Reproducimos el artículo de Giorgio Vittadini aparecido en Il Giornale del pasado 6 de septiembre haciéndolo nuestro. Una educación en el respeto a la vida, el perdón, la amistad con el prójimo y entre los pueblos, es el instrumento más eficaz contra el terrorismo
Viene a la mente la primera matanza de los inocentes, ocurrida hace dos mil años. Todos deberíamos estar unidos contra una ferocidad que recuerda las páginas más diabólicas de la historia de la humanidad. Sin embargo, jamás hemos estado tan divididos, incapaces de aquella unidad que es la condición necesaria para reconstruir después de la barbarie. Cada uno, tras un breve instante, se detiene en consideraciones importantes, pero no decisivas... Sin embargo, si uno de los centenares de muertos inocentes de estos días (un niño de Beslán, un pasajero del Tupolev o del autobús en Israel) pudiera hablar a quien lo ha asesinado y a nosotros, sin duda evidenciaría lo que falta en todas nuestras consideraciones: «¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho para que tú me hayas aniquilado, añadiendo injusticia a la injusticia?».
Las denominadas conquistas democráticas, las mismas liberté, egalité et fraternité, se fundamentan en última instancia en un solo hecho: la vida de un hombre no es en modo alguno ni por ningún motivo medible, mensurable, cuantificable. El terrorismo surge como la extrema consecuencia de una manera de entender al hombre como juez último de todas las cosas, que se arroga la potestad de pesar, de contabilizar a su favor la vida de los humildes, los miserables, los hombres sin rostro. Ningún palestino sin tierra, ninguna mujer chechena, ningún iraquí invadido puede arrogarse el derecho, con motivo de la injusticia sufrida, de disponer de la vida de otro: ninguna causa puede relativizar la vida de un hombre. Esta es la razón que puede romper la espiral de violencia, pero que, por desgracia, falla un poco en todos, si bien en modos diferentes. Así se inició la primera y la segunda guerra del Golfo, con el juicio contrario de la Iglesia y del Papa, provocando destrucción y muertos inocentes; se recorre el camino de una represión indiscriminada, sabiendo que muchos no culpables se verán golpeados y que se desencadenará una reacción aún más violenta.
O también, de igual modo y a la vez contrario, se deja solos al primer ministro iraquí y a los soldados que tratan de impedir el nacimiento en Iraq de un nuevo estado partidario del terrorismo cuna de innumerables atentados en el mundo; se afirma, en algunos casos también por parte de ciertos católicos, que los muertos del terrorismo son la justa paga por los muertos del imperialismo, que no hay razón, por ello, para indignarse tanto. Incluso como informa el periódico francés Le Figaro el Ministro de Asuntos Exteriores francés no tiene escrúpulos para sumarse y defender la indulgencia de los terroristas de Hamas el mismo día en que reivindican un atentado que causó la muerte a 16 trabajadores. El hombre medida de todas las cosas está en la raíz de una ideología que es la misma que lleva a un país civilizado como Holanda a introducir la eutanasia para los niños enfermos...
Pero entonces, ¿cuál es el camino posible? En Los Novios de Manzoni, cuando Renzo encuentra a Fray Cristóbal en el lazareto y manifiesta propósito de venganza hacia Don Rodrigo, el fraile, enfadado, le obliga a perdonar antes de que sepa que Lucía está salvada y que Don Rodrigo está enfermo de peste. Es el mismo perdón de la viuda del brigadier Coletta; el perdón de un cristiano que, hace siglos, originó un nuevo pueblo con los anglos, los sajones, los húngaros que habían matado a su padre; el perdón del bárbaro que abandonó el precepto «diez vidas por una vida», atraído por la humanidad de los Cirilo, Metodio, Patricio, Bonifacio. La civilización occidental nace de la superación del «ojo por ojo», nace de un perdón que no significa debilidad, sino participación en la experiencia de un Dios que perdonó a quien lo acusaba y mataba injustamente y que ha vencido al mal. Un perdón que es positividad, reconstrucción, civilización, paz, trabajo, ciencia, progreso, democracia, tolerancia, posibilidad de ser siempre más grande que las circunstancias que nos oprimen. Desgraciadamente no son suficientes los «encuentros» entre religiones, si permanecen en un nivel abstracto.
La mujer chechena y el palestino en lucha, a los que ninguna reivindicación conseguida les devolverá el hijo o el amigo asesinado, deben encontrar hombres diferentes que, teniendo la experiencia del perdón, testimonien un modo más humano de tratar a la mujer, las cosas, el trabajo. Deben encontrar cristianos que dejen de «hacer el juego» a las ideologías y vivan auténticamente sus comunidades precursoras de paz; laicos que reconozcan y defiendan la inviolabilidad del hombre individual; hombres de estado que amen a los pueblos como los padres de Europa; musulmanes profundamente movidos por su sentido religioso, que defiendan la sacralidad de la vida. Así lo han hecho los firmantes de la llamada de los musulmanes moderados italianos comentada en estos días por el ministro Pisanu y Magdi Allam (subdirector del Corriere della Sera, ndt.). Por eso, mientras nos defendemos del terrorismo, incluso con operaciones de «peace keeping» que impidan el nacimiento de nuevos estados filo terroristas, ninguno de nosotros puede sustraerse a las afligidas llamadas de los profetas de nuestro tiempo, tales como el Santo Padre, madre Teresa y monseñor Giussani. Una educación en el respeto a la vida, el perdón, la amistad con el prójimo y entre los pueblos es el instrumento más eficaz contra el terrorismo. Y el comienzo de un mundo nuevo.
*Presidente de la Fondazione per la Sussidiarietá
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