Frecuentemente pensamos que abrir nuestra casa a un “extraño” es algo difícil y que tenemos que estar especialmente preparados. Cuando, además, nos damos cuenta de nuestro límite y de la enorme cantidad de defectos que nos acompañan en la vida, tendemos a derivar esta posibilidad a otros más “capacitados”. Pero nada más lejos de nuestra experiencia
Precisamente esa desproporción, que llega a convertirse en dolor en muchas ocasiones, es la ventana por la que el Misterio te atrapa, y no como fruto de una reflexión concienzuda y bien madurada, sino a través del reconocimiento agradecido de lo que tienes delante.
Familias para la Acogida surge en España como continuación de un atractivo y de una amistad que se ha ido construyendo a lo largo de varios años con un numeroso grupo de amigos italianos. Compartiendo la vida con ellos tenías inexcusablemente que reconocer una belleza desconocida; desconocida pero muy cercana, cercanísima. Tan cercana que tendrías que hacer algún tipo de violencia para no dejarte atrapar por ella.
En el origen de todo hay, por tanto, un agradecimiento. Agradecimiento a su amistad, y agradecimiento por el horizonte tan impresionante que te proponían para tu vida y la de tu familia.
Algunos de nosotros custodiamos este deseo, cuidando la provocación que había supuesto encontrarnos con estos amigos. Fruto de este camino (al principio árido) ha sido el florecimiento de una disponibilidad para acoger a distintas personas –fundamentalmente niños– en régimen de acogimiento o adopción. En la actualidad la asociación en España cuenta con más de un centenar de miembros y se han realizado casi una treintena de iniciativas en este ámbito. Sería apasionante poder describirlas todas, una por una. Quien ha entrado en nuestra casa, aunque sólo sea por una noche ha entrado ya para siempre, para toda la vida. Es algo que no te puedes quitar de encima. El deseo de que su vida se cumpla, de que encuentre su significado, está unido a ti con un vínculo inquebrantable. Incluso si no puedes hacer nada por esta persona, sólo ponerte de rodillas cada noche para pedir por ella.
Pero lo más importante no es lo que la familia que acoge puede hacer por un nuevo miembro, que tiene otra historia y otra “familia” y que casi siempre viene portando una herida que quizá nunca se pueda curar. Lo más importante es que esta experiencia te construye a ti, lo que hace por tu familia. Infinitamente más que lo que nosotros podemos hacer por el “extraño”. Porque acoger a otro es acoger a Otro con mayúsculas.
Se te confía una persona a quien acoges para que mutuamente os acompañéis hacia el destino. Para nosotros ha sido importantísimo aprender que no se trata de la familia (buena, generosa, estable y adulta) que acoge al pobre chico (solo, necesitado e inmaduro). No. Tú no eres el “bueno” y el otro el “malo”. Tú le invitas a hacer un camino contigo donde le muestras y le propones lo que sostiene tu vida, y él lo hace contigo. En cierto sentido, sin él tu camino sería distinto, quizá hasta más dificultoso; y su camino sin ti, sin tu familia, sería casi imposible de recorrer para él. Dios suscita la posibilidad de recorrerlo juntos en Su compañía.
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