«Quiero aprender... porque yo soy una pregunta y tú, amigo, eres una pregunta. Pero juntos somos una respuesta». Así dice la letra de una canción que Katja escribió hace algunos años. Katja es una chica de Novosibirsk que conoció el movimiento a través de los profesores de italiano de la universidad en la que estudiaba. Ahora está haciendo el doctorado en Filología rusa en San Petersburgo. También ella participó en la asamblea de responsables del movimiento que tuvo lugar no lejos de Moscú a comienzos de marzo. Una asamblea de responsables: una palabra demasiado grande para comunidades que se parecen más a la casa de Lidia o a ese reducido grupo que se veía en casa de Ninfa. Y sin embargo treinta personas procedentes de Moscú, Novosibirsk, San Petersburgo, Vladimir y también Minsk (Bielorrusia) se reúnen dos o tres veces al año.
Entre los primeros en intervenir estuvieron Roman y Tanja, del CLU de Vladimir. ¿Del CLU? Sí, hay algunos universitarios. Hace poco tuvieron lugar las primeras vacaciones de estudiantes de Moscú, Vladimir, San Petersburgo y Kiev. Roman tiene una historia increíble. Quería llegar a ser un gran “Zaqueo”, y necesitaba saber italiano, porque había oído decir que los recaudadores de impuestos italianos eran poderosos. Tenía catorce años. Supo que en su ciudad había un italiano, y fue allí para aprender. Ese italiano era el padre Stefano, párroco de la única parroquia católica de Vladimir. Conoció el movimiento mediante ese encuentro, esa acogida, esa mirada que desde entonces no le abandona.
En la asamblea de responsables las preguntas apremian. Participan algunos de los que llevan más tiempo en CL y otros que empiezan a asumir su responsabilidad: no dejar fuera ningún aspecto de la vida. En estas semanas, en distintas comunidades se han organizado debates a raíz de los atentados y otros sobre el sentido del trabajo.
Por la noche, Jean-François cuenta en la asamblea de responsables su labor en la Biblioteca del Espíritu. Un ejemplo de responsabilidad y ecumenismo del que quizá no hablan los periódicos o la televisión, pero que tiene la envergadura del destino al que estamos llamados.
La mañana después, se trata la Escuela de comunidad. Jurij es una amigo de Voronezh que asiste a ella con gran fidelidad. Es un pastor baptista. Cada vez que sale un nuevo número de Huellas utiliza los artículos para su comunidad.
La misma dramaticidad de las intervenciones en la asamblea se palpó en el debate sobre el manifiesto que escribimos a raíz del atentado del metro de Moscú: «Ante el último atentado terrorista que ha perturbado la vida del pueblo, de gente que iba al trabajo, al colegio, a la universidad, nos planteamos la misma pregunta: ¿es justa la vida ante todo esto que sucede? ¿Acaso la muerte tiene la última palabra en la vida?». Y después, esa respuesta capaz de arrastrar, de cambiar el mundo: «Cristo responde y responde en la Iglesia, porque, tal como lo hemos encontrado en la Iglesia, Cristo es compañía para la vida real del hombre». No morir para que otros mueran conmigo, sino dar la vida para que el otro viva. Encuentro y educación.
Y volvemos al mismo punto: ser responsables. La “Gran Madre Rusia es un país ilimitado”, dice la letra del nuevo himno nacional ruso, sobre la música del himno soviético, y nosotros somos un grupito de amigos. Pero esta amistad es un pequeño corazón que late por todo el pueblo ruso y lleva la esperanza que busca la gente a nuestro alrededor.
A continuación ofrecemos el relato de algunos aspectos y momentos de la vida de la comunidad rusa.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón