Las vacaciones familiares en Cerdeña con Walter, su mujer y sus hijos, don Giussani, dos eclesiásticos y algunos amigos de los Memores Domini. En un día cualquiera, toda la grandeza de una experiencia humana
Cerdeña, una mañana de finales de julio... Walter, apoyado en el marco de la puerta, mira al cielo negro lleno de nubes. Le dice a su mujer: «Voy a la tienda a comprar pasta. Me parece que hoy nada de ir a la playa». Se acerca al coche y ve una nota en el limpiaparabrisas. La abre: «Estoy en la playa. Gius». Piensa: «¡No es posible!». El día anterior don Giussani había dicho: «Me voy a ver al barbero de Sassari que conocí el verano pasado. Es un gran tipo, muy interesante». Y así lo había hecho. Se había buscado la vida para que alguien le acompañara y volvería por la tarde. Y esa mañana estaba allí en la playa, esperando a los demás: los amigos Memores Domini, dos amigos eclesiásticos y la familia de Walter, con la que solía pasar diez días de vacaciones al borde del mar. La misma vitalidad arrolladora, la misma pasión por la vida que fascinaba a quien le conocía, una pasión por cada instante, traspiraba en aquellos días de “descanso”. Cada día empezaba con la misa en la parroquia, luego, el paseo hasta la playa, el juego de palas en el agua, las conversaciones con los que estaban alrededor, la comida y el descanso, el rezo de Vísperas al atardecer. Y también la cola en la cabina de teléfono para llamar a aquel chico, «para saber cómo está». Una plenitud que llenaba cada momento.
27 de julio, cumpleaños de Ana María, la hija de Walter. Don Gius la ve llegar desde la playa junto a su madre y sus dos hermanos e inventa una canción con el nombre de la niña. En cuanto llega ella se ponen a charlar. «¿Qué serás de mayor?». «No lo sé». Y están allí hablando sin parar hasta que llega el hermano, aficionado a las matemáticas. Don Giussani, a bocajarro, le pregunta: «¿Cuánto son hoy más dos?». Le responde: «Pasado mañana». «¡Muy bien! ¡Eres un fiera en matemáticas!». Los dos niños se van corriendo al agua y Walter se acerca: «Don Gius, el que me preocupa es Luigi, el niño que hemos adoptado. Es violento, no quiere estudiar...». «Bueno, al Paraíso se puede ir también sin un título. Se abrirá camino, pero no como piensas tú, sino como quiere el Padre Eterno». «Ya veremos. Por lo pronto le he dicho que si dentro de 15 minutos no pesca tres peces como le he enseñado... ¡se quedará sin playa una semana!». Interviene uno de los amigos sacerdotes: «Pero, ¿qué método es ese? La pesca es un hecho aleatorio...». Don Giuss le replica: «Si actúa así, sus razones tendrá. El padre es él». Pasados los 15 minutos el chaval pesca su tercer pez y don Giussani, sonriendo, dice: «¿Habéis visto? No tenéis sentido de la autoridad...».
1979. Una llamada de teléfono desde la secretaría de CL. «El Papa quiere ver a don Giussani pasado mañana». Poco tiempo para preparar un encuentro tan importante. Lo que le preocupa no es sólo lo que va a decir, la experiencia habla por sí misma, sino... el viaje. Horas frenéticas para organizar todo al minuto: trayecto, avión, el protocolo en el Vaticano... «¿Estáis seguros de que está todo organizado? Por si acaso, ¿me podéis llevar una hora antes al muelle?». A la vuelta está radiante. «¡Un león, el Papa! Me ha dicho: “Sed lo que sois. Y me pidió que fuésemos por todo el mundo”». El amigo eclesiástico susurra en voz baja: «Dios mío, si antes no conseguíamos tenerlo quieto, ¡imagínate ahora!». Y así ha sido.
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