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Huellas N.8, Septiembre 2004

SOCIEDAD Reportaje

Cómo están las cosas. En el horror de la guerra, la esperanza de la Iglesia

Giancarlo Giojelli

El Congo, Sudán, Nigeria y Sierra Leona. Un viaje por el África de la muerte y de los genocidios, de los mártires y de los santos. La Iglesia, una presencia que restaura lo humano y construye en medio de la barbarie

El Este del Congo, el Norte de Uganda, el Darfur sudanés; son las últimas piezas del gigantesco y horrible mosaico formado por masacres, refugiados, niños soldado y terribles enfermedades. Pero en este mosaico hay también historias increíbles de vida y de gozo. Historias hechas de esperanza. Aquí en África todo parece extremo, tanto la barbarie como la santidad; todo parece exagerado, desde el dolor a la alegría.

El Congo, escenario de la última guerra. Al escribir estas líneas llegan las últimas noticias de Bakavu, situada al este de la República Democrática del Congo, que describen una situación «gravísima: ya no queda comida, se ha saqueado todo, y los niños, los ancianos y los enfermos corren el riesgo de morir de hambre». Y sin embargo, en esta zona aislada en la selva, lejos de cualquier vía de comunicación, AVSI ha instalado ocho campos de cultivo que dan trabajo a más de 3.000 familias y, a pesar de lo extremadamente peligrosas que son las comunicaciones aéreas, ha conseguido enviar toneladas de semillas y aperos de labranza. Pero no es suficiente: muchos de los soldados tienen entre 10 y 13 años. Esto hace urgente un trabajo educativo, para no permitir que los chicos y chicas sean presa de las bandas armadas. El proyecto de AVSI abarca 25 escuelas, 240 maestros y 5.000 alumnos.

Los últimos estragos tienen lugar en Sudán, en la región occidental de Darfur. «Los horrores cometidos por las milicias árabes progubernamentales en Darfur nos recuerdan al genocidio de Ruanda de hace 10 años», reza el escrito de las Naciones Unidas.
«Es más que un conflicto, es un intento organizado de arrasar a una población: se trata de la crisis humanitaria más trágica del mundo». El gobierno árabe e islámico del norte quiere controlar la región del sur, cristiana y animista e imponer la Sharia, la ley coránica. Desde hace más de un año la guerra se “limitaba” a las zonas petrolíferas del sudeste, habitadas por cristianos, que se veían obligados a irse para dejar manos libres al régimen para explotar los ricos recursos de la zona. Ahora se ha desplazado hacia el oeste y en esta ocasión también tribus musulmanas son víctimas de las masacres de las milicias progubernamentales. Hasta ahora son 3.000 los muertos y un millón los desplazados (de los cuales 150.000 se han refugiado en Chad). La Iglesia sudanesa es la primera en denunciar las masacres y en asistir a la población. Como relata el obispo de Rumbek, monseñor Cesare Mazzolari: «En un territorio que es tan extenso como tres veces Italia, las únicas obras asistenciales y las únicas escuelas que hay son las de la Iglesia. Hay enfermedades devastadoras y muy pocos médicos (tres permanentes y una veintena voluntarios internacionales), cientos de miles de huérfanos, seis millones de desplazados. Para el pueblo la única ayuda procede de la Iglesia. Pero me temo que cuando llegue la paz el gobierno islámico intentará clausurar nuestras obras. Será un nuevo reto para la Iglesia; a ellos les molestan nuestras obras, les molesta nuestra educación libre».

Diez años después de Ruanda. El mundo ha recordado el décimo aniversario del genocidio más rápido de la história: 937 mil hombres, mujeres y niños tutsis masacrados en 1994 por los hutus en menos de 100 días. Ruanda era la Suiza de África; hoy es un país en el que el 70% de los niños sufre desnutrición. Los odios y las venganzas ciertamente no han terminado.
Es de nuevo la Iglesia la que presta su voz a los que no pueden hacerse oír, la que pide ayuda para los enfermos, la que mantiene las escuelas para los que no pueden permitirse el bien más precioso, la educación. La que busca una paz que nazca del perdón y de la tregua vigilada por las armas.

