meeting por la amistad de los pueblos, mis mejores deseos.
Esta cita tradicional, que anima y enriquece de contenidos el verano italiano, alcanza este año su vigésimo quinta edición. Es un hito significativo que se sitúa en el contexto de las celebraciones por el quincuagésimo aniversario del nacimiento de Comunión y Liberación, movimiento eclesial brotado del celo sacerdotal de Mons. Luigi Giussani. Dos aniversarios importantes, que se iluminan mutuamente.
El tema elegido para el Meeting ofrece motivos estimulantes de reflexión sobre las cuestiones más espinosas que se plantean dramáticamente al hombre de hoy. La conciencia de que “nuestro progreso no consiste en presumir de haber llegado, sino en ir continuamente hacia la meta” puede arrojar mucha luz sobre ellas.
2. En realidad, es bien conocido ese “sentimiento de poder que el progreso técnico actual da al hombre” (Gaudium et spes, n. 20).
Es particularmente fuerte la tentación de pensar que la obra del hombre encuentra en sí misma la justificación de sus propios objetivos. Los resultados alcanzados en los distintos ámbitos de la ciencia y de la técnica son considerados y defendidos por muchos como a priori aceptables. Se termina por pretender que aquello que es técnicamente posible es por sí mismo incluso éticamente bueno.
Según esta opinión, precisamente porque el progreso de los conocimientos científicos y de los medios técnicos a disposición del hombre empuja de hecho cada vez más allá el límite entre lo que es posible “hacer” y lo que todavía no lo es, tal progreso terminaría por desplazar hacia delante también el límite entre lo justo y lo injusto. En esta óptica, el progreso se convertiría entonces en un valor absoluto, es más, en la fuente misma de todo valor. La verdad y la justicia no serían ya instancias superiores, criterios de juicio a los que el hombre deba atenerse a la hora de orientar las acciones que alimentan el progreso mismo, sino que se convertirían en un producto de su actividad de investigación y de manipulación de la realidad.
A nadie se le ocultan las consecuencias dramáticas y desoladoras de este pragmatismo, que concibe la verdad y la justicia como algo modelable por obra del hombre mismo. Es suficiente, como un ejemplo entre otros, el intento del hombre de apropiarse de las fuentes de la vida a través de los experimentos de clonación humana. Aquí tocamos con la mano la presunción de la que habla justamente el título del Meeting: la violencia con la que el hombre trata de apropiarse de la verdad y de la justicia, reduciéndolas a valores de los que puede disponer libremente, es decir, sin reconocer límites de ningún tipo, salvo los fijados y continuamente superados por la practicabilidad técnica.
3. El camino enseñado por Cristo es otro: es el del respeto por el ser humano, que cualquier medio de investigación debe en primer lugar tratar de conocer en su verdad, para después servirlo, no manipulándolo según un proyecto considerado algunas veces con arrogancia como mejor que el del Creador mismo.
Para el cristiano el misterio del ser es tan profundo que resulta inagotable ante la indagación humana. El hombre en cambio que, en la presunción de Prometeo, se yergue como árbitro del bien y del mal, hace del progreso su ideal absoluto y se ve después aplastado por él. El siglo recién trascurrido, a través de las ideologías que han marcado tristemente su trágica historia y las guerras que lo han surcado profundamente, está ante nuestros ojos mostrando cuál es el resultado de tal presunción.
El tema del Meeting de Rímini invita a dirigir hacia el Creador una mirada llena de asombro por la belleza y la racionalidad de lo que Él ha llamado a la existencia y mantiene continuamente en el ser. Sólo esta humildad frente a la grandeza y al misterio de lo creado puede salvar al hombre de las consecuencias nefastas de su propia arrogancia.
Deseo de corazón que el Meeting contribuya a favorecer esta actitud de humildad ante los tesoros que el Creador ha esparcido por el universo como reflejos de su sabiduría, de forma que el creyente pueda obtener de su contemplación motivos siempre nuevos de luz y de consuelo al enfrentarse cotidianamente con los interrogantes que emergen de la vida. Con este fin aseguro un recuerdo en la oración y envío a todos una especial Bendición.
Desde Castel Gandolfo, 6 de agosto de 2004 – Joannes Paulus II
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