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Huellas N.5, Mayo 2004

IGLESIA Liturgia

Agustín y la carta de la caridad

Laura Cioni

Las homilías del obispo de Hipona a propósito de la carta de san Juan. Fueron escritas con una intención: «Para que Su nombre pueda arraigar en el corazón»

En el tiempo de Pascua la Iglesia da a leer a los fieles la primera carta de Juan. Hay un comentario de excepción a este texto, un pequeño tesoro en la vasta producción de san Agustín.
Se trata de diez sermones del año 413 en los que el obispo de Hipona comentaba a sus fieles la carta del amor, mientras trabajaba en otras obras importantes, como La ciudad de Dios. En este tratado se percibe el eco del dolor del pastor por la herejía de Donato, que tenía bastantes seguidores en África, pero encontramos, sobre todo, los grandes temas del Agustín teólogo, entre otros el de la relación entre la gracia y la libertad.
Agustín lee y analiza la carta de Juan a la luz de los salmos, de su Evangelio y de las epístolas de Pedro y Pablo. De este modo emerge toda la riqueza de la Iglesia primitiva que atesora las palabras de Jesús y de aquellos que, según dice Agustín, «le tocaron con sus propias manos».
Lo que el autor pretende aparece claramente ya en la primera homilía: «Que su nombre pueda arraigar de tal modo en el corazón que nos lleve a imitar los sufrimientos de los mártires». Él mismo había sido colmado por este amor a lo largo de un proceso de búsqueda que había durado muchos años. Ahora, siendo ya obispo, deseaba que brillara entre sus fieles el Misterio de Cristo, que se presentaba ante él con tal belleza y grandiosidad. «Aquel que hizo el sol está antes del sol, antes de la estrella matutina, antes de todos los astros, antes de todos los ángeles. Él es el verdadero creador porque todo fue creado por medio de Él y sin Él nada existiría; pero para que pudiéramos verle con los ojos de la carne, con los que vemos el sol, puso su morada en el mismo sol, es decir, nos hizo ver su carne en la claridad de esta luz terrena. El vientre de la Virgen fue su lecho nupcial, puesto que en él se unieron el esposo y la esposa, el Verbo y la carne»

El pecado de quien ama el mundo
La obra se refiere también, en profundidad, a la mentira. Así Agustín, en la segunda homilía, se pregunta qué pecado comete el que ama el mundo: «¿Por qué no amar lo que Dios ha hecho? La corriente de las cosas temporales nos arrastra, pero Jesucristo, nuestro Señor, nace como un árbol a la orilla del río. Él asumió la carne, murió, resucitó y ascendió al cielo. Como si quisiera poner sus raíces cerca del río de las cosas temporales. ¿Te arrastra con violencia la fuerza de la corriente?, agárrate al tronco. ¿Te arrolla el amor del mundo?, aférrate a Cristo». Y precisa más abajo: «Dios no te prohíbe que ames a sus criaturas, pero te prohíbe amarlas de tal manera que pretendas conseguir con ello la felicidad. Dios te ha dado lo creado para que ames a quien lo ha hecho. Quiere darte aún más, es decir, a sí mismo».
San Agustín, a quien tanto atrajo la belleza, cuando la descubre en Cristo y le dedica su vida comenta el versículo «seremos similares a Él porque le veremos tal cual es», prometiendo a su auditorio: «Entonces gozaremos de una visión, hermanos, que el ojo humano jamás contempló, ni el oído escuchó, ni la fantasía imaginó: una visión que supera todas las bellezas terrenas, la del oro, la de la plata, la de los bosques o los campos, la del cielo y el mar, la del sol y la luna, la de las estrellas y los ángeles. Por una razón, Él es la fuente de toda belleza.»

Discernir el amor verdadero
Cuando, a partir de la quinta homilía, pasa a hablar de la caridad, se expresa en términos muy convincentes, mostrando el criterio para discernir el amor verdadero: «Ama al hermano aquel que, ante Dios, donde sólo Él puede ver, escruta su corazón y se pregunta en lo más íntimo si verdaderamente actúa así por amor al hermano; y los ojos que ven dentro del corazón, allí donde el hombre no puede llegar, dan testimonio de ello».
Al final exhorta a no desesperar y anima a subir al monte: «Cristo es el monte, ven a Cristo y verás el final de cada obra. El amor es la perfección de la ley. ¿Hay algo más acabado, más completo que la perfección? Con razón ha usado el salmista el término ‘final’. No con intención de hablar de destrucción, sino de cumplimiento. ¿Qué es el final? Para mí es algo bueno estar unido al Señor. Cuando estemos adheridos al Señor habremos alcanzado el final del camino: estaremos en casa. ¿Quién puede apartarte de lo que amas?».
Agustín, como Jesús, quiere que las almas tengan vida en abundancia, tengan la fortaleza de la vida cristiana auténtica, la caridad llena de luz que mantiene unido al cuerpo de Cristo, para que Dios sea todo en todos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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