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Huellas N.7, Julio/Agosto 2004

SOCIEDAD Iraq. Maurizio Scelli

Entre la gente, llevando ayuda, consuelo y esperanza

a cargo de Alessandro Banfi

Maurizio Scelli es el comisario extraordinario de la Cruz Roja italiana, la única organización humanitaria que permanece en Iraq. Allí ha protagonizado un intenso esfuerzo por rescatar a los rehenes italianos. Lleva a sus espaldas un largo camino de fe

En Italia se ha empezado a conocer a Mauricio Scelli, abogado, gracias a su labor humanitaria en Iraq. Es el hombre que repatrió el cuerpo de Fabrizio Quattrocchi y trató de devolver a casa a los otros rehenes, Agliana, Cupertino y Stefio, antes de que fueran liberados por los marines americanos. Durante el último año, la Cruz Roja Italiana ha facilitado la asistencia y la ayuda a los iraquíes desde el antiguo Hospital Sadam. Como muestra de ello, algunos números: cada día se potabilizan y embotellan 8000 litros de agua; entre los médicos y enfermeros, 35 son italianos; 507 los que han llegado desde que comenzó la misión entre médicos, enfermeros y ayudantes; 92 iraquíes han sido curados en Italia, de los cuales, 55 han vuelto sanos a su país.
Entrevistamos a Scelli en Roma, en la sede central de la CRI, para los lectores de Huellas.

¿Cuál ha sido la motivación de fondo para su trabajo durante todo este tiempo?
Quien se implica con el voluntariado tiene que estar guiado por una vocación. La llama vocacional es la que te pone en juego, aun a costa de arriesgar tu vida si fuera necesario. Pero, al mismo tiempo, te hace sentirte útil para los demás. Yo he recorrido un camino de fe cristiana a través del voluntariado, primero con la asociación que, desde hace cientos de años, lleva a los enfermos a Lourdes (Scelli fue Secretario General de la Unión, ndr), donde encontré una respuesta a muchos porqués. Después, la experiencia en esta organización neutral y humanitaria en la que he vivido y vivo el compromiso con el espíritu de servicio hacia quien necesita ayuda, consuelo y, sobre todo, esperanza.

Muchas otras organizaciones humanitarias se han retirado de Iraq después de los atentados del pasado septiembre. ¿Por qué se han quedado ustedes y han llegado hasta Faluya exponiéndose a grandes peligros?
Nos hemos quedado porque marcharnos habría significado ir en contra del espíritu de la Cruz Roja. La Cruz Roja nació hace 140 años, sobre un campo de batalla, en Solferino, precisamente para socorrer a los heridos sin hacer discriminación alguna, y por tanto, independientemente de la parte del conflicto a la que pertenecieran. En un contexto como el actual en Iraq, pienso que la Cruz Roja puede tener una motivación y una tradición más fuertes que las de otras organizaciones, en cuanto a coherencia con lo que le hizo nacer, y que eso es lo que nos ha llevado a no considerar tanto los riesgos que corre nuestra vida.

¿Qué relación tienen con la población iraquí?
Al principio, los iraquíes se mostraron entusiasmados, agradecidos, reconocidos, pero después, como si estuvieran vencidos por la política, han empezado a percibirnos como amigos de los estadounidenses y, por lo tanto, como sus enemigos. Mi papel ha sido un poco el de abogado defensor de los cincuenta y seis millones de italianos que han pasado de ser un mito para los iraquíes a ser considerados sus presuntos asesinos. Sobre todo, después de la batalla de los dos puentes de Nasiriya. Nos decían: «También vosotros habéis disparado, también habéis matado. ¿Por qué apoyáis a los americanos?». Pero después, siempre nos han acogido con una demanda: esto es lo que queremos de Italia. Mandadnos medicinas, arquitectos, ingenieros, los mejores que tengáis. Traednos menos armas, porque en este momento ya tenemos ganas de paz. Queremos soñar, queremos un futuro de paz y no de violencia.

Nos ha dicho que usted es católico, ¿ha causado su fe algún problema, quizás personal, en el ambiente islámico?
La organización de la Cruz Roja Italiana es laica. Mis convicciones personales cristianas no me han impedido aún operar en un contexto en el que la neutralidad se afirma cada día en todos sus aspectos, desde el punto de vista político y religioso. No ha sido fácil alcanzar el hilo del diálogo con el mundo islámico; de hecho, hemos tenido que superar momentos de verdadera tensión. Por ejemplo, he encontrado a mis interlocutores espantados, enfadados por el hecho de que el Papa recibiera en el Vaticano al presidente americano Bush. Y eran personas que habían agradecido enormemente la posición del Papa a cerca del diálogo entre Occidente y el islam, que se acordaban bien de los encuentros en Asís, pero les parecía incomprensible que el Papa recibiera a Bush, inconcebible. El Papa, que se había alzado contra la guerra... He tenido que armarme de paciencia para aclararles que ese encuentro podía ser también útil para alcanzar la paz y no para la guerra.

Usted ha mantenido también un intenso diálogo con los Ulemas, los líderes religiosos...
Esta es la prueba de que es posible un diálogo interreligioso, pero se requiere un gran esfuerzo. A veces, la religión se convierte para los integristas en un alivio, en una cobertura, en una forma de librarse de toda responsabilidad, un modo de justificar hasta los crímenes más horrendos. Noso-tros también recurrimos a Dios, pero pidiéndole ayuda para que guíe nuestra vida. Y por otra parte, cuando piensas en que decapitan a los
prisioneros en nombre de Dios, entiendes que nos encontramos ante algo monstruoso, diabólico. Hay que decir también que quizás es más fácil para nosotros entenderlos a ellos que ellos nos entiendan a nosotros. El Papa ha dado y está dando grandes pasos en el diálogo interreligioso. Esperemos que sus líderes estén también capacitados para caminar en este sentido.

Usted ha sido protagonista de un intenso esfuerzo para repatriar a los prisioneros italianos. ¿Qué le ha quedado de esta experiencia?
Creo que he jugado un papel importante porque tenía en mis manos una carta muy pesada: la de nuestra credibilidad, haber actuado en tiempos insospechados. Haber estado presentes desde mayo del 2003 y haber realizado ya cosas concretas. Fue un consuelo, aunque muy duro, el obtener el cuerpo de Fabrizio Quattrocchi, porque mis interlocutores sabían que ese era nuestro derecho. Les dije que en junio del año anterior un muchacho gravemente enfermo había sido trasladado a Italia para curarse; había muerto en el viaje y lo habíamos repatriado a tiempo para la sepultura según lo previsto en el Corán. También el Corán prescribe el culto a los difuntos. En este rompeolas me he sentido el único interlocutor italiano, porque me miraban no como perteneciente a la política, sino como exponente de una organización humanitaria que enseña la neutralidad y es ya apreciada desde hace tiempo, considerada y aceptada de forma unánime por toda la población iraquí. Los demás no eran creíbles, y era lógico que fuera así. En mis continuos coloquios con el Ulema, además de responder afirmativamente a sus continuas peticiones de ayuda humanitaria, le pedía pruebas de que los tres supervivientes estaban bien y eran tratados con dignidad. En virtud de la consideración mutua que había madurado entre noso-tros, me aseguró que a los raptores les llegaban repetidamente mensajes claros. No se debía proceder a la ejecución de los tres; ya había sido un error ejecutar a Fabrizio. He tenido que soportar también alguna crítica a mi presunta exposición mediática, pero tenía el deber de transmitir los mensajes positivos a las familias, mensajes de esperanza, de fuerza. Hasta que nos encontramos con los familiares de Fabrizio Quattrocchi al transportar su cadáver a Italia. Durante tres semanas tuve que repetir a las familias de los tres supervivientes: tened fe, tened esperanza, porque hay muchas posibilidades de que vuelvan a casa.

Ahora se ha descubierto que los secuestradores eran criminales comunes...
Que estos bandidos fueran unos estúpidos se está conociendo ahora oficialmente, pero yo ya lo había dicho desde el primer momento, porque me lo habían comunicado los Ulemas, los cuales sostenían que, políticamente, entregar a los prisioneros italianos a la Cruz Roja Italiana en el menor tiempo posible habría sido como pegar un bofetón a los empeños del gobierno italiano y los de la coalición operantes en Iraq. Sin embargo, el epílogo del secuestro con la liberación de los retenidos mediante un convoy militar de los norteamericanos, actuando en colaboración con el gobierno italiano, ha constituido la prueba de que los secuestradores eran unos pobrecillos, gente que se deja manipular políticamente. Había unos que vigilaban a los prisioneros y otros que pactaban políticamente su rescate. De habérselos entregado a una organización neutral como la Cruz Roja, habrían reforzado la exigencia de ayuda a la población iraquí, más necesaria que la de las armas.

¿Cómo se sale del íncubo Iraq?
Como neutral, he hablado con todos, con los sunitas, con los chiítas, con el segundo de Moqtad Al Sadr, y existe un común denominador en sus respuestas. Si se mantiene alto el nivel humanitario, y si interviene su labor, la seguridad y la sanidad, automáticamente el consenso de la gente hacia el nuevo curso de los acontecimientos derrotará al de los enfrentamientos terroristas. Los terroristas se aprovechan del malestar de la gente. Hace falta seguir ayudando a la población, respondiendo lo más posible a sus necesidades y, por eso, marcharse sería un error, significaría dejar el campo abierto a una guerra civil sin fin en la que pagarían, como siempre, los últimos y los indefensos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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