A finales de noviembre tuvo lugar en la Universidad Católica San Antonio de Murcia el Congreso Internacional de Teología Moral. Se abordó la crisis que hunde sus raíces en el relativismo y nihilismo actuales, para profundizar en la naturaleza de la moralidad. La recuperación de la razón y la experiencia como cauce de la moralidad que encuentra su culminación en la persona de Jesucristo. «Con la mirada fija en Él» se hace posible el camino moral
Un antiguo convento de jerónimos transformado en una joven universidad, pero llena de vigor. La iniciativa de un empresario entregado sin reservas a la creación de una Universidad católica ha dado en sus seis cortos años de vida unos frutos inimaginables. Buena muestra de ello es el éxito (800 congresistas y más de 1.000 asistentes) y el plantel del Congreso de Teología Moral, en el que han intervenido filósofos, teólogos y pastores de primer nivel venidos de toda Europa y de América. Entre ellos, como botón de muestra, el recién creado cardenal Georges Cottier, el también cardenal Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Nicolás de Jesús López Rodríguez, o los profesores de filosofía Martín Rhonheimer, Joseph Seifert o Alejandro Llano, entre otros nombres de primera línea del pensamiento moral filosófico y teológico.
El motivo, en esta ocasión, era celebrar los diez años de la encíclica Veritatis Splendor, promulgada en 1993 por Juan Pablo II para «reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia, con el fin preciso de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas».
La crisis moral
La primera parte del congreso tuvo un fuerte carácter filosófico, lo que da idea de la intención profunda que se perseguía: no una mera erudición interna y al final estéril, sino la propuesta a todos de que «sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a la conciencia del hombre y salvación a su vida», utilizando las palabras finales de la encíclica y del mismo congreso. Como telón de fondo de las primeras intervenciones, la preocupación por el relativismo, el nihilismo y la crisis moral de la que habla la encíclica en su primera parte. Una situación que en estos diez años no se ha mitigado, sino que se ha agravado, y en la que alguno de los ponentes, como el holandés Leo Elders, ha visto precisamente la posibilidad de un renovado interés por el cristianismo, en paralelo con los primeros siglos de nuestra era.
Otros autores, como Ángel Rodríguez Luño o el canadiense Joseph Boyle, hicieron especial hincapié en el análisis de la crítica que ofrece la Veritatis Splendor del consecuencialismo ético, de la reducción de la moral a exterioridad, a mero cumplimiento de las normas o a un cálculo de consecuencias sin asentimiento interior. El irlandés Bartholomew Kiely, en cambio, analizó y criticó el dualismo entre cuerpo y espíritu, tan presente hoy en día, especialmente en ámbitos intelectuales, pero sin embargo tan alejado del catolicismo.
Por último, otros ponentes no se olvidaron de las importantes implicaciones políticas de esta crisis de la moral. El profesor de la Universidad de Salamanca, Enrique Bonete, por ejemplo, expuso el peligro de una democracia sustentada en la inexistencia de verdad: «La verdad moral debe figurar en la base de toda democracia para que ésta no se instumentalice y se vea sometida al servicio de posturas ideológicas que no defiendan la dignidad de la persona en toda su extensión». También el cardenal López Rodríguez señaló, recordando la Centesimus annus, que «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto».
Libertad y verdad
La raíz de toda la cuestión, el nudo gordiano que decide la actitud moral, es, como la misma encíclica señala, «la relación entre libertad y verdad». Monseñor Manuel Ureña, obispo de Cartagena y Gran Canciller de la universidad, no dejó de insistir en este punto: «la libertad está intrínsecamente religada a la verdad». Asimismo, el lógico y filósofo Pablo Domínguez hizo un recorrido por las posibles actitudes diferentes ante la verdad. Una de ellas era la predominante en la Edad Media, cuando «la verdad era testimoniada. El intelectual, el amante de la verdad, el hombre corriente, era consciente de ser testigo de una verdad que le excedía, que le había sido dada». Le siguió una época en la que el hombre pretendía ser la verdad misma, y finalmente otra, que es la nuestra, en la que la verdad es rechazada.
