El párroco inexistente. Un amigo nos enseña una carta a los fieles de una parroquia que no mencionaremos por caridad (pero no os hagáis ilusiones, se trata de una parroquia muy cercana). Estamos en cuaresma. La carta empieza así: «Segunda estrella a la derecha / este es el camino / y luego derecho hasta la mañana / después el camino lo encuentras tú mismo / lleva a la isla que no existe». Explicación: «Todos querríamos un mundo repleto de santos, o mejor maestros de vida que iluminaran el camino... Todos querríamos tener relaciones serenas, leales, vivir en definitiva en una isla que no existe. Pero nos damos cuenta de que el nuestro es sólo un sueño o más bien una esperanza». Solución: «A pesar de todo es preciso tener confianza en nosotros mismos y en los demás, no podemos dejar de buscar la isla que no existe... Juntos podremos hacerla nacer y vivir en un mundo donde todo esté orientado hacia el amor... Lo importante es creer en lo que querríamos que existiera».
Hello, baby. La Biblia-revista. Laurie Whaley es norteamericana. Ha creado Revolve, una revista que presenta la Biblia en formato de revistilla para adolescentes. Explicaba al New York Times Magazine: «Las chicas ya no leen la Biblia, no encuentran ningún sentido en ella. Sólo leen las revistas de moda. Dios no está necesariamente contra la moda. Por eso hemos presentado la Biblia en este formato. Me disgusta mucho que la Iglesia haya hecho de la Biblia algo complicado para la gente».
Compórtate. No está sólo el clericalismo de las normas. También está el poder de los reglamentos. De la Constitución europea, por ejemplo, se puede pensar todo y lo contrario de todo. Lo que no se puede concebir –o más bien sólo se ha podido concebir en una lógica de estatalismo, de libertad “gentilmente concedida” a los ciudadanos–, es una suma de normas y reglamentos de 253 páginas con 69.044 palabras (la Constitución de EEUU tiene sólo quince páginas...). En el fondo se piensa que no existe un yo, un hombre, un pueblo capaz de pensar y actuar por el bien común. Y también que la convivencia nace de los detalles y de las comas, versiones laicas modernas de abluciones y mantras mágicos.
Un mundo sin “yo” «De una “Iglesia sin mundo”, un mundo sin yo: este es el cuarto “sin” con el que resumimos las reflexiones sobre la situación actual del mundo.
Si la Iglesia no tiene mundo, este mundo tiende a vivir sin el yo: es decir, se produce una alienación. Este mundo tiene como característica y como resultado – previsto o no previsto, querido o no querido, normalmente querido por el poder, por quien tiene el poder cultural del momento – la alienación.
De este modo, sintéticamente, el mundo termina por ser el ámbito de la existencia que define el poder y sus leyes. Mientras que el mundo es el ámbito en el que Cristo realiza con el tiempo la redención del hombre y de la historia. En la desviación o la antítesis racionalista, el mundo se reduce al ámbito de la existencia definido por el poder y por sus leyes, que se convierten así en instrumentos de violencia.
Una existencia definida por el poder y por sus leyes tiene como consecuencia última la pérdida de la libertad, la no consideración o la abolición de la libertad, una abolición que no se proclama teóricamente pero que se vive en la práctica: y puesto que la libertad, se la defina como se quiera, es el rostro del yo humano, se trata de la pérdida de la persona humana. A esto se le llama, claramente, alienación». (pp. 134-135)
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