Una caritativa en una cárcel para menores da lugar a una empresa, gracias a un carpintero que se ha dejado conmover por lo que ha visto.
Desde Italia ya han llegado dos contenedores con máquinas y herramientas de carpintería
Jóvenes que salen de la cárcel. Por la nueva amistad que han encontrado en estos años empiezan a ganarse la vida trabajando en un taller de carpintería. Hacen objetos de decoración, muebles y sillas. No son piezas de diseño, pero sí algo bien hecho. Estamos en Asunción, la capital de Paraguay.
Giovanna Tagliabue, de los Memores Domini, lleva viviendo aquí desde 1987 y trabaja como enfermera y educadora. En 1994 en Asunción empieza una iniciativa caritativa en la cárcel para menores “Panchito López”, para ayudar a chicos entre 13 y 17 años que no tienen familia. Cada semana, los domingos un grupo de jóvenes trabajadores de CL de en Asunción, entre ellos, Pedro, se reúne para darles catequesis sobre el libro de don Giussani Huellas de experiencia cristiana. Nace una amistad. Un domingo tras otro, crece la necesidad de educar a estos jóvenes para evitar que, tras el período de reclusión, reincidan en robos y actos delictivos. Se decide poner en marcha un proyecto de rehabilitación en toda regla. Nace así la Casa de acogida para menores dedicada a la Virgen de Caacupé, uno de los principales santuarios del país. «Los acogíamos en casa y luego les buscábamos un trabajo, por ejemplo, de jardinero o reponedor en los supermercados. Lo importante era que trabajasen. Actualmente en la casa viven doce jóvenes», cuenta Giovanna. Ha sido una tarea ardua construir esta casa, sobre todo solventar el problema económico. En primer lugar había que asegurar un sueldo para Pedro, que iba a coordinar el proyecto. Después de mucho insistir, se consiguió que el Ministerio de Sanidad reconociera el valor social de su trabajo y se hiciera cargo del pago de las mensualidades.
Trabajando en la carpintería. La historia fue avanzando. Nos propusimos mejorar la calidad del trabajo que ya realizaban y buscar nuevos oficios para los chicos. Fue así como se abrió camino una nueva idea, la de crear una escuela de carpintería aquí en San Lorenzo, en el centro de la ciudad. Sigue contando Giovanna: «Compré unas máquinas para fabricar muebles y le pedí a mi hermano Luigi, carpintero de toda la vida en la zona italiana de Brianza, que viniera a visitarme para asesorarme y ver como estábamos trabajando». Era junio de 2006. Luigi voló hasta Paraguay y se quedó con su hermana durante dos meses. «Giovanna me pidió que fuera a echar un vistazo. Ayudé a estos jóvenes a dar los primeros pasos en este trabajo, cuidando la seguridad laboral y dándoles instrucciones precisas. Les pedí que hicieran pequeños trabajos. Pero los instrumentos de los que disponían eran demasiado obsoletos; ni siquiera mis abuelos los utilizaban…». De vuelta a Italia, convencido de la bondad del proyecto, decidió donar parte de la maquinaria de la empresa familiar. «Con las máquinas que tenían corrían el peligro de hacerse daño, no aprendían y sobre todo no podían fabricar algo bonito. Con lo cual envié a Paraguay un container de instrumentos que para ellos eran muy modernos. Llega el container”. Los chicos lo aprovechan en seguida. Nada más quitar los embalajes, se ponen manos a la obra, bajo el atento control de la arquitecta Carolina Esteche que sigue las obras de esta inusual carpintería que lleva el nombre de “Brianza”. Con un martillo o un cepillo en las manos se marca el ritmo del tiempo. Se cuidan todos los detalles y las palabras de Pèguy toman cuerpo: «Trabajaban cada pieza de la silla que no se veía con la misma perfección de las partes que se veían, según el mismo principio de las catedrales». «He visto unas fotografías con los trabajos de los chicos y la verdad es que empiezan a hacer unas piezas muy bonitas», añade Luigi: «Con el tiempo empiezan a hacer las cosas bien».
La casa de acogida, construida con esmero a treinta kilómetros del poblado, está vallada y surge en el medio de una foresta. Sin embargo, también aquí puede pasar que algunos menores se escapen y según lo que nos cuenta el carpintero de Brianza, «el problema es que hay que devolverlos en manos de la Justicia».
Otro cargamento. Se conmueve al decirlo, como si pensara en una ocasión desperdiciada. Me cuenta de los días pasados en Paraguay: «Se nota que estos chicos han encontrado allí una esperanza para su vida. Además, obedecen a Pedro de una manera increíble. Les propone que recen y lo hacen, les invita a ir a misa y le siguen sin rechistar. Un par de veces con una furgoneta en la que caben seis personas, fuimos al santuario de la Virgen de Caacupé para rezar. La cosa me sorprendió mucho. Estos jóvenes, que incluso han matado, con Pedro y los demás están cambiando».
Esta historia ha cambiado también a Luigi. Llega la jubilación y toca cerrar el negocio. ¿Qué hacer? ¿Quizás vender las máquinas a otras empresas? Decidió embalar todas las máquinas de su empresa y enviar el segundo container para Paraguay. «Les envié incluso una prensa hidráulica con unas tablas de tres metros por uno y medio, quizás sea demasiado para ellos, pero mejor así… Así empezaran a trabajar realmente bien, como es debido».
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