Pero quizás uno de los aspectos más queridos de este congreso haya sido la insistencia en la recuperación de la razón y la experiencia como cauce de la moralidad. En este sentido, el prestigioso filósofo Martín Rhonheimer insistió en el carácter “racional” de la ley natural, recordando las palabras de León XIII, según el cual la ley natural está «inscrita y cincelada en el corazón de cada hombre (…) dado que no es otra cosa que la razón humana misma en la medida en que nos manda hacer el bien y nos prohibe pecar». Igualmente, esta era la intención de fondo que animó el debate acerca de la controvertida “opción fundamental”. El rector de la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein, Joseph Seifert, defendió la “actitud moral fundamental” como una auténtica fuente de la moralidad. También en este sentido, el profesor García Acuña subrayó que «no se puede presentar la vida del hombre como si fuera una simple sucesión de actos aislados, inconexos, respecto a la persona en su totalidad existencial. La idea de “opción fundamental” pone a la luz la existencia de un principio unificante del comportamiento moral, que vincula éste al camino vocacional de toda persona a la salvación».
La cuestión sobre la educación planea también sobre todo el congreso: ¿es posible hoy en día educar moralmente? Aunque las ponencias se dirigían más bien a los presupuestos y fundamentos de la respuesta, la amplia presencia de profesores de religión en el congreso la ha vuelto urgente. Algunas intuiciones a este respecto quedaban esparcidas por las conferencias. Alejandro Llano, retomando a Taylor y Mac-Intyre, señalaba que hoy es necesario recuperar el carácter narrativo de la vida moral. El mismo Rhonheimer indicaba que es preciso partir de la subjetividad (que es la racionalidad) del educando: «Solamente se podrá entender la Revelación como enseñanza moral en la medida en que se sea ya un sujeto moral».
La nueva moral cristiana
Pero las últimas intervenciones en el congreso siguieron el giro que introduce en la vida moral el acontecimiento de Jesucristo: «El actuar moral del cristiano tiene su motor permanente en el acto de fe como total abandono a Dios en Jesucristo, de modo que todo obrar cristiano tiene que tener como motivo más íntimo el acto de entrega a Dios en Cristo y ser su más pura expresión concreta. La fe es el presupuesto y el núcleo de la ética cristiana» (García Acuña). El martirio, recordaba el último día Réal Tremblay, es máxima expresión de esta entrega. Para el profesor francés, «la moral es algo maravilloso que se descubre viendo a Cristo».
La propia encíclica es la lectura más liberadora, pues indica que el “secreto” que ofrece la Iglesia a la vida moral está «no tanto en los enunciados doctrinales y en las exhortaciones pastorales a la vigilancia, cuanto en tener la “mirada” fija en el Señor Jesús» (VS 85). Para finalizar, podemos concluir este rápido recorrido por este intenso congreso recordando una de las intervenciones más esperadas del mismo: la del teólogo y ahora cardenal Georges Cottier, quien, retomando los números 19-21 de la Veritatis Splendor, núcleo de esa síntesis de toda la moral cristiana que es la primera parte de la encíclica, resumía lacónicamente: «para un cristiano, la norma moral es Cristo mismo».
turales de Turín, a raíz de las cuales se organizó un importante congreso en enero; en junio, también se desarrolló un seminario de estética, con algunos docentes de Filosofía de las universidades de Turín y de Bari. Cabe mencionar los dos importantes congresos internacionales organizados, uno en noviembre sobre la Bioética y, el otro, en abril, sobre la Literatura comparada.
Finalmente, con la colaboración de la región Liguria se creó un centro multimedia que permite acceder desde la Universidad a contactos académicos con otros ateneos europeos y también con la Universidad Virtual nacida por iniciativa del padre Carlo d’Imporzano en Colombia.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón