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Huellas N.3, Marzo 2004

IGLESIA Tradición unitaria e ininterrumpida

Tú eres Pedro… Pasión por la unidad de la Iglesia

Proponemos algunos pasajes de un reciente documento de la Congregación para la doctrina de la fe sobre el Primado del sucesor de Pedro –querido por Cristo– en cuanto servicio a la unidad de la Iglesia y condición para un diálogo ecuménico

En el actual momento de la vida de la Iglesia, la cuestión del primado de Pedro y de Sus Sucesores presenta una singular relevancia, incluso ecuménica. En este sentido se ha expresado con frecuencia Juan Pablo II, de modo particular en la Encíclica Ut unum sint, en la cual ha querido dirigir especialmente a los pastores y a los teólogos la invitación a «encontrar una forma de ejercicio del Primado que, sin renunciar de modo alguno a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (Ut unum sint, 95). (…)
Estas “Consideraciones” quieren sólo recordar los puntos esenciales de la doctrina católica sobre el Primado, gran don de Cristo a su Iglesia en cuanto servicio necesario para la unidad y que ha sido además con frecuencia, como demuestra la historia, una defensa de la libertad de los Obispos y de las Iglesias particulares frente a las injerencias del poder político. (…)

Primacía de Simón Pedro
«Primero Simón, llamado Pedro» (Mt 10,2). Con este significativo acento de la primacía de Simón Pedro, San Mateo introduce en su Evangelio la lista de los Doce Apóstoles que también en los otros dos Evangelios sinópticos y en los Hechos se inicia con el nombre de Simón. Esta lista, dotada de gran fuerza testimonial, y otros pasajes evangélicos muestran con claridad y simplicidad que el canon neotestamentario ha recibido las palabras de Cristo relativas a Pedro y a su rol en el grupo de los Doce. Por ello, ya en las primeras comunidades cristianas, y más tarde en la toda la Iglesia, la imagen de Pedro ha permanecido fijada como aquella del Apóstol que, a pesar de su debilidad humana, fue constituido expresamente por Cristo en el primer lugar entre los Doce y llamado a desarrollar en la Iglesia una propia y específica función. Él es la roca sobre la cual Cristo edificará su Iglesia; es aquel que, una vez convertido, permanecerá firme en la fe y confirmará a los hermanos; es, en fin, el Pastor que guiará a la entera comunidad de los discípulos del Señor.
En la figura, en la misión y en el ministerio de Pedro, en su presencia y en su muerte en Roma –testimoniada por la más antigua tradición literaria y arqueológica– la Iglesia contempla una profunda realidad, que está en relación esencial con su mismo misterio de comunión y salvación: «Ubi Petrus, ibi ergo Ecclesia» (san Ambrosio, Enarr. in Ps. 40,30). La Iglesia, desde los inicios y con creciente claridad, pero por caminos y con modalidades propias en Oriente y Occidente (UR 14,16) ha entendido que como existe la sucesión de los Apóstoles en el ministerio de los Obispos del mismo modo también el ministerio de la unidad, confiado a Pedro, pertenece a la perenne estructura de la Iglesia de Cristo y que esta sucesión está fijada en la sede de su martirio.

Preeminencia de Roma
Basándose en el testimonio del Nuevo Testamento, la Iglesia Católica enseña, como doctrina de fe, que el Obispo de Roma es el Sucesor de Pedro en su servicio primacial en la Iglesia universal; esta sucesión explica la preeminencia de la Iglesia de Roma, enriquecida también por la predicación y por el martirio de San Pablo.
En el plan divino sobre el Primado como «oficio concedido por el Señor a Pedro de modo singular, el primero de los Apóstoles y para transmitirse a sus sucesores» (Lumen Gentium 20), se manifiesta ya la finalidad del carisma petrino, o bien «unidad de fe y de comunión» (Pastor aeternus proemio) de todos los creyentes. El Romano Pontífice, de hecho, como Sucesor de Pedro, es «perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad tanto de los Obispos como de la multitud de los fieles» (Lumen gentium 23), y por ello él tiene una gracia ministerial específica para servir esa unidad de fe y de comunión que es necesaria para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia. (…)
El ejercicio del ministerio petrino debe ser entendido –para que «nada pierda de su autenticidad y transparencia» (Ut unum sint 93)– a partir del Evangelio, o bien por su esencial inserción en el misterio salvífico de Cristo y en la edificación de la Iglesia. El Primado difiere en su propia esencia y en su ejercicio de los oficios de gobierno vigentes en las sociedades humanas: no es un oficio de coordinación ni de presidencia, ni se reduce a un Primado de honor, ni puede ser concebido como una monarquía de tipo político.

Expresión de la voluntad del Señor
El Romano Pontífice está –como todos los fieles– sometido a la Palabra de Dios, a la fe católica y es garante de la obediencia de la Iglesia y, en este sentido, servus servorum. Él no decide según su propio arbitrio, sino que da voz a la voluntad del Señor, que habla al hombre en la Escritura vivida e interpretada por la Tradición; en otros términos, la episkopè del Primado tiene los límites que proceden de la ley divina y de la inviolable constitución divina de la Iglesia, contenida en la Revelación. El Sucesor de Pedro es la roca que, contra la arbitrariedad y el conformismo, garantiza una rigurosa fidelidad a la Palabra de Dios: continúa de este modo el carácter martirológico de su Primado. (…)
El Primado del Obispo de Roma, considerado su carácter episcopal, se explica, en primer lugar, en la transmisión de la Palabra de Dios; por ello incluye una específica y particular responsabilidad en la misión evangelizadora, dado que la comunión eclesial es una realidad esencialmente destinada a expandirse: «Evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda» (Evangelii nuntiandi 14).
La tarea episcopal que el Romano Pontífice tiene en relación con la transmisión de la Palabra de Dios se extiende también al interior de toda la Iglesia. Como tal, es un oficio magisterial supremo y universal; es una función que implica un carisma: una especial asistencia del Espíritu Santo al Sucesor de Pedro, que implica también, en ciertos casos, la prerrogativa de la infalibilidad. Como «todas las Iglesias están en comunión plena y visible, porque todos los pastores están en comunión con Pedro, y así en la unidad de Cristo» (Ut unum sint 94), del mismo modo los Obispos son testigos de la verdad divina y católica cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice.
Junto con la función magisterial del Primado, la misión del Sucesor de Pedro sobre toda la Iglesia comporta la facultad de realizar los actos de gobierno eclesiástico necesarios o convenientes para promover y defender la unidad de la fe y de la comunión (…).

