Publicamos un extracto del encuentro nacional de los educadores en “Viterbo 1977”
El origen es una presencia que se impone. El inicio es la provocación de una promesa a nuestra vida que seguir y participar en una experiencia viva que se ve delante de uno mismo.
El seguimiento es el deseo de revivir la experiencia de la persona que te ha provocado y te provoca con su presencia en la vida de comunidad; es la tensión por llegar a ser no como aquella persona tal como es, llena de límites, sino como aquella persona según el valor por el que se da y que en el fondo redime, a pesar de su cara de pobre hombre; es el deseo de participar en la vida de aquella persona por la que recibes algo de Otro, y es este Otro al que tú eres devoto, a lo que aspiras, a lo que quieres adherirte, dentro de este camino. (...) El seguimiento es el ensimismarse con una experiencia viva que cambia la propia mentalidad y la propia actitud.
Los responsables verdaderos en nuestras comunidades son aquellos que se imponen por vivir este seguimiento, no los que tienen presunción de saber ya o de saber repetir y aplicar lo que han oído; la autoridad entre nosotros es un seguimiento vivido, un deseo vivo y viviente de participación en la experiencia más madura que se propone.
El fin de todo lo que hacemos, la misión que Cristo nos ha confinado llamándonos, es el crecimiento de la persona, y el Movimiento existe para esto. La responsabilidad se da frente a la persona del otro y ser función de la persona del otro es maternidad y paternidad, es la gran imitación del Padre.
Educar es comunicarse a sí mismo (...), esa concepción de nosotros mismos y del mundo (...), ese sentimiento de uno mismo y del mundo originado, realizado y finalizado en el Misterio del acontecimiento de Cristo (...). Lo que educa es la fe del educador en cuanto que es vida (...) y la fe es vida si vive un seguimiento real.
La fe (...) llega a ser para el chaval (...) lo que en la historia de nuestro Movimiento hemos llamado siempre hipótesis explicativa de la realidad: una imagen según la cual uno siente, se comprende a sí mismo y se pone en relación con todo.
Esta comunicación de sí debe llegar a ser sugestiva pues, en caso contrario, no llega al corazón de la personalidad del otro, y, si no llega al corazón, no lo mueve. La misma verdad –la belleza es el esplendor de lo verdadero– es sugerente pero hay una belleza que tiene que ser buscada como forma del instrumento que se está empleando, y ésta es la genialidad por la que la pasión amorosa hacia el otro nos hace capaces de compartir la concreción de su temperamento. La comunicación que ha llegado a ser sugerencia y belleza encienden para el chaval –y para cualquier otra persona– el fenómeno cultural; eso sucede cuando el chico o la otra persona hacen experiencia del encuentro con un adulto, cuya presencia se convierte en propuesta de explicación, de hipótesis explicativa de la vida.
Son dos las características de este renacimiento cultural: (...) el interés por todo. Si la propuesta con la que se ha topado es global, hace que todo sea propio y familiar, hace todo fraterno. (Y, en segundo lugar; ndr.) la certeza de fondo (...) que hace razonable el compromiso que apasiona por las cosas y alimenta el interés.
La vida de comunión es el origen, el fin y la forma de relacionarse con todo y eso sucede porque hay algo que la persona tiene dentro, no es referencia extrínseca a la organización. (Cristo representa la expresión suprema de mí y de ti, por lo que tú eres algo muy conveniente para mí y la expresión máxima de lo que yo soy me llega a través de la relación contigo; tu vida está dentro de la mía y la mía, dentro de la tuya: «Somos miembros los unos de los otros»).
La vida de comunión, este Cristo total, este Cuerpo de Cristo es orgánico en el tiempo y en el espacio, e decir, es una realidad visible, signo de Su Presencia final.
Hacer la propuesta al chaval de tal modo que se vincule a la persona y a la pequeña organización de su grupito, o a la comunidad particular, es un grave peligro que destruye la capacidad educativa y madurativa de nuestra experiencia. Lo que hace crecer es la implicación en el seguimiento del movimiento, es la dilatación que el individuo siente acontecer en sí mismo en un abrazo que llega a ser cada vez mayor y abarca más todo.
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