Publicamos algunos pasajes del mensaje de Juan Pablo II a los participantes en el Congreso de laicos católicos de la antigua Unión Soviética que se celebró en Kiev del 8 al 12 de octubre
Habéis venido a esta cita animados por la misma esperanza que sostiene a vuestras Iglesias. Iglesias martirizadas y heroicas, que en medio de las tribulaciones, y a menudo hasta el derramamiento de la sangre, han perseverado en la adhesión a Cristo, único Señor, en la fidelidad a la Iglesia católica, en la afirmación del valor de la libertad. (...)
Después de largos decenios de una penosa ruptura, que ha provocado la asfixia de las comunidades cristianas del Este, Europa vuelve a respirar con sus dos pulmones, abriendo grandes posibilidades para la difusión del Evangelio. (...)
La vieja Europa, desde el Este al Oeste, está en busca de su nueva identidad. (...) Europa debe acordarse de que la savia de la cual ha obtenido durante dos mil años las inspiraciones más nobles del espíritu ha sido el cristianismo. (...)
El tema de vuestro Congreso -“Ser testigos de Cristo hoy”- expresa bien el significado de esta misión, que ningún bautizado puede delegar o eludir. (...)
Esto será posible en la medida en que cada uno de vosotros sepa consolidar la conciencia de su propio bautismo. El sacramento del bautismo nos hace hijos de Dios llamados a la santidad, miembros de la Iglesia -Cuerpo místico de Cristo-, corresponsables en la edificación de las comunidades cristianas, partícipes de la misión de la Iglesia de anunciar a los hombres la Buena Nueva de la salvación. (...)
Vuestra vocación y misión dará fruto siempre que, en vuestra acción, sepáis siempre volver a Cristo, partir de Cristo, mantener fija la mirada en el rostro de Cristo. (...)
Haced resplandecer su luz en vuestra vida personal, en vuestras familias, en los ambientes de trabajo, en el mundo de la educación, de la cultura y de la política. (...)
Doy las gracias a vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas por el compromiso llevado a cabo en la formación de cristianos maduros y arraigados en la fe. (...)
Una ayuda preciosa puede venir, en este sentido, de las asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades de cuya experiencia han nacido itinerarios pedagógicos fecundos y un renovado empuje apostólico.
Queridos fieles laicos, ¡no os acobardéis ante los desafíos de nuestro tiempo! Apoyaos en el ejemplo y en la intercesión de los mártires, cuyo testimonio es «suprema encarnación del Evangelio de la esperanza». (...)
Debidamente formados y siempre dentro del respeto a la libertad, los fieles laicos pueden, en el amor fraterno, en el diálogo y en la colaboración, abrir caminos a la unidad de los cristianos, que es un «caminar juntos hacia Cristo». También aquí quisiera reclamaros al ejemplo de los mártires, cuyo testimonio se ha convertido en patrimonio común de las distintas Iglesias cristianas y que es más convincente que los factores de división (...) También vosotros estáis llamados a testimoniar a Cristo junto a todos los hermanos cristianos en todos los lugares en los que vivís y en todas las obras en las que colaboráis. El amor de Cristo sana las heridas, borra los prejuicios, prepara los caminos de la unidad. Rezad incesantemente para que aquello que parece imposible para la lógica humana Dios lo haga posible con su ayuda poderosa: llevar a cumplimiento el mandato de su hijo: «Ut unum sint» (Jn 17,21).
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