De la homilía del cardenal Adrianus Simonis, arzobispo de Utrecht. La Thuile, 18 de agosto
Através de los siglos la Iglesia renace continuamente. Es el lema de nuestra Asamblea Internacional, que nos sitúa ante un hecho: la victoria de Cristo es el pueblo cristiano. No se trata de una iniciativa de los hombres, sino de la obra del Señor, que interviene sin pausa, ofreciendo a algunos la oportunidad de trabajar en su viña.
Los hombres estamos frecuentemente involucrados en mil cosas, con un ritmo de vida trepidante, pero en el fondo vivimos desilusionados y aburridos. Lo sabemos: sentimos el aburrimiento si el destino no tiene un rostro. Es más, la misma palabra pierde sentido y se percibe como algo ciego y hostil, como si fuera un engranaje cínico que no perdona.
Sin embargo, permanece en el tiempo la llamada que describe el Evangelio. Dentro de una estela ininterrumpida desde aquél día de Pascua hemos sido y somos invitados cada día a través de las circunstancias a aceptar que el trabajo de la vida es la obra de Aquel que nos llama. Como observa Giussani muy agudamente en una de sus Tischreden, los apóstoles no le vieron resucitar; que ha resucitado se ve por el hecho de que existe el pueblo cristiano. Cristo se identifica con un determinado pueblo en medio de todas las gentes. En nuestro tiempo ha vencido el espiritualismo, esa enfermedad que constituye el riesgo más peligroso de hoy en día para la iglesia.
Escribiendo al Santo Padre por el 50 aniversario de CL –un hecho que su fundador nunca había previsto–, monseñor Giussani manifiesta el punto central de lo que entiende como la urgencia de la fe, hasta revelar como el movimiento que veía surgir nació sobre la base de un juicio histórico muy concreto, como él mismo escribe: «Considero que el genio del movimiento que he visto nacer consiste en haber sentido la urgencia de proclamar la necesidad de volver a los aspectos elementales del cristianismo, es decir, la pasión por el hecho cristiano como tal, en sus elementos originales y nada más».
La característica de CL no es subrayar un particular, un aspecto que deba prevalecer sobre otro, sino vivir la fe en su totalidad. En este sentido encuentra respuesta una pregunta que (como sabéis algunos de vosotros) me acompañaba desde hacía tiempo. Retomada el carácter de acontecimiento histórico de la fe: «Por eso no nos sentimos portadores de una espiritualidad particular, ni sentimos la necesidad de identificarla».
En esta preocupación, que es el signo claro del sentir católico, se encuentra la razón por la que otra vez, desde hace ya diez años, vuelvo aquí para compartir esta amistad que me acompaña en la vida.
Para acabar, querría deciros una cosa. La parábola dice que a cada uno se le ha prometido la misma recompensa; pero a cada uno se nos dona esa plenitud de vida que se llama felicidad de una manera absolutamente personal e irrepetible, aunque la señal de ese don es siempre la alegría que renueva la vida como energía afectiva.
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