Centro y raíz de la comunión eclesial
La unidad de la Iglesia, al servicio de la cual se pone de modo singular el ministerio del Sucesor de Pedro, alcanza la más alta expresión en el Sacrificio Eucarístico, el cual es centro y raíz de la comunión eclesial; comunión que se funda incluso necesariamente sobre la unidad del Episcopado. Por ello, «toda celebración de la Eucaristía es realizada no sólo en unión con el propio Obispo, sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero y con el pueblo entero. Toda celebración válida de la Eucaristía expresa esta comunión universal con Pedro y con la Iglesia entera, o la reclama objetivamente» (Congregación para la doctrina de la fe, Communionis notio 14, Catecismo de la Iglesia católica nº 1369), como en el caso de las Iglesias que no están en plena comunión con la Sede Apostólica.
«La Iglesia peregrinante, en sus sacramentos y en sus instituciones, que pertenecen a la edad presente, porta la figura fugaz de este mundo» (Lumen gentium 48). También por esto, la naturaleza inmutable del Primado del Sucesor de Pedro se ha expresado históricamente a través de modalidades de ejercicio adecuadas a las circunstancias de una Iglesia peregrinante en este mundo cambiante.
Los contenidos concretos de su ejercicio caracterizan al ministerio petrino en la medida en que expresan fielmente la aplicación a las circunstancias de lugar y de tiempo de las exigencias de la finalidad última que le es propia (la unidad de la Iglesia) (…).

La última palabra es del Papa
En todo caso, es fundamental afirmar que el discernimiento sobre la congruencia entre la naturaleza del ministerio petrino y las eventuales modalidades de su ejercicio, es un discernimiento que debe realizarse in Ecclesia, o sea bajo la asistencia del Espíritu Santo y en diálogo fraterno del Romano Pontífice con los otros Obispos, según las exigencias concretas de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, es claro que solo el Papa (o el Papa con el Concilio ecuménico) tiene, como Sucesor de Pedro, la autoridad y la competencia para decir la última palabra sobre las modalidades de ejercicio del propio ministerio pastoral en la Iglesia universal.
Al recordar los puntos esenciales de la doctrina católica sobre el Primado del Sucesor de Pedro, la Congregación para la Doctrina de la Fe está segura de que la reafirmación autorizada de tales adquisiciones doctrinales ofrece mayor claridad sobre la vía a seguir. Tal reclamo es útil, de hecho, también para evitar las recaídas siempre nuevamente posibles en las parcialidades y en las unilateralidades ya rechazadas por la Iglesia en el pasado (febronianismo, galicanismo, ultramontanismo, conciliarismo, etc.). Y, sobre todo, viendo el ministerio del Siervo de los siervos de Dios como un gran don de la misericordia divina a la Iglesia, encontraremos todos –con la gracia del Espíritu Santo– el impulso para vivir y custodiar fielmente la efectiva y plena unión con el Romano Pontífice en el caminar cotidiano de la Iglesia según el modo querido por Cristo.

Ministerio eclesial universal
La plena comunión querida por el Señor entre los que se confiesan sus discípulos requiere el reconocimiento común de un ministerio eclesial universal «en el cual todos los obispos se reconozcan unidos en Cristo y todos los fieles encuentren la confirmación de la propia fe» (Ut unum sint 97). La Iglesia Católica profesa que este ministerio es el ministerio primacial del Romano Pontífice, Sucesor de Pedro, y sostiene con humildad y con firmeza «que la comunión de las Iglesias particulares con la Iglesia de Roma, y de sus Obispos con el Obispo de Roma, es un requisito esencial –en el designio de Dios– de la comunión plena y visible» (Ut unum sint 97). No han faltado en la historia del Papado errores humanos y carencias también graves: Pedro mismo, de hecho, reconocía el ser un pecador. Pedro, hombre débil, fue elegido como roca, precisamente para que fuese evidente que la victoria es solamente de Cristo y no resultado de las fuerzas humanas. El Señor quiso portar en vasos frágiles el propio tesoro a través de los tiempos: así la fragilidad humana se ha vuelto signo de la verdad de las promesas divinas.
¿Cuándo y cómo se alcanzará la tan deseada meta de la unidad de todos los cristianos? «¿Cómo obtenerlo? Con la esperanza en el Espíritu, que sabe alejar de nosotros los espectros del pasado y las memorias dolorosas de la separación; Él sabe concedernos lucidez, fuerza y valor para emprender los pasos necesarios de modo que nuestro compromiso sea siempre más auténtico» (Ut unum sint 102). Estamos todos invitados a confiarnos al Espíritu Santo, a confiarnos a Cristo, confiándonos a Pedro.
Cardenal Joseph Ratzinger, prefecto.
Tarcisio Bertone, arzobispo emérito de Vercelli, secretario

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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