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Huellas N.6, Junio 2004

PRIMER PLANO 30 de junio. Iraq y nosotros

Realismo. El camino del Papa

Lucio Brunelli*

Desde el principio la posición del Vaticano fue clara: no a la guerra, a una guerra que generaría odio y alimentaría el terrorismo internacional. Y así ha sido. ¿ Qué pasos seguir para salir del pantano iraquí?

«¿Os conviene enemistaros con mil millones de musulmanes? ¿No os ha enseñado nada la experiencia de Vietnam?». Nos hallamos en febrero de 2003. El comandante en jefe George Bush ha dado ya las órdenes a sus tropas para que se preparen para la invasión de Iraq cuando el cardenal Angelo Sodano plantea estas preguntas a un importante interlocutor transoceánico en un coloquio en privado. No es solo una disensión moral, de principio, contra cualquier guerra. Es una valoración muy racional sobre la oportunidad de las decisiones que el Presidente de EEUU está tomando. Pero los prudentes consejos del Secretario de Estado vaticano son ignorados. La Casa Blanca prevé un éxito militar fácil. Son los días en los que el ministro de defensa Donald Rumsfeld lanza puyas sarcásticas contra la “vieja Europa”, acusada de no seguir a la joven América en esta aventura militar. Y la consejera de seguridad nacional Condoleezza Rice repite, moviendo la cabeza: «No comprendo la posición del Vaticano...».
Pero, ¿de qué riesgo hablan al recordar Vietnam? ¿A qué exasperación del odio anti occidental (y por tanto del terrorismo) en el mundo árabe se refieren? Esto es lo que se preguntan, incrédulos, los neófitos entusiastas del pensamiento neo conservador americano. Todos repentinamente fieros defensores de la identidad cristiana de Occidente, y sin embargo molestos por el rechazo del Papa a bendecir las banderas de la gran cruzada que tiene por objeto “exportar” la democracia a la bárbara civilización islámica...

Facilitar la entrada de la ONU
Era necesario partir de aquí, recordar cómo fueron las cosas hace un año, para explicar la posición actual de la Santa Sede sobre la crisis iraquí. Es la posición de los que, habiéndose opuesto con convicción a la guerra, hoy se afanan con gran sentido de responsabilidad para limitar sus terribles consecuencias. «La Santa Sede, el Papa y todo su entorno –nos dice el cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz– creen que sería una locura dejar Iraq antes del 30 de junio, fecha prevista para el traspaso de la soberanía a los iraquíes. Hay que dejar a la ONU el tiempo necesario para que entre en acción; si no, el caos será peor que al principio». El nuevo ministro de exteriores vaticano, el arzobispo Giovanni Lajolo, indica con extrema claridad el primer paso político que hay que dar para salir del pantano iraquí: «Es indispensable que al frente del país haya cuanto antes un dirigente iraquí capaz, reconocido como tal por la población, que hable a la gente en su lengua y según su sensibilidad».
El escándalo de las torturas en las cárceles de la coalición ha hecho más complicado y urgente el traspaso de poder. En el curso de una manifestación ante la cárcel de Abu Grahib, un niño iraquí llevaba un cartel en el que se leía: «You gave a bad impression about America and Christians» (Habéis dado una mala imagen de América y de los cristianos, ndt.). Pedí al arzobispo Lajolo que comentara esta frase para una portada en el Tg2: «¡Cómo no condenar esos brutales episodios! –me respondió– El escándalo es mucho mayor si estos actos están cometidos por cristianos. Pero lo que aquí se juzga no es el cristianismo, sino justamente la actitud contraria. En la violencia cometida contra un hombre se ofende al mismo Dios, que lo ha creado a su propia imagen». Además del daño moral, el daño político. «Ha quedado comprometida la credibilidad de la coalición –comenta con amargura el nuncio pontificio en Bagdad, monseñor Filoni– y dudo que pueda restablecerse del todo».

La oración del Miércoles de Ceniza
Este que escribe ha seguido día a día el trabajo por la paz de la diplomacia pontificia. Recuerdo como si fuese ayer una conversación con el cardenal Pio Laghi a su vuelta de Estados Unidos, a donde el Papa le había enviado en un último intento de disuadir a Bush, sin otro poder que la oración (¡era un Miércoles de Ceniza!) y una razón sostenida por la gran piedad por el hombre propia de Cristo. «Le he hablado al Presidente de las posibles consecuencias de la guerra, del riesgo de un conflicto interno entre las diversas etnias y comunidades religiosas que acrecentará la inestabilidad en una zona clave de Oriente Medio...». Volviendo a leer aquellos apuntes me hierve la sangre, porque nueve mil vidas inocentes y mucho caos en el mundo podrían haberse ahorrado... Y que no se invoquen las razones de la lucha contra el terrorismo. Porque ahora todos sabemos (en el Vaticano las sospechas existían ya entonces) que el dossier sobre las armas de destrucción masiva en Iraq era un montaje, y que la amenaza terrible, inhumana, del terrorismo pesa hoy sobre el mundo más de lo que pesaba antes de la guerra. Los hombres de la diplomacia pontificia no gozan en sus decisiones de la asistencia infalible del Espíritu Santo, pero siguen pensando que lo más efectivo para oponerse al terrorismo son las acciones policiales internacionales. Pero quizá fuese más útil todavía no ofrecer a los locos “amantes de la muerte” posibles argumentos de proselitismo entre las masas árabes. «La irresoluta crisis palestino-israelí –nos repite el cardenal Jean Louis Tauran– es la madre de todas las crisis». Conocemos una carta enviada por el Papa a Bush en octubre de 2002 y jamás publicada: Juan Pablo II, preocupado por los rumores de guerra en Iraq, invitaba al presidente Bush a concentrar sus esfuerzos en la solución de la cuestión palestina. ¡Ah, si el joven presidente hubiese escuchado los consejos del viejo Papa...!
* (Vaticanista del Telediario de la 2ª cadena de Televisión italiana, Tg2)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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