Leyendo el otro día un periódico encontré un artículo sobre una manifestación celebrada a comienzos de septiembre en la plaza del Centro Georges Pompidou de París, alrededor de una columna sobre la que se había izado un enorme vaso dorado. En torno a esta “escultura” se habían reunido más de doscientas personas, convocadas pocas horas antes por un mensaje recibido por Internet o por el teléfono móvil. “Alguien” –quizá los organizadores de este “corro de la patata”– había distribuido a los participantes un folleto donde se detallaba lo que había que hacer: dar vueltas alrededor del vaso durante dos minutos, declamando: «Giramos en torno al vaso para que caiga la lluvia y haga florecer la flor dorada». Este corro implicaba, entre otras cosas, una actividad motora. Aunque el sol era todavía canicular, había que abrir y cerrar varias veces el paraguas. Después de haber realizado todos los pasos, los participantes se marcharon en silencio. El periodista, después de haber recogido los comentarios entusiastas de los participantes, observaba a modo de conclusión: «... todos obedecían, sin saber por qué ni para quién». Este comentario me ha iluminado acerca de la cuestión de la “nada” de la que Giussani habla en el mensaje de Loreto. He pensado que vivir en la “nada” no podía ser posible más que de esta forma: obedecer, pero sin ser conscientes ni de por qué ni de para quién se actúa. Cuando sucede esto, yo, al igual que ellos, doy vueltas en torno a algo extraño a mí, en torno a algo que no tiene que ver con mi vida, en torno a un intruso. Aunque existe el riesgo de vivir la realidad “como un corro de la patata en torno a un vaso dorado”, en mi vida tengo la certeza de haber encontrado una compañía de amigos que me vuelve a lanzar a la realidad con un porqué.
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