El último de los horrores tiene el rostro de los niños ugandeses. Quizá sea la más ignorada de tantas guerras olvidadas de África. Se trata de la guerra desencadenada hace 18 años por el Lord Resistence Army, el ejército de liberación del Señor, mandado por santones que dicen que hablan con los espíritus. Ellos son los que raptan a los niños, más de ocho mil en el último año, para convertirlos en milicianos que asaltan todas las noches los campos de refugiados, los poblados y las misiones en busca de niños, de víveres y de medios de transporte, y a las niñas para convertirlas en esclavas sexuales y mujeres de los jefes.
Cuando se alargan las sombras y se aproxima la noche, comienza la gran procesión que recorre los senderos de tierra roja del norte de Uganda: miles y miles de niños se dirigen a los hospitales misioneros y las escuelas en las que pasarán la noche. Les llaman los niños commuters, los niños pendulares.
Un niño relata: «los rebeldes llegan a los poblados, capturan a los niños y les obligan a asesinar y a convertirse en soldados. Por las noches venimos donde los rebeldes no se atreven a llegar. Por la mañana vamos a la escuela, después a los poblados y al anochecer, antes del ocaso, volvemos aquí a dormir».
Algunos de los chicos raptados han conseguido escapar. Cuentan historias terribles. Como Agnes, que ahora estudia leyes y trabaja en un proyecto de AVSI para recuperar niños-soldado. Nos dice: «sé muy bien lo que han pasado estos niños, y la fuerza que se necesita para volver a empezar, pero también se necesita una gran amistad que te sostenga cada día en el camino».
La Iglesia local, las organizaciones humanitarias como AVSI y los misioneros, como los combonianos, son la gran esperanza: aquí, en el norte, son los que mantienen los hospitales, las escuelas, los meeting point (centros para la atención de enfermos de sida, y sus familiares, n.d.t.), las curas y labor asistencial con enfermos de sida y heridos a causa de las minas, las escuelas profesionales que permiten a los chicos conseguir un trabajo y mantener a sus familias, a menudo diezmadas por las enfermedades, los centros de reeducación para niños-soldado que consiguen escapar de las bandas armadas, un reformatorio en Kampala para los niños de la calle, cooperativas de trabajo en los suburbios de la capital, donde las mujeres enfermas de sida pasan el día picando piedra para poder conseguir algo de dinero y pagar el alquiler del tugurio en el que viven. Las adopciones a distancia son un buen recurso: treinta euros al mes para que un niño pueda crecer, estudiar y curarse. Vivir.

En Nigeria el problema es el fundamentalismo. El país es una confederación de Estados; el 45 por ciento de la población es cristiana, 17 millones son católicos bautizados. Pero en doce Estados del norte se ha impuesto la Sharia, la ley coránica, y quien desobedece los preceptos coránicos arriesga su vida. Hace dos años el concurso de Miss Universo desencadenó la violencia contra los cristianos: hubo 200 muertos, y treinta mil desplazados, obligados a huir de sus poblados. Y, sin embargo, la constitución garantiza la libertad religiosa. A ella apelan los obispos, que defienden los derechos y la libertad de todas las confesiones religiosas contra la injusticia y la discriminación de los grupos de presión del poder, que a menudo utilizan las religiones como pantalla par conservar sus privilegios. Por eso los obispos y los cristianos son para la población los defensores de los derechos civiles y democráticos de todos: «Es evidente que los grupos privilegiados se sienten amenazados por los que reclaman más justicia, en primer lugar los cristianos», son palabras del obispo de Abuja, monseñor John Onaiyekan.

En Sierra Leona la guerra civil ha terminado, pero la gente vive en la calle. El padre Bepi Berton, que se ocupa de los niños-soldado y de los que viven en la calle, nos dice: «Tras la guerra civil, Sierra Leona intenta encontrar una estabilidad con mucho esfuerzo y trabajo. Once mil soldados de la ONU controlan la seguridad, aunque bajo una calma aparente perviven el rencor y el odio. Los niños-soldado han vuelto a la vida civil, pero para ellos empieza ahora el problema de la reinserción. En nuestro centro nos ocupamos de unos 450 chicos. Hay muchísimos niños que viven en la calle, los desplazados, que habían dejado sus poblados a causa de la guerra civil, añaden a éste un nuevo problema. La situación es también difícil para la Iglesia, que debe reconstruir desde los cimientos las estructuras devastadas por la guerra. El trabajo social es complicado y lento. La situación más dura es la de las chicas de la calle, con 14 años, se lo puede uno imaginar…».

También Costa de Marfil busca el camino de una paz verdadera: «Los rebeldes y el gobierno continúan las conversaciones – nos dice el padre Paolo Santagostini – pero la solución parece lejana. El país está dividido entre el norte y el sur. Tropas internacionales mandadas por los franceses garantizan la seguridad. La única presencia es la de la Iglesia, que invita a un camino de reconciliación que nace del perdón, y que sostiene las obras sociales, escuelas y hospitales y asume la acogida a los refugiados. Esta presencia es reconocida y querida por la población».

El horror no tiene la última palabra. Se puede ignorar o limitarse a dar cuenta de él. O bien construir dentro del horror y del dolor. Nuestra África tiene el aliento de una Iglesia que, como lo hizo Comboni, ha elegido acompañar a cada hombre, a cada uno de los hombres, y construir con él una civilización en medio de la barbarie. Está el África de la muerte y de los genocidios, y en ella, dentro de la misma historia y de la misma cotidianidad, el África de los mártires y de los santos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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