Apuntes de dos intervenciones en los Ejercicios espirituales de los Novicios y de los Memores Domini. Molveno, 28 de septiembre; Bellaria, 12 de octubre de 2003
Perdonadme si me introduzco en vuestras reflexiones, pues en estos momentos me habéis suscitado, o resucitado, una. Es una frase del cardenal Baronio, uno de sus discípulos predilectos, que san Felipe Neri aprobaba: «Obœdientia et Pax». Iba todos los días a apoyar su cabeza en los pies de la estatua de san Pedro, en el monumento que está en San Pedro en Roma: «Obœdientia et Pax».
El significado de esta frase latina es evidente para cualquiera, incluso para los que sólo tenéis la enseñanza obligatoria: «Obœdientia et Pax». Sin embargo, la obediencia de la que fluye la paz, el deseo de la paz –pues incluso de manera inconsciente la paz es siempre un deseo del corazón del hombre–, esta obediencia que da paz implica necesariamente una casa donde vivir, una condición de vida establecida, algo mediante lo cual Dios se reserva la capacidad de penetrar en tu percepción de la vida y en la conciencia de lo que es vivir. Quizás sin que te des cuenta de ello. Es más, siempre sin que te percates de ello hasta el fondo.
Os deseo que la buena voluntad que todos manifestáis hoy, o en estos tiempos, favorezca realmente que la paz os colme; pues únicamente la obediencia –y su contenido que descubriréis con el tiempo, como yo lo descubro ahora tras cincuenta años de sacerdocio– puede colmar la vida de paz. «Obœdientia et Pax». Ahora obedezco como nunca antes lo había concebido. La salud, por ejemplo, se va hacia el destino que Dios me ha asignado y es una síntesis de tantas otras cosas que la obediencia engrandece día a día.
En cualquier caso, os deseo que la obediencia os permita experimentar la paz.
¡Hasta pronto!
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Hay un particular que quisiera subrayar y que da pie a mi intervención. Se os ha dicho que ama aquel que os ayuda realmente a caminar hacia vuestro destino, aquel que ama verdaderamente la misión que tiene vuestra vida, ama verdaderamente vuestra vocación. Sí, es cierto, Dios me ha elegido como responsable de vuestra vocación. Este es un dato objetivo que no puede dejar a nadie indiferente. Lo digo para que recéis a la Virgen para que me ayude en la tarea ingente que me ha asignado, que Su hijo me ha dado, que me ha dado Jesús.
Creo que en la última meditación habéis citado la frase del cardenal Baronio, que la historia de la Iglesia nos ha transmitido: «Obœdientia et Pax», obediencia y paz. La obediencia a Dios se vive en la obediencia a quien Él establece como responsable de vuestra vida. Así lo ha establecido –lo repito–, me ha llamado a mí a ser responsable de vuestra vida, con todos los defectos y las flaquezas que puedo tener; pero es Su fuerza, Su fuerza la que os salva, Su fuerza la que os da luz en vuestro camino. Es Su fuerza la que asegurará vuestros pasos –no la fuerza de los hombres, sino la de Dios– a lo largo del recorrido que Él os indicará a través de mis palabras y de la cordialidad de mi corazón. Cualquier otra solución es equívoca, no evita el equívoco: porque uno puede decir que ama vuestro destino y vuestra vocación, mientras que sólo se ama a así mismo, ama sus formas de vocación, ama de la intervención de Dios lo que le parece y le gusta a él.
Recemos al Señor, pues, con un Gloria a San José, patrono de la Santa Iglesia, que nadie se hubiera atrevido a pensar como el responsable de Cristo, de no ser que la Virgen le estableciera como responsable de su vida y de la de Jesús.
«Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén».
Sancte Joseph, ora pro nobis.
Protector Sanctae Ecclesiae, ora pro nobis.
Adiós y hasta pronto. Gracias.
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