Extractos de la intervención de Giancarlo Cesana en un encuentro de Familias para la Acogida en Bérgamo
He tenido acogidos en casa a dos chicos, en diferentes momentos. Nunca han hecho lo que yo he querido, pero yo ya no los puedo abandonar; la cuestión fundamental del acogimiento es acoger a alguien que no es que no será tuyo, sino que no es tuyo desde el principio. Tampoco nuestros hijos biológicos nos pertenecen, pero en la experiencia del acogimiento esto es más claro, porque no cabe la ambigüedad de la posesión natural. La experiencia del acogimiento nos enseña, sobre todo a nosotros, lo que significa querer verdaderamente: a nuestros hijos acogidos, a los biológicos y a nuestra mujer; qué significa querer verdaderamente en la cotidianidad de nuestra casa; qué significa desde el punto de vista existencial la caridad.
O se quiere de verdad en casa, en los afectos cotidianos, o no se quiere. Jesús decía: «si no sois fieles en las pequeñas cosas, tampoco lo seréis en las grandes». Si no eres fiel a tu mujer, tampoco puedes ser fiel al ideal del partido, sólo lo serías por pura conveniencia, es decir, sin importarte realmente el ideal.
La experiencia de los dos chicos que han pasado por mi casa –llegaron por iniciativa de mi mujer; me acuerdo que le dije: «Si tú estás convencida, hagámoslo»– ha supuesto un amor verdadero que, como dice don Giussani en la Carta a la Fraternidad, se “coextiende”, porque ha implicado, poco a poco, a todos: primero a mí y después a mis hijos que, igual que yo, no habían decido hacerlo.
El primero de los dos chicos calentó unas llaves con un mechero, fue al director de su colegio y le dijo: «Me las he encontrado»; el director las cogió y se quemó y tuvo que ir al ambulatorio; el segundo, en cambio, nos robaba. En la experiencia del acogimento alguien que no habías previsto entra en tu casa. Yo le agradezco a mi mujer que me haya permitido realizar esta experiencia, porque me obligó a preguntarme qué significa querer de verdad en casa. La cuestión es la misma: acoger al otro por lo que es.
El desafío que contiene la educación no reside tanto en el hecho de que me confían a alguien, sino en que nosotros confiamos a otro lo que creemos que es la verdad de nuestra vida. El acogimiento es reconocer que la mayor caridad que puedes tener hacia alguien es la educación, es decir, comunicarle cuál es el sentido de tu vida, como proponía Giussani: «No quiero convenceros de lo que pienso, sino comunicaros un método para que podáis verificar lo que os digo y lo que os dicen los demás». La educación es realmente respetar la libertad del otro, pero para esto es necesario querer verdaderamente, amar: reconocer que el otro ha entrado definitivamente en tu vida, como signo del Misterio que da la vida. En el amor no existe ninguna medida.
Al primer chico que entró en casa le conquisté enseguida, porque todos le decían que no tenía que fumar y cuando se sentó en la mesa y terminamos de comer, le pregunté: «¿Fumas?»; me contestó: «Sí»; «¡Entonces dame un cigarro!», le dije. Las personas son lo que son y hay que partir de lo que son, acogerlas por lo que son, no por el proyecto que tenemos de cambiarlas, y sin olvidar que tenemos que cambiar tanto nosotros como ellas. El punto de partida es acoger, no los proyectos que tenemos sobre el futuro; por eso en el acogimiento el punto de partida no es que tendré que dejarte alguna vez, sino que te acojo. Y esto es lo que permanece, igual que con los hijos biológicos: para querer de verdadera hay que ser conscientes de que a nosotros nos quieren; para acoger a alguien que “no está bien” hay que tener claro que nosotros tampoco “estamos bien”. ¡Nosotros también estamos necesitados!
La gratuidad que se nos pide en el acogimiento es la misma que se nos pide con nuestros hijos biológicos, con nuestra mujer o con nuestros amigos: es un gesto de amor en el que reconocemos el valor que el otro tiene para nuestra vida.
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