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Huellas N.5, Mayo 2004

CL GS Triduo pascual

El hombre está hecho para la vida. ¡Desea la vida!

Nicola Marai y Tiziana Villa

Siete mil bachilleres llegados de toda Italia a Rímini para participar en el triduo pascual de Gioventù Studentesca. El Via Crucis, en silencio bajo la lluvia y, a final, el saludo de don Giussani

¿Qué piden siete mil jóvenes siguiendo la cruz, bajo la lluvia y en silencio? Piden mirar en esa misma dirección, prestar un poco más de atención de lo acostumbrado, darse cuenta de que no hay nada más misterioso que Dios hecho hombre que da la vida por todos. El canto, la tensión de cada momento y el orden imperante nos ayudaron a reconocer que algo había cambiado, que en el horizonte había entrado de manera estable un factor nuevo.

Jueves Santo
El jueves por la mañana (para algunos el miércoles por la noche) tuvo lugar la salida desde las distintas ciudades para llegar a Rímini. A la entrada en el salón, acompañados por el Concierto para violín de Bruch, nos recibe un silencio lleno de la espera que anticipa las palabras de don Giorgio: «El hombre está hecho para la vida, el hombre desea la vida...». Con este comienzo, ¿quién puede marcharse? Entramos de lleno en lo más profundo de nuestro deseo y de nuestro drama más grande, porque enseguida se nos recuerda que el hombre, aún estando hecho para la vida, elige la muerte: la masacre de Madrid, el niño palestino pertrechado con tritol o la violencia que marca las acciones de cada día. Es cierto, tenemos una extraña manía, una herencia malévola: al hombre le parece mejor dejarse morir que afrontar el trabajo de la vida. Dios ha creado al hombre para la felicidad y sin embargo el hombre busca la muerte. La vida humana es un drama que estos jóvenes comprenden bien, muy a pesar de quienes les querrían atontados, desvinculados, olvidados de sí mismos y rodeados quizá de algún paraíso artificial. Quien repara en este drama empieza a comprender que el hombre no se basta a sí mismo, que necesita ser salvado, necesita que el Misterio que hace todo venga a salvarnos devolviéndonos el bien que deseamos y para el que estamos hechos. Basta dirigir una mirada en torno, a las personas que están allí, para evidenciar lo que sucede: algo empieza a cambiar, reconoces que estás en una compañía para combatir el mal que te arranca del deseo de vivir. Al terminar la lección se vuelve al hotel. El silencio durante el trayecto es la expresión más auténtica del estupor por la grandeza que se ha visto; la cena juntos; la vuelta al salón para celebrar la eucaristía del Jueves Santo y el descanso quedan para cada uno como momentos en los que se percibe lo que somos sin necesidad de añadir nada. Es la preparación para la celebración de la muerte y la resurrección de Cristo, el misterio a contemplar en los próximos días como único camino verdadero para la vida.

Viernes Santo
Es el día más misterioso de la historia, como nos dicen en la lección de la mañana: que Dios venga y haga milagros todavía se puede entender, pero que Dios venga y muera no se puede entender. Frente a este misterio intuimos que Dios ha cargado con el aspecto más grave y tremendo de la existencia: el dolor y la muerte. Jesús ha tomado sobre sí la inconsistencia de nuestro ser, origen de nuestra imperfección y de nuestro mal.
¡Estamos frente a un bien tan grande y al mismo tiempo frente a tanto mal! Reconocer esta desproporción es la estatura verdadera del hombre. El Amor es lo único que colma nuestra desproporción, el amor por el que Cristo carga sobre sus espaldas el mal de cada hombre. La cruz, de hecho, no es principalmente signo de sufrimiento sino de amor.
Por la tarde, en el Via Crucis, en el silencio del campo de San Leo, la desproporción se convierte en experiencia física. Bajo la lluvia desde la primera estación y soportando el frío durante el recorrido seguimos a la cruz porque nada es más grande que este hecho: Cristo ofrece la vida por sus amigos.

Sábado Santo
Toda la grandeza testimoniada durante los dos días anteriores desborda los límites habituales entre los que se concibe la vida, requiere las dimensiones del mundo. Nadie, en lo más profundo de su corazón, querría relegar la belleza que hemos visto y experimentado a un momento del pasado: un hecho tan correspondiente como la compañía de Cristo es lo que desea cualquier hombre. El testimonio de Dima, de Kazakistán, nos muestra con toda la fuerza de su simpatía cómo en cualquier rincón del mundo Cristo con Su compañía hace la vida más bella respondiendo al deseo de cada uno. Dima afirma con fuerza y sencillez una sola cosa: que su vida ha cambiado. Antes robaba ovejas para sobrevivir, ahora enseña Derecho en la universidad. El origen de este cambio es el encuentro con la presencia de Cristo. Nosotros, como él, hemos sido alcanzados donde vivimos y estudiamos.
Después de los avisos y de las despedidas, cuando algunos sectores ya estaban saliendo del salón, nos avisan de que don Giussani quiere saludarnos. En la pantalla que hay sobre el palco aparece su figura decidida. Sus palabras son muy claras, quiere indicarnos la única condición para que la vida pueda dar frutos de bien: «que sigáis lo que os dicen: “Haced como nosotros, porque lo que hacemos es bueno”».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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