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Huellas N.2, Febrero 2004

PRIMER PLANO El hecho que vence a todas las increencias y las dudas de los hombres

Acerca de lo virtual. ¿Realidad real o Gran Software?

Maurizio Crippa

Todo un número de la revista científica Focus dedicado al tema. Aunque la pregunta sobre la consistencia de la realidad siempre subsiste, en el fondo prevalece un estado de ánimo que sólo ve dudas y engaños. Pero hay un hecho que vence.

«Mientras leéis este artículo, estáis firmemente convencidos de que tenéis entre las manos un periódico hecho de papel y tinta. No ponéis en duda ni la existencia del periódico, ni del sofá en el que estáis sentados, ni de vuestro cuerpo. Pero ¿estáis realmente seguros de que es así?». Pongamos entre paréntesis la comodidad del sofá y el suave perfume del güisqui, cosas buenas que transmiten un sentido de realidad buena, a la que es difícil oponerse. Pero al menos de una cosa estamos realmente seguros. La primera respuesta que nos viene a la cabeza es la del viejo y buen Aristóteles: «Es de locos preguntarse por las razones de lo que la evidencia muestra como un hecho» (cfr. Aristóteles, Tópicos, I, 11, 105a3-7). En el año de gracia de 2004, ¿quién siembra la duda sobre la “realidad” de la realidad? La pregunta que hemos citado más arriba es de la revista científica mensual Focus, que ha dedicado un artículo a un tema sugerente y “de moda”: según algunas teorías científicas y filosóficas recientes, la realidad tal como la percibimos y conocemos podría no existir en absoluto, sino ser solamente un producto de nuestra mente. O peor aún, podría ser un gran simulacro producido por un ordenador de otra civilización con una capacidad inimaginable. En ese caso, nosotros seríamos sólo una parte de ese Gran Software. Figuritas dentro de un videojuego, libres para representar el papel que nos ha asignado “alguien” que nos espía desde quién sabe dónde.
Como es una revista divulgativa, Focus se limita a dejar constancia y reproducir algunos puntos de las teorías contemporáneas, adornándolos con un poco de ciencia ficción. Sobre la plausibilidad de las hipótesis dejamos gustosos que opinen los especialistas. Pero lo cierto es que cuanto más se acerca la ciencia a los “secretos” del cosmos o de la vida, más decisivas se vuelven las preguntas. Basta pensar en las expectativas que ha vuelto a encender la llegada a Marte del robot Spirit. Las primeras imágenes del planeta rojo han despertado las eternas preguntas: y si allá arriba encontrasen señales de vida, ¿cómo cambiaría nuestra percepción de la realidad? El problema está en la calidad de las respuestas. El filósofo Gianni Vattimo ha abordado este tema en La Stampa. Y más o menos su conclusión es ésta: si descubriéramos que nosotros no somos el centro del universo, todo lo que somos y lo que sabemos se volvería relativo e inútil. Respuesta fofa a una pregunta interesante. En el terreno de lo infinitamente pequeño, la genética plantea preguntas análogas sobre la “consistencia” de la realidad: si hasta el origen de la vida puede reproducirse artificialmente, ¿cuál es el verdadero origen de la vida? También en este caso las respuestas son del mismo tenor que la de Vattimo: si se puede manipular el origen de la vida, entonces es que no tiene origen.

El estado de ánimo de Shakesperare
Las preguntas sobre la “consistencia” de la realidad no son exclusivas de nuestra época. Calderón se preguntaba si “la vida es sueño”, Shakespeare se temía que fuera “una fábula contada por un idiota en un momento de embriaguez”. La diferencia es que lo que antes era un grito de poetas hoy se ha convertido en un estado de ánimo y en el clima general de la sociedad, como si fuera el argumento de una película que estuvieran proyectando inexorablemente a nuestro alrededor. De modo que flota en el aire la duda, banal y escéptica, de que la realidad sea un fraude, que no sea más que un engaño. Un estado de ánimo que conlleva, sobre todo, la incertidumbre existencial, la mutabilidad (al menos presunta) de las opciones morales. Y, en el trasfondo, un insidioso “no vale la pena” en versión global, que se ofrece a precios de centro comercial. Porque, ¿qué otra percepción de nosotros mismos podría resultar de teorías como la del filósofo de Cambridge, Nick Bostrom, para quien «es más probable que nuestro mundo sea fruto de un programa, que esté hecho de átomos como creemos»?

Breve paréntesis sobre la inutilidad
¿Y si todo fuese inútil? No, no me refiero a vivir, como parece sugerir Bostrom, sino a construir este tipo de teorías: los científicos acaban planteando hipótesis como que exista una civilización tan superior que haya podido crear un ordenador tan perfecto que sea capaz de simular cada uno de los detalles del universo. Pensad un poco: si existiera un ordenador capaz de contar hasta el último cabello, de prever hasta el último recoveco de la libertad humana, ¿cómo lo podríamos llamar? Quizás... Dios. Sería semejante a Dios. Pero malvado. Entonces, ¿para qué tanto afán?

El defecto y el anillo
Pero, en el fondo, esto son cuestiones académicas. Lo humanamente más interesante es otra cosa. Los mismos científicos admiten que si la realidad fuese sólo una gran farsa, se tendría que descubrir en algún lado el bug, el defecto del software, o “el anillo que no aguanta”, como lo llamaba Montale. En resumen, una imperfección que, por cómo son las cosas, las desenmascare. El problema es que hasta el momento no se han encontrado bugs en el universo. Así que hasta la ciencia y la filosofía se encuentran ante una respuesta simple y grandiosa, capaz de desmentir cualquier hipótesis “de complot” sobre la realidad: admitir nuestra propia libertad. Tanto es así que el problema de la libertad humana, según Focus, es precisamente uno de los obstáculos para estas teorías: si viviéramos dentro de una simulación de ordenador, admiten los científicos, seríamos «libres, pero sólo dentro de las reglas que impondría el programa». Y la experiencia nos indica que no es así.

La caverna y la Navidad
La sospecha acerca de la realidad es un rasgo típico de nuestro tiempo. Pero todavía más típico es el papel de la ciencia como “religión de nuestro tiempo”. Tanto que desata el sarcasmo de un científico laicista como Piergiorgio Odifreddi: «La teología natural ha dejado de ser prerrogativa de los curas y los filósofos para convertirse en el banco de pruebas de los científicos». Es la famosa frase de Einstein, para quien «la ciencia sin religión está coja, la religión sin ciencia está ciega». En realidad la ciencia de hoy arrastra el error de la mala religión: la convicción de que podemos alcanzar el sentido de la realidad prescindiendo de la realidad, pariente cercana de la convicción de que la realidad no tiene sentido y punto. Que sea creación de un ordenador o engaño de un demiurgo (“el engaño habitual” de Montale), eso importa poco. Es una actitud que va más allá de la ciencia tipo Matrix. De hecho, Platón ya lo dijo de forma completa en el mito de la Caverna, según el cual los hombres serían como esclavos encadenados obligados a ver solamente las sombras de una ficción. No es casualidad que Focus le cite puntualmente como la primera autoridad que lanza la hipótesis de que la realidad está en otro lado.
Matrix o Platón, la sensación es de encontrarnos en un callejón gnóstico del que nos salva Péguy: «Negar la tierra es tentador... se llega así a esos vagos espiritualismos, idealismos, inmaterialismos, religiosismos, panteísmos». Matrix o Platón, en cambio en Navidad hemos aprendido que «con Él todo existe, hasta la hoja más pequeña de cada álamo, efímera y, sin embargo, existente». Realmente «el anuncio de que Dios se ha hecho hombre» es el hecho que «vence a todas las increencias y las dudas de los hombres». Y es también un principio que simplifica la vida.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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