Abarca todo llamando a la existencia a partir de la nada, no solo en el principio sino para siempre.
Juan Pablo II escribe estos versos en Tríptico Romano, su libro de meditaciones poéticas, publicado recientemente. Y nosotros se los dedicamos a él en el XXV aniversario de su pontificado. El Misterio «abarca todo llamando a la existencia a partir de la nada». En la historia del mundo y en la breve y dramática historia personal, la novedad viene sólo de la acción del Misterio que, continuamente, trae todo de la nada. En la carta que don Giussani dirigió a la Fraternidad en junio, escribía: «el yo debe ser exaltado continuamente por un renacer de la realidad, por una nueva creación, que en la figura de la Virgen llega a ser conmoción por el Infinito. La figura de la Virgen es el constituirse de la personalidad cristiana». Dar la vida no es sólo crear de la nada hombres y animales, plantas y el cosmos entero: el Misterio llama a la existencia a partir de la nada, discretamente, casi como un «consejo», decía Dante, y acompaña al hombre comunicándole el sentido de una bondad infinita que vence a la muerte.
En estos años, convulsos y violentos, frente a hombres confusos y tentados por una triste desesperación, el Papa ha sido el testigo de una diversidad radical. Su presencia ha desbordado las palabras. Su propuesta ha superado la sabia exhortación, no ha sido estrategia ni dialéctica. Con el vigor físico de los primeros viajes y la fuerza de la paciencia y el ofrecimiento, ha sido por encima de todo una presencia. Signo de aquella que devolvió a la vida al hijo de la viuda de Nain, arrancándolo de la nada.
Juan Pablo II destaca como el testigo del valor infinito de toda existencia.
Su humanidad y hasta su carácter se han dejado moldear libre y profundamente por la humanidad de Cristo, haciendo de él un reclamo claro y potente. Por ello millones de hombres miran con simpatía a su persona. Una simpatía que hace sencillo el corazón incluso en medio de las adversidades y las fatigas de la vida.
La cultura en la que vivimos, recordó a Huellas el filósofo francés Finkielkraut, arroja al hombre contemporáneo a una situación terrible. Somos presa de una ideología que niega el valor del presente y de la vida como “dato”. La mentalidad dominante desplaza cualquier posibilidad de plenitud a un futuro huidizo y deja el presente como el triste espacio del resentimiento. A menudo, lamentablemente, incluso se propone la fe como variante de las ideologías o vago consuelo.
Ante este panorama, Juan Pablo II en lugar de hacer análisis o proyectos, ha comunicado su conmoción por el acontecimiento cristiano y su familiaridad con María, puerta feliz por la que el Misterio se encarnó y sigue avivando la esperanza de todos los hombres. Entre tanta vanguardia intelectual y profetas, a veces violentos, de un mundo mejor, sobresale el verdadero revolucionario de nuestra época